Filosofía de la redención de Philipp Mainländer – Parte II

Traducción de las secciones a cargo del equipo del Proyecto de investigación:  Las doctrinas del abandono de la vida. Una investigación histórica-crítica (Código VRID 1916) FLEO. USAL.

 

4. Ética

 

Esperar que alguien haga algo para lo cual no muestra ningún interés es igual a esperar que un pedazo de madera se mueva hacia mí, sin que tire de él una cuerda.

Schopenhauer

Simplex sigillum veri: la verdad desnuda debe ser tan fácil y comprensible que uno pueda agregar a su verdadera forma todas las cosas sin desplazarla con mitos y fábulas

Schopenhauer

 

1) La ética es eudemónica o doctrina de la felicidad: una explicación alrededor de la cual se da vueltas sin dudar desde hace siglos. La tarea de la ética es la buena fortuna, o sea que experimentar en todas sus fases el estado de satisfacción del corazón humano ha de ser entendido en su forma más completa y ha de ser también asentado en un firme fundamento , o sea, proveer los medios por los cuales el hombre puede arribar a la completa paz en el corazón,a la mayor buena fortuna.

2) No hay ninguna cosa más en el mundo que la voluntad individual que posee un anhelo principal: vivir y mantenerse en su existencia. Este deseo aparece en el hombre como egoísmo que es el envoltorio de su carácter, o sea es la forma y manera en que él vive y quiere mantenerse en la existencia.

El carácter es congénito. El hombre ingresa a la vida con cualidades volitivas muy determinadas, o sea, están esbozados los canales por los cuales preferentemente habrá de verterse su voluntad a lo largo de su desarrollo. Junto a ellas están dadas en forma germinal todas las otras cualidades volitivas de la idea general de hombre, dotadas de la capacidad de desarrollarse.

El hombre es la unión de un determinado daimón con un determinado espíritu; puesto que solamente existe un principio, la voluntad individual, entonces los individuos se diferencian entre sí a través de su movimiento. En el hombre el movimiento no se muestra como una simple, sino que como uno resultante, y por ello precisamos hablar de una combinación de factores principales del movimiento. Pero esa combinación es esencialmente inseparable, y el movimiento a partir de ello también es solamente uno, pues, ¿qué habría de expresar ese carácter determinado y ese espíritu determinado que sea  algo distinto de este movimiento determinado de la voluntad?

3) El egoísmo del hombre se muestra no solamente como instinto de conservación, sino que también como instinto de felicidad, o sea, el hombre no solamente, de acuerdo a su carácter, quiere permanecer con vida, sino que también en cada instante de la vida sitúa su mayor felicidad en la completa satisfacción de sus deseos, de sus inclinaciones, de sus anhelos. Deseo e inmediata satisfacción, nuevamente deseo e inmediata satisfacción, estos son los eslabones de una cadena vital, tal como la pretende el egoísmo natural.

Una vida tal que sea un incesante ir y venir del anhelo al gozo no puede hallarse en ninguna parte y es fácticamente imposible. Ninguna idea es completamente independiente y autónoma; de hecho, ella actúa incesantemente y quiere hacer valer su individualidad, ya sea una fuerza química o un hombre, pero de la misma forma incesante actúa sobre ella todo el universo restante y la limita. Si retiramos una gran parte de esas influencias y solamente permanecemos fijos en aquellas que son ejercidas entre los hombres, entonces obtendremos la imagen de la mayor lucha, cuya consecuencia es que de entre cien deseos uno solo sea satisfecho, y, casi siempre, aquél cuya satisfacción se anhela en menor medida; puesto que todos los hombres quieren la total satisfacción de sus anhelos particulares, y porque esto se vuelve materia disputable, cada uno habrá de pelear, y por lo tanto nunca habremos de encontrar el desarrollo de una vida que haya surgido a partir del simple encadenamiento de deseos satisfechos, incluso esto no se da en el caso de un individuo investido con poder ilimitado sobre millones de personas. Ya que aún habiendo conseguido tal posición, y también dentro del individuo mismo, existen barreras infranqueables, dentro de las cuales la voluntad permanece siempre encendida y, estando insatisfecha, se repliega sobre sí misma.

4) Puesto que entonces el egoísmo natural del hombre no puede poseer una vida tal como la quiere en lo más íntimo, intenta todas las veces que le resulta posible exigir el disfrute (anhelo satisfecho), o, allí  incluso puede llegar al punto en que no se trata más del disfrute, sino que del dolor, de acuerdo al modo de la lucha,  las situaciones que resultan más habituales son las del menor dolor. Sin embargo, si el hombre se halla frente a dos posibilidades de disfrute, quiere las dos; y si cuenta con la posibilidad de elección de uno solo, quiere el mayor. Y cuando se encuentra frente a dos males, no quiere ninguno; pero si debe elegir uno, entonces elige el menor.

Así actúa el hombre ante males o posibilidades de disfrute presentes, bajo la condición de que su espíritu pueda juzgar correctamente. Pero debido a que él, como consecuencia de que sus disposiciones al conocimiento sean las más elevadas, no está limitado únicamente al presente, sino que es capaz de representarse las consecuencias que las acciones habrán de tener en el futuro, entonces tendrá que elegir entre doce casos distintos, es decir, entre:

 

1) un disfrute en el presente y un disfrute mayor en el futuro

2) un disfrute en el presente y un disfrute menor en el futuro

3) un disfrute en el presente y un disfrute similar en el futuro

4) un disfrute en el presente y un padecimiento mayor en el futuro

5) un disfrute en el presente y un padecimiento menor en el futuro

6) un disfrute en el presente y un padecimiento similar en el futuro

7) un padecimiento en el presente y un padecimiento mayor en el futuro

8) un padecimiento en el presente y un padecimiento menor en el futuro

9) un padecimiento en el presente y un padecimiento similar en el futuro

10) un padecimiento en el presente y un disfrute mayor en el futuro

11) un padecimiento en el presente y un disfrute menor en el futuro

12) un padecimiento en el presente y un disfrute similar en el futuro

 

A una lucha se podría arribar en los casos 2, 3, 5, 6, 8, 9, 11, 12.

Pero en estos ocho casos no se llega al conflicto, puesto que la voluntad debe:

1) En los casos 2 y 3, preferir un disfrute en el presente sobre otro disfrute menor o igual en el futuro

2) En los casos 5 y 6, aferrarse a un disfrute en el presente, si en el futuro ha de encontrar un padecimiento menor o igual

3) En los casos 8 y 9, preferir un padecimiento menor o igual en el futuro sobre un padecimiento en el presente

4) En los casos 11 y 12, renunciar a un disfrute en el futuro, si para ello en el presente se debe soportar un padecimiento igual o mayor

La voluntad debiera actuar así incluso si estuviese segura de que ella podrá encontrarse en el futuro con el disfrute o con el padecimiento. Pero como ninguna persona puede saber cómo habrá de presentarse el futuro y si habrá de encontrarse con ese disfrute o ese padecimiento, sumado a que tampoco se sabe si estará vivo en al momento de tomar parte del disfrute o de encontrar el padecimiento, entonces en la vida práctica es para el hombre aún más significativamente forzosa la necesidad de actuar de la manera indicada.

Por otra parte la voluntad habrá de dudar intensamente en los casos 1, 4, 7, 10. Si se sitúa en el punto de vista de la completa incapacidad de conocer el futuro, entonces muy a menudo la voluntad habrá de decidirse por el presente pródigo en disfrutes o libre de padecimientos,dado que ¿quién puede:

 

1) garantizar en los casos 1 y 10 un disfrute mayor que se obtenga en el caso 1 a través de la renuncia a un disfrute en el presente , y en el caso 10 mediante la experimentación de un padecimiento presente? Y, ¿quién puede afirmar

2) que en el caso 4 él no se librará del padecimiento que deberá sufrir luego, debido a un disfrute en el presente, y que en el caso 7 habrá de librarse de un padecimiento mayor en el futuro, en la medida que experimente un padecimiento en el presente?

Sin embargo, cuando la voluntad de algún modo tiene certeza del futuro -y existen efectivamente acciones cuyas consecuencias futuras muy certeramente afectan al hombre-, habrá de disputarse entonces una intensa lucha, pero finalmente en estos cuatro casos, si se trata de alguien razonable, habrá de decidirse por el futuro. Por lo tanto debe:

1) en los casos 1 y 4, renunciar a un disfrute en el presente, a fin de, en el caso 1, obtener un disfrute mayor en el futuro, y en el caso 4, librarse de un padecimiento mayor en el futuro;

2) en los casos 7 y 10, soportar un padecimiento en el presente, para, en el caso 7, despejar un padecimiento futuro que sea mayor, y, en el caso 10, obtener un disfrutemayor en el futuro

Porque el poder del presente supera significativamente al del pasado, quiero indicar aquí que un individuo toma para sí un disfrute que se pueda asegurar más adelante en el tiempo, así como también resulta que los males que se puedan estimar como seguros en el futuro pueden influir de forma efectiva en él, únicamente bajo la condición de que ellos superen significativamente en magnitud a un disfrute en el presente o a un padecimiento que afrontar.

El individuo debe ver de forma clara y manifiesta su ventaja, de lo contrario, caerá ineludiblemente bajo el hechizo del presente.

De ello resulta que el hombre puede contar con una completa  capacidad de deliberación y también con una total capacidad de elección, y que, bajo ciertas circunstancias, ha de actuar en contra de su carácter, esto es, cuando una acción esté en contra de su bienestar considerado en su totalidad o de su bienestar general.

5) El espíritu es quien fija ese bienestar general en cada uno de los casos, o es quien ya lo ha hecho de una vez por todas; puesto que es la voluntad misma quien piensa, como también quien digiere, comprende, anda, engendra, etc., entonces a partir de las causas dadas, podemos mantener separadas de la voluntad a las disposiciones al conocimiento. Estamos permanentemente conscientes de que nos tendremos que ver con una unión inseparable, y básicamente, con un único principio; como así también, como ya hemos visto en la física, que nunca podrá tener lugar un antagonismo entre voluntad y espíritu. Solamente en forma figurada se puede decir que el espíritu brinda sus consejos a la voluntad, o que riñe con ella, etc., puesto que siempre es la voluntad misma quien, gracias a uno de sus órganos, aconseja, riñe con ella, etc. Pero es completamente inadmisible, incluso en sentido figurado, hablar de un dominio de la razón y de un posible reinado de esta misma sobre la voluntad; puesto que incluso si nos encontrásemos ante una fusión de dos principios autónomos, nunca aparecería el espíritu frente a la voluntad en la relación de un amo y un esclavo, sino que a lo sumo podría ser su consejero desprovisto de poder.

Como ya sabemos, el espíritu posee una amplia capacidad de aprendizaje, si bien él se presenta en la vida con disposiciones determinadas. Las disposiciones auxiliares de la razón, de las cuales depende únicamente el grado de la inteligencia, pueden atrofiarse según el trato recibido, así surge la estupidez, o pueden ser llevadas a su desarrollo, al cual se denomina genialidad. Desarrollar el espíritu es la única tarea de la educación, cuando no nos referimos a la educación física, ya que solamente a través del espíritu podemos influir sobre el carácter, y de modo que al aprendiz pueda señalar claramente las ventajas y desventajas que se constituyen como consecuencias de la acción, o, dicho con otras palabras, que uno puede reconocer claramente dónde se encuentra su verdadero bienestar.

La buena educación fortalece la imaginación y la memoria, y o bien despierta la fantasía o la refrena. Y al mismo tiempo permite que el espíritu tome para sí una mayor o menor de conocimientos que atañen a la experiencia y que siempre son corroborados por ella. A todos los otros conocimientos con los que él entra en confianza los pasa por alto con el sello de la incertidumbre.

Junto a esta buena educación circula también la mala, en la escuela y la familia, una mala educación que llena la cabeza de los hombres  con pensamientos enredados y superstición, y de esta forma, torna dificultoso que se pueda arrojar una mirada clara del mundo. Sin embargo, la experiencia posterior habrá de investigar el mundo y permitirá descartar muchas cosas imaginarias y falsas, pero también a menudo habrá de reforzar muchas de estas cosas imaginarias y falsas para entonces hacerlas aparecer como correctas, cuando el individuo tiene la desgracia de caer en círculos donde todo lo absurdo es recibido con el más cuidadoso encargo.

Entonces en la medida que el espíritu de un hombre sea más o menos formado o deformado, desarrollado o impedido, la voluntad estará más o menos capacitada tanto como para reconocer su auténtico bienestar en general, como para juzgar en cada caso qué acción se corresponde mejor con su interés, y decidir de este modo.

6) El carácter del hombre es innato, pero no inmodificable; sin embargo su capacidad de modificarse se mueve por límites muy estrechos, ya que el temperamento para nada puede admitir modificación alguna, mientras que algunas caulidades volitivas únicamente mediante una temprana recepción de enseñanzas y a través de ejemplos, o por un coletazo del destino, por medio de una gran dicha, o de una pesada pena -todo ello depende del conocimiento, ya que únicamente a través del espíritu se puede influir en la voluntad- una cualidad volitiva prominente puede ser remitida nuevamente al mero núcleo y alguna otra puede ser despertada y desarrollada.

Si la voluntad humana no fuese cognoscible, entonces sería simplemente inmutable, como la naturaleza de las fuerzas químicas, o más exactamente, sería precisa la continua influencia del clima, de la lucha, de la existencia de siglos para poder lograr una leve modificación, como se puede corroborar en las plantas y en los animales. Pero gracias al espíritu se dan influencias que pueden penetrar la voluntad más profundamente que las mencionadas que la ahogan y sacuden. Pero como hemos visto anteriormente algunos conocimientos pueden inflamarla de modo que se funda  y que pueda ser vista como una totalmente diferente , cuando entonces sus actos sean completamente distintos. Puesto que es como si un arbusto espinoso de repente se cubriese de higos y sin que se haya dado milagro alguno.

7) Pero en cada instante de su vida el hombre se halla en una unión de un daimón determinado con un espíritu determinado, en resumen, presenta una individualidad determinada, al igual que todas las cosas en la naturaleza. Cada una de sus acciones es el producto de ese carácter fijado en ese instante y de un motivo suficiente,y debe darse con el mismo grado de necesidad con que una piedra cae a tierra. Si sobre ella actúan muchos motivos al mismo tiempo, entonces ellos se situarán o de forma aparente frente a la voluntad, o como ubicados en el pasado o en el futuro, puesto que habrá de tener lugar una lucha en la que resultará victorioso aquél que sea más fuerte. Luego la acción resultará precisamente como si hubiese sido determinada ya desde el principio por solo un motivo suficiente.

8) Resulta de lo expuesto hasta aquí que las acciones del hombre no se generan siempre del mismo modo: o bien la voluntad sigue solamente su inclinación en el presente, sin considerar al futuro, sin atender en absoluto a su conocimiento en sentido amplio, o bien decide de acuerdo a su bienestar general. En el último caso obra o bien en consonancia con la naturaleza de su voluntad, o bien en contra de ella.

Si él, estando bajo el encanto del presente, actúa entonces según su inclinación y en contra de su saber más completo, al término de la acción, y de acuerdo a su relevancia, habrá de sentir la voz de su conciencia de forma más o menos intensa, o sea, aquella misma voz en su interior que antes de la acción, y considerando su bienestar general, instó a rechazar el disfrute presente; al término de la acción, el sonido de esta voz se tornará potente nuevamente y le reprochará su irreflexión. Le dirá: tú ya sabías que la renuncia se basaba en tu verdadero interés, y sin embargo has realizado la acción.

Los reproches de la conciencia se incrementan hasta llegar a un temor consciente, o bien por miedo al descubrimiento de una acción merecedora de castigo, o bien por miedo a una pena efectiva posterior a la muerte.

Algo distinto de la voz de la conciencia, pero muy emparentada con ella, es el remordimiento, puesto que el remordimiento se genera únicamente a partir de un saber posterior. Cuando he actuado con precipitación, o sea que mi conciencia no tuvo tiempo de advertirme cosa alguna, o cuando actué bajo la influencia de un motivo que yo sostenía como válido, pero que luego se presentó como algo falso, o cuando con posterioridad a la acción y siguiendo un saber justificado he fijado mi bienestar en algo totalmente distinto, entonces he perpetrado acciones que mi conciencia de ningún modo puede soportar, puesto que la voz que  ahora se me presenta en el remordimiento no pudo expresarse antes de la acción.

La voz de la conciencia, el temor consciente y el remordimiento son estados éticos de la voluntad, y, además, del displacer.

Aquí también pertenece la alucinación. Torturado por la voz de la conciencia, el daimón (dicho objetivamente: la sangre) alcanza una excitación tan violenta que fuerza al espíritu a siempre ocuparse exclusivamente de un objeto, por lo cual, debido a la incrementada acción de la vida cerebral, las impresiones del mundo exterior son reprimidas y, por ejemplo, la víctima del asesinato en la oscuridad  aparece de modo clara y puramente objetivo, presentándose ante un daimón lleno de espanto.

9) Entonces pareciera que el hombre está provisto de liberum arbitrium indifferentiae, o sea, que su voluntad es libre ya que, como hemos visto, puede realizar acciones que para nada reflejen su carácter, es más, acciones que sean completamente contrarias a su naturaleza. Pero este no es el caso: la voluntad nunca es libre y todo lo que ocurre en el mundo es por necesidad.

Todo hombre, al momento en que se le presenta un motivo, cuenta con un carácter determinado que debe actuar cuando el motivo es suficiente. El motivo surge por necesidad (puesto que todo motivo siempre es un eslabón de una cadena causal que es regida por la necesidad), y el carácter debe seguirlo necesariamente, puesto que él es determinado y el motivo es suficiente.

Entonces pongo el siguiente caso: el motivo es suficiente para mi carácter, pero insuficiente para la totalidad de mi yo, ya que mi espíritu se figura mi bienestar general como contramotivo y éste resulta más fuerte que aquél. ¿Entonces he actuado libremente puesto que mi carácter no cedió ante un motivo suficiente? ¡De ningún modo! Mi espíritu está determinado por naturaleza y su formación, en alguna dirección, sucedió por necesidad, puesto que pertenezco a una determinada familia, he nacido en una determinada ciudad, tuve una determinada formación, me he movido en un determinado entorno, tuve experiencias determinadas, etc. Que este espíritu formado por necesidad pueda brindarme en el momento de la tentación un contra-motivo más robusto que el resto no fisura en lo más mínimo la necesidad. Incluso un gato actúa en contra de su carácter, bajo la influencia de un contra-motivo, cuando nose relame por la cocinera, y sin embargo nadie le ha prometido al animal un libre albedrío.

Además aclaro aquí que la voluntad, por medio del conocimiento de su auténtico bienestar, puede ser llevada a tal punto que niegue su núcleo más íntimo y no quiera vivir más, o sea, que se sitúe en completa contradicción consigo misma. Pero, si hace esto, ¿lo hace libremente? ¡No! En la medida en que el conocimiento haya ingresado a ella de forma necesaria y deba seguirlo de forma necesaria. Ella no puede hacer otra cosa, al igual que el agua que no puede fluir cuesta arriba.

Entonces cuando vemos que un hombre no actúa según su carácter que no es conocido, estamos frente a una acción que de todas formas se dio necesariamente, del mismo modo que la de algún otro hombre que obró siguiendo su inclinación, ya que en el primer caso surgió de una voluntad determinada y de un espíritu capaz de deliberación también determinado, los cuales en conjunto actúan necesariamente. Deducir el libre albedrío a partir de la capacidad de deliberación del espíritu es el mayor error deductivo que puede ser cometido.

En el mundo siempre nos las tenemos que ver con movimientos necesarios de la voluntad individual, ya sean simples o resultantes de otros. La voluntad del hombre no es libre porque esté ligada a un espíritu capaz de deliberación, sino que por esa causa solamente posee un movimiento distinto al de los animales. Y aquí también yace el punto central de toda la investigación. Las plantas poseen un movimiento distinto al de un gas, un líquido o un cuerpo sólido; los animales, uno distinto al de las plantas; el hombre, uno distinto al de los animales. Esto último ocurre porque en el hombre la razón simple ha continuado su formación hacia una completa. Mediante esta nueva herramienta surgida de la razón el hombre desatiende el pasado, y, al contrario, se enfoca en el futuro: entonces para él el bienestar general puede desplazarse según sea el caso, y puede renunciar a un disfrute o soportar un pesar, o sea, forzarse a obrar acciones que no se corresponden con su voluntad. La voluntad no se ha vuelto libre, pero ha obtenido una ganancia extraordinariamente grande: ha conseguido un nuevo movimiento, un movimiento cuya gran significación habremos de conocer por completo más adelante.

Entonces el hombre nunca es libre, aún cuando él es portador de un principio que le permite actuar en contra de su carácter; ya que este principio ha surgido por necesidad, pertenece necesariamente a su ser ya que es una parte del movimiento inherente a él, y actúa por necesidad.

 

10) Hasta aquí hemos hablado de las acciones generales del hombre y hemos observado:

1) que la voluntad del hombre no es libre;

2) que todas sus acciones ocurren por necesidad;

3) que él puede figurarse un bienestar general mediante el espíritu, basándose en el impulso a la felicidad;

4) que dadas ciertas circunstancias puede renunciar a ese bienestar para sí, actuando en contra de su carácter.

Estos resultados se hallan inmediatamente en los portales de la ética. Ahora hemos de ingresar a su templo, o sea, hemos de examinar los actos de un hombre que se mueve en relaciones y formas determinadas e investigar su felicidad.

La primera relación que trataremos es el estado de naturaleza. Al mismo, en la ética, hemos de definirlo de un modo sencillo como la negación del estado, o como aquella forma de vida del hombre que ha precedido al estado.

Entonces si consideramos al hombre independientemente del estado, libre de su violencia, esto es, sencillamente como una parte más de la naturaleza, al igual que todas las otras voluntades individuales, éste no se halla bajo ninguna otra fuerza que no sea la de la naturaleza. Él es una individualidad cerrada sobre sí misma, que como todos los otros individuos, ya sea una fuerza química, una planta o un animal, anhela la vida de un modo determinado y se inclina incesantemente a mantenerse en la existencia, sin embargo, en esa inclinación se ve limitado por todos los otros individuos que presentan la misma inclinación.

Así surge la lucha por la existencia, de la cual resulta vencedor el más fuerte o el más astuto. Todos los hombres luchan para mantener su existencia: éste es el anhelo total de cada uno, y ninguna voz, ni desde lo alto ni desde las profundidades ni desde su interior, los limita en cuanto a los medios de los cuales puedan valerse. Todo está permitido por su egoísmo, todas las acciones que en el estado llamamos asesinato, robo, hurto, mentira, engaño, ofensa, etc., pues, ¿qué otro poder se contrapone a él en el estado de naturaleza que no sea igual al de querer mantenerse en la existencia como voluntad individual?

Ni se comete una injusticia en esta lucha, ni se tiene derecho ni sobre uno mismo ni sobre sus posesiones. Cada uno simplemente está allí y procura mantenerse en la existencia. Si uno puede realizar algo únicamente a través del asesinato o robo, entonces asesina o roba sin cometer injusticia, y si no puede defenderse a sí mismo ni a sus posesiones, entonces habrá de ser asesinado o robado sin que ocurra una injusticia en su contra; pues, ¿quién habría de evitarlo?, ¿quién puede impedírselo a los otros?, ¿un juez terrenal con potestad? No existe ningún juez en el estado de naturaleza. ¿El conocimiento de la existencia de dios? El hombre en estado de naturaleza no tiene conocimiento de la existencia de dios, al igual que los animales.

Justicia e injusticia son conceptos que carecen de significancia en el estado de naturaleza: únicamente en el estado cobran sentido,y hacia allí queremos dirigirnos.

 

11) Toda acción del hombre es egoísta, tanto la más elevada como la más baja; puesto que fluye desde una individualidad determinada, un yo determinado, frente a un motivo suficiente, y no puede impedirse de ningún modo. Remitirnos al motivo de la diversidad de caracteres no tiene lugar aquí; simplemente debemos tomarla como un hecho. Así resulta igualmente imposible al caritativo abandonar a su prójimo en la miseria, como al de corazón duro asistir al necesitado. Cada uno de los dos actúa según su carácter, su naturaleza, su yo, de acuerdo a su suerte, por lo tanto, de forma egoísta; ya que si el caritativo no secase las lágrimas de otro, ¿sería feliz? Y si el de corazón duro aliviase las penas de los otros, ¿se sentiría conforme?

Como consecuencia se presenta muy claramente la irrefutable verdad de que toda acción es egoísta. La he mencionado en este punto ya que desde ahora no podremos prescindir de ella.

Habitualmente en el estado de naturaleza el más fuerte o el más astuto es el vencedor y el más débil o el más necio es el vencido. Pero también puede ocurrir el caso de que el más fuerte sea superado o el más astuto sea burlado, pues, ¿quién protege al fuerte cuando está dormido?, ¿o cuando se vuelve viejo o está enfermo?, ¿o cómo puede él resultar vencedor si es atacado por débiles que se han asociado? En el estado de naturaleza estas relaciones de poder tan fácilmente mutables deben conducir a todos, tanto a los débiles como a los fuertes, al reconocimiento de que existe una limitación de poder mutua en el interés de cada uno.

No es aquí mi tarea investigar cómo tuvo lugar el paso del estado de naturaleza al estado, si por un impulso puramente daimónico o a través de la elección razonable de un mal menor. En ética aceptamos que el estado es una obra de la razón y responde a un contrato que los hombres habrían cerrado de forma reacia: por necesidad, para evitar un mal mayor que la limitación del poder individual de cada uno.

El carácter fundacional de un auténtico estado, incluso en su forma más imperfecta, es que pueda darle a sus ciudadanos más que lo que les quita, que a todos en general asegure un beneficio que supere al sacrificio, pues si el beneficio fuese exactamente tan grande como el sacrificio, nunca habría surgido el estado.

Entonces se reunieron unos hombres, conducidos por el conocimiento de que es imposible tener una vida segura en el estado de naturaleza, de que una vida insegura es un mal basado en las disposiciones naturales, y de que es imposible superarlo si uno se vale de los caminos usuales, y dijeron: “todos somos hombres violentos, cada uno de nosotros está encerrado en su propio egoísmo y se considera a sí mismo como si fuese la única realidad en el mundo; si es posible dañar a otros para nuestro beneficio, lo hacemos;  pero de este modo no está garantizado nuestro bienestar. Tenemos que dormir, tenemos que alejarnos de nuestros refugios, porque de lo contrario, nos morimos de hambre, puede ser que nos enfermemos, y nuestras fuerzas pueden menguar con la edad. Así nuestro poder es a veces mucho y a veces poco, y todas las ventajas que logramos cuando éste es mucho, desaparecen en un minuto cuando se torna poco. Nunca estaremos dichosos con nuestras posesiones puesto que nunca están seguras. ¿De qué nos sirve entonces la satisfacción de nuestros anhelos si al final sólo perdemos? Queremos que de aquí en adelante las posesiones de cada uno de nosotros peranezcan indiscutibles”. Y recién allí surgió el concepto de robo, que en el estado de naturaleza era imposible, pues él surge y tiene lugar con las posesiones garantizadas.

Ellos dijeron además: “todos somos hombres violentos, cuando alguien se interpone entre nosotros y nuestro beneficio, entonces  solamente nos disponemos a pensar cómo podemos borrarlo del medio y atentar contra su vida. Pero nuestra fuerza o astucia no es siempre igual. Hoy podemos vencer y mañana, ser vencidos. De este modo nunca podemos estar satisfechos con nuestras vidas, ya que siempre acecha el peligro de perderla. Entonces queremos sacrificar una parte de nuestro poder para que aumente nuestro bienestar general, y de este modo declaramos: en adelante ha de estar asegurada la vida de cada uno de nosotros”. Y recién allí surgió el concepto de asesinato, puesto que designa la eliminación de una vida que está garantizada.

De ese modo los hombres se limitaron por medio de la ley primigenia:

1) nadie ha de robar

2) nadie ha de asesinar

Se había cerrado un contrato, el contrato social, y cada uno que lo había suscrito contaba con derechos y obligaciones de los que no podría disponer en el estado de naturaleza, puesto que ellos surgen y cesan con un contrato. Ahora cada uno de ellos tenía la obligación de no disponer ni de las posesiones ni de la vida del resto, y por ello gozaba el derecho de disponer de sus posesiones y de su vida. Este derecho era lesionado si era robado o amenazado de muerte, y por ello habría de ocurrir una injusticia, algo que en el estado de naturaleza resultaría completamente imposible.

La consecuencia inmediata de esta ley era que cada uno de los individuos había depositado en manos de un juez el poder al que había resignado y así fue instituido un poder que era mayor que el de los individuos. Así cada uno de ellos pudo ser forzado a actuar acorde a derecho, ya que a la institución de la ley le sigue el castigo que no es otra cosa más que un contramotivo para una posible acción prohibida. En la medida en que ella entre en vigencia, la ley sencillamente se conservará en su efectividad.

Si dentro de un estado un individuo se ve amenazado en sus posesiones o de muerte, habrá de ocurrir una injusticia, y si el estado no puede evitarla en el instante en que se presenta, entonces en lo que respecta al infractor de la ley tendrá lugar un estado de excepción. El infractor de la ley arbitrariamente se habrá situado en el estado de naturaleza y el individuo atacado podrá perseguirlo. Entonces estarán permitidos todos aquellos medios que contempla el estado de naturaleza, y se podrá reducir al agresor con violencia o astucia, con engaño y mentira, incluso matarlo sin incurrir en injusticia alguna, si es que la propia vida se ve amenazada.

Por lo tanto, el estado es aquella institución que protege la individualidad de cada uno, sea cual sea su extensión (mujeres, niños, propiedades), y que para ello exige no disponer de la individualidad del resto. Además se exige a cada ciudadano como obligación primera: sumisión a la ley, obediencia. Luego exige la protección de los medios para poder ejercer su función protectora, ya sea en contra de los infractores de la ley , ya sea en contra de enemigos externos, esto es a las víctimas en su patrimonio o cuerpo, o dicho de un modo aún más general, como obligación segunda, la protección del estado.

 

12) Mediante la ley primigenia del estado se ha incrementado el saber de los hombres. Cada uno sabe que debe renunciar a acciones si no quiere poner en juego su bienestar general, y el espírito lo contiene en el momento de la tentación figurándose la amenaza de castigo como un contramotivo.

Si examinamos primero el bienestar general del hombre en el estado -aquí consideramos al estado en su forma primitiva, como simple institución forzada a partir de las leyes pensadas-, entonces no puede ser puesto en duda que éste es mucho mayor que el del estado de naturaleza, pues aquí el hombre está libre de la continua preocupación por sus posesiones y por su vida. Ambas cosas están ahora garantizadas por un poder cuya obligatoriedad se presenta fácticamente.

 

Y por encima de cada hogar, sobre cada trono

pende el contrato cual el arma de un querubín

(Schiller)

 

¿Pero cómo se relaciona esto con la felicidad de los hombres?

Entonces ahora es el momento de examinar más de cerca el concepto de felicidad en general. La voluntad, como sabemos, ha de entenderse como movimiento incesante, puesto que ella desea la vida continuamente. Si cesase de hacerlo por un instante, entonces estaría muerta. Ese querer fundamental está objetivado en la vida de la sangre, que es independiente de nuestro arbitrio, que es un querer compuesto de sensibilidad, irritabilidad y acción de la sangre. Entonces el daimón, la auténtica voluntad de vivir, se encuentra satisfecho cuando dispone de vida, y, cuando no dirigimos nuestra atención hacia él, simplemente se manifiesta de forma débil en la conciencia. Pero, como hemos visto, el hombre quiere en segundo lugar una vida más elevada: anhela, con la ayuda del espíritu, un sentimiento vital aumentado, y de este modo la voluntad de vivir se vuelve apetencia de vivir, apetencia por una determinada forma de vida. Toda apetencia es básicamente una carencia, ya que mientras se mantenga, no se posee aquello que se anhela. Por ello es un vívido sentimiento de displacer. Pero si logra ser satisfecha, esta satisfacción inmediatamente se expresa como un sentimiento vital más elevado, y, de hecho, como disfrute, o sea, un vívido sentimiento de felicidad. De este modo tiene lugar una igualación.

Así todo sentimiento vívido de felicidad es adquirido a partir de un sentimiento vívido de displacer, y, básicamente, la voluntad no obtiene nada con una adquisición de este tipo. En efecto, puesto que el anhelo se mantiene por mucho más tiempo que el sentimiento de su satisfacción, la voluntad es permanentemente engañada, cuando interrumpe su paz para buscar un disfrute a través de un anhelo.

Por esto el hombre es feliz en su estado normal, al cual hemos definido en la física de modo más detallado, y en los más exaltados estados de placer. La característica de la felicidad es siempre la satisfacción en el corazón. Somos felices cuando la calma superficie del espejo de agua del corazón no se mueve, y también somos felices en el momento en que saciamos un anhelo.

A partir de esta determinación de la felicidad se genera por sí sola la de la infelicidad. Somos infelices en los estados de displacer. Sin embargo, puede parecer que no sea posible ser infeliz en el momento del anhelo, que en el vívido movimiento hacia un fin ya haya un gran disfrute. Pero no es el caso, puesto que si sintiésemos placer ya en el anhelo, entonces, como diría un comerciante, descontaríamos la satisfacción, y esa oscilación entre anhelo y saciedad experimentada de forma previa nos llevaría a un estado mixto que no nos permitiría experimentar la pura carencia. Y en el momento en que se diese la satisfacción, sería esencialmente más débil.

Además somos infelices, y de hecho muy infelices, si, considerando nuestro bienestar general, acallamos un anhelo y lo reprimimos o soportamos un padecimiento, en resumen, cuando debemos actuar en contra de nuestro carácter.

Ahora nos situamos nuevamente frente a la cuestión: ¿el hombre es más feliz en el estado que en el estado de naturaleza? Sin embargo no podemos responder esto mismo en la ética, puesto que aquí ante todo sería necesario que se nos presentase claramente el proceso completo de desarrollo de la humanidad. En la política habremos de afrontar la cuestión y aquí nos conformaremos con la simple investigación sobre si el hombre es feliz con las leyes estatales antedichas.

Salta de inmediato a la vista que no puede ser el caso. Según su carácter el hombre quiere para sí las bonanzas del estado de derecho, sin embargo aborrece las cargas y las asume muy en contra de su voluntad. Él se encuentra bajo el influjo de un motivo más fuerte, del mismo modo en que en el estado de naturaleza debe apartarse de un oponente más poderoso; se siente forzado y por ello, disconforme. Cuando es ofendido, quisiera vengarse de forma desproporcionada, por otra parte, si es él quien ofende, quisiera poder ampararse en la protección de una autoridad. Además, quisiera disponer de un árbitro que le asegure tener razón en las disputas, en la misma medida en que quisiera saber que sus posesiones y su vida van a estar protegidas de los anhelos de fuerzas extrañas, pero por otra parte, aleja violentamente sus manos del dinero si tiene que pagarle al árbitro y se resiste con toda violencia a tener que proteger con las armas a su patria. Él aspira continuamente tanto a gozar del derecho, sin padecer los castigos, como a depositar las cargas en las espaldas de los otros y pudiendo disfrutar de los beneficios de la vida en comunidad. Su bienestar general se ha incrementado por medio de las leyes, pero se siente desdichado debido a las mismas leyes.

 

13) El estado, en la forma en que lo hemos concebido, no vincula a los individuos en ninguna otra forma que no sea en la misma en que los ha unido el contrato. Solamente les exige a ellos que ayuden a proteger la comunidad y que no agredan a sus conciudadanos. Los pena si roban o asesinan a otro ciudadano, pero no los castiga si, sin violar la ley, lo explota, desampara o deja morir de hambre.

Pero en el desarrollo necesario de la humanidad se ha llegado a que el hombre, ya salido del estado de naturaleza, haya limitado más aún de lo pretendido por el estado la asociación de su egoísmo natural. El poder sobre el cual recayó esta tarea fue la religión.

Cuando el animal homínido, desde el escalón más bajo, se hubo desarrollado en hombre a través de la asociación de lo pasado con lo presente y futuro por medio de las disposiciones espirituales superiores, se vio indefenso como individuo, en manos de un poder enemigo que en cualquier momento podía destruir sus posesiones y su vida. El hombre reconoció que ni él ni una asociación de ellos estaba en condiciones de hacer algo contra esta fuerza, y ante esto se derrumbó en el polvo, desconsolado y sintiendo total impotencia. Así se dio en el rudo hombre primitivo el primer contacto con una fuerza incomprensible y sobrenatural, que se podía manifestar en la naturaleza de forma terrorífica, anonadante y desolante; y se figuró a los dioses. En absoluto podía actuar de otro modo, pues por un lado esta fuerza era difícil de ignorar, y por el otro, su inteligencia era tan débil que no podía comprender la naturaleza y su verdadero entorno de ningún otro modo.

Aquí no es el lugar para desarrollar el proceso evolutivo de la religión. En la política habemos de verlo más detalladamente, y ahora nos situaremos al final de éste, es decir, sobre las bases de la religión cristiana, que debe ser reconocida como la mejor y más lograda de todas las perspectivas. Ella nos presenta un dios sobrenatural, absoluto, benevolente, todopoderoso y omnisciente, y anuncia su voluntad. Ella, además, conforma las leyes del estado, en la medida en que les exige a los hombres: “¡debéis ser sumisos a la autoridad!” Luego añade: “pero no solamente no debéis violar las leyes, o sea, no robar, no faltar al matrimonio, no violar, no asesinar, sino que también debéis amar a vuestros prójimos como a vosotros mismos.”

¡Una exigencia desatendida! El rudo y frío egoísta, cuyo lema es: “Pereat mundus, dum ego salvus sim”, debe amar a su prójimo como a sí mismo. ¡Como a sí mismo! ¡Oh, él sabe con precisión qué significa, él conoce todo el peso del sacrificio que debe hacer! Debe olvidarse del ser más odiado al cual para nada puede concederle derecho a existir. No puede hacer las paces con esta concesión y se retuerce como un gusano. Se resiste a este mandamiento con toda su individualidad inmediatamente percibida y le ruega a los sacerdotes que no le exijan algo imposible. Pero siempre han de repetir: “¡debéis amar al prójimo como a vosotros mismos!”

Aquí damos por sentado, entiéndase como dicho pasar, que todos los hombres se emplazan en los fundamentos del cristianismo. Creen en Dios, en la inmortalidad de sus almas, en la justicia divina. Toda lesión de las leyes estatales, como toda desatención de los mandatos divinos, es un pecado y ninguno de ellos se le escapa al Dios omnisciente. Todo pecado ha de ser castigado y toda acción dentro de la ley, recompensada. Creen en el Reino de los Cielos, la morada de los santos, y en un infierno, morada de los condenados.

 

14) Pero la religión cristiana no se detiene con el mandamiento de amar al prójimo. Además añade una profundización, de modo que le pide al hombre que ame al prójimo sin excepión, incluyendo a los enemigos.

 

Entonces si amáis a quienes os aman, ¿qué mérito habrá en ello?

Entonces si sois amigos solamente de sus hermanos, ¿qué hay de especial en ello?

¡Amad a vuestros enemigos, bendecid a quienes os maldicen, sed bondadosos con quienes os odian!

(Mateo 5)

 

Luego exige pobreza y moderación en todo placer permitido. No exige la represión del impulso sexual, pero a la virginidad se le concede la recompensa más alta: el acceso inmediato al Reino del Señor.

Resulta claro que mediante estos mandamientos el egoísmo natural de los creyentes se encuentra totalmente contenido. La religión se hubo apoderado y aferrado a toda aquella parte que el estado había dejado descubierta. Aquí la voz de la conciencia tiene mucho mayor peso. El hombre no puede llevar a cabo ninguna acción sin que antes la conciencia se haya expresado. Aquí es preciso que abandone todas las acciones que habrían de emanar naturalmente de su carácter si no quisiese asegurar su bienestar general, puesto que al ojo de Dios nada se le pasa por alto. Se puede engañar a los hombres, se puede engañar a las autoridades, pero ante Dios este arte encuentra un límite.

 

In the corrupted currents of this world,

Offence’s gilded hand may shove by justice,

And oft ’t is seen, the wicked prize itself

Buys out the law, but ’t, is not so above:

There is no shuffling, there the action lies

In his true nature. (Shakespeare.)

 

(En las corrientes corruptas de este mundo

La mano de oro de la ofensa puede rechazar la justicia

Y a menudo un desdeñable botín parece comprar

La injusticia; ¡pero no es así allí arriba!

Allí no es válido ningún artificio, puesto que

La acción se manifiesta en su forma verdadera.)

 

Tampoco es posible encontrar alguna escapatoria. La muerte habrá de ocurrir, y entonces comenzará o bien una vida eterna de felicidad, o una de tormentos. ¡Una vida eterna! ¿Qué es el corto tiempo de una vida frente a la eternidad que estamos considerando? ¡Ser feliz eternamente; tener que sufrir eternamente! Y se cree en el Reino de los Cielos, y se cree en el infierno: allí está la cuestión.

Por ello el auténtico bienestar del hombre no puede estar en la tierra. Consiste en una vida eterna plena de felicidad que es posterior a la muerte, y aunque el más íntimo ser del hombre astuto se resista a los mandatos de la religión los sigue de todos modos: el duro de corazón ayuda a su prójimo, el avaro le dona al pobre, y algún día todo ello habrá de ser recompensado cien o mil veces.

Así si quien es naturalmente egoísta vive siguiendo los mandatos de la religión, no habrá entonces ninguna duda de que su bienestar, considerado en su totalidad, habrá de incrementarse, pues él cree en la inmortalidad del alma y debe pensar en la vida eterna. ¿Pero es feliz? ¡De ningún modo! Está descontento con Dios: “¿por qué no puedo ser feliz sin tener que contener mis impulsos?, ¿por qué no puedo ser feliz aquí y allá? ¿Por qué he de aquirir una vida dichosa después de la muerte a tan alto precio?” Efectivamente se aferra al mal menor, se asegura el bienestar mayor, pero con un corazón partido y rencoroso. Es infeliz en la tierra para ser feliz después de la muerte.

 

15) Cuando de aquí en adelante regresemos al estado y a la religión, y examinemos las acciones que sean contrarias al carácter del hombre y que hayan sido forzadas por motivos establecidos que sean más poderosos, estos habrán de llevar entonces el sello de la legalidad, sin embargo carecerán por completo de valor moral.

Aquí se presenta la cuestión: ¿qué es la acción moral? Hasta ahora no se ha discutido jamás si ella debe corresponderse por completo con las leyes primeras del estado y con los mandatos de la religión, dicho con otras palabras, si ella debe ser legal, respecto de las leyes estatales y divinas. Todos los moralistas están de acuerdo en que ha de sostenerse al menos una parte de la sentencia:

 

Neminem laede; imo omnes, quantum potes, juva

 

Este ha de ser un criterio irrefutable. Pero obviamente no es suficiente, y a él debe añadirse algún otro para poder reconocer una acción moral.

La ausencia de toda motivación egoísta jamás podrá ser un segundo criterio de las acciones morales. Todas las acciones son egoístas, y es un caso excepcional completamente impensable, ya que o bien obro de acuerdo a mis inclinaciones, o lo hago en contra de mi carácter: en el primer caso actúo de forma incondicionalmente egoísta y en el segundo caso no se trata de otra cosa más que si quiero someter a mi carácter, debo contar con un determinado interés, ya que, de lo contrario, no podría moverme, al igual que una piedra en reposo. Entonces no se posee un valor moral, porque cada una de las acciones es egoísta; no se lo posee, porque me impulsa la esperanza de una recompensa (entre la cual se cuenta también la autosatisfacción) o el temor a un castigo (que incluye el descontento en mi corazón): esto nunca puede derogar su relevancia ética.

Una acción posee valor moral, si

 

1) como ya se ha remarcado, se corresponde con las leyes del estado o con los mandamientos de la religión, o sea, si es acorde a la ley,

2) se la efectúa gustosamente, o sea, si suscita en quien actúa un estado de profunda satisfacción, de pura felicidad.

 

Resulta claro, siguiendo lo antedicho, que obra moralmente todo aquél cuyo carácter es honrado y generoso, ya que de un carácter tal fluyen por sí mismas las acciones morales, y ellas dan al individuo la misma satisfacción que siente cualquiera que puede actuar según su carácter. ¿Pero cómo se posiciona esta definición frente a aquéllos que no cuentan con una buena voluntad innata? ¿Son incapaces de obrar moralmente y en el mejor de los casos solamente pueden actuar de acuerdo a la ley? ¡No! También sus acciones pueden tener valor moral; pero la voluntad debe experimentar una transformación brusca o sostenida: ella debe inflamarse de conocimiento, el conocimiento debe fecundarla, entusiasmarla.

 

16) Vuelvo a recordar que nos encontramos siempre en el contexto del estado y el cristianismo.

Todas las acciones del hombre brotan necesariamente de su idea, y es completamente indistinto si éstas son según su carácter o en contra de él, puesto que están siempre de acuerdo con su bienestar general. Siempre son el producto de su idea y de un motivo suficiente. Absolutamente nadie puede actuar en contra de su carácter sin obtener un beneficio de ello: es una mera imposibilidad. Pero bien puede cualquier persona reprimir su naturaleza si obtiene un beneficio de ello, y, por lo tanto, estas acciones son tan necesarias como cualquier otra. Solamente tienen un origen más complicado, puesto que la razón visualiza los motivos, los sopesa y la voluntad sigue al de mayor peso.

Tomemos entonces a un ciudadano inculto que a disgusto cumple sus obligaciones hacia el estado por miedo al castigo. Esto no debe causar sorpresa, ya que él carece de un entendimiento claro de la esencia del estado. Nunca ha reflexionado acerca de ello, y nunca nadie se ha tomado el trabajo de explicárselo. Además, por otro lado, desde su juventud él ha oído las quejas hacia las cargas del estado, y más tarde ha experimentado por sí mismo qué tan penoso es entregar sus ofrendas a una institución, y no poder entrever la utilización de ellas. A pesar de todo, obedece, ya que se siente demasiado débil para luchar en contra de las autoridades.

Ahora supongamos que el entendimiento de este hombre sea instruído de algún modo. Él sentiría dentro de sí el miedo al hombre en estado de naturaleza, y se representaría el horror de la llegada de la anarquía, o de una guerra en territorio nacional contra una potencia extranjera: él vería desaparecer en un instante los frutos de sus esfuerzos de muchos años, vería la humillación de su esposa, el peligro de perder a sus hijos, a sus padres y a sus hermanos, en pocas palabras, de perder lo más querido que posee. Además reconocería el valor del pueblo al cual pertenece y la buena fama que goza entre otros pueblos: sentiría orgullo y desearía sinceramente que este reconocimiento jamás se pierda, que él, estando en el extranjero, nunca sea tratado con desprecio si menciona su patria. Y finalmente se deleitaría considerando cómo todas las formas de progreso cultural de la humanidad dependen de las rivalidades entre las individualidades nacionales, y cómo a su pueblo se le ha concedido una misión especial en esta competencia. Además comprendería claramente que todo esto se logra, o, por el contrario, se impide, si todos los ciudadanos cumplen todas sus obligaciones por completo.

Este conocimiento habría de trabajar permanentemente en su voluntad. El egoísmo natural habría de alzar la voz y sostener: es preferible dejar que los otros también se empeñen y compartir con ellos el fruto del esfuerzo. Pero el entendimiento no descansa nunca y habría de remarcar permanentemente que todo esto únicamente puede ser alcanzado si cada uno cumple con su obligación. En esta lucha contra sí misma la voluntad puede inflamarse y dar a luz al amor a la patria. Este conocimiento que solamente es comparable a algún resto de madera que flota en la superficie podría tornarse pesado y hundirse a causa de la voluntad. En adelante las ofrendas requeridas habrían de ser tributadas con gusto y quien las brinda habría de sentir una gran satisfacción. Además se sabría en concordancia con la ley, dicho en pocas palabras, estaría actuando moralmente.

Ahora queremos figurarnos un hombre que a disgusto, y solamente por miedo al castigo, da a cada uno lo suyo. En algún momento propicio habrá de entender claramente que la limitación que el estado impone a los individuos es completamente necesaria; que si bien sería muy agradable poder enriquecerse a costas de los otros, habría de darse el caso que todos quieran esto mismo y por tanto tendría lugar el retroceso al estado de naturaleza; de inmediato se representará vivamente la guerra de todos contra todos y los beneficios que la ley tan generosamente le garantiza. Incluso habrá de detenerse con gusto en la figuración de una comunidad en la que todos sus miembros actúen de forma honrada, tanto en lo más pequeño como en lo más elevado. A pesar de todas las quejas del egoísmo natural, la voluntad puede inflamarse del entendimiento y permitir que se arraigue en ella la virtud de la justicia. Al mismo tiempo se impone la máxima: quiero actuar siempre sincera y honradamente, y, a partir de ello, de corazón acompañar a todas estas acciones con un sentimiento de pura satisfacción. También él habrá de sentirse que está de acuerdo con la ley, o sea, que habrá de actuar moralmente.

Finalmente pensemos en un cristiano creyente, que en cuanto puede acude ante la necesidad de su prójimo, pero, sin embargo, no por generosidad innata, sino que por temor al infierno y pretendiendo una recompensa en el Reino de los Cielos.

Dada una desgracia: una enfermedad severa, una gran pérdida, una amarga injusticia que lo perjudique, habrá de recogerse por completo sobre sí mismo y buscar consuelo en Dios, puesto que no habrá de encontrarlo en ningún otro sitio. Él habrá de considerar su vida pasada y verá con dolor mezclado con asombro, ya que nunca antes se había visto en una conmoción interna de este tipo y que por lo tanto nunca se había figurado la vida cotidiana con una luz tan clara, que su vida no ha sido otra cosa más que una cadena de carencias y calamidades, miedo y dolor, grandes pesares y breves y pasajeras alegrías. Además habrá de ver cómo se le figura a su espíritu la vida de sus conocidos; todo junto se le presentará todo aquello que experimenta en el transcurso del día y todo lo que ha perdido de vista en la confusión de tantas cosas, y se sorprenderá de este ordenamiento: ¡qué cantidad de desgracia por una parte y, por otra , qué pobres alegrías!

Es algo miserablemente pesado vivir para todos los hombres; desde el seno materno hasta ser enterrado en ella, la madre de todos nosotros.

Aquí siempre hay preocupaciones, temores, esperanzas y finalmente la muerte, tanto para aquellos que gozan de altos honores, como para el más insignificante sobre la tierra. Tanto para aquél que lleva traje de seda y corona como para quien solamente posee un tosco mameluco; aquí siempre hay enojo, celos, contrariedades, discordia y peligro de perder la vida, envidia y disputas.

(Jesús ben Sirá, 40° cap.)

Y entonces se le hará patente la hora de su muerte, que habrá de ocurrir ya sea en poco o mucho tiempo. No pensará en el infierno, sino que oscilará en un contraste total entre una vida terrenal ya considerada como tortuosa y la vida eterna en el seno de Dios. Habrá de pensarla libre de preocupaciones, sin pesares, carencias, envidias, disputas, libre de desgracias y dolores físicos, libre de cambios, libre de generación y corrupción, y por lo tanto: plena de felicidad. Habrá de recordar el estado inexpresablemente dichoso de su corazón en aquel momento en que estuvo sumergido en la contemplación estética, y se figurará en un estado tal, sin interrupción, en la contemplación de Dios y la grandeza de su Reino, frente a lo cual aún lo más bello de este mundo ha de ser impuro y horrible. ¡Contemplación eterna y feliz!

Entonces habrá de apoderarse de él una nostalgia violenta, una demanda furiosa que nunca había sentido de ese modo, y su voluntad se inflamará. Su corazón habrá de apoderarse de esa idea y no la abandonará jamás: esta idea habrá de convertirse en su manera de pensar. Esta demanda en adelante estará orientada hacia una sola cosa: hacia la vida eterna y su paz. Y en la medida en que esta demanda se torne más ardorosa, habrá de morir más y más para el mundo. Todos los motivos que puedan excitar su carácter habrán de ser derrotados por uno: ser feliz después de la muerte, y el arbusto espinoso habrá de dar damascos sin que esto sea un milagro o que haya ocurrido un presgio divino. Habrá de ser como si los hechos brotaren de una buena voluntad llevando el sello de la moralidad. El hombre actuará en concordancia con el mandato del Dios en el cual cree con firmeza, y habitará en el Reino de los Cielos ya sobre la tierra, pues, ¿qué otra cosa más que paz en el corazón es el Reino de los Cielos?

“Veréis que el Reino de Dios está en el interior de vosotros.”

 

17) La transformación de la voluntad por medio del conocimiento es un hecho al cual la filosofía no puede pasar por alto; de hecho, éste es el fenómeno más importante y significativo del mundo. Pero es poco frecuente. Se presenta en silencio dentro del individuo y, a veces, de forma ruidosa dentro de muchos al mismo tiempo, siempre de forma necesaria.

El conocimiento es la condición, y más precisamente, el conocimiento claro de un enorme beneficio seguro, que supera a todas las otras ventajas. Debemos sostener esto como unaverdad fundamental de la ética. La acción más santa solamente en apariencia es carente de ego; ella es egoísta, al igual que la más ruin e infame, puesto que ningún hombre puede actuar en contra de su propio yo, su sí mismo: es algo imposible por antonomasia.

Pero debe marcarse una diferencia; ya que las acciones ilegales, legales y morales pueden ser estrictamente diferenciadas entre sí por la filosofía, si bien todas ellas son igualmente egoístas, debo decir por lo tanto que todas las acciones ilegales (prohibidas por la ley) y todas las acciones legales (efectuadas con contrariedad, por miedo al castigo) emanan del egoísmo natural, y que todas las acciones morales (ya sea que broten de una voluntad que sea buena de forma innata, o de una voluntad inflamada) emanan de un egoísmo esclarecido. De este modo son clasificadas todas las acciones que le interesan a quien estudia ética. Su carácter necesariamente egoísta está garantizado, y sin embargo se ha introducido una diferencia crucial. También se puede afirmar que el egoísmo es la raíz común de dos troncos: el del egoísmo natural (tosco) y el del esclarecido, y toda acción se corresponde con alguno de estos dos troncos.

 

18) Mientras más grande sea el beneficio, y en la medida en que se muestre como algo más seguro, tanto más rápido se inflamará la voluntad con este conocimiento; de hecho es seguro que la voluntad habrá de inflamarse, si el beneficio supera ampliamente a todas las otras ventajas, y éste no habrá de ser puesto en cuestión. Para ello es completamente indiferente si el beneficio es o bien uno efectivamente mayor y más seguro, o bien si simplemente se constituye en la imaginación como uno tal. Puede ser que a los otros se les antoje juzgarlo y reírse de él, cuando solamente el individuo en cuestión no duda de esto y se encuentra subyugado por sus dimensiones.

La historia corrobora de un modo imposible de contradecir el hecho de la excitación moral de la voluntad. No se puede dudar por un lado del auténtico y efectivo amor a su patria por parte de los griegos durante las guerras persas, y por otro lado de que ellos de hecho también habrían considerado a la vida como algo especialmente valioso, pues, ¿qué le faltó a este bendito pueblo? Fue la única ramificación de la humanidad que poseyó una juventud hermosamente dichosa, a todas las otras les sucedió lo mismo que a los individuos que debido a alguna circunstancia no consiguen tomar conciencia de su propia juventud y olvidan mortalmente su fortuna disponible. Y precisamente porque los griegos supieron apreciar la vida en su tierra pudieron ejercer sus deberes ciudadanos con ardiente amor a la patria; pues ellos eran un pueblo pequeño al ser atacados por la potencia colosal de los persas, todos ellos debieron estar convencido de que la victoria solamente sería posible si cada uno era capaz de resistir con su vida, y todos ellos eran conscientes de qué suerte correrían con una derrota: serían arrastrados a la esclavitud. Allí tuvo que inflamarse la voluntad, allí cada boca tuvo que pronunciar: ¡es preferible la muerte!

Cuán distintas son la circunstancias hoy en día, nótese al pasar. Ciertamente un pueblo portador de cultura aún hoy pierde mucho al ser derrotado, pero la desventaja es significativamente menor que en ese entonces, y la mayor parte de los individuos no logran advertirlo. En ello actúa el corrosivo veneno del cosmopolitismo, que en las circunstancias actuales solamente debe ser suministrado a un pueblo con suma precaución, si es que puede actuar de forma beneficiosa. “Todos los hombres somos hermanos; no hemos de luchar contra nuestros hermanos; el mundo es nuestra patria”; esto claman los espíritus más inmaduros que no saben de la historia de su país, y ni hablar del lento avance de la humanidad según una única ley inmutable que se manifiesta en las formas más variadas. Y por esto hoy es tan raro encontrar un auténtico y duradero amor a la patria, que no haya de ser confundido con el gusto por la arenga y el ardor patriótico que se esfuma rápidamente.

Además la auténtica y firme creencia produce las conversiones más repentinas. Uno recuerda las más sublimes manifestaciones de los tres primeros siglos del cristianismo. Hombres que incluso el día anterior a su conversión estaban volcados por completo a cosas mundanas, comían opíparamente y vivían lujosamente; y de una vez por todas no pensaron en otra cosa más que en la salvación de su alma inmortal y ofrecieron con gusto sus vidas entre los más agraciados mártires. ¿Ocurrió un milagro? ¡De ningún modo! Habían reconocido con claridad dónde se encontraba la salvación; habían reconocido que años de tortura no son nada frente a una eternidad tortuosa; que la vida terrena más dichosa no es nada frente a la felicidad eterna. Y se creyó en la inmortalidad del alma, tanto como en una justicia tal cual como la explica la iglesia. Entonces esos hombres tuvieron que renacer, la voluntad de cada uno debió inflamarse, del mismo modo en que una piedra arrojada debe caer al piso. De la misma manera en que antes cada uno de ellos vivía la gran vida y con temor procuraba alejarse del dolor, ahora dejaba sus posesiones a los pobres y se marchaba para dar su testimonio: “¡yo soy un cristiano!”; ya que sencillamente de la noche a la mañana se había hecho patente en la propia conciencia un motivo irresistiblemente poderoso:

 

A aquél que me reconozca ante los hombres lo reconoceré frente a mi Padre Celestial (Mateo, 10).

Dichosos aquellos que sean perseguidos por querer la justicia, de ellos es el Reino de los Cielos (Mateo, 5).

 

La atmósfera estaba tan colmada por la nueva enseñanza, que incluso produjo una epidemia espiritual. Se precipitaban grandes masas al tribunal del gobierno romano y clamaban por la muerte más tortuosa. Según cuenta Tertuliano, un pretor clamó a una de estas multitudes: “¡Miserables! Si deseáis morir, entonces tendréis soga y patíbulo.” Él no sabía que se trataba del Reino de los Cielos y éste, siguiendo el fervor imperante, se conseguía del modo más directo a través del martirio.

Por el momento hemos de prescindir de los mártires y considerar las manifestaciones más simples, y entonces por todos los rincones se ha observado auténtico amor al prójimo en hombres de cuyo carácter éste no podría emanar. Todos ellos eran parecidos a los conversos, pero -queremos dejar claro esto-, por necesidad y de un modo totalmente natural.

 

19) La inflamación moral de la voluntad es un hecho al que intento explicar en lo presente como algo puramente inmanente. Es un hecho al igual que la transformación del estado normal de una idea química en uno eléctrico, al igual que la transformación del estado normal del hombre en uno afectivo. A éste quiero denominarlo entusiasmo moral. Al igual que el estético, es un movimiento doble, pero esencialmente distinto de aquél. En primer lugar, y a diferencia del otro, no es un movimiento conjunto, puesto que sus partes están ampliamente distanciadas en el tiempo. La primera parte, retrasada respecto de la otra, es un intenso pendular de la voluntad entre placer y displacer producido por un conocimiento genial, mientras que la primera parte del entusiasmo estético es el estado estético carente de dolor. Su segunda parte, por otro lado, no es un intenso brote de la voluntad, sino que es la sencilla paz en el corazón. Esta paz en el corazón es capaz de incrementarse, siendo esto algo muy peculiar. Entonces, siempre bajo la continua influencia de un conocimiento esclarecido (o sea, no por medio del displacer de un anhelo), ésta puede incrementarse en:

 

1) el ánimo moral,

2) la dicha moral,

3) el amor moral,

 

El individuo que se encuentra en el entusiasmo moral, ya sea pasajero o duradero, ya sea manteniéndose en los fundamentos del estado, o con la ayuda de su creencia, o suscitado únicamente por su creencia, tiene únicamente un propósito en la mira, en el cual se encuentra su beneficio verdadero o aparente, y para el resto de las cosas se halla muerto. Así aquél hombre noble que se ha inflamado por una misión de su patria dirige a su mujer e hijos las siguientes palabras: “¡mendigad si pasáis hambre!”; así el justo prefiere desplomarse en el camino y dejarse morir de hambre en silencio antes que manchar con bajezas su pura y luminosa alma, así el santo abandona a su madre,hermanas y hermanos; los niega diciendo: “¿quién es mi madre, quiénes son mis hermanos?”, puesto que se han roto todos los anclajes que los tenían aferrados al mundo, y simplemente la vida eterna se ha apoderado por completo del ser de cada uno de ellos.

 

20) Ya hemos visto que una acción moral consiste en que las imposiciones del estado y del cristianismo se cumplan conjuntamente y sintiendo satisfacción al hacerlo, y no hemos marcado ninguna diferencia entre si ella procede de una voluntad originalmente buena o si lo hace de una inflamada. Hemos visto además que la voluntad solamente puede inflamarse a través del claro conocimiento de un enorme beneficio. Esto es muy importante y debe ser reafirmado.

Finalmente resulta de lo expuesto hasta aquí que un auténtico cristiano cuya voluntad se ha inflamado por completo con la doctrina de la armoniosa santidad -o sea, un santo- es el hombre más dichoso que pueda ser pensado, ya que su voluntad puede ser comparada con un claro espejo de agua, que se halla tan profundo que la tormenta más intensa no puede agitarlo. Posee una paz interior total y completa a la que nada en este mundo puede inquietar o agitar, y si ello existiese, sería algo que los hombres debieran considerar como la mayor desdicha posible. Aquí también queremos remarcar que la conversión de hecho puede ocurrir únicamente mediante el claro conocimiento de un enorme beneficio, pero que luego de que esto se ha logrado, la esperanza de alcanzar el Reino de los Cielos después de morir puede desaparecer completamente, tal como lo prueban los signos de los hombres “glorificados” (del modo como los llaman los místicos). El motivo es manifiesto. Ellos se hallan en una dicha, en una paz y en una auto-afirmación interior tal que todo el resto les resulta indiferente: la vida, la muerte y la vida después de la muerte. En su estado poseen la certeza de que éste no va a cesar en absoluto, y de que sencillamente el Reino de los Cielos que habita en su interior es en sí, y ya realizado, el mismo Reino de los Cielos que habrá de venir. Ellos simplemente viven de un modo inexpresablemente dichoso en el presente, o sea en el sentimiento de continuo reposo interior, si bien esto es meramente una apariencia, o dicho con otras palabras: el fugaz estado de la más profunda contemplación estética se ha vuelto permanente, dura continuamente, ya que nada en el mundo se halla en condiciones de perturbar el núcleo más íntimo del individuo. Y al igual que en la contemplación estética, el sujeto, como así también el objeto, están abstraídos del tiempo, así el santo también vive fuera del tiempo; él se encuentra indescriptiblemente bien en ese reposo aparente, en esa impasibilidad interior duradera, que sin embargo aún debe mover, sentir y padecer al hombe exterior. Y a esa vida él no habrá de dejarla:

 

aunque él también habría querido tener la vida de un ángel (Theologia Germanica)

 

Aquí también tiene lugar el éxtasis o deleite intelectual. Es esencialmente distinto de la armónica y distendida paz del santo. Brota de las intensas ansias de ver ya en este mundo el reino de Dios. La voluntad, llevada por medio de la penitencia y de la reclusión a la más fértil estimulación, concentra toda su fuerza en un único órgano. Se retira del sistema nervioso periférico y se escapa de inmediato al cerebro. Por ello, la vida nerviosa es llevada al grado más alto posible, las impresiones de los sentidos son superadas por completo, y entonces el espíritu muestra en el vacío, del mismo modo que en los sueños, aquello que la voluntad tanto precisa ver. Pero, durante la visión, los ojos del extático están abiertos y su conciencia está más clara y luminosa que nunca. En el éxtasis el hombre ha de sentir el deleite mayor que sea pensable, ya que a ese estado muy atinadamente también se lo ha denominado deleite intelectual; pero, ¡a qué precio es obtenido! El displacer precedente y el tremendo adormecimiento consecuente lo convierten en el placer más costoso.

 

21) La filosofía inmanente debe reconocer al estado de los santos como el más dichoso, pero, ¿puede la ética deducir de ello que ha de llegar a ser algo meritorio, luego de que ha explicado la mayor dicha del hombre y se ha señalado cómo incluso una voluntad deficiente, a pesar de sí misma, carece de libre albedrío? En absoluto. Pues si bien el auténtico santo:

 

se halla en una libertad tal que ha perdido el temor al dolor o al infierno y la esperanza en la recompensa o en el Reino de los Cielos (Theologia Germanica)

 

Ocurre de hecho que solamente su voluntad puede inflamarse en esa esperanza de recompensa, o en la del Reino de los Cielos, ya que es una sentencia fundamental de la ética inmanente, confirmada continuamente por la experiencia, que el hombre no puede actuar en contra de su carácter si no hay un beneficio, del mismo modo en que el agua no puede correr cuesta arriba sin el correspondiente bombeo.

Entonces la creencia es una conditio sine qua non del estado más santo, mientras que la filosofía inmanente ha de situarse sólo circunstancialmente en los fundamentos del cristianismo, a fin de desarrollar su ética y asimismo demarcar su ámbito. El resultado de nuestra presente investigación es que hemos hallado el estado más dichoso del hombre, pero bajo una condición que no deberíamos reconocer, y no puede darse por concluida la ética sin antes haber investigado si ese estado feliz puede también provenir del fundamento de un conocimiento inmanente, o si, en el peor de los casos, está vedado para todo aquél que no está en condiciones de creer, o sea, nos hallamos ante el problema más importante de la ética. Usualmente esto mismo se resume en la pregunta por el fundamento científico de la moral, esto es, si también la moral puede ser fundamentada sin dogmas, sin la aceptación de una voluntad divina revelada. Tenía razón San Juan cuando escribió:

 

¿Pero quién es aquél que supera lo mundano sin ser aquél que cree que Jesús es el hijo de Dios? (1Jn. 5, 5).

 

22) La filosofía inmanente, que no puede reconocer ninguna otra fuente más que la naturaleza que se encuentra abierta a los ojos de todos nosotros y nuestro interior, desecha la aceptación de una unidad simple que se halle oculta en el mundo, o por encima de él, o por detrás de él. Ella solamente reconoce innumerable cantidad de ideas, o sea, de voluntades de vivir individuales, que, en su totalidad, constituyen una unidad colectiva firmemente cerrada sobre sí misma.

Además, en nuestra situación actual, no reconocemos ninguna otra autoridad más que la del estado instituido por los hombres. Ella ha aparecido en escena de forma necesaria, ya que la voluntad dotada de razón, en conocimiento certero de la esencia de dos males, ha de elegir el menor. Ella no puede actuar de otro modo, puesto que si vemos a un hombre que elige entre dos males el mayor, o bien nos hemos equivocado en la estimación, puesto que no podemos profundizar en la individualidad de quien elige, o no ha reconocido que el mal elegido es el mayor. Esta ley es tan firme como aquella que establece que todo efecto ha de tener una causa.

Un hombre razonable no puede querer que el estado sea abolido. Aquél que efectivamente desea esto, quiere solamente una excepción transitoria de la ley, y que ésta sea por tanto tiempo como el que necesite para hacerse de una situación más favorable. Cuando lo haya conseguido, querrá entonces la protección de las leyes con el mismo fervor con que él anteriormente pedía su suspensión.

Entonces el estado es para los egoístas naturales un mal necesario al que deben aferrarse puesto que es el menor entre dos grandes males. En caso de disolverlo, tendrían en sus manos al mayor de ellos.

El estado solamente exige el mantenimiento del contrato estatal, estrico cumplimiento de las obligaciones preestablecidas, o sea, respetar la ley y conservar el estado. Debemos aceptar que casi ningún hombre cumple con sus obligaciones con placer, puesto que incluso el hombre de buen corazón no siempre habrá de actuar con franqueza frente a sus pares, y la mayor parte de ellos tributan al estado a disgusto, como así también cumplen sus obligaciones militares en contra de su voluntad, cuando no los guía una irresistible tendencia a la vida castrense. En tanto queremos afirmar precavidamente que existen hombres que naturalmente son de una inquebrantable franqueza, que aman a su patria por completo y de corazón. Dan con gusto a cada uno lo suyo y ofrecen con placer al estado su tributo que se le ha de exigir para el mantenimiento de éste. Su paz -su dicha- claramente no ha de ser pertubada por estas acciones. Ahora hemos de dejarlos aparte y ocuparnos de aquellos que solamente se someten a las leyes del estado por miedo al castigo y con la mayor resistencia. No tienen paz en su interior y están descontentos con las leyes. El carácter los lleva en una dirección y la violencia en otra. De esta forma son tironeados de aquí hacia allá y se da un suplicio. Cuando se pronuncian hacia el lado de la violencia, entonces tributan con un corazón costreñido, y si al contrario se pronuncian de acuerdo a su inclinación, ya que el mal apremiante se torna ineficaz, reflexión mediante (dada la probabilidad de no ser descubierto), entonces, una vez perpetrado el hecho, están pendiententes del miedo a ser descubiertos y el beneficio se vuelve poco feliz. Incluso si el crimen no es descubierto ni encuentra castigo, entonces la conciencia los martiriza de un modo insoportable, y el corazón sediento de libertad se alza en contra de la presión y el encadenamiento de privaciones que no conoce fin: carentes de éxito y desdichados.

Vayamos un poco más allá y figurémonos que muchos de esos hombres que solamente son obedientes por miedo al castigo se inflamen en el conocimiento claro de su ventaja. Fijémonos por el momento en que la reconocida ventaja de la franqueza, que podría provenir de una consideración similar a la anteriormente expuesta, puede actuar mejor que nada. A esto lo expresa de un modo muy bello San Pablo con estas palabras:

 

La ley solamente produce enojo; pues donde la ley no rige, allí tampoco se la infringe. Por ello la justicia ha de llegar por medio de la fe. (Romanos, 4 : 15-16).

Fijémonos además en que la ventaja reconocida de la protección estatal hoy en día sólo muy raramente puede inflamarse, del mismo modo que la voluntad, aún aceptando que ello pueda tener lugar.

De ese modo tenemos, en referencia a las leyes, hombres dichosos en el estado: los que son justos por medio de sus disposiciones naturales y los que son justos por medio de una voluntad esclarecida. En efecto, queremos ir un poco más allá y aceptar que en un estado solamente haya personas justas. En un estado así han de vivir por tanto todos los ciudadanos en concordancia con la ley y no han de sentirse desdichados por las imposiciones de la autoridad estatal. Todos dan a cada uno lo suyo, pero nada más que eso. Reina la completa franqueza en todas las relaciones; nadie miente; todos son sinceros. Pero si llega un menesteroso hambriento a sus casas y pide un pedacito de pan, le cerrarán la puerta en la cara, con excepción de aquellos que son misericordiosos; ya que en caso de no hacerlo, estarían actuando en contra de su carácter y se sentirían infelices.

En este estado tenemos por tanto una moralidad restringida; ya que todas las acciones que están en concordancia con la ley y se obran con gusto tienen valor moral y no son simplemente acordes a la ley. Pero el misericordioso no actúa moralmente cuando asiste al necesitado, así como tampoco actúa ilegalmente la persona de corazón duro cuando deja al menesteroso desfallecer de hambre frente a su puerta, ya que no existe ninguna ley que ordene la beneficencia y una de las condiciones de la acción moral es que esté en concordancia con las leyes. Naturalmente el misericordioso tampoco habrá de actuar ilegalmente cuando ayude al necesitado. Su acción carece de un carácter especial, sino que es portadora del usual carácter egoísta. Sencillamente sigue el ya explicado egoísmo, no se opone a ninguna ley y es dichoso.

Frente a esta explicación se rebela nuestro interior y sentimos que tiene que ser falsa. Sin embargo, en nuestro actual punto de análisis, de ninguna manera es el caso. Aquello que actúa en nuestro sentimiento es o bien misericordia o fantasmagorías de nuestros años de formación, ya que aún cuando nos pensamos muy emancipados de nuestros prejuicios, todos nosotros llevamos encima, algunos más, otros menos, encadenamientos de creencias, encadenamientos de recuerdos valiosos, encadenamientos de palabras llenas de afecto de personas respetadas. Pero en nuestro actual punto de análisis solamente ha de hablar la fría razón y ha de pronunciarse del modo antedicho. Más adelante puede presentarse otra resolución; ahora es imposible. La autoridad de la religión no existe para nosotros, y no ha aparecido ninguna otra en su lugar. ¿No sería una locura manifiesta si se lo limitase al duro de corazón en beneficio de los necesitados, o sea, que tuviese que actuar en contra de su carácter sin una razón suficiente? ¿Sí, si fuese posible? ¿Y cómo podría ser moral un hecho misericordioso sin la voluntad de un Dios todopoderoso que nos pida las obras de amor al prójimo?

Por estos motivos transitaríamos un camino errado si pretendiesemos postular como fundamento de la moral la misericordia, o el estado al que una voluntad misericordiosa es llevada ante el dolor ajeno: la conmiseración. Ya que debiésemos tomarnos la licencia de decretar si las obras misericordiosas, los hechos movidos por la conmiseración son acciones morales. Su independencia de una autoridad que lo indique, en efecto, impediría que logre serlo. ¿No tendría derecho cada persona a confrontar con nuestro desvergonzado decreto? ¿Y qué podríamos responderle al duro de corazón o al que actúa de forma terrible si con toda la obstinación de una individualidad rebelde nos reprochase: “¡cómo podéis vosotros afirmar, prescindiendo de la aceptación de un Dios todopoderoso, que yo obro inmoralmente!, ¡yo podría decir con el mismo derecho que las obras misericordiosas son inmorales!”? ¡Sed francos! ¿Podéis replicarle, sin situaros en los fundamentos del cristianismo o de la religión en general, qué clase de amor al prójimo es ordenado en nombre de qué autoridad reconocida?

Entonces por el momento hemos de insistir en que en nuestro mentado estado los hechos misericordiosos no han de ser morales, ya que no los ordena ningún poder y las acciones solamente han de tener valor moral, cuando se obran con gusto y en concordancia con las leyes.

Los ciudadanos del estado que nos estamos figurando, tal como anteriormente ha sido establecido, son todos hombres justos, o sea, nunca se plantean a sí mismos disyuntiva alguna cuando el estado les impone exigencias a cuyo cumplimiento están forzados por medio del contrato. Obedecen con gusto y por ello es imposible que las leyes puedan hacerlos desdichados.

Ahora vayamos un poco más adelante y afirmemos: bien, si consideramos la vida de estos ciudadanos solamente en la relación con el estado y sus leyes fundamentales, entonces son todas vidas dichosas. Pero la vida no consiste únicamente en un encadenamiento de ninguna otra cosa más que obligaciones saldadas con el estado: de robos no efectuados, de asesinatos no cometidos, de pago de impuestos y de servicio militar; el resto de las relaciones tienen peso en esta decisión. Y por ello nos preguntamos: ¿son entonces felices estos hombres justos?

Esta cuestión es muy importante y no podemos avanzar ni un paso más en la ética sin antes de responderla. Nuestra próxima tarea consiste en brindar un veredicto acerca del valor mismo de la vida humana.

 

23) Sé muy bien que todos aquellos que al menos una sola vez han reflexionado de forma puramente objetiva acerca del valor de la existencia no precisan la valoración de los filósofos, ya que o bien han llegado al convencimiento de que todos los avances humanos son simplemente aparentes, o al de que efectivamente el género humano siempre se mueve hacia un estado mejor: pero en ambos casos se reconoce con dolor que la vida humana en su forma actual es esencialmente desdichada.

Tampoco podría ponerme de acuerdo en cómo evaluar la vida actual. Otros se han encargado de hacerlo y lo han hecho con tanta maestría que de cada perspectiva ya hay libros completos. Solamente aquellos que no poseen ninguna visión acerca de la vida en todas sus formas o aquellos cuya ponderación está viciada por un impulso muy fuerte por la vida podrán replicar: existe un placer de vivir y cada uno de nosotros debe de sentirse feliz de respirar y de moverse. Con ellos uno no debe involucrarse en una discusión, recordando las palabras de Escoto Erígena:

Adversus stultitiam pugnare nil est laboriosius. Nulla enim auctoritate vinci fatetur, nulla ratione suadetur.

 

Aún no han experimentado el sufrimiento de modo suficiente y su conocimiento resulta insuficiente. Ellos han de ser espabilados en algún momento, si no es por su vida individual, al menos por las de sus prójimos, y su despertar ha de ser aterrador.

Entonces no habremos de ocuparnos de la vida, cómo sea que transcurra en el estado más libre y mejor, -pues ya es cosa juzgada-, sino que aceptaremos la posición de los ya mencionados optimistas razonables, que miran hacia el futuro y prometen a toda la humanidad que entonces la vida será feliz, ya que no puede ser negado el desarrollo real de estados de situación cada vez más perfectos. Entonces a partir de allí hemos de construir un estado ideal y juzgar la vida dentro de él. Dejaremos completamente de lado la cuestión de si este mismo puede tener sustento en el desarrollo del estado de cosas, pero es claro que hemos de construirlo, puesto que nos hemos inclinado a enfocar la vida con la luz más conveniente.

Asimismo nos situaremos dentro de este estado ideal sin ocuparnos de su formación.

Éste abarca “todo aquello que tenga rostro humano”, abarca toda la humanidad. No hay más guerras ni más revoluciones. El poder político no reside en clases determinadas, sino que toda la humanidad es un solo pueblo que vive de acuerdo a las leyes en cuyo establecimiento todos han participado. La miseria social ha desaparecido. El trabajo está organizado y no se explota a nadie. El espíritu de inventiva ha reemplazdo todos los trabajos pesados por el de máquinas y el manejo de las mismas solamente ocupa a los ciudadanos apenas un par de las horas del día. Cada uno cuando se levanta puede decir: el día es mío.

 

The whips and scorns of time,

The oppressor’s wrong, the proud man’s contumely,

— — — —, the law’s delay,

The insolence of office, and the spurns

That patient merit of the unworthy takes.

(Shakespeare).

 

(Escarnio y flagelo de los tiempos,

Opresión del poderoso, desprecio del orgulloso,

— — — —, postergamiento del justo,

La insolencia del funcionario, y la ofensa,

Muestran el mérito paciente de los que callan).

 

Todo esto es apropiado.

La pobreza ha desaparecido de la tierra, lugar donde a lo largo de los siglos ha producido terribles desdichas. Todos viven sin preocupación por las necesidades del cuerpo. Las viviendas son limpias y cómodas. Nadie puede explotar al resto, ya que sehan establecido limitaciones a los más poderosos, y a los más débiles los protege la comunidad.

Aceptamos entonces que las fastidiosas relaciones sociales y políticas, cuya consideración llevo a tantos al convencimiento de que la vida no amerita tal esfuerzo, han de estar orientadas totalmente al bienestar de cada uno de los hombres. Menos trabajo, más disfrute: esta la marca distintiva de la vida en nuestro estado.

También aceptamos que los hombres, en el transcurso del tiempo, se han vuelto seres medidos y armónicos  a través del sufrimiento, del conocimiento y del paulatino alejamiento de los malos motivos; en resumen, aceptamos que en adelante solamente habremos de tratar con almas bellas. Si en verdad llegase a haber en nuestro estado alguna cosa que pueda provocar la pasión o algún dolor en el alma, el individuo excitado habría de recuperar rápidamente el equilibrio y habría de restablecerse el movimiento armónico. La gran desdicha de la que no puede salvarse un carácter apasionado:

 

The heart-ache, and the thousand natural shocks

That flesh is heir to,

(Shakespeare.)

 

(El dolor en el corazón y los miles de golpes naturales

Que son herencia de nuestra carne.)

 

Incluso ello habrá desaparecido de la tierra.

El más convencido admirador de la voluntad de vivir, en vista de que el hombre no puede librarse completamente de trabajar, ya que debe alimentarse, vestirse y tener un lugar donde vivir, tendrá que reconocer que no resultan posibles ni un mejor orden ni una mejor entidad social que sean capaces de llevar consigo mejores condiciones para una vida mejor,ya que hemos otogado a cada hombre una auténtica individualidad y hemos restringido de la vida de cada uno aquello que puede ser considerado como no esencialmente relacionado con ella.

Solamente permanecen cuatro males que no pueden ser desligados de la vida por ningún poder humano: los dolores del alumbramiento, así como la enfermedad, el envejecimiento y el fallecimiento de todos los individuos. Los hombres, en el estado más perfecto de los estados, deben nacer con dolores, deben atravesar un número mayor o menor de enfermedades, deben envenjecer, siempre que no sea el caso que de ellos

 

En la fuerza de la juventud

Las nornas no se apoderen (Uhland).

 

O sea, han de volverse corporalmente achacosos y espiritualmente apáticos; finalmente han de morir.

Los pequeños males asociados a la existencia no han de contar en absoluto para nosotros; pero queremos mencionar algunos de ellos. En primer lugar tenemos el dormir, que nos roba un tercio de nuestro tiempo de vida (si la vida es un placer, entonces lógicamente el dormir es un mal); a continuación, la primera infancia, que solamente sirve para que la persona entre en confianza con las ideas y su entorno a fin de poder adaptarse al mundo (si la vida es un placer, entonces naturalmente la primera infancia es un mal); luego, el trabajo, que de forma muy acertada es presentado en el Antiguo Testamento como el resultado de una maldición divina; y finalmente distintos males que el Papa Inocencio III ha catalogado del siguiente modo:

 

Desarrollos impuros, espantosa alimentación en el seno materno, imperfección de la materia a partir de la cual el hombre se desarrolla, olores horribles, segragación de saliva, orina y excrementos.

 

No se tiene a estos males como algo completamente menor. Quien ha alcanzado un cierto grado de refinamiento nervioso se escandaliza con razón debido a muchos de ellos. De hecho, cuando Byron en absoluto podía ver cómo la condesa Guiccioli tomaba sus alimentos, la causa de ello yacía mucho más profundamente que en el nivel del esplín inglés.

Como hemos dicho, pasaremos por alto estos males y permaneceremos en los ya mencionados cuatro males principales. E incluso, de ellos dejaremos de lado a tres. Damos por sentado que en el futuro los partos transcurrirán sin dolores, que la ciencia será capaz de proteger al hombre de todas las enfermedades, y, finalmente, que el envejecimiento de estos hombres tan protegidos será con frescura y vigor, envejecimiento al que súbitamente dará fin una muerte indolora y suave (eutanasia).

Únicamente a la muerte no podremos evitar, y así tendremos por delante una vida finita y carente de sufrimiento. ¿Se trata de una vida dichosa? Observémoslo más detalladamente.

Los ciudadanos de nuestro estado ideal son hombres de carácter calmo e inteligencia desarrollada. Se les ha impartido un saber completo, por decirlo así, libre de enredos y errores, y de cualquier en que reflexionen, esto siempre se verá reflejado. No habrá ningún efecto más cuya causa sea un enigma. La ciencia, en efecto, habrá alcanzado su cima y todos los ciudadanos serán saciados con sus frutos. El sentido de lo bello estará robustamente desarrollado en todos ellos. Si bien no hemos de dar por sentado que todos se hayan vuelto artistas, sí poseerán todos la capacidad de ingresar con facilidad en la relación estética.

Las preocupaciones habrán de desaparecer en ellos, ya que el trabajo estará organizado de un modo insuperable y cada uno se gobernará a sí mismo.

¿Se sentirán dichosos? Lo harían si no sintiesen un espantoso desierto y vacío. Estarán libres de todo apremio, en efecto no tendrán preocupaciones ni dolores, pero por ello estarán tomados por el aburrimiento. Tendrán el paraíso sobre la tierra, pero el aire será asfixiantemente denso.

 

Uno tiene que dejar pendiente algo para desear, para no volverse desdichado por una inmensa dicha.

El cuerpo quiere respirar y el espíritu, desear. (Gracián).

 

Si en efecto ellos tuviesen energía suficiente como para soportar una vida así hasta el fin por una muerte natural, ciertamente no tendrían el valor de repetirla como un ser rejuvenecido. Las necesidades son un espantoso mal, pero el aburrimiento es el más espantoso. Es preferible una existencia en la necesidad que una en el aburrimiento, y ciertamente no debo aclarar que a esta últime le sigue la aniquilación total. De este modo habríamos mostrado superficialmente y de manera indirecta que la vida en el mejor de los estados de nuestro tiempo es carente de valor. La vida en general es “una cosa miserablemente deplorable”: siempre fue miserable y deplorable y siempre será miserable y deplorable, y no existir es mejor que existir.

 

24) Pero entonces algunos podría decir: te concedemos todo, salvo que la vida en ese estado ideal en verdad sea aburrida. Has caracterizado a los ciudadanos de un modo inexacto y tus conclusiones a partir de sus caracteres y de sus relaciones son por lo tanto falsas.

Mediante una prueba directa estas dudas no pueden ser despejadas; pero sí por medio de una indirecta.

No he de recurrir a la caracterización basada en la experiencia que en general es aceptada, aquella que sostiene que la gente que por fortuna se ve liberada de las necesidades no sabe qué hacer con la propia existencia; pues con razón ha de aplicar el caso de que no sabrían cómo ocuparse de ello por una deficiencia en el espíritu o en la formación. Aún menos he de tomar como ayuda las palabras del poeta:

 

Todo en el mundo puede soportarse,

Salvo una sucesión de días hermosos

(Goethe).

 

Si bien ellas contienen una verdad irrefutable. Sencillamente me apoyaré en que si bien en la tierra todavía no se ha visto ningún estado ideal, sí ha habido muchos ciudadanos que han vivido como se ha expuesto anteriormente. Se han visto libres de necesidades, han llevado una vida laboralmente cómoda. Han tenido un carácter noble y un espíritu sumamente refinado, o sea, han logrado poseer un pensamiento propio, y no han tomado ideas ajena sin antes sometarlas a pruebas.

Todos estos individuos, respecto de los propuestos ciudadanos de un estado ideal, han tenido la gran ventaja de que sus entornos han sido mucho más jugosos e interesantes. Siendo igual hacia donde ellos mirasen, habrían podido encontrar individualidades pronunciadas, una inmensidad de caracteres bien marcados. Las sociedades aún no se encontraban niveladas y tampoco la naturaleza se encontraba en lo más mínimo bajo la subordinación del hombre. Han vivido bajo los influjos de los opuestos, sus posiciones cómodamente exentas de conflictos no se corrían del foco de sus conciencias, ya que resaltaba en todas las direcciones en las que mirasen al igual que una luz clara en un fondo oscuro. La ciencia, además, no había llegado aún a la cumbre de su desarrollo; todavía existían grandes cantidades de misterios, suficientes efectos sobre cuyas causas los hombres se rompían la cabeza. Y quien ya ha experimentado qué dicha pura se siente en la búsqueda de la verdad, en el seguimiento de sus huellas, habrá de estar de acuero en que aquellos individuos efectivamente estaban en una situación ventajosa; pues Lessing no habría tenido razón cuando dijo:

 

Cuando Dios dispuso a su derecha todas las verdades y a su izquierda únicamente el fuerte impulso interno de buscar la verdad con la salvedad de equivocarme siempre, y me dijo: ¡elige!, me incliné con sumisión a su izquierda.

 

Y sin embargo todos estos destacados individuos que forman una cadena que se extiende desde los albores del género humano hasta nuestros tiempos han juzgado a la vida como algo esencialmente desdichado y han valorado al no ser por encima de ella. No he de detenerme para mencionar a todos ellos y reproducir sus sentencias que resulten pertinentes. Me limitaré a nombrar a dos de ellos que nos resultan más cercanos que Buda y Salomón, y que todas las personas instruidas conocen: el mejor poeta y el mejor naturalista entre los alemanes, Goethe y Humboldt.

¿Es en verdad necesario que cuente acerca de sus condiciones de vida afortunadas, y que valore sus espíritus y caracteres? Simplemente deseo que todos los hombres puedan disponer de una individualidad tan destacada y también quisiera que se encuentren en una posición tan favorecida como en la que ellos se encontraban. Pero, ¿qué decía Goethe?

 

“Todos padecemos el vivir”

“Siempre se me ha tenido como alguien especialmente favorecido por la suerte; incluso yo no quiero quejarme ni renegar del transcurso de mi vida. Sólo que básicamente no ha sido otra cosa más que esfuerzo y trabajo, y bien puedo decir que a mis setenta y cinco años de edad ni siquiera he tenido cuatro semanas de verdadero disfrute. Ha sido el incesante rodar de una piedra a la que siempre se le antojo ser llevada por alguien nuevo.”

(Conversaciones con Eckermann).

 

¿Y qué ha dicho Humboldt?

 

“No quiero ocuparme de ser padre de familia. Además creo que casarse es un pecado, y criar hijos es un crimen.

También estoy convencido de que aquél que toma para sí el yugo del matrimonio es un bufón, y aún más, un pecador. Un bufón, porque con ello desecha su libertad sin obtener un correspondiente resarcimiento; un pecador, porque trae al mundo hijos sin poder darles certezas sobre su suerte. Desprecio a la humanidad en todas sus capas; preveo que nuestros descendientes serán aún más infelices que nosotros; -¿no he de ser un pecador cuando, a pesar de esa perspectiva para sus descendiente, me ocupo de los menos afortunados?

La vida en su totalidad es el mayor absurdo. Y cuando uno ha inquirido e investigado por ochenta años se ve forzado a admitir que no ha inquirido ni investigado nada. Si al menos supiésemos por qué estamos en este mundo. Pero todo ello permanece como un misterio para un pensador, y por tanto la mayor dicha es poder nacer como un cabeza hueca.”

(Memorias).

 

“Si al menos supiésemos por qué estamos en este mundo”. O sea, en toda la rica vida de este hombre talentoso no hubo nada, la nada que él podría resumir como el propósito de la vida. Ni el placer por el hacer, ni los momentos preciosos de descubrimientos geniales: ¡nada!

¿Y han de ser felices los ciudadanos en nuestro estado ideal?

 

25) Ahora podemos finalizar la ética.

Entonces hemos de echar por tierra nuestro estado ideal. Era una figuración fantástica y nunca podrá tomar forma.

Pero no puede ser negado el desarrollo real del género humano y que habrá de llegar un momento en que será alcanzada una forma ideal del estado, si bien no ha de ser el construido por nosotros. En la Política será mi tarea mostrar cómo todas las líneas de desarrollo, desde el comienzo de la historia, pueden interpretarse a partir de él, como su propósito final. En la ética podemos plantearlo sin demostrarlo. En efecto la sociedad en el transcurso de las mismas ha de nivelarse y todo ciudadano habrá de ser favorecido con una cultura espiritual más elevada. Toda la humanidad habrá de vivir con menos pesares que hoy, menos que nunca.

De ello resulta un movimiento necesario que se efectúa con una fuerza irresistible, que ningún poder puede pretender dominar o detener. Arrastra inevitablemente en su curso tanto a quienes lo quieren como a quienes no lo quieren, un curso que conduce al estado ideal, y por tanto éste habrá de manifestarse. Este movimiento real e invariable es una parte del transcurrir del mundo que se genera continuamente a partir de los movimientos de las ideas particulares que se encuentran en una interacción dinámica y se revela por lo tanto como el destino necesario de la humanidad. Es intenso y superior a en fuerza y potencia a todos los seres particulares en la misma medida en que la voluntad de una unidad simple lo es dentro, por encima o por detrás del mundo, ya que contiene dentro de sí a la efectividad de todos los seres particulares; y si la filosofía inmanente lo sitúa en el lugar de esa unidad simple, cumple el rol por completo. Pero mientras que es necesario creer en esa unidad simple y continuamente ha sido y será objeto de dudas e impugnaciones, la esencia de este destino es claramente reconocida por los hombres, gracias a la causalidad general extendida entre todos ellos, y por esto nunca podrá ser cuestionada.

Si en otra época fue un mandamiento de Dios a los hombres que sean justos y misericordiosos, ahora el destino de la humanidad exige a todas las personas con la misma autoridad la más firme justicia y amor al prójimo; pues si bien el movimiento hacia el estado ideal habrá de efectuarse de todos modos y a pesar de la falta de franqueza y de misericordia en muchos, aún así precisa de cada hombre pura y ejemplar justicia y amor al prójimo, de modo que se produzca más velozmente.

Ahora se ha resuelto también la dificultad que anteriormente hemos dejado sin abordar, y contra la cual se rebelaba nuestra interioridad, ella es, que un acto misericordioso en un estado sin religión no pueda tener valor moral; pues así éste también tendría el sello de la moralidad, porque estaría en concordancia con la exigencia del destino y se efectuaría con gusto.

El estado es la forma en que se realiza el mencionado movimiento, en que se despliega el destino de la humanidad. Su forma fundamental, tal como anteriormente hemos establecido y tal como nos hemos servido de ella, se ha extendido ampliamente casi por todas partes: se ha transformado de una institución forzosa a fin de que no se robe y no se asesine, que aún es conservada, en una forma más amplia apta para el progreso de la humanidad hacia la mejor comunidad que resulte pensable. Profundizar en sus ciudadanos e instituciones y moldearlos hasta que se hayan vuelto apropiados para la comunidad ideal, o sea, hasta que la comunidad ideal se torne real, éste es el verdadero sentido que sustenta las virtudes exigidas del amor a la patria, la justicia y el amor al prójimo, o, dicho con otras palabras, el inevitable destino de la humanidad demanda a todos los ciudadanos la entrega a la comunidad que ya enseñaba el gran Heráclito con sentencias que calaron hondo en los corazones, esto es el amor al estado. Todos debemos tener frente a nuestros ojos al estado ideal como modelo, posar nuestras robustas manos en la realidad actual y ayudar a moldearla.

Entonces el mandato sigue presente y un poder ha desaparecido, un poder que por medio de su terrible violencia se mantiene íntegro frente a todos los individuos, e invariablemente siempre se conservará íntegro. La pregunta ahora es: ¿cómo se posiciona el individuo frente al mandato?

Recordemos aquí las profundas palabras del apóstol Pablo que anteriormente hemos mencionado:

 

La ley solamente produce enojo; pues donde la ley no rige, allí tampoco se la infringe. Por ello la justicia ha de llegar por medio de la fe.

 

La filosofía inmanente modifica la última frase del siguiente modo:

 

Por ello la entrega a la comunidad ha de llegar por medio del conocimiento.

 

Quien es justo y misericodioso gracias a su disposición natural se encuentra en una posición más ventajosa frente al mandato que quien es naturalmente egoísta. De acuerdo a su carácter él con gusto da a cada uno lo suyo, o aún mejor, le cede lo suyo, y si su prójimo está en una situación de emergencia, le brindará su apoyo según su propia fuerza. Pero de inmediato se nota que ese comportamiento no se puede corresponder por completo con la exigencia del destino. Ceder a cada uno lo suyo, no engañarlo, no resulta suficiente. Si mi camino me pone delante de él, darle una ayuda al hombre carenciado, no resulta suficiente. Yo, en la medida en que me figure como un hombre justo, debo actuar de modo que a él le resulte todo de la misma manera en que ello pueda ser exigido por un ciudadano de este estado, debo actuar de modo que cada uno de los ciudadanos pueda ser partícipe de todas las bonanzas del estado, y yo, en la medida en que me constituyo como un filántropo, debo actuar de este modo a la par de todos los otros hombres misericordiosos a fin de que las necesidades desaparezcan por completo en este estado.

Pero esta forma de pensar puede surgir en un hombre que sea justo y misericordioso gracias a su disposición natural solamente bajo el influjo del conocimiento, de un saber, del mismo modo en que un cogollo ha de abrirse sólo bajo el influjo de la luz. O, dicho con otras palabras, la voluntad originalmente buena, del mismo modo que la mala, solamente puede inflamarse de un modo, éste es brindarse total y completamente a la comunidad, situarse gustosamente en la dirección en que se mueve la humanidad, siendo que a ella este conocimiento le asegura un gran beneficio.

¿Es esto posible?

El egoísta natural, cuyo lema reza: Pereat mundus, dum ego salvus sim, retrocede por completo frente al mandato y se sitúa en oposición a este movimiento real. Solamente piensa en su beneficio personal y únicamente lo puede obtener a costas de la tranquilidad y bienestar de muchos otros (aún sin entrar en conflicto con las leyes), por lo tanto no lo aflige en lo más mínimo las quejas y dolores de tantos otros. Deja que las piezas de oro se deslicen por sus dedos, y frente a las lágrimas de quien ha sido robado su capacidad de sentir compasión se muestra como si estuviese muerta.

Además: en efecto la persona que es justa y misericordiosa gracias a su disposición natural cederá gustosamente lo suyo y atenderá tanto aquí como allá las necesidades de su prójimo; pero si se tratase de posicionarse frente a este movimiento de la humanidad de modo que haya que ofrendar la totalidad del patrimonio, que haya que abandonar a la esposa y a los hijos y que haya que verter la propia sangre por el bien de la humanidad: nada de esto habría de hacer.

El cristianismo amenaza a sus fieles con el infierno y les promete el Reino de los Cielos, pero la ética inmanente no reconoce ninguna justicia ultraterrena, ninguna recompensa, ningún castigo y niega la inmortalidad del alma. Aún así reconoce el infierno de la actual forma estatal y el Reino Celestial del estado ideal y el modo en que refiere a los mismos se sustenta en la física.

De este modo ella ha de abarcar a cada uno allí donde este arraigado en la vida y dentro del género humano, y también ha de instarlos: ¡seguirás viviendo en tus hijos, en ellos celebrarás tu renacimiento, aquello que los afecte te afectará a ti en ellos! Pero en tanto que el estado ideal no se convierta en algo real, habrán de variar las situaciones y las posiciones en la vida. El rico se volverá pobre y el pobre se volverá rico; el poderoso será rebajado y quien es insignificante se volverá poderoso; el fuerte se volverá débil y el débil será fuerte. En tal estado de cosas hoy eres un yunque, mañana un martillo, hoy un martillo, mañana un yunque. Entonces actuas en contra de tu bienestar general cuando deseas francamente aferrarte a este estado de cosas. Esta es la amenza de la ética inmanente; pero su promesa es el estado ideal, o sea, un estado de cosas en el que será suprimido de la vida todo aquello que no esté esencialmente unido a ella: la miseria y las carencias. Ella susurrará al hijo del hombre: ¡no habrá ningún temor ni ningún quejido, no habrá más lágrimas ni ojos cansados por la miseria y la necesidad.

A ese saber del hombre que está arraigado en la vida -ya que es una condición: debe ser inclaudicable voluntad de vivir, ha de vivir y querer aferrarse a la vida más allá de la muerte-, a ese saber del hombre le digo:

 

1) que uno continúa viviendo en sus hijos, o, dicho en forma general, que uno encuentra sus raíces en la humanidad, y solamente en ella y por medio de ella puede conservar la vida;

 

2) que el actual estado de cosas condiciona necesariamente las transformaciones de los estados de situación (los hamburgueses dicen: el bolso lleno de dinero y el del mendigo no cuelgan a una distancia de cien años de marcha entre una puerta y otra);

 

3) que en el estado ideal se encuentra garantizado la mejor vida para todos que resulte pensable;

 

4) finalmente, que el movimiento de la humanidad, a pesar de quienes no lo anhelan y de quienes lo resisten en su querer, tiene como propósito el estado ideal y que ha de ser alcanzado;

 

este saber, este conocimiento que se impone a todo pensador puede inflamar la voluntad: paulatinamente o con la rapidez de un rayo. Seguidamente ella ha de ingresar por completo en el movimiento de la totalidad, y ha de nadar con la corriente. Entonces éste habrá de luchar de forma valiente, dichoso y colmado de amor desde el interior del estado, hasta que en principio y a grandes rasgos el movimiento de la humanidad se genere de la acción conjunta y divergente de grandes individualidades de los pueblos, así como de grandes estados individuales, incluso de sus estados constituyentes (o eventualmente, de sus aliados) que estén en contra de otros estados y a favor del estado ideal. Entonces brillarán a través de él el auténtico patriotismo, la auténtica justicia, el auténtico amor al prójimo: habrá de situarse en el movimiento del destino, de actuar en concordancia con su mandato y de forma gustosa; o sea, sus acciones serán eminentemente morales y su recompensa será: paz consigo mismo, pura y clara fortuna. Entonces entregará por propia voluntad y con entusiasmo moral, si es que así debe ser, incluso su vida individual, ya que de la mejor situación posible para la humanidad, motivo por el cual lucha, conseguirá para él una vida individual nueva y mejor mediante la de sus hijos.

 

26) Pero si bien el estado anímico fundamental del héroe es una paz profunda, o sea, pura felicidad, sólo muy raramente, casi exclusivamente en los grandes momentos, ella puede refulgir a través de su pecho; ya que la vida es una ardua lucha para todos aquellos que todavía estén fuertemente aferrados al mundo -aún cuando sus ojos estén inundados completamente por la luz del estado-, nunca se estará libre de las necesidades, de los dolores, de los padecimientos del héroe. Ningún héroe posee la paz pura de corazón en forma permanente a la manera del santo cristiano. ¿Podría en verdad ser ella algo alcanzable sin la fe?

El movimiento de la humanidad hacia el estado ideal es un hecho; solamente se precisa una breve reflexión para comprender que tanto en la vida de la totalidad como en la vida del individuo ha de tener lugar un estado de reposo. El movimiento, hasta el momento en que ya no puede decirse que hay vida, tiene que ser algo incesante. Si la humanidad se encontrase ya en el estado ideal, no podría tener lugar el reposo. Pero, ¿entonces hacia dónde habría de moverse? A ella le queda una sola posibilidad de movimiento:  el movimiento en dirección al total exterminio, el movimiento del ser hacia el no ser. Y la humanidad (o sea, todos los hombres individuales que se encuentren con vida) habrán de efectuar este movimiento con una irresistible nostalgia por el reposo de la muerte absoluta.

Al movimiento de la humanidad hacia el estado absoluto habrá de seguirle otro, el del ser hacia el no ser, o dicho con otras palabras: el movimiento de la humanidad, en definitiva, es el movimiento del ser hacia el no ser. Pero si mantenemos separados ambos movimientos, entonces, del primero, resulta el mandato de la completa entrega a la comunidad, y del segundo, del mismo modo, el mandato de la virginidad, que si bien en la religión cristiana no es una exigencia, ha sido sugerida como la más elevada y perfecta virtud; pues si bien este movimiento habrá de efectuarse a pesar del impulso sexual animal y a pesar de la concupiscencia, se presenta este mandato a todos los individuos con la más seria exigencia de mantener la castidad, a fin de que se llegue a la meta más velozmente.

Frente a esta exigencia se espantan justos e injustos, misericordioso y duros de corazón, héroes y criminales, y con la excepción de algunos pocos, que, como Cristo dijo alguna vez, han nacido castrados desde el seno materno, nadie puede cumplirla con gusto sin haber experimentado una transformación total de su voluntad. Todas las transformaciones, todas las inflamaciones de la voluntad que hemos considerado hasta aquí fueron variaciones en una voluntad que siempre ha querido mucho la vida, y el héroe, así como el santo cristiano, únicamente pretende ofrendar la propia vida, o sea, no teme a la muerte, porque de este modo ha de obtener una vida mejor. Pero ahora la voluntad no habrá de limitarse a no temer más a la muerte, sino que habrá de amarla, porque la castidad es amor a la muerte. ¡Exigencia inaudita! La voluntad de vivir quiere la vida y la existencia, la existencia y la vida. Ella quiere vivir todo el tiempo y ya que ella solamente puede aferrarse a la existencia a través del engendramiento, concentra entonces su querer fundamental en el impulso sexual, que es la más perfecta afirmación de la voluntad de vivir y supera significativamente en intensidad y fuerza a todos los otros impulsos y apetencias.

¿Entonces cómo el hombre ha de cumplir esta exigencia, cómo habrá él de imponerse al impulso sexual, que para todo observador franco de la naturaleza se presenta como imposible de suprimir? Únicamente el temor a un gran castigo, combinado con un beneficio que supere a todos los otros beneficios, puede darle al hombre la fuerza necesaria para imponerse, o sea, la voluntad debe inflamarse con un conocimiento claro y completamente cierto. Se trata del conocimiento anteriormente mencionado, que no ser es mejor que ser, o el conocimiento de que la vida es el infierno, y la dulce y plácida noche de la muerte absoluta es la eliminación del infierno.

Y el hombre, que ha reconocido en forma clara y concisa que toda vida es una forma de padecimiento, que ella, en cualquier forma en que se manifieste, es esencialmente desafortunada y plena de dolor (incluso en el estado ideal), tanto que él, al igual que el niño Jesús en los brazo de Nuestra Señora en la Capilla Sixtina, solamente puede mirar al mundo con ojos colmados por el horror, y estima a la profunda calma, la inefable dicha de la contemplación estética, a diferencia del estado débil de la dicha percibida a través de la reflexión, propia del sueño que es carente de estado, cuya elevación en proyección a la eternidad solamente puede ser la muerte absoluta -este hombre ha de inflamarse con el beneficio que se ofrece, no puede actuar de otro modo-. Por un lado, el pensamiento de poder renacer, esto es tener que seguir marchando incesantemente y sin descanso por medio de hijos desdichados a través del camino espinoso y pedregoso de la existencia, es para él el más aterrador e inquietante que pueda tener; y por otro, el pensamiento de poder interrumpir el extensísimo proceso en el cual ha de avanzar sediento de descanso y siempre con pies ensangrentados mientras se tropieza, se lastima y sufre tormentos, le resulta el más dulce y reconfortante. Y cuando se encuentra en el carril correcto, con cada paso lo inquieta menos el impulso sexual, y con cada paso le resulta más sencillo llegar a ser como el santo cristiano, situándose por fin desde el corazón hasta lo más íntimo en la misma dicha, serena intensidad y perfecta inmutabilidad. Ha de sentirse entonces en sintonía con el movimiento de la humanidad desde el ser hacia el no ser, desde la tortura de vivir hacia la muerte absoluta, ha de sumarse con gusto a ese movimiento del todo y obrará de modo eminentemente moral, su recompensa ha de ser la imperturbable paz de corazón, el “mar calmo del ánimo”, una paz que es más elevada que la razón. Y todo esto puede lograrse sin la creencia en una unidad en, por encima o por detrás del mundo, sin el temor a un infierno o la esperanza en el Reino de los Cielos después de la muerte, sin observaciones intelectuales místicas, sin la acción incomprensible de la gracia, sin contradicciones con la naturaleza, y desde el interior de nuestra conciencia, actundo ella por sí misma: ciertamente la única fuente a partir de la cual podemos crear -en definitiva, como consecuencia de un conocimiento de nuestra razón, libre de prejuicios, puro y frío, un conocimiento “propio del hombre, con la mayor fuerza de todas”.

 

27) Así habríamos dado con la dicha del santo, que hemos caracterizado como la fortuna más grande y elevada, independientemente de cualquier religión. Además, hemos hallado el fundamento inmanente de la moral: el movimiento real de la humanidad comprendido por el sujeto, que exige el ejercicio de las virtudes: amor a la patria, justicia, amor al prójimo y castidad.

De esto resulta también la importante consecuencia de que el movimiento de la humanidad dista tanto de ser moral, como la cosa en sí de ser bella. Desde el punto de vista de la naturaleza ningún hombre obra moralmente; aquél que ama a su prójimo no actúa de forma más meritoria que aquél que lo odia, lo atormenta y lo tortura. La humanidad posee un único recorrido al que el obrar moralmente simplemente acelera; por otro lado, desde la perspectiva del sujeto, el obrar moralmente, sea consciente o inconscientemente, se encuentra en concordancia con el movimiento fundamental de la humanidad y se realiza con gusto. La exigencia de actuar moralmente cobra su fuerza del hecho que garantiza al individuo o bien poseer una paz en el alma transitoria y una mejor vida en el mundo, o gozar de una paz en el alma duradera en esta vida y una aniquilación total con la muerte, o sea el beneficio de ser redimido antes que la totalidad. Y este último beneficio supera por tanto a todas las ventajas terrenas, que el individuo que lo reconoce se sitúa sin resistencia en el carril donde éste se encuentra, como el hierro debe adherirse al imán.

En aquellos hombres que poseen de forma innata una voluntad misericordiosa la transformación se realiza más fácilmente; puesto que se trata de voluntades que el devenir del mundo ya ha aplacado, cuyo egoísmo natural ya ha sido reconducido por el devenir del mundo a la forma que ha sido explicada. El sufrimiento del prójimo produce en ellos el estado ético extraordinariamente significativo de la conmiseración, cuyo frutos son auténticas obras morales. Sentimos en la conmiseración un padecimiento positivo dentro de nosotros; es un profundo sentimiento de displacer que rasga nuestro corazón, y al que solamente podemos suprimir en la medida que logremos convertir al prójimo sufriente en uno libre de dolor.

 

28) Esta inflamación de la voluntad se logra por medio del conocimiento de que la humanidad se mueve del ser hacia el no ser, así también como mediante el reconocimiento de que el no ser es algo mejor que el ser, o incluso a través de un último saber que puede ser obtenido gracias a una mirada clara arrojada al mundo, de éste únicamente, e independientemente de los otros, éste saber es la negación filosófica de la voluntad de vivir. La voluntad así inflamada desea este afortunado estado de paz en el corazón hasta una vez arribada la muerte, lo desea sin interrupciones, y, con la muerte, el total aniquilamiento, la completa y total redención para sí misma. Ella quiere ser tachada para siempre en el libro de la vida, quiere que con este movimiento de supresión se pierda para siempre y por completo su vida, y con ella, el núcleo más íntimo de su existencia. Esta idea determinada quiere ser aniquilada, este tipo determinado, esta forma determinada quiere perderse para siempre.

La filosofía inmanente no reconoce milagro alguno y no ha de decir absolutamente nada acerca de acontecimientos en otro mundo no cognoscible, en el cual sus acciones tuviesen consecuencias para este mundo. Por lo tanto para ella solamente existe una sola negación de la voluntad de vivir perfectamente segura, ella se da solamente por medio de la virginidad. Como hemos visto en la física, el hombre encuentra con la muerte su extinción absoluta, sin embargo solamente es su extinción aparente, cuando él perdura en su descendencia, ya que en esa descendencia ha sobrevivido a la muerte: en ellos nuevamente se ha aferrado a la vida y por un período de tiempo logra afirmarse aún aquello que ha de ser indeterminado. A esto lo experimenta cada uno de manera instintiva. La irresistible inclinación por el apareamiento de los sexos propia del reino animal se manifiesta en los hombres como una pena profunda. En el interior de ellos resuena una suave voz, similar a la de Proserpina:

 

¡Cómo se siente por completo

gracias a este gozo

por medio de este placer manifiesto

con espantoso dolor

con mano de hierro

la totalidad del infierno!

¿Qué crimen he cometido,

El cual disfruto?

Y el mundo burlonamente clama:

¡Eres nuestro!

¡Has de volver en razón

y el morder la manzana te hará nuestro!

(Goethe)

 

Por ello la filosofía inmanente tampoco ha de atribuirle la más mínima importancia y relevancia al momento de la muerte. En él ya no ha de existir para el hombre la decisión de si quiere cursar una vez más la vida o morir para siempre. El remordimiento por las malas acciones que tan a menudo se manifiesta en el lecho de muerte, debido a que el conocer se modifica repentinamente y se puede ver clara y nítidamente qué tan inútiles fueron todos los anhelos terrenales -se tienen que abandonar todas aquellas cosas de las cuales el corazón estaba pendiente-, es la más alocada forma de autoflagelo. Quien está próximo a morir ha de abandonar todo con el panorama de que él ha sufrido lo suficiente en esta vida y con ella se ha purgado, y solamente le resta dirigirse  a su descendencia, instándolos severamente a apartar de sus vidas aquello que esencialmente es sufrimiento. Contando con la esperanza de que sus palabras hayan caído en suelo fértil, de que él pronto podrá encontrar la redención en sus hijos, podrá abandonar la vida en paz.

Por su parte, la filosofía inmanente asigna la mayor importancia al momento en que una nueva vida pueda ser inflamada, puesto que con ella el hombre cuenta con la decisión total acerca de si él ha de seguir viviendo, o de si en verdad quiere ser aniquilado con su muerte. No se trata de la importancia de la lucha entre la vida y la muerte en el lecho del moribundo, en la cual la muerte vence inevitablemente, sino que la lucha entre la muerte y la vida en el apareamiento, en la cual se impone la vida, se torna más significativa. Si el individuo en la más intensa pasión clava sus dientes en la existencia y se afirma en ella con brazos fuertes como el acero, en el punto máximo de la voluptuosidad perderá como un iluso su redención. En el alocado y desenfrenado júbilo el pobre ebrio de pasión no se percatará de que el más preciado tesoro se le escapa de las manos. Por un breve deleite tendrá a cambio pesares si bien no interminables, muy, muy extensos, un severo dolor existencial, y las parcas gritarán alegremente:

¡Eres nuestro!

mientras su genio se oculta.

 

29) Si bien, de acuerdo con la negación de la voluntad, únicamente pueden ser cortados los hilos de la vida del individuo de forma efectiva mediante la muerte, cuando esto se lleva a cabo bajo los lineamientos de la perfecta  castidad, también pueden comprenderla aquellos individuos que continúan viviendo a través de sus hijos. Pero entonces ella surte efecto únicamente en la dicha de ese individuo por el resto de su tiempo de vida. Sin embargo, en este caso el individuo no puede ni podrá inquietarse por las consecuencias imperfectas de la negación. Intentará pues despertar en sus hijos el verdadero conocimiento y conducirlos de un modo sutil hacia el camino de la redención. Entonces habrá de generar un pleno consuelo en su conciencia el hecho de que a la par de la redención individual se avanza hacia la general, de que el estado ideal más tarde o más temprano abarcará a toda la humanidad y que éste entonces realizará, como dicen los indios, la “gran ofrenda”. En efecto, él tendrá motivos para entregarse por completo a la causa de la comunidad a fin de que el estado ideal se torne real lo antes posible.

 

30) Aquellos que con seguridad se confrontan con la redención por medio de la muerte se encuentran de hecho desarraigados del mundo y sostienen un solo clamor: partiendo de la profunda paz en sus corazones avanzar cuanto antes hacia el total aniquilamiento, pero sus caracteres no están muertos. El carácter original simplemente se ha desplazado hacia el fondo, y si él no puede condicionar al individuo a actuar de un modo que sea acorde a éste, brindará de todos modos un tinte particular al resto de la vida de quien se posiciona en la negación.

Por este motivo no se le presentará la misma figuración a todos aquellos que se hallen conscientes de la redención individual. Nada sería más erróneo que dar por sentado esto. Uno que era orgulloso y callado no se volverá parlanchín y sociable, otro que contaba con una amable forma de ser que derramaba por todas partes donde iba una calidez sumamente benéfica no se volverá tímido y reservado, y un tercero que era melancólico no se volverá alegremente vivaz.

Tampoco la actividad y ocupación será la misma para todos. Alguno se aislará por completo del mundo, se retirará a algún lugar en soledad y se mortificará como el religioso penitente, ya que él actuará desde el conocimiento de que una voluntad continuamente humillada únicamente puede ser mantenida en la abnegación; otro, tanto antes como después, permanecerá en una misma ocupación; un tercero, tanto antes como después, secará las lágrimas de los desafortunados con sus palabras y acciones; un cuarto, luchará por su pueblo o por toda la humanidad, pondrá en juego su vida, que para él es completamente carente de valor, a fin de que se acelere el movimiento hacia el estado ideal, en el cual puede tener lugar de forma exclusiva la redención de todos.

Quien en la negación de la voluntad se repliegue por completo sobre sí mismo obtendrá la total admiración de los hijos de este mundo, ya que será un “hijo de la luz” que marcha por el camino correcto. Solamente ignorantes o deficientes podrían atreverse a arrojarle excrementos. Pero tanto más debe y ha de estimarse a aquellos que, inmóviles en su interior, mueven intensamente su hombre exterior y se cargan de pesares para ayudar a sus hermanos que más distan de la claridad: sin agotarse, aún habiendo fracasado, reincorporándose aún ensangrentados, sin soltar nunca de sus manos la bandera de la redención, hasta caer en la lucha por la humanidad, hasta que se apague la majestuosa y tierna luz de sus ojos. Es la más pura manifestación sobre esta tierra: un iluminado, un redento, un vencedor, un mártir, un héroe sabio.-

Todos han de coincidir únicamente en que se hallan muertos para la vileza y en que no son receptivos de todo aquello que pueda mover al egoísmo natural, en que desestiman la vida y aman la muerte. -Y todos ellos han de portar un distintivo: la templanza. “Ellos no se celan, no se inflaman, ellos soportan todo, ellos toleran todo”, ellos no juzgan ni son lapidarios, ellos siempre saben disculpar, y únicamente han de sugerir de forma amistosa seguir el camino en el que ellos han encontrado ese descanso tan delicioso y la paz más majestuosa.-

Mencionaré aquí también el curioso estado que puede anteceder a la negación de la voluntad: el odio hacia uno mismo. Es un estado de transición que se puede comparar con las bochornosas noches de primavera en las que los capullos se abren.

 

31) Como cierre quiero decir algunas palabras acerca de la religión de la redención.

En la medida en que Cristo prometió el Reino de los Cielos a aquél que no es solamente justo y misericordioso, sino también que es capaz de soportar injusticias y dolores sin experimentar amargura:

 

Pero les digo a vosotros que no debéis aborrecer al malvado, sino que debéis ofrecer la otra mejilla a quien os da una bofetada en la derecha. (Mateo, 5:39).

 

ha exigido además a los hombres una completa auto-negación. Y, además, en la medida en que aseguró una recompensa especial a aquél que reprima el impulso sexual, insta al hombre a renunciar por completo a su individualidad, a erradicar por completo su egoísmo natural.

¿Por qué planteó estas exigencias tan difíciles? La respuesta se halla de hecho en la promesa del Reino de los Cielos; pues solamente aquél que ha perdido su individualidad original, en la cual Adán ha muerto y Cristo ha resucitado, puede ser verdaderamente dichoso y alcanzar la paz interior.

Puesto que esta es una verdad que nunca ha de ser derribada, en efecto, porque es la más elevada verdad, aún la filosofía no puede emplazar otra en su lugar. Y por ello el núcleo del cristianismo es indestructible y contiene el florecimiento de toda la sabiduría humana. Ya que el inalterable movimiento de la humanidad está en las bases del cristianismo, su ética reposa en un basamento firme y recién podrá desaparecer cuando la humanidad misma desaparezca.

Aún cuando la filosofía inmanente simplemente debe reafirmar las exigencias de la dulce salvación, obviamente no puede por otra parte reconocer la fundamentación dogmática de las mismas. A las personas más ilustradas de nuestros tiempos así también les resulta imposible creer en los dogmas de la iglesia, del mismo modo en que a los creyentes cristianos de la Edad Media les resultaba imposible cambiar a su Salvador por los dioses de Grecia o Roma o por el iracundo Dios del judaísmo. A fin de que el núcleo indestructible de la doctrina cristiana no sea desechado junto a su fe y que de ese modo no desaparezca para los hombres la posibilidad de ser parte de la verdadera paz en el corazón, la tarea de la filosofía ha de ser fundamentar la verdad salvífica en concordancia con la naturaleza.

Esta ética es el primer intento de cumplir con esta tarea en el ámbito puramente inmanente, por medios puramente inmanentes. Ella solamente puede ser realizada luego de que el ámbito trascendente haya sido separado completamente del inmanente y de que haya sido corroborado que estos dos ámbitos no se encuentran uno junto al otro, ni uno contenido en otro, sino que uno desapareció cuando surgió el otro. El inmanente sucedió al trascendente y se ha emplazado en soledad. La unidad simple premundana ha desaparecido en la multiplicidad, y esta se constituyó como la fuente de la que a partir de una unidad simple se arribó a una unidad colectiva firmemente cerrada sobre sí misma que posee un único movimiento que, en lo que respecta a la humanidad, es el movimiento del ser hacia la muerte absoluta.

 

32) El mahometanismo y el cristianismo: el primero, la mejor de todas las religiones fallidas, el segundo, la mejor de todas las grandes religiones éticas, en lo que respecta a aquello que después de la muerte se promete para la moralidad del pensamiento, se comportan frente a la filosofía inmanente del mismo modo que las dos hijas mayores del rey Lear con la menor, Cordelia. Mientras que el mahometanismo promete al virtuoso una vida plena de embriaguez y voluptuosidad, o sea, una vida sanguínea aumentada, y que el cristianismo le promete el estado de eterna contemplación y deleite intelectual, o sea, una vida sanguínea disminuida por la conciencia, la ética inmanente únicamente puede ofrecerle el sueño, “el mejor platillo en el banquete de la vida”. Pero del mismo modo que quien está físicamente agotado rechaza todas las cosas y solamente quiere dormir, quien está cansado de la vida únicamente ansía la muerte, el aniquilamiento absoluto en la muerte, y muy agradecido toma de las manos de los filósofos el conocimiento de que él ya no espera ningún nuevo estado, ni el deleite, ni el tormento, sino que todos los estados por sí mismos desaparezcan con el aniquilamiento de su esencia más íntima.

 

5. Política

 

En la vida de la humanidad todo es común,

todo es un mismo desarrollo; lo particular pertenece a lo general,

pero también lo general a lo particular.

Varnhagen.

 

Quien conoce y reconoce las leyes naturales incluso en la historia

puede muy bien profetizar; quien no, no sabe

que ha de ocurrir mañana, y ha de ser ministro.

Börne.

 

Quien a sí mismo no sabe rendir cuentas

por tres mil años

se mantiene sin experimentar la oscuridad

y le place vivir día a día.

Goethe.

1) La política trata acerca del movimiento de toda la humanidad. Este movimiento resulta de los anhelos de todos los individuos y, como en la ética hemos debido aceptarlo sin pruebas, considerado desde un punto de vista menos elevado, es el movimiento hacia el estado el ideal,y, por otra parte, visto desde uno más elevado, es el movimiento de la vida hacia la muerte absoluta, ya que no es posible un estado de reposo en el estado ideal.

Este movimiento no puede tener un carácter moral, ya que la moral atañe al sujeto, y solamente pueden ser morales las acciones de los individuos respecto del movimiento de la totalidad.

Éste se realiza sencillamente por medio de una fuerza irresistible y, considerado en general, es el destino todopoderoso de la humanidad, que destruye y parte como al vidrio a todo lo que se le oponga, aunque sea un ejército de millones; pero desde la perspectiva que desemboca en el estado, se llama civilización.

La forma general de la civilización es entonces el estado; a sus formas específicas: económica, política, espiritual las denomino formas históricas. La ley fundamental según la cual se realiza es la ley del padecimiento, que produce el debilitamiento de la voluntad y el fortalecimiento del espíritu. Se divide en distintas leyes individuales, a ellas las denomino leyes históricas.

 

2) A continuación nuestra tarea es revisar la marcha de la civilización en los eventos principales que la historia rescata y, basándonos en la infinidad de acontecimientos, interpretar las formas y leyes según las cuales la humanidad se ha desarrollado hasta nuestros tiempos, luego, investigar las corrientes de nuestro período histórico, para finalmente tener frente a nuestros ojos el punto en el que concluyen todas las líneas de desarrollo precedentes. En general, pero muy especialmente en la última tarea, hemos de evitar perdernos en peculiaridades, precisamente porque sería una osadía pretender determinar en lo particular, y hacerlo con precisión, la manera en que el futuro habrá de conformarse.

 

3) En la ética, de forma resumida, hemos remitido el estado a un contrato que dio fin al estado de naturaleza. Debimos hacer esto ya que en ese momento para la ética sólo interesaban las leyes fundamentales del estado. Pero ahora ante nosotros se halla la cuestión de examinar más de cerca las relaciones a partir de las cuales el estado ha sido instituido.

La aceptación de que el género humano posee un único origen no se halla en contradicción con los resultados de las ciencias naturales, siendo que ellas, fuera de la filosofía política, brindan un excelente fundamentación en todo aspecto. Además de ellas surge, sin forzarlo y siendo convincente para todos, una sentencia que es plenamente portadora de verdad, ella sostiene que todos los hombres son hermanos, y así uno, para obtenerla, no tiene que creer en una unidad escondida detrás de los individuos, que solamente pueda ser conocida, en el mejor de los casos, mediante la contemplación intelectual.

El hombre primitivo debe haberse diferenciado muy lentamente del animal del cual procedía. Al principio la brecha entre ambos no debe haber sido muy grande. Aquello que lo provocó fue el brote al mismo tiempo de las distintas semillas en las cuales por entonces los dispositivos auxiliares de la razón estaban contenidos, o, expresado en términos fisiológicos, hubo un pequeño aumento de la masa cerebral. Pero desde el punto de vista de mi filosofía se dio la separación de una nueva parte de la voluntad de vivir en aquello que conduce y aquello que es conducido, como expresión de una profunda nostalgia de la voluntad por una nueva clase de movimiento.

Los nuevos dispositivos se afianzaron y fueron transmitidos como herencia. No se puede hablar de un desarrollo veloz de los mismos, más bien debe ser aceptado que luego de esta modificación se presentó durante varias generaciones un período sin cambios. La evolución se centró por completo en el desarrollo de los individuos, o, dicho con otras palabras, la ley del desarrollo de la individualidad dominó en soledad el primer período de la humanidad. Solamente cuando los individuos lograron multiplicarse al punto que los animales los atacaban y los expulsaban, la necesidad forzó al intelecto y continuó con su formación. No puede plantearse ninguna duda de que aquella capacidad que se desarrolló más tempranamente fue la imaginación. Con su ayuda la razón pudo lograr pensar en imágenes, asociar el pasado con el presente, fijar contextos causales en asociaciones de imágenes, y, seguidamente, construir armas toscas con intención de provocar la muerte. En el siguiente avance de la evolución también se fortaleció el tierno germen de la facultad de juzgar, probablemente en pocos individuos favorecidos, y así fueron formados los primeros conceptos, de cuya yuxtaposición carente de flexiones surgieron crudas lenguas naturales. La razón en este punto realizaba una navegación de cabotaje; aún no estaba en condiciones de navegar por el amplio mar de la abstracción, sino que debía mantener siempre frente a sí las cosas individuales del mundo observable.

 

4) La multiplicación de los hombre, por un lado favorecida por un fuerte impulso sexual, y por otra parte, por medio de las condiciones del territorio que habitaban los primeros hombres, que eran favorables para su mantenimiento, produjo una distribución que constantemente se fue incrementando. Entonces los hombres se dividieron en grupos dentro de aquella área delimitada que les ofrecía sustento, en una lucha constante con el mundo animal y con sus semejantes.

El hueco que se encuentra entre estos rebaños de hombres-animales y los pueblos naturales no puede ser completado recurriendo a la conciencia. A ese dilatado período temporal lo dominaron las leyes del desarrolo y de la fricción. La primera de esas leyes debilitó la intensidad de la voluntad en forma decisiva, aún cuando haya sido de forma paulatina, al punto que no pudo tener lugar una gran diferencia entre generación y generación. En la mayor parte de los registros del género humano uno puede hallar testimonios sobre hombres inmensos, y existen pocos motivos para dudar de ello, del mismo modo en que a todas las especies animales que hoy existen le han antecedido formas más brutales, e incluso el avance de la humanidad que nos resulta conocido nos muestra una reducción de la fuerza vital, y muy por el contrario, el incremento de la duración de la vida no nos prueba nada en absoluto.

Por otra parte, la ley de la fricción robusteció la inteligencia, sin embargo, muy poco en este período, ya que las necesidades no pudieron ser muy grandes.

 

5) Así ingresamos en la antesala de la civilización, donde encontramos los auténticos pueblos naturales: tribus que desarrollaron la caza, la ganadería y la agricultura. Ya que uno no puede determinar de ningún modo si la marcha evolutiva de la humanidad prehistórica tuvo lugar siempre en grupos, o, si por alguna fractura, fue en familias que más tarde volvieron a unirse, queda entonces librado para el parámetro propio de cada uno figurarse el proceso tal como sea de su agrado. Nosotros partimos preferentemente de familias que luego se fundieron en el grupo, que se alimentaban de los frutos de los árboles y de animales que cazaban; ya que el hombre es esencialmente insociable, y únicamente la más extrema necesidad, o su contrario: el aburrimiento, puede hacerlo sociable. Es por ello mucho más probable que el fuerte hombre primitivo, cuando se pudo valer de armas y de su inteligencia, aunque pequeña, ampliamente superior a la de los animales, haya seguido su impulso de independencia y se haya aislado, por sobre la posibilidad de que se haya dado una conformación ininterrumpida de los grupos.

Si consideramos entonces a alguno de esos cazadores de acuerdo a su idea, él era una simple voluntad de vivir, o sea, su egoísmo natural no comprendía aún ninguna otra voluntad que se expandiese hacia las distintas direcciones, ninguna cualidad volitiva. Él solamente deseaba existir de acuerdo a su carácter simple y determinado, y mantenerse con vida. La causa de ello ha de ser buscada en su muy simple forma de vida y en su espíritu que estaba limitado a la búsqueda de animales salvajes. Para su intelecto solamente existía una cuestión: poder hallar los pocos elementos que satisfacían su hambre, su sed y su impulso sexual. Cuando la necesidad era satisfecha, el hombre se hundía entonces en la pereza y holgazanería.

A una voluntad simple que no piensa de ningún otro modo más que de forma salvaje e indiferenciada le corresponde su cantidad limitada de estados. Además del acostumbrado estado de vaporosa indiferencia y de aquel del temor instintivo, él admitía el del odio más apasionado y el del amor más apasionado. Él odiaba todo aquello que se ponía en su camino limitándolo, e intentaba eliminarlo; y por otra parte, se aferraba con amor a todo aquello que podía ampliar su individualidad, e intentaba conservarlo.

Él vivía junto a una mujer que quizás debía acompañarlo en sus excursiones, quizás también solamente se ocupaba de su choza y cuidaba del fuego y de los niños. El carácter de la familia era rudo y aún animal en su totalidad. La mujer era un animal de carga del varón, y cuando los niños ya eran mayores, seguían su camino y formaban sus propias familias.

Frente a las fuerzas naturales el hombre que era cazador se comportaba del mismo modo que los animales. No reflexionaba nada más acerca de las fuerzas elementales. En tanto aquí y allá bien podía figurarse en su conciencia su propia dependencia de la naturaleza y su impotencia frente a ella, y ,a la manera del rayo, iluminar la noche de su desamparo.

Por esa forma de vida uniforme se le presentó los hombres una incipiente carencia de alimentos. En ese lapso ellos se habían multiplicado nuevamente de modo que la ronda de cacería de cada individuo había sufrido una considerable merma y ya no le ofrecía suficientes animales salvajes para su sustento. Este mal no podía ser mitigado mediante un simple desplazamiento, ya que los sitios en la tierra que eran propicios para los cazadores ya estaban todos poblados, y frente a este encimismamiento de cada uno se manifestó el amor a la propia ronda de cacería que se afirmaba en él.

Entonces se juntaron aquellos que estaban más próximos entre sí y se asociaron permanentemente no solamente para expulsar a los intrusos, sino que también para erradicarlos. Cuando el peligro se disipaba, nuevamente se separaban. Entretanto el carácter de la familia también sufrió una modificación. En primer lugar, los hijos no podían conseguir fácilmente su sustento, y en segundo lugar, el interés del padre radicaba en emplear la fuerza de los hijos a fin de aumentar la suya. La asociación familiar fue instituida firmemente, y recién entonces surgieron las auténticas tribus de cazadores, cuyos miembros estaban atravesados por la conciencia de que ellos tenían una misma pertenencia, algo que antes no resultaba posible. Ya que en todas partes se presentaron las mismas relaciones debieron por lo tanto reunirse paulatinamente todas las familias en tribus de cazadores que ahora ya no provenِían de la guerra de las familias entre sí. Ella siguió perteneciendo a su composición y en los continuos roces que provocaba elevó nuevamente la fuerza espiritual del hombre a un nivel más alto.

Tanto la guerra como así también la disposición amistosa que cada vez era más común requerían la firme dirección de un mando superior que se situara por encima del poder del jefe de familia. Se eligió al más fuerte o al más astuto como comandante en la guerra o juez en la paz. Entonces también se registró en la conciencia del hombre la enorme diferencia, tan pesada en sus consecuencias, que existe entre justicia e injusticia, la cual liga firmemente a las voluntades de los individuos y restringe el ánimo de enfrentamiento de su naturleza completa. Ahora determinadas acciones (el robo y el asesinato) estaban prohibidas dentro de la comunidad, acciones que fuera de aquella estaban permitidas, y se instituyó una férrea obligación para la voluntad, en tanto que se figuraba en el espíritu de cada uno la necesidad de no seguir actuando bajo la dirección principal del daimón, sino que hacerlo con raciocinio y reflexionando.

De esta manera la necesidad empujó a los hombres hacia la comunidad social, la primera forma en crudo del estado, pero su organización fue una obra de la razón y, considerando todas sus relaciones, estaba relacionada con un contrato. Los miembros mayores de las familias reconocieron que por un lado la comunidad no debía ser disuelta, pero por otro lado también que solamente podía constar de ciertos fundamentos, y acordaron que esos fundamentos en adelante debían ser inalterables. Algo que también vale decir es que las leyes en contra del asesinato y del robo son el producto de un contrato original que forzosamente debió ser establecido. Las constituciones estatales, las relaciones sociales, incluso otras leyes pudieron haber sido establecidas unilateralmente, pero no estas dos leyes sobre las cuales ha de erigirse tanto el estado más perfecto como también el más imperfecto. Ellas solamente pudieron surgir a partir de un acuerdo, con fuerza lógica, primero de manera figurada, y si hoy fuesen revocadas, en poco tiempo todos habrían de restablecer el mismo contrato original. No fue necesaria ninguna otra mirada más amplia, ninguna otra sabiduría más profunda para establecer estas dos limitaciones legales tan necesarias. Cuando ya no resultaba la normal vida en conjunto dentro de una comunidad que se hallaba en peligro, ellas debieron ser establecidas por necesidad.

 

6) La humanidad hizo un avance muy importante cuando, por obra del azar, fue reconocida la utilidad que resulta de la domesticación de ciertos animales, y pudo figurarse la ganadería. De las tribus cazadoras se desprendieron tribus de pastores, que pudieron ocupar todas las áreas que hasta entonces no eran aprovechadas, con lo cual el desarrollo de los individuos y, asociado a ello, la distribución de la humanidad pudieron extenderse.

La nueva forma de vida trajo grandes modificaciones. Primero tuvo lugar un paulatino cambio de carácter. No es que aquí la voluntad se haya dividido en cualidades individuales, para ello las relaciones eran demasiado simples y la inteligencia demasiado débil; pero la voluntad en su totalidad experimentó un apaciguamiento, ya que en lugar de la excitante cacería y de la guerra de exterminio que llevaban a cabo contra los grandes animales salvajes se presentó una ocupación pacífica y monótona.

Al mismo tiempo el hombre se volvió consciente de sus relaciones con el mundo visible, y surgió la primera religión natural. Por un lado fueron reconocidas las relaciones causales del sol con las estaciones, con los pastizales fértiles; por otro lado se observó que los preciosos rebaños, de los cuales dependía el sustento de sus vidas, estaban expuestos a menudo a animales feroces y a espantosas fuerzas elementales. Con la reflexión acerca de estas relaciones el hombre logró las representaciones de bueno y malo, para las fuerzas de orientación amistosa o inamistosa respecto del hombre, y el convencimiento de que mediante la adoración y la presentación de ofrendas se podía apaciguar unas y mantener a las otras en su tendencia benéfica.

En la medida en que los nómades que siempre ocupaban una mayor extensión fueron arribando a zonas de clima más templados o de clima más extremos, resultaron esas sencillas religiones naturales de un tono más amigable o más hostil. Allí donde reinaba el sol propicio para las cosechas, figuraba el principio malvado en una posición de fondo, mientras que el benévolo era introducido con reverencia y fiabilidad. Por otra parte, allí donde los hombres se encontraban en una lucha permanente con la naturaleza, donde los predadores en gran número amenazaban a los rebaños y los incendios forestales y ardientes vientos del desierto arrastraban a la perdición tanto a hombres como a animales, el hombre lleno de temor perdía de vista por completo al principio benévolo: todos sus cantares y ruegos estaban orientados únicamente a satisfacer y hacer cambiar a un mejor humor por medio de la ofrenda de lo más preciado que se poseía a una deidad que en la fantasía era percibida como terrible e iracunda.

La forma en que los nómades actuaban era la sociedad patriarcal. El líder de la tribu era el príncipe, el juez y el sacerdote y un reflejo de ese triple poder recaía en cada uno de los padres de familia, por lo cual el carácter de la familia se volvió mucho más serio y más firme que lo que era en los pueblos cazadores.

 

7) En esta forma y estilo de vida sencillos parece haberse movido toda la humanidad a lo largo de milenios. La ley del hábito dominaba todo, y su producto, la costumbre, se fue afirmando siempre más firmemente en la voluntad. El germen de las cualidades volitivas bien puede ya haberse formado en algunos, pero no pudieron desarrollarse ya que aún faltaban todas las condiciones para ello. La vida fluía muy uniformemente. Todos eran libres, cada uno de ellos podía llegar a ser padre de familia, o sea, llegar al poder, y la mayor violencia estaba fuertemente limitada, en resumen, faltaban grandes contrastes que se marquen en el espíritu y conmuevan a la voluntad.

Por otra parte, el espíritu seguía trabajando tranquilamente en los usuales niveles superiores, especialmente en las áreas de clima templado y uniforme se volvió más observador, más objetivo, y gracias a ello pudo sumergirse más fácilmente en el ser de las cosas. Por esa vía pudo arribar a muchos pequeños pero importantes descubrimientos e invenciones, hasta que finalmente pudo conocer los beneficios de los frutos de tallo y paulatinamente avanzó en el cultivo del tipo de plantas en cuestión.

En este punto se había obtenido un firme fundamento sobre el cual podía establecerse la civilización y comenzar su marcha triunfal, recién allí pudo manifestarse en el contacto que continuamente se incrementaba la ley superior, la ley del sufrimiento, recién allí pudo ennoblecerse la voluntad e iluminarse el espíritu.

 

8) La siguiente consecuencia del cultivo de campos fue un gran desarrollo de los individuos. El número de pueblos debió incrementarse, ya que por un lado ahora la misma extensión de tierra podía alimentar die veces más hombres que antes, y por otro lado, fueron aniquilados menos hombres a causa de la guerra.

Pero con el transcurso del tiempo se generó sobrepoblación, un gran mal que únicamente pudo ser combatido por medio de migraciones masivas. Se debe aceptar que la primera transformación de la vida nómade al cultivo de campos tuvo lugar en las áreas asiáticas, al norte de los montes del Hindú Kush y del Himalaya, así como que allí mismo se presentó primero esta complicación. Tempranamente se separaron grandes grupos del poderoso, tenaz y valiente pueblo de los arios, que cargados de animales domésticos, de arados y de granos, iniciaron el camino hacia el oeste y fundaron sus nuevas patrias en distintos puntos de Europa. Finalmente la totalidad de la tribu se decidió a abandonar el primer lugar que habitaba desde mucho tiempo atrás, probablemente a partir de observar que la tierra que ellos poblaban no era apropiada para el cultivo de campos y que no podía lograrse una seguridad duradera para su existencia mediante el duro trabajo del suelo, quizás también porque estaba seriamente amenazada por las hordas nómades de mongoles. Se desplazó hacia el sur, y mientras que una parte de ella se dirigió hacia la actual Persia, otra se apoderó de los valles del Indo. Aquí permanecieron los indos, hasta que nuevamente se produjo una sobrepoblación, luego emprendieron una gran sucesión de guerras contra pueblos semi-salvajes que eran cazadores y nómades, que habitaban la mitad norte de la península; ésta llegó a un buen término. Sin embargo, ellos no se mezclaron con los vencidos, sino que establecieron un sistema de castas, una de las formas más importantes y necesarias para el comienzo de la civilización, a partir del cual habrán de remarcarse distintas leyes.

Es claro que los antiguos indos ya habían abandonado la organización patriarcal y que debieron haberse ingeniado alguna otra cuando ya se habían volcado principalmente a la agricultura y se habían vuelto un pueblo sedentario. Más que nada el trabajo se había transformado. Era más complicado y más arduo y limitaba mucho más al individuo que apacentar y proteger los rebaños. Además, la vida nómade tenía un atractivo muy especial. Es conocido que los tártaros apaciguados por los rusos anhelaban constantemente regresar a la actividad de sus ancestros, y que incluso los colonos alemanes en las estepas se han vuelto nómades con toda el alma y que rechazan enfáticamente los arados y la horticultura. ¡No se ha obrado ningún milagro! A quien una sola vez se le haya permitido echar un vistazo a la estepa le resultará patente su magia irresistible. ¡Cómo luce ella con el adorno de la primavera: suavemente ondulada, arqueada, en soledad, calma e infinita! ¡Cuán maravillosamente se siente el hombre que la atraviesa al galope en un caballo brioso! ¡Qué libertad, qué libertad! -Por ello uno no habrá de caer en una malinterpretación cuando da por sentada una disconformidad y resistencia en una gran parte de un pueblo que tuvo que trabajar con decisión y energía para superar este anhelo.

El cultivo de campos demandó además una división del trabajo. Los bosques debieron ser allanados; los animales salvajes, combatidos; los artefactos, construidos; las casas, levantadas; los caminos y los canales, abiertos; y con ello, los campos, parcelados regularmente y el ganado, apacentado. Además, los semi-salvajes que resistían en las fronteras, alejados de las áreas conquistadas. En tanto, la población se incrementó constantemente. Los pueblos se volvieron cada vez más grandes, y surgieron nuevos asentamientos que muy pronto se transformaron en pueblos, que se mantenían en una muy estrecha conexión con el pueblo madre. Finalmente se tuvieron que transformar esencialmente las relaciones de posesión, ya que del pastoreo trashumante se había arribado a la posesión de la tierra, hecho que se volvió la causa de los enfrentamientos más frecuentes. Esto debió ser resuelto según normas firmes que primero fueron establecidas y luego se le exigió a la gente que tuviera un conocimiento preciso del derecho.

Todo ello exigió la introducción de un poder punitivo, como fue el de los mayores de la familia, el de los jefes de la tribu, el de los líderes, y esto condujo a los reinos despóticos, con ejércitos, funcionarios, artesanos, etc. En el siguiente avance se efectuó la separación entre el clero y la monarquía, ya que ahora los príncipes tenían obligaciones que les demandaban todo su tiempo, y la sencilla religión natural ya se había convertido en una con un culto regular.

También ha de ser aceptado que los indos, antes de que se extendieran hasta la desembocadura del Ganges, ya conformaban un pueblo dividido en estamentos, pero todavía no conocían las castas, ya que aún no había esclavos. El auténtico sistema de castas surgió cuando un pueblo de vencidos, numeroso, indómito y semi-salvaje fue incorporado dentro del marco de la sociedad y de este modo fue instituida la esclavitud, aunque lo fue de forma paulatina.

Que no haya tenido lugar un mestizaje es fácil de explicar. Frente a los semi-salvajes de rudos hábitos, horrible figura y de piel oscura, el bello y orgulloso ario debió sentirse un ser de una naturaleza superior y debió también sentir una auténtica repulsión ante la posibilidad de una mezcla sexual con ellos. A continuación debió ser tenido por algo deshonroso tener algún contacto con aquellos que ejercían los trabajos más duros e inferiores, y con aquellos que como consecuencia de su obstinación y rebeldía debían ser sometidos con mano dura, haciéndoles morder el polvo; y ambas cosas hicieron imposible cualquier mestizaje.

Cuando observamos el sistema de castas desde sus fundamentos, de inmediato se nos presenta la ley de la constitución de la parte, una de las leyes más importantes de la civilización. Podríamos advertir en ella que partes de tribus que debieron emigrar experimentaron cambios gracias a mejores condiciones de los suelos, climas más benéficos y una ocupación más noble, y con ello pudieron alcanzar un nivel superior. Pero en el estado de la cultura esto se percibe más claramente y muestra todo su poder.

Sólo gracias a que en los comienzos de la cultura todos los empeños para garantizar el pan de cada día recayeron en una parte del pueblo,los espíritus pudieron lentamente comenzar a aletear hasta que cobraron alas libres y geniales; ya que únicamente “manos empeñosas brindan cabezas activas”. En la lucha por la existencia la necesidad puede despertar la inventiva, pero el arte y la ciencia solamente pueden ser cultivados en un aire de despreocupación, y brindan frutos maduros y jugosos.

Luego se nos antepone la ley del desarrollo de la voluntad simple. También de esta ley ofrezco aquí una explicación, ya que el contraste habría alcanzado su punto máximo en el sistema de castas, pues resulta claro que ya en el primer período de un pueblo sedentario y articulado en estamentos habría estado presente una cantidad de motivos que debieron desplazar a la voluntad de su simpleza.

En los individuos surgieron la altanería, la ambición, el hambre de gloria, la vanidad, la codicia, el apetito por el disfrute, la envidia, la obstinación, la perfidia, la maldad, la malicia, la crueldad, etc. Pero también surgió el germen de cualidades volitivas nobles, como la misericordia, la valentía, la templanza, la justicia, la benevolencia, la bondad, la fielidad, la lealtad, etc.

Al mismo tiempo los estados de la voluntad debieron presentar formas diversas. El miedo, la tristeza, la alegría, la esperanza, la dubitación, la compasión, el gozo por el mal ajeno, el arrepentimiento, la mala conciencia, el disfrute estético, etc. se potenciaron alternadamente en los corazones, haciéndolos más plásticos y maleables.

Obviamente la formación del carácter se desarrolló (y se sigue desarrollando) solamente en forma paulatina, bajo la influencia de motivos captados por el espíritu. Como con todo lo que compete a la voluntad, se produjo una leve modificación transmitida a través de la sangre que fue apropiada por la fuerza de engendramiento, y se transmitió a un nuevo individuo como un germen de acuerdo a la ley de herencia de las características, y se siguió desarrollando según la ley del hábito.

Además hemos de destacar la ley de la combinación de la nueva individualidad. La sencilla religión natural ya no podía satisfacer a los espíritus de los sacerdotes que se habían vuelto interrogadores y objetivos. Ellos profundizaron en el contexto de la naturaleza, y se les presentó como principal problema lo breve y esforzado de la vida, entre el nacimiento y la muerte. Nasci, laborare, mori. ¿Podían apreciarla? Ellos debieron juzgarla y destacarla como un error, como un paso en falso. El conocimiento de que la vida carece de valor es el florecimiento de toda sabiduría. La insignificancia de la vida es la verdad más sencilla, pero al mismo tiempo es la más difícil de reconocer, ya que se muestra cubierta de incontables velos. Estamos en cierto modo insertos en ella; ¿cómo podemos hallarla?

Pero los brahamanes pudieron hallarla, ya que estaban completamente eximidos de la lucha por la existencia, llevaban adelante una vida puramente contemplativa y podían emplear toda la fuerza de sus espíritus para la resolución de los enigmas universales. Ellos ocupaban además la primera posición en el estado: nadie podía ser más dichoso que ellos (dichoso en el sentido más popular en que es empleado el término), y por eso entre ellos y la verdad no se extendía la sombra que empaña el pensamiento de quienes se encuentran en una posición inferior, o sea, el pensamiento de que la felicidad resplandece en las alturas y no es capaz de descender a los valles inferiores, el pensamiento de que ella en verdad puede ser alcanzada en este mundo, pero no en todas partes. En la medida en que ellos se sumergieron en la propia interioridad, indagaron acerca del mundo y con sus manos desnudas lo juzgaron.

Pero el conocimiento captado por la voluntad de que la vida carece de valor, en efecto es esencialmente desdichado, y debió producir la nostalgia por la liberación de la existencia, y el direccionamiento en el cual ésta se extendía resultó en la limitación del egoísmo natural que es absolutamente necesaria, expresada por medio de la ley fundamental del estado. “Limita incluso tus impulsos permitidos por el estado, limita por completo tu egoísmo natural y serás liberado”, así debió concluir la razón, y lo hizo de un modo correcto.

El panteísmo de los brahamanes en el que se forjó la religión natural de los indos en definitiva sirvió para robustecer su pesimismo: era únicamente la montura para la delicada piedra preciosa. El desplome de la unidad en la multiplicidad fue interpretado como un paso en falso y, como resulta claro a partir de un himno védico, se enseñó que tres partes del ser primigenio caído se habrían levantado nuevamente por fuera del mundo y que solamente una parte se habría corporizado en el mundo. A esas partes perdidas atribuyó la sabiduría de los brahamanes aquello que todos los corazones humanos anhelan tan profundamente y que no puede ser hallado en el mundo: tranquilidad, paz y felicidad; y se enseñó que únicamente a través del aniquilamiento de la voluntad individual del hombre sería posible la unión con el ser primigenio, de otro modo el resplandor inmortal que vive enturbiando el interior de los hombres, y que es tan distante del ser primigenio, deberá permanecer en el tormento de la existencia por medio de la transmigración de las almas hasta que se halle puro y maduro para la felicidad.

También por ello el sistema de castas resultó en una ordenación religiosa. No se trataba de una obra de los hombres, sino que de una institución divina con el sello de la mayor justicia que resulta pensable, que podía reconciliar a cada uno con su destino; ya que a través de las castas superiores fluía permanentemente un torrente de aquel ser que se había ganado una posición superior, y estaba a disposición de cada uno de los nacidos en las castas bajas la posibilidad de ser tomado por ese torrente después de la muerte.

Entonces de acuerdo a la totalidad de la doctrina los brahamanes se ceñían al ceremonial más estricto que sofocaba toda inclinación de la voluntad. Se introducían por completo en una ley que no dejaba nada libre al parecer de cada uno, de modo que no estaban expuestos a ninguna interferencia. Había actividades particulares prescriptas para cada momento del día, como abluciones, rezos, meditaciones, ofrendas, y no estaba librado al parecer de nadie ni siquiera determinar un minuto de forma autónoma. Luego ellos fueron un poco más a fondo e introdujeron a los ayunos muy estrictos las formas de autoflagelación más duras posibles, que apuntaban a liberar al hombre por completo del mundo, y a convertir a la voluntad y al espíritu en cosas indiferentes frente al mundo.

De una manera similar estaba regulada la vida en otras castas y también cada una de ellas estaba encadenada al resto por eslabones irrompibles.

Al miedo a los castigos más duros en esta vida se le agregó uno nuevo a terribles tormentos después de la muerte, y por último, bajo el influjo de estos poderosos motivos, debieron someterse tanto la voluntad de vivir más mansa como la más salvaje.

Aquello que se realizó en el despótico sistema de castas de los antiguos indos fue la elevación del hombre respecto de la animalidad y la combinación de caracteres simples que entre sí estaban separados en cualidades volitivas, realizada mediante presión política y religiosa. Necesariamente algo similar tuvo lugar en cada uno de los otros estados despóticos de oriente. Se trataba de arrancar de raíz a unos hombres dentro de los cuales solamente reinaba el daimón, que aún se hallaban sumergidos por completo en una vida natural de ensueño, que aún estaban colmados de salvajismo y haraganería, a fin de unirlos y por medio del látigo y la espada encaminarlos en la vía de la civilización, el único medio para llegar a la redención.

 

9) Las historias de Babilonia, Asiria y Persia muestran dos nuevas leyes de la civilización: la ley de la descomposición y la ley de la asimilación por medio de la conquista.

Para la civilización resulta esencial que ella comience en pequeños círculos y luego se amplíe, de acuerdo a ley de la formación de las partes. La civilización no es la contraparte del movimiento de los pueblos naturales, ya que ambas formas de movimiento tienen una dirección. Solamente que el primero es uno más acelerado. El movimiento de un pueblo natural es el de una esfera sobre una superficie casi horizontal, y por otra parte, el movimiento de un pueblo de la cultura se puede comparar con el movimiento de caída en el abismo de esa misma esfera. Dicho en sentido figurado, la civilización entonces cuenta con el anhelo de abarcar a todos los pueblos en su esfera; ella tiene en vista a toda la humanidad y no se le pasa por alto ni siquiera la más pequeña colectividad en el más apartado rincón de la tierra.

A las leyes según las cuales ha de procederse pertenecen las dos ya mencionadas. Todos los estados de la cultura intentan mantener su individualidad y robustecerla tanto como sea posible. Así también dichos estados debieron enfrentarse a hordas de pueblos nómades y de cazadores que estaban excluidos de otros estados y amenazaban sus fronteras, que realizaban ataques en el propio territorio, que robaban y asesinaban, a fin de que se tornen inofensivos. Los combatieron y los incorporaron a su comunidad como esclavos. De ese modo, tan pronto como los estados se conformaron tocándose entre sí, intentó cada uno debilitar al otro, o, tan pronto como se imponía su poderío y sus intereses, forzar al resto a permanecer en unidad.

Dentro del primer caso tuvo lugar, a través de la conquista, y entre las clases inferiores del estado, un mestizaje de los pueblos salvajes con aquellos que ya estaban bajo el yugo de la ley, por lo cual se cruzaron cada vez más pueblos de razas distintas entre sí (como arios, semitas, etc.); dentro del segundo caso, miembros de las clases superiores fueron arrojados al pueblo raso. A través de esta mezcla y de este mestizaje, el carácter de muchos experimentó una transformación.

El movimiento que se realiza mediante la ley de la conquista es uno muy poderoso desde el interior del estado hacia afuera, por el contrario, aquél que tiene como base la ley de la descomposición es uno muy poderoso, desde afuera, hacia el interior del estado. Pero el resultado de ambos es el mismo, es decir, el mestizaje de pueblos, la formación de los individuos, o incluso, dicho de una forma muy general, la ampliación de los círculos civilizatorios.

En los mencionados reinos, con el tiempo, se dio una carencia de descendencia en los individuos de las clases superiores. Cada individualidad que alcanzaba una gran formación se iba despojando poco a poco de las trabas que le habían impuesto la costumbre, la ley y los preceptos religiosos, y su anhelo de felicidad orientado únicamente al disfrute de los sentidos iba cayendo en un estado de total adormecimiento y debilitamiento. Entonces los poderosos pueblos de las montañas, o los nómades que o bien se situaban por afuera del estado o se encontraban atados a él por un hilo muy delgado, ya no encontraron más resistencia. Adornados por los tesoros de la cultura que habían acumulado se hundían en una comunidad regida por el adormecimiento y o bien caían en el pueblo bajo los envilecidos, o se mezclaban con ellos a través de la reproducción sexual.

 

10) El círculo de la civilización continuó su expansión, y siempre lo hizo según las leyes de la colonización y la fecundación espiritual. Entre los antiguos pueblos orientales fueron especialmente los fenicios quienes se expandieron a través de la cultura del comercio. Sobrepoblación, disputas entre los linajes más prominentes y otras causas provocaron el establecimiento de colonias en áreas alejadadas, que continuaron su desarrollo como estados autónomo y que permanecieron íntimamente unidas a la madre patria.

Luego los fenicios tendieron hilos entre los distintos pueblos y con ello no solamente posibilitaron el intercambio de productos excedentes, medio por el cual la riqueza de los estados se incrementó considerablemente, sino que también llevaron a todas partes un movimiento de frescura para la vida espiritual, en la medida en que arrojaban chispas encendidas con las verdades halladas por los pueblos avanzados a aquellos otros pueblos que no poseían la fuerza suficiente para desplazarse a un escalón más elevado del conocimiento. En ese aspecto los comerciantes de la antigüedad pueden compararse con aquellos insectos que para la conservación de la naturaleza están determinados para fecundar flores hembras con el polen de flores macho que ha quedado prendido en sus alas.

 

11) He dicho anteriormente que la ley principal de la civilización es el sufrimiento, a través del cual la voluntad se debilita y el espíritu se robustece. Ésta forma al hombre de forma continua y lo hace siempre más receptivo frente a nuevos sufrimientos. Al mismo tiempo,y mediante el espíritu, permite incesantemente que nuevos motivos poderosos influyan sobre él, que no lo dejan tener descanso y aumentan su sufrimiento. A esos motivos ofrecidos y generados por el espíritu, tal como se conformaron en oriente, debemos echarles ahora un breve vistazo.

Todo pueblo que ingresó en el estado de la cultura no pudo mantener inmutable su religión natural: debió profundizarla especulativamente, ya que la inteligencia aumenta necesariamente dentro del estado, y por ello sus frutos deben ser otros, distintos a los de la comunidad simple.

Quien quiera mantener su mirada libre de confusiones y pretende no encandilarse con la diversidad de apariencias, no habrá de encontar en toda religión natural y en toda religión inculcada ninguna otra cosa más que la más o menos clara expresión de un sentimiento de dependencia que siente todo hombre ante el universo. En la religión no se trata del conocimiento filosófico del contexto dinámico del mundo, sino que de la reconciliación del individuo con la voluntad todopoderosa de una deidad que se deduce de las manifestaciones de la naturaleza.

En las religiones naturales asiáticas, que dividían la totalidad de las fuerzas del mundo y que a cada división la personificaba, el individuo tembloroso se reconciliaba con el dios irascible a través de una ofrenda exterior. En las religiones instruidas, por el contrario, se ofrecía un sacrificio a la deidad mediante una limitación en el propio ser interior. La ofrenda exteriorizada, que fue conservada, era solamente un símbolo de la limitación interna realmente efectuada.

Es extraordinariamente significativo que una limitación del hombre interior tal como la que hemos mencionado entre los indos que avanzaba al punto de la completa anulación del individuo en el mundo haya podido ser exigida alguna vez y que además haya sido exigida casi en todas partes. Como se ha dicho, ¿qué se podía saber de la deidad? Solamente su voluntad tal como se manifestaba en la naturaleza. Se presentaba de forma suficientemente clara, o sea, todopoderoso y a veces piadoso, a veces destructivo. Pero, ¿cómo podía entenderse su intención? ¿Por qué no se conservó solamente la ofrenda exterior y se avanzó tanto? Anteriormente he dado una respuesta a ello. El espíritu de algunos individuos se había desarrollado al punto que podía emitir un juicio acerca de la vida en sí, y, en efecto podía hacerlo de manera correcta, ya que el punto de vista de quienes emitían tal juicio contaba con la suficiente altura, facilitada por sus condiciones ventajosas. Entonces la intención de la deidad fue interpretada de modo que el individuo debía tributarle su vida por completo.

Así y todo permanece como un hecho de la historia que aún es digno de admirar que solamente basada en el correcto juicio acerca de la vida humana se haya podido levantar una religión tan magnífica y profunda como el panteísmo indio. Ella no se puede explicar de otro modo que no sea que excepcionalmente el daimón de hombres violentos pudo jugar un rol principal en el conocimiento y a razón de un motivo correcto provisto por el espíritu (el desprecio por la vida) pudieron emerger intuiciones de lo profundo de las emociones, a las que el espíritu las comprendió como conceptos.

 

¡Oh! Por encima del mundo lo vi revolotear como una paloma que busca un nido donde empollar, y la primer alma que accedió a la brillante corporización debió concebir el pensamiento de redención.

(Hebbel).

 

Pues la principal verdad del panteísmo indio es el camino unitario de desarrollo que se halla entre un punto de inicio y uno final, no solamente para la humanidad, sino que también para el universo. ¿Podía hallarla solamente el espíritu? ¡Imposible! ¿Qué se podía saber acerca de este movimiento en los tiempos de los indos? Ellos contaban únicamente con la mirada sobre su propia historia, que no presentaba ni un comienzo ni un final. Cuando observaban la naturaleza veían salir y ocultarse regularmente al sol y a las estrellas, veían sucederse regularmente la noche al día y el día a la noche, y veían finalmente extinguirse la vida orgánica en el sepulcro y resurgir nuevamente del sepulcro. Todo eso resulta en un círculo, y no en un espiral, y el núcleo del panteísmo indio es de hecho que el mundo ha surgido de un ser primigenio simple, que vive dentro de él, que en él hace su penitencia, se purifica y finalmente, acabando con el mundo, habrá de regresar al puro ser primigenio.

Los sabios indos solamente contaban con un fundamento firme: el hombre. Ellos percibieron el contraste entre su pureza y la rudeza de los animales salvajes y el contraste entre su paz en el corazón y la intranquilidad y el tormento de quienes están sedientos de vida. Esto les dio un desarrollo con principio y final, pero al desarrollo de todo el mundo solamente pudieron captarlo gracias a una elevación genial de manera adivinatoria, pendiendo del daimón.

Entre tanto, esa verdad del movimiento unitario del mundo, que no podía ser corroborada y por ello era objeto de fe, tuvo por demás un alto precio con una unidad simple dentro del mundo. Aquí se encuentra la debilidad del panteísmo indio. Con una unidad simple dentro del mundo resulta insoportable el hecho cada vez más imperioso de la experiencia interna y externa, la individualidad real. El panteísmo religioso y posteriormente a él, el panteísmo filosófico (filosofía vedanta) disolvieron violentamente la contradicción a costas de la verdad. Negaron la realidad del individuo y, con ello, la realidad de todo el mundo, o dicho más precisamente, el panteísmo indio es puro idealismo empirista.

Esto debió ser así. Al proceso evolutivo unitario nada se le escapaba: la redención se asociaba a ello. Pero precisaba una unidad simple dentro del mundo, ya que de lo contrario no podría ser explicado el movimiento unitario de la totalidad, y por su parte, la unidad simple dentro del mundo pedía imperiosamente el reemplazo de todo el mundo real por un mundo de apariencias, un figura de engaño (Velo de Maya), ya que si en el mundo actúa una unidad, entonces ningún individuo puede ser real; se trata solamente de una herramienta muerta y no de un maestro pensante.

Contra ello se alzó la enseñanza de Sankhya que negaba la unidad y se pronunciaba por la realidad del individuo. A partir de ella se desarrolló la religión más importante de Asia, el budismo.

El núcleo del budismo se encuentra en la doctrina del karma: todas las otras cosas son presunciones fantásticas que han de ponerse a cuenta de los sucesores del gran hombre. A esta doctrina que, si bien es sencilla, resulta elogiable por sobre todas habré de examinarla más de cerca en la metafísica y en el apéndice que he de señalar. Aquí debo presentarlo resumidamente.

También Buda parte de la insignificancia de la existencia, al igual que el panteísmo, pero él permanece fijo en el individuo, cuyo proceso de desarrollo era el asunto más importante para él. Depositó toda la realidad en el ser individual, en el karma, y lo hizo todopoderoso. En definitiva se forja su destino, es decir, su propio camino de desarrollo bajo la dirección de su carácter determinado (mejor dicho: bajo la dirección de la suma de buenas y de malas acciones emadas del carácter en encarnaciones anteriores). Ninguna otra cosa más que el poder que se encuentra en todo individuo tiene la más mínima influencia en el propio destino.

A la vía de desarrollo propia de cada individuo Buda la define como el movimiento de un indefinible ser primigenio hacia el no ser.

De ello resulta claro que también Buda debió haber tenido el ateísmo como credo, que creyó en el movimiento unitario de la totalidad del mundo y en la unidad simple que en ella se oculta, como enseña el panteísmo. Además, la completa autonomía del individuo resultaba difícil de conciliar con la negación del reinado de un azar que se presentase en el mundo como totalmente independiente del individuo. Todo lo que llamamos casualidad es obra del individuo, una escenificación resultante de su karma. Buda, a costas de la verdad, negaba la realidad de la eficacia de todas las otras cosas del mundo, o sea que precisamente negaba la realidad de todas las otras cosas del mundo, y le quedaba una única realidad: el yo que se siente en la propia piel y que se comprende en la propia conciencia.

El budismo, por lo demás, y al igual que el panteísmo indio, es un idealismo extremo y absoluto.

Eso debió ser así. Buda se posicionó con razón a favor de la realidad del individuo, del hecho de la experiencia interna y externa. Pero él debió concebir al individuo como completamente autónomo, o sea debió negar un único proceso de desarrollo del mundo, ya que de lo contrario se hubiese encaminado necesariamente hacia la unidad dentro del mundo que enseñaba el panteísmo: una asunción en contra de la cual él se pronunciaba, al igual que todo claro pensador empirista. Sin embargo el auto-gobierno del yo exigía imperiosamente el desplazamiento del mundo restante, del no-yo, hacia el mundo de las apariencias y el engaño; ya que si en el mundo solamente el yo es real, entonces el no-yo solamente puede ser una apariencia: es un decorado, un cortinado, una escenificación, una fantasmagoria en las manos del individuo auto-gobernado, la única cosa real.

El budismo, al igual que el panteísmo, carga consigo el veneno de la contradicción con la experiencia. Aquél que niega la realidad de todas las cosas, salvo la del individuo, además del contexto dinámico del mundo y del movimiento unitario de la unidad colectiva, niega la realidad de todas las cosas y solamente reconoce una unidad simple en el mundo con un único movimiento.

Sin embargo, el budismo se sitúa en una forma mucho más cercana al sentir humano que el panteísmo, puesto que la incognoscible unidad nunca podrá echar raíces quelogren tocar nuestro ánimo, mientras que para nosotros ninguna otra cosa es más real que nuestro conocer y nuestro sentir, en resumen, que nuestro yo, al que Buda eleva al trono del mundo.

Además, el movimiento individual que ha enseñado Buda, que parte del ser primigenio, atraviesa el ser (devenir permanente, encarnaciones) y arriba al no ser, es evidentemente correcto, mientras que en el movimiento que enseña el panteísmo indio uno se ve forzado a tomar en el paquete el paso en falso del ser primigenio, y resulta un lastre pesado.

Ambas doctrinas posibilitan a sus creyentes el amor al enemigo, puesto que el mundo es simplemente una apariencia de una unidad simple y todo hecho individual proviene directamente de esa unidad, en efecto aquél que me insulta, me atormenta y me resulta un pesar, en resumen: mi enemigo, es completamente inocente de todo el mal que he sufrido. Él no me provoca dolore, sino que lo hace Dios directamente. Si quiero odiar a mi enemigo, entonces estaría odiando al látigo y no a quien efectúa el castigo, cosa que sería absurda.

Y todo aquello que me afecta, es mi obra, y por tanto quien me ha insultado no ha sido mi enemigo, sino que yo mismo me he insultado por medio de él. Si quisiera sentir ira hacia él, entonces actuaría de forma insensata, tal como si yo castigase a mi propio pie por haberse patinado y haberme hecho caer.

En la medida en que Buda enseñó exotéricamente la igualdad y la fraternidad de todos los hombres y con ello logró romper el sistema de castas, fue también un reformador en lo político y en lo social; pero entre tanto este movimiento no logró penetrar en India. El budismo fue reprimido en la totalidad de la gran península y debió huir hacia las islas y otras regiones (Ultraindia, China, etc.). En la India propiamente dicha se permaneció en el sistema de castas y en el panteísmo.

 

12) En la religión persa en lengua zend las fuerzas malvadas de la religión natural se amalgaman en un único espíritu del mal y las buenas, en un único espíritu del bien. Todo aquello que limita externamente al individuo: las tinieblas, las sequías, los terremotos, los animales dañinos, las tormentas, etc. proceden de Ahriman, y por otra parte, todo aquello que estimula la acción del individuo hacia su exterior, de Ormuzd. Pero hacia lo exterior era precisamente lo inverso. En la medida en que el hombre lograse limitar un tanto más su egoísmo natural, tanto más patentemente habría de manifestarse en él el puro dios de la luz, sin embargo, en la medida en que siguiese un tanto más a sus impulsos animales, tanto más profundamente habría de caer en las redes del mal. Esto solamente podía ser enseñado a partir del fundamento del reconocimiento de que la vida terrena es una nimiedad. También la religión en lengua zend reconocía un movimiento de la totalidad del universo, éste es la unión de Ahriman con Ormuzd y el establecimiento del reino de la luz por medio de la paulatina remoción de todas las cosas malas que hay en la tierra.

Estas tres eminentes religiones antiguas debieron tener una grandísima influencia en el desarrollo de sus fieles de la antigüedad. Ellas orientaron la mirada de los hombres hacia la interioridad y, debido a la certeza que en cada una se pronunciaba, certeza de que una fuerza todopoderosa e incognoscible determina el destino, se produjo en ellos el reconocimiento de un bienestar basado en fantasías.

El brahmanismo amenazaba a sus opositores con la transmigración de las almas, el budismo con la rencarnación, la religión en lengua zend, con la desdicha que estruja el pecho de los hombres cuando caen en el abrazo de Ahriman, y por otro lado, la primera prometía a los temerosos la reunión con dios, la segunda, la liberación total de la existencia, y la religión en lengua zend, la paz en el seno del dios de la luz.

Especialmente el budismo ha captado poderosamente las almas, y a los caracteres bravíos, testarudos y rebeldes los ha transformado en calmos y armoniosos. Spence Hardy, refiriéndose a todos los habitantes de Ceilán, dijo:

 

The carelessness and indifference of the people among whom the system is professed are the most powerful means of its conservation. It is almost impossible to move them, even to wrath. (Eastern Monachism 430.)

 

(La desidia y la indolencia del pueblo que se reconoce como seguidor de la enseñanza de Buda resultan los medios más poderosos para el mantenimiento de la doctrina. Es por demás imposible conmover a estos hombres, como así tampoco es posible hacerlos enojar.)

 

13) Los pueblos semitas de Asia, con la excepción de los judíos, o sea, babilonios, asirios y fenicios no han tenido la fuerza suficiente para profundizar su religión natural en una religión ética. Ellos permanecieron fijos en la ofrenda externa, que por demás debía consistir en algo extraordinariamente doloroso para el individuo, pero que no tenía un efecto sostenido en el carácter. Las madres que depositiban a sus hijos en los ardientes brazos de Moloch y las vírgenes que se dejaban deshonrar en las fiestas de Mylitta entregaban como ofrenda a la deidad lo más valioso que poseían, ya que no se podía dudar del profundo dolor de la madre que dejaba que su hijo ardiera, y Heródoto ha dicho expresamente que a la virgen humillada no se la apreciaba más, apenas se ofrecía algo por ella. Pero lo que el individuo conseguía con ese horrible sacrificio era bienestar en esta vida. Las religiones no desviaban su enfoque más allá de esta vida y tampoco ofrecían una meta firme al final del camino. Además, las espantosas ofrendas eran una mala motivación, y así se llegó a que poco a poco el pueblo perdiera todo el respeto y pendulara entre un desmedido disfrute sensual y un desmedido arrepentimiento hasta agotarse.

Por otra parte, los antiguos judíos lograron instituir una religión pura, que nos resulta tan destacable ya que el cristianismo procede de ella. Se trataba de un firme monoteísmo. Dios, el ser incognoscible que se hallaba por fuera de este mundo, que era el creador del cielo y de la tierra, sostenía a su criatura con su mano todopoderosa. Su voluntad difundida por profetas entusiastas exigía obediencia incondicional, una entrega total a la ley, estricta justicia y continuo temor a Dios. El temeroso de Dios era recompensado en este mundo y quien rompía el pacto era tremendamente castigado también en este mundo. Pero esta autonomía a medias del individuo frente a Jehová era mera apariencia. La precisa relación de Dios con el individuo era la misma que en el panteísmo de los indos. La caída en el pecado, que fue tomada como préstamo de la doctrina en lengua zend, obtuvo resonancia e importancia recién con el cristianismo, como pecado original. El hombre no era otra cosa más que un juguete en las manos de Jehová, ya que si bien Dios no actuaba directamente en él, sí había creado su esencia, de la cual emanaban sus acciones; ella era obra únicamente de él.

Precisamente por su monoteísmo, los judíos tampoco arribaron nunca a una idea de movimiento de la totalidad del mundo.

 

Un linaje se pierde, surge otro; pero la tierra permanece eterna. (Salomón).

 

La totalidad del mundo no posee una meta.

 

14) El conocimiento objetivo genial se manifestó en los ámbitos de la ciencia y el arte también entre los antiguos pueblos orientales, a los cuales también pertenecen los egipcios.

La matemática, la mecánica y la astronomía hallaron un cuidadoso estudio entre los indios, los caldeos y los egipcios, y si bien los resultados obtenidos en sí fueron escasos, otros pueblos, es decir, los griegos, les dieron especial estímulo.

La facultad de juzgar, ese importante y majestuosos dispositivo del espíritu humano, que, por medio del impulso de investigación, formó las religiones éticas de oriente tan extraordinariamente efectivas y tan teóricamente profundas, también se manifestó muy claramente como sentido de belleza y creó, en asociación con el impulso de reproducción, obras de arte muy significativas. Pero, del mismo modo en que la poderosa fantasía en la ciencia limitaba esencialmente a la facultad de juzgar, así también ella se posó sobre el sentido de belleza como si fuera un fantasma, y sólo muy raramente lo bello podía desarrollarse pura y finamente.

En la arquitectura lo formalmente bello del espacio encontró una expresión seria y digna, especialmente en Egipto. Los templos, los palacios, los sepulcros, etc. eran colosales, pero eran masas ordenadas simétricamente que el ojo podía figurarse y que habrían de elevar el ánimo. Por otra parte, las obras plásticas, cuyo arte se encontraba por completo al servicio de la religión, eran fantásticas, desmedidas y se daba por sentado que el hombre habría de colmarse de temor y arrojarse al polvo antes que verse elevado. De ninguna forma ello podía conducirlo al feliz estado de la simple contemplación estética.

Un escalón más elevado en el perfeccionamiento alcanzó la poesía. Los himnos religiosos, especialmente los himnos védicos, debieron despertar un ánimo celebratorio en los devotos, además debieron impactarlos fuertemente y despertar en ellos un anhelo puro, mientras que las canciones de guerra y las poesías heróicas los alentaban a emprender gestas valerosas, llevando ánimo a sus almas.

En el arte oriental en general se manifiesta la limitación del individuo por medio del poderío de la naturaleza: el individuo aún no podía alcanzar la palabra, puesto que todavía no reconocía sus fuerzas. Esa afluencia desde el exterior tenía un efecto de alimentación en el espíritu formativo especulativo que se hallaba deprimido; y de este modo se puede decir que en el mundo antiguo de oriente el genio de la filosofía ya estaba revoloteando alto, por encima de las nubes, mientras que el genio del arte aún rozaba la tierra con la punta de su ala.

 

15) Ahora nos enfocaremos en los antiguos griegos, que, fecundados por el arte oriental y la ciencia, engendraron una cultura totalmente particular. Esto mismo llevó a grandes transformaciones en estados contemporáneos y posteriores, y tiene efecto aún hoy, como un poderoso fermento, en la vida de las naciones civilzadas.

Ya anteriormente he expuesto la gran influencia que el clima y las características del suelo ejercen sobre las miradas religiosas de un pueblo y, a través de ello, en su carácter. En la medida en que el hombre solamente se aproxime a la deidad, a la forma corpórea del destino, mostrando arrepentimiento y temor, no tendrá conciencia de la fuerza de sus acciones y su conciencia de otras cosas ha de ser turbia e insuficiente. Si por otra parte ha reconocido a la supremacía de la naturaleza como algo que superándolo a él se dispone de manera piadosa, entonces habrá de verla a los ojos obteniendo confianza en ella y, por esta vía, confianza en sí mismo, pudiendo así mostrarse animado y calmo.

Así, de forma general, toda la vida política y espiritual de los helenos se relaciona con la influencia que ejercía la majestuosa tierra que habitaron. Un suelo así de rico, un clima soleado y calmo no podía formar esclavos, sino que debió favorecer el mantenimiento de una intensa religión y debió colocar al individuo en una relación digna con la deidad. Pero por ello el carácter de los griegos paulatinamente se volvió más armónico, la individualidad natural indestructible, a fin de no caer en la marginalidad y en la división, y concluir en un retroceso, no logró amalgamarse por completo por medio de leyes, sino que debió darse un espacio de negociación, de modo que se hayan podido conformar personalidades tan nobles.

El primer paso en la conformación de esa personalidad libre fue que la nación griega nunca haya alcanzado una unidad política. Se dividieron en una cantidad de ciudades y comarcas independientes, que inicialmente sólo formaba una libre asociación federal y más tarde se subordinaron al poderío de los estados más poderosos. Solamente la religión común y las fiestas nacionales unían a las tribus en un todo ideal.

Esta compleja división estatal en una superficie pequeña, bajo la protección de una suerte de derecho de gentes; ya que de acuerdo a las leyes de rivalidad entre los pueblos, que aquí por primera vez se manifestó claramente, todos los pueblos pretendían superar a los otros en fuerza, y por ello debió conducir a que todas las fuerzas de sus ciudadanos se volcaran al desarrollo y al trabajo.

La consecuencia siguiente de la personalidad libre de los griegos fue que la constitución del estado estaba sometida a modificaciones hasta que, dada las circunstancias, todo el pueblo lograba efectivamente un mando. Inicialmente todos estados griegos estaban gobernados por reyes, que, como jueces superiores, tenían en sus manos las leyes, hacían ofrendas a los dioses en nombre del pueblo y, en la guerra, se encontraban al mando. Este poder fue limitado por un consejo, cuyos miembros fueron escogidos entre los linajes nobles. Frente a ellos se encontraba el pueblo, al cual no le correspondía tener influencia alguna en la decisión de los asuntos del estado.

Sin embargo, esta situación cambió paulatinamente por medio de convulsiones internas que sucedieron de acuerdo a las leyes de integración por medio de una revolución, con las cuales, asimismo, hemos de establecer contacto por primera vez.

Primero los linajes nobles se enfrentaron al reino, lo depusieron y, en su lugar, establecieron una república aristocrática. Pero luego fue el pueblo bajo quien clamó por su libertad política. Sus esfuerzos fueron infructuosos hasta que tuvieron lugar peleas entre los mismos aristócratas que tomaron como causa propia a los desfavorecidos del pueblo, a fin de poder tomar venganza. De ese modo se fue soltando cada vez más el lazo entre gobernantes y gobernados, hasta que finalmente cedió y el pueblo accedió a la posesión del poder de autodeterminación.

Ese proceso interno de integración fue extraordinariamente importante para el ennoblecimiento del pueblo. Cada uno dejó entonces que su bien más preciado coincidiese con el bien del estado, y a la par de un ardoroso amor a la patria que conducía al bajo pueblo a la realización de las obras más elevadas, surgió una educación general, fructífera tanto para el individuo como para la comunidad.

Pero del mismo modo en que la marcada personalidad de los griegos fue la causa de la ascensión del pueblo al gobierno y de la ruptura de la brecha entre los estamentos, también fue la causa de que, al término de las guerras con los persas, el individuo poco a poco se liberase del conjunto. Cada uno se sobrestimaba y creía saber y entender todo del mejor modo, anhelaba destacarse. La personalidad mutó en una individualidad sobremadurada, en la cual el hombre divagaba intranquilamente como en el sueño de los afiebrados. A veces se inflamaba su fuerza vital, a veces decaía, próxima a extinguirse: un signo claro de que la voluntad de vivir había superado el nivel de la existencia y de que el comienzo del fin había llegado. ¡El individuo se había entregado al exterminio! El camino soleado de los refinados, delicados y flexibles griegos parecía extremadamente lejano del camino lodoso de los cultores asiáticos de la buena vida; y, de hecho, eran muy distintos, ya que en uno la fuerza vital se evapora en voluptuosidad y en un cúmulo de placeres sensibles, mientras que, en el otro, el hombre pierde su calma y su seguridad, y cae en una oscilación cada vez más vertiginosa; pero ambos caminos encuentran un mismo fin: la muerte absoluta.

La consecuencia de este desprendimiento del individuo de la comunidad significó la caída de esta última. Los roces entre los partidos fueron cada vez mayores, hasta que la descomposición fue general y pudo tener lugar nuevamente la ley de integración por medio de la conquista. El pueblo griego que ya había arribado a una edad senil fue sometido por los poderosos y endurecidos macedonios. -En la vida de la humanidad rigen siempre las mismas leyes, pero el círculo de la civilización se torna siempre más amplio.

 

16) Ahora queremos dedicarle una breve consideración a los motivos que la genialidad griega engendró para toda la humanidad.

La religión natural de los helenos, un intenso politeísmo, no fue profundizada especulativamente, sino que fue explicada artísticamente. Los antiguos pelasgos, antes de su integración con los griegos y bajo influencia egipcia, habían comenzado a reformar la religión (Misterios de Eleusis), para lo cual había un suelo fértil en la cerrada casta sacerdotal, pero el movimiento cesó cuando cayó el antiguo sistema de castas y la función sacerdotal fue transferida a los reyes. El único pensamiento especulativo que se manifestó y se volvió dogma fue el concepto de destino. No se reunió a los dioses en una única deidad que decidiese la suerte de los mortales, sino que se emplazó como un hecho a un destino rígido situado por encima de los dioses y los hombres. Así se pudo obtener una unidad muy adecuada, que sin embargo no fue reconocida según su esencia, pero a la cual se podía remitir de forma no forzada todos los acontecimientos de la vida humana. Aquí uno debe dedicar la mayor admiración a la continencia de los griegos. Ellos habían reconocido de forma totalmente correcta que se situaban frente a algo puramente abstracto y ante ello retrocedían humildemente todos los aspectos del espíritu formador y artístico, por ello se aferraron con amor a los dioses olímpicos, orientados tan cercanamente a ellos. (Las Erinias son simplemente miedos de la conciencia personificados; las parcas, meras figuraciones del transcurso de la vida humana). Pero incluso esta vergüenza ante un misterioso poder no opacaba la valoración de los griegos sobre sí mismos. No se figuraban al destino como un movimiento del mundo que resultara de alguna forma determinada, sino que como un movimiento implacable, referido a la imperante perdición de ellos, que, por excelencia, era algo que no debía ser fundamentado.

Porque entonces la religión natural en primer lugar, y presentada de ese modo, no era capaz de alcanzar ninguna evolución, y en segundo lugar, se emplazaba como algo intocable, puesto que se constituía como uno de los fundamentos del estado; asimismo como por otra parte la inteligencia orientada al progreso tenía la necesidad de ahondar en el comportamiento del hombre dentro de la totalidad natural, pudo surgir la filosofía a la par de la religión.

No ha de ser nuestra tarea ahora arrojar una mirada a los tantos sistemas filosóficos griegos. Debemos conformarnos con un breve vistazo a algunos de los mismos.

Heráclito, que según mi parecer ha sido el filósofo más significativo de la antigüedad, volcó una mirada muy clara sobre el contexto de la naturaleza. Él se cuidó de no arrojar un cachetazo a la verdad diluyendo al individuo real a fin de favorecer a una unidad imaginada, y enseñó que todo debe ser entendido en un flujo de devenir, que posee un movimiento incesante. Pero puesto que siempre veía a la vida surgir nuevamente allí donde la muerte se había presentado se vió inducido a comprender al movimiento de la totalidad como algo carente de fin. Él construyó con los eslabones ser – no ser y no ser – ser una cadena infinita, o, mejor dicho, un círculo incesante. Por medio de la exclusión de una determinación siempre es impuesta nuevamente una determinación, y el camino hacia arriba (disolución de la individualidad) se torna en el camino hacia abajo (formación de una nueva individualidad).

Por otra parte, Heráclito no se engaño en lo que respecta al valor de la vida, y así enseñó también que no puede haber una dicha mayor para el hombre que entregarse ardorosamente a este incesante devenir, a esta generalidad, y que tampoco existe un dolor mayor que retraerse en la particularidad, en el propio ser para sí mismo, que oponerse a la exclusión de una forma de ser determinada, que “cebarse como el ganado, y luego de su paso por el estómago y las partes pudendas, establecer a lo más despreciable de nosotros como nuestro auténtico bien”.

Aquello a lo cual él entonces instaba era que el individuo se posicionase en el movimiento de la totalidad por medio de una entrega total al proceso que es común a todos, y sin embargo, infinito; o sea, instaba  a reconducir el egoísmo natural a esto ya explicado, y a actuar moralmente.

Su doctrina es elevada y pura, pero padece al devenir infinito.

Al igual que Heráclito, Platón enseñaba acerca de un ciclo infinito. Él entendía al mundo como una composición de réplicas de las ideas, situadas detrás del mundo, en reposo eterno, libres de dolor y felices. El alma humana procede de ese puro mundo de las ideas, pero con el tiempo no puede retornar a él. Cuando el alma abandona el cuerpo, en cuya unión solamente puede desarrollar una vida impura, ella es conducida, en el caso de que no se haya entregado a los sentidos, y de que haya cultivado las virtudes de la sabiduría, la valentía, la templanza y la justicia, a un estado de felicidad en reposo, de lo contrario habrá de migrar a otros cuerpos hasta que haya recuperado su pureza original, y de ese modo, pueda ser partícipe del estado ya mencionado. Pero la psyché no puede permanecer fija en este estado, luego de un tiempo determinado, después de mil años (De Rep. X), ha de optar nuevamente por un destino terrenal. Así comienza el ciclo de lo nuevo.

En la sencilla recepción de un alma divina y pura, que se halla unida a una disposición de los anhelos que desecha lo sensible, se encuentra la valoración del alma humana.

Si se hace caso omiso a la visión cíclica, Heráclito y Platón, por medio de sus enseñanzas, han arrojado motivos al mundo que lograron despertar en muchos corazones la nostalgia por un estado más puro y la repulsión por una vida de injusticia y desenfreno. De esta manera ennoblecieron el ánimo y al mismo tiempo incentivaron la sed de conocimiento, que es un bien elevado, puesto que libera a los hombres de los impulsos viles de este despreciable mundo.

Sólo he de nombrar a Aristóteles, ya que fue el primero que se volcó a estudiar el individuo en la naturaleza y con ello estableció los fundamentos de las ciencias naturales, sin las cuales la filosofía nunca habría podido llegar a una forma como la de la mía propia y tampoco habría podido seguir transformándose en un saber puro.

También he de nombrar a Heródoto, padre de la historia, ya que la historia es tan necesaria para la filosofía como las ciencias naturales. Estas últimas amplían el conocimiento del contexto dinámico del mundo, pero solamente pueden indicar de manera imprecisa el fin del devenir, al cual, sin embargo, todas las cosas han de llegar. Por otra parte, la mirada arrojada sobre la vida de la humanidad que ya ha transcurrido conduce a las conclusiones más importantes, ya que la historia confirma que la experiencia es siempre subjetiva y, por lo tanto, siempre se la puede cuestionar (o sea, a la verdad que resulta del destino individual claramente reconocido, a la verdad de que cada cosa posee un propósito determinado) por medio de un único destino de la humanidad, de modo que de él nadie pueda dudar: todo un gran beneficio.

 

17) Aún cuando la genialidad griega se mostró muy modesta en el ámbito de las ciencias, la filosofía, separada de la religión, pudo dar a luz a las ciencias naturales y a la historia, que, cual lactantes, debieron ser entregadas al cuidado de las generaciones venideras, pero, por otra parte, la genialidad griega pudo alcanzar el punto más elevado en el ámbito de las artes.

Como la naturaleza de su tierra fue la causa de que la individualidad de los griegos haya mutado en personalidades libres, también ella fue el motivo de que se desarrollase el sentido de lo bello, algo inseparable del arte, y de que rápidamente alcance su desarrollo total. Formaron a la mirada: la magnificencia del mar, el brillo del cielo, los fenómenos de su aire puro, las formas de las costas y de las islas, las líneas de sus montes, su rica flora, la luminosa belleza de las formas humanas, la gracia de sus movimientos. Formó al oído: el bello tono de su lengua. La causa de lo bello en las cosas estuvo esparcida generosamente en esta tierra magnífica. Hacia donde la mirada quisiese enfocar, por todas partes podía objetivar movimientos armónicos. ¡Qué hechizo yacía en los movimientos de los individuos al luchar, al blandir las espadas, y en el movimiento de masas de personas en los desfiles festivos! Una gran diferencia mostraba la vida del pueblo frente a la de los orientales. Aquí, estricta celebración y temerosa mesura, si se quiere, una rigidez lograda mediante el acordonamiento, estricto ceremonial, profunda seriedad; mientras que allá, una inmensa desintegración, un tortuoso placer por la vida de la mano de la gracia, una dignidad simple, alternada con una intensidad llena de ánimo.

Cuando entonces hubo despertado el impulso creador en las almas de los inmortales artistas plásticos y poetas, cuando los cantos de Homero hubieron impulsado actos muy valientes y los dramas de Sofócles hubieron mostrado al espíritu que se hubo tornado objetivo el poder del destino y la interioridad del hombre, cuando la suave música jónica hubo acompañado a los dinámicos himnos de Píndaro, cuando los templos de mármol hubieron destellado y a los mismos dioses hubieron hecho descender por amor a los hombres, a fin de tener una morada entre el encantador pueblo, entonces simplemente pudo ser develado aquello que ya habitaba en todos ellos, puesto que ya sólo en algunos se había profundizado aquello que colmaba a todos. Ocurre entonces como si solamente en una noche los capullos ya pudieran eclosionar y desarrollar las flores de lo formalmente bello, en una magnificencia y esplendor que no tienen fin.

Además de una ley conceptual los griegos, y a través de ellos, toda la humidad, contemplaron una ley formativa. Mientras que la primera somete al individuo con cadenas y espadas, y aún cuando la individualidad se alza contra la imposición, es arrojada al suelo y sometida a servidumbre, la segunda crea cercanía con una cara amable, acaricia al animal salvaje y nos une con una irrompible corona de flores, valiéndose de nuestra inexpresable satisfacción. Nos arroja sobre nosotros una masa estética y nos posibilita un nuevo sentir, a través del asco por el desorden y la grosería que anteriormente nos resultaban indiferentes, e incluso disfrutarlo.

De ese modo el arte debilita directamente a la voluntad, pero también de manera indirecta, como lo muestra la estética, a través del hecho de que el arte despierta en el hombre la nostalgia por una feliz calma, valiéndose de una corta racha de dicha en estado puro, y lo insta, gracias a una sostenida satisfacción por aquello, a volcarse a la ciencia. El arte nos desplaza al ámbito moral. Aquí se asocia la voluntad por sí misma, mediante el conocimiento, y sin intervenir la obligatoriedad de la ley.

Además, por medio de la poesía dramática, permite al hombre arrojar un mirada sobre sí mismo y sobre el inevitable destino, y de este modo le muestra el ser infeliz que está presente y lucha en todas las cosas que existen.

 

18) Cuando Alejandro Magno hubo sometido a Grecia, se presentó en el Oriente como un victorioso conquistador e impuso la cultura helénica a su reino de una forma despótica: así fue en Egipto, en Persia y en la India. Tuvo lugar entonces una magnífica fusión del orientalismo y del helenismo, el rígido cúmulo de formalidades, el ceremonial asfixiante, fue desplazado, y corrió un nuevo aire puro y fresco en estas tierras cerradas y ríspidas. Por otra parte, la sabiduría oriental se incrementó de un manera más rica que lo dado anteriormente en el occidente, y ello fecundó los espíritus.

Junto a ese proceso de fecundación espiritual se desarrolló el proceso de mestizaje. Ambos se correspondían con las intenciones demostradas por nuestro joven héroe. Él mismo se casó con una hija del rey persa, y en Susa unió en matrimonio a diez mil macedonios con mujeres persas.

Si bien el gran imperio mundial que él construyó se fragmentó tras su fallecimiento, en cada uno de los reinos permaneció la educación helenística como la más fuerte y noble de todas, siendo dominadora y formando lentamente a los hombres. La gran masa del pueblo decididamente había obtenido un beneficio. El griego era un señor medido, y la humanidad hubo de volcarse a las costumbres estrictas, e incluso el señor oriental tuvo que inclinarse ante él. La presión de la mano firme aflojó, y la cruda y salvaje individualidad, amansada por la ley, pudo convertirse en una personalidad deseosa; o al menos, de este modo pudo obtener la movilidad necesaria para que sea posible que destaque entre las masas.

 

19) De un modo similar a Grecia, también en Italia la naturaleza benevolente impidió que la religión de las tribus arias inmigrantes se convirtiese en un poder que lograse aprisionar todas las cosas y paralizarlas. Los libres, al igual que allá, pudieron formar una personalidad, y por medio de ella, erigir ciudades de gran fuerza vital y vocación civilizatoria.

La lucha del bajo pueblo por los derechos que conllevaban responsabilidades, un enfrentamiento que se resolvió internamente de acuerdo a las leyes de integración por medio del cambio radical, fue entre los romananos más intensa que entre los griegos, puesto que tenían un carácter más rudo y más endurecido que el de aquéllos. Lentamente los plebeyos pudieron tomar parte en el gobierno del estado, y tardaron cinco siglos hasta que finalmente todos los cargos pudieron ser accesibles a ellos. Cuando todas las disputas sobre su constitución política estuvieron saldadas, disputas que para ambas facciones tuvieron la resolución más fructífera ya que la inteligencia se había tornado más aguda, comenzó el período de florecimiento del estado romano, la época de las virtudes ciudadanas.

Allí coincidió el bienestar del individuo con el de la totalidad, y esta consonancia pudo darle a los ciudadanos una gran paz interior y una valentía extraordinaria. La obediencia ante las leyes se incrementó hasta alcanzar el más cálido amor a la patria; cada uno contaba con un único y mismo anhelo: fortalecer a la comunidad y mantener al estado en la cúspide. Por ello, y de acuerdo a las leyes de la rivalidad entre los pueblos, Roma hubo de ingresar a la ruta de la conquista, a la cual necesariamente no pudo abandonar, hasta que se erigió como una potencia mundial, ya que cada cada avance del reino puso en contacto al estado con nuevos elementos cuyo potencial no podía tolerar que estuviesen a su par basándose en un instinto de autoconservación. Y así lentamente surgió el gran imperio universal romano, que en su interior reunió a casi todos los estados cultos de la antigüedad. En ese estado monstruoso se encontraban confundidos los pueblos más diversos, con las costumbres y visiones religiosas más diversas y en los niveles de desarrollo cultural más diversos. Entonces aparecieron nuevamente de fondo las leyes de fecundación espiritual y de mestizaje y generaron en parte nuevos caracteres, en parte también desviaciones o degeneraciones del viejo carácter, bajo el influjo de la cultura común que se fue formando poco a poco.

Ello y la riqueza que permanentemente se fue acumulando produjeron entonces el mayor proceso de putrefacción que registra la historia. Los hábitos de los viejos republicanos: disciplina, simpleza, moderación y fortaleza fueron escasendo cada vez más, y en su lugar surgieron la pereza, la búsqueda del placer y el desenfreno. Y por tanto no se dio más esa subordinación del individuo a la comunidad.

 

Los elementos volcados

a darse una gran vida no quieren

rodearse recíprocamente con la fuerza amorosa

en una unidad permanentemente renovada.

Ellos se escapan, y si alguno encuentra otro

se retrotrae fríamente en sí mismo.

(Goethe).

 

Cada uno de ellos pensó en sí mismo y en su mínimo beneficio y no quedó conforme con su participación en la suma de bienes que, como en una colmena, la contribución de los individuos ha de conformar la totalidad. Además, la inteligencia que se había incrementado también había interferido en el tránsito seguro de los hombres, ya que mientras más se secciona un movimiento total, o sea, mientras más grandes se vuelven la sensibilidad y la irritabilidad, tanto más errática se vuelve la voluntad. La posibilidad de moverse de form más segura es propia del cabeza hueca.

No quedaba cosa alguna que sea sagrada: ni la voluntad de los dioses, que fue objeto de burlas, ni la patria, cuya defensa quedó relegada a los soldados, tuvieron carácter sacro. Cada uno creyó poder cerrar los tratos más honrosos para su persona. Solamente quedaba un propósito que algunos pocos romanos podían mantener en sus corazones encendidos a fin de conservar la unidad interna: el dominio. La mayoría a veces se aferraba a esto, a veces lo hacía a aquello, a veces quería esto, a veces quería aquello, e iban detrás de todas las cosas. Habían perdido por completo la seriedad y habían llegado al punto de declive que conduce a la destrucción. Los roces alcanzaron su punto máximo y los hombres que retozaban en el más desenfrenado apasionamiento secansaron de la mano firme. Se desencadenaron las más sangrientas guerras civiles; a las mismas le sucedió el agotamiento total del pueblo, que condujo al establecimiento de un imperio despótico.

 

20) Quien profundiza los procesos de descomposición y muerte del militarismo despótico de Asia, de Grecia y de Roma y sencillamente observa los motivos de este movimiento obtiene el invalorable conocimiento de que el avance de la humanidad no tiene la apariencia de un así llamado orden mundial habitual, sino que es el desnudo movimiento de la vida a la muerte absoluta, que en todas partes y siempre se sitúa solamente en vías completamentes naturales, ya desde su causa eficiente. En la física no pudimos arribar a ningún otro resultado más que a aquél que se deduce de un ser que se va organizando siempre de un modo más elevado a partir de la lucha por la existencia: que la vida organizada se renueva constantemente, y que no se puede avizorar ningún cese del movimiento. Nos encontrábamos en un valle. Por otro lado, en la política nos hallamos en una cima despejada y podemos ver un fin. Sin embargo aún no vemos claramente ese fin en el período de decadencia de la república romana. Aún no se han disipado totalmente las nieblas matinales del día de la humanidad, y los dorados signos de la redención de todos únicamente producen destellos aquí y allá, por detrás del velo que los cubre; puesto que no toda la humanidad se encontraba en la situación del estado babilónico, asirio o persa, y menos aún en la del estado griego o romano. De hecho, no todos los pueblos de estos reinos desaparecieron de una vez. Únicamente pudo ser comparable a las puntas de las ramas de un gran árbol que hubieron de marchitarse. Pero en el proceso logramos reconocer claramente una verdad muy importante: que la civilización mata. Todos los pueblos que ingresan a la civilización, o sea, que adoptan un movimiento más acelerado, caen y se desmembran en la profundidad. Ninguno puede mantenerse en sus fuerzas de adulto, todos han de debilitarse en el envejecimiento, degenerar y extinguirse.

Resulta completamente indiferente cómo habrán de caer en el exterminio sus individuos consagrados a la muerte absoluta; si ha de ser de acuerdo a las leyes de la descomposición: envilecido, retorciéndose en el barro y excremento de la voluptuosidad refinada; o si ha de ser de acuerdo a las leyes del individualismo: desechando con asco los preciosos frutos porque ya no le garantizan saciedad, consumiéndose en el tedio y aburrimiento, vagando de aquí a allá, ya que se ha perdido la voluntad firme y las metas claras.

 

Sin estar asfixiado, sin vida

no pudiendo dudar, sin ofrecer resultados

(Goethe).

 

O si ha de ser a través de la moralidad: expirando la propia vida desde el éter de la santidad. La civilización los toma y los mata. Como si se tratase de pálidas piernas abriéndose camino a través del desierto, de este modo representan los pintores a los reinos de la cultura en decadencia, anunciando la muerte de millones, en la vía de la civilización.

Pero todos los caídos han alcanzado la redención, y se la han ganado. Pues, ¿qué persona razonable tendría el valor de decir que solamente han de tomar parte de la redención aquellos que se la han ganado por medio del amor al prójimo o de la castidad? Todos aquellos a los que el destino ha arrojado a la noche del total exterminio se han ganado a un precio muy caro la liberación de sí mismos únicamente a través del sufrimiento. Hasta el último cobre han abonado el precio acordado en cuanto que ellos sencillamente han vivido, pues la vida es una tortura. A través de miles de siglos, en tanto que han sido una voluntad de vivir apetente, debieron ser empujados, pateados o arrancados a veces hacia esta forma, a veces hacia aquella otra, incesantemente hacia adelante, sintiendo siempre el látigo en la nuca; ya que a ellos le ha faltado el principio liberador: la razón pensante. Cuando finalmente pudieron alcanzar la posesión del preciado bien, se desarrolló precisamente allí el roce y la necesidad, de la mano de una inteligencia creciente. Y constantemente hubo de tornarse más tenue la ardiente llama volitiva hasta que se redujo a un fuego fatuo de chispeo inconstante, que habría de apagarse con el viento más suave. Los corazones se tornaron calmos, ya estaban redimidos. Sólo por un breve período de tiempo en un muy largo tránsito la mayoría pudo hallar algo de felicidad pura y auténtica, es decir, cuando hubieron de entregarse por completo al estado y su amor a la patria logró volcar desde el fondo de sus almas todas aquellas cosas comunes a todos ellos, integradas por completo. Toda la vida restante fue una ciega emergencia, y, en la conciencia del espíritu, una imposición, un agotamiento y un sufrimiento de corazón.

 

21) A este proceso de disolución y muerte, que se presentó en la forma histórica del imperio, en primer lugar le cayó como combustible al fuego el bienaventurado mensaje del Reino de Dios.

¿Qué enseñó Cristo?

Los antiguos griegos y romanos no conocieron ninguna virtud más elevada que la justicia. Además todos sus anhelos se agotaban en el estado. Ellos se limitaban a la vida en este mundo. Si ellos pensaban en la inmortalidad del alma y en el reino de las sombras, se les nublaba la vista. ¿Qué podría ser la vida más bella en el inframundo frente a la posibilidad de desarrollarla a la luz del sol?

Por otro lado, Cristo enseñó tanto el amor al prójimo como al enemigo y exigió al hombre el imperioso abandono de la vida: el odio a la propia vida. Además exigía la supresión de la esencia más íntima del hombre, que es una insaciable voluntad de vivir, no dejó ninguna otra cosa libre al hombre, reunió y acordonó por completo al egoísmo natural, o, dicho con otras palabras, exigió un lento suicidio.

Pero ya que el hombre aprecia su propia vida como el mayor bien, precisamente porque él es un voluntad de vivir apetente, Cristo debió entonces ofrecer a ese impulso hacia la vida terrena un contra-motivo que poseyera la fuerza de abstraerse del mundo, y ese poderosísimo contra-motivo era el Reino de Dios, la vida eterna plena de paz y felicidad. La efectividad de ese contra-motivo se vio aumentada a través de la amenaza con el infierno, pero el infierno no se presentó como una figura de fondo: sencillamente tenía la capacidad de espantar al ánimo más elevado, de abrir surcos en el corazón a fin de que pueda echar raíces la esperanza de una vida luminosa y pura a lo largo de la eternidad.

No se puede pensar ninguna cosa más equivocada que la afirmación de que Cristo no exigió el total y absoluto borramiento del individuo en el mundo. Los evangelios no dejan duda alguna acerca de sus exigencias. A continuación, y de la mano de las virtudes predicadas, quiero dar una prueba indirecta de ello:

 

Habéis oído que está dicho: “¡debes amar a tu prójimo como a ti mismo, y odiar a tu enemigo!”

Pero yo os digo: “¡amad a vuestros enemigos, haced el bien a aquellos que os odian, orad por aquellos que os ofenden y persiguen!”

(Mateo 5, 43-44).

 

¿Puede amar a sus enemigos aquél en el cual aún está activa la voluntad de vivir? Entonces:

 

La palabra no comprende a todos, sino que a aquéllos que son llamados.

Pues algunos son castrados ya que así han nacido del seno materno, algunos otros son castrados porque lo han hecho otros hombres, y algunos otros son castrados porque lo han hecho ellos mismos por querer el Reino de los Cielos. Quien quiera comprenderlo, lo hará.

(Mateo 19, 11-12).

 

¿Puede practicar la virtud de la virginidad aquél que aún lo ata al mundo un único hilo delgado?

La prueba directa resulta de las siguientes citas:

 

Entonces tampoco puede ser mi discípulo aquél entre vosotros que no puede renunciar a todo lo que posee.

(Lucas 14, 33).

 

Si quieres ser perfecto, entonces ve y vende cuanto poseas, y repártelo entre los pobres, a fin de tener tu tesoro en el cielo, regresa y sígueme.

(Mateo 19, 21).

 

Es más fácil que la cuerda de un ancla sea enhebrada en el ojo de una aguja que un rico alcance el Reino de los Cielos.

(Mateo 19, 24).

 

Entonces en estas citas es exigida la liberación del hombre de todas las posesiones externas que tanto lo atan al mundo. A la severidad de esta exigencia los discípulos de Cristo le dieron una expresión sumamente ingenua y literal cuando interrogaron a su maestro en relación a la última expresión:

 

De acuerdo, entonces, ¿quién puede ser feliz?

 

Pero Cristo les pide mucho, mucho más:

 

Y otro hombre dijo: “Señor, quiero seguirte, pero permíteme antes que me despida de aquéllos que están en mi casa”.

Pero Jesús le dijo: “quien posa su mano en el arado y se retira, no es apto para el Reino de los Cielos”.

(Lucas 9, 61-62).

 

Si alguien viene a mí, y no odia a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a su propia vida, no puede ser mi discípulo.

(Lucas 14, 26).

 

Quien ama su vida, la perderá; y quien odia su vida en este mundo, ha de conservarla en la vida eterna.

(Juan 12, 24-25).

 

Entonces Cristo además exige: en primer lugar, el corte de todas las dulces ataduras del corazón; luego, a un hombre que en adelante ha de existir en total soledad y completamente libre y desapegado, odio a sí mismo, odio a su propia vida.

Quien pretende ser un cristiano auténtico no puede y no debe mantener compromiso alguno con la vida. O bien una cosa, o bien la otra: tertium non datur.

La recompensa a la total resignación era el Reino de los Cielos, o sea, la paz en el corazón.

 

Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, pues yo soy de ánimo dócil y humilde de corazón, así habréis de encontrar paz para vuestras almas.

(Mateo 11, 29).

 

El Reino de los Cielos es la paz para el alma, y es algo que en absoluto se encuentra en este mundo, algo así como una ciudad de la paz, una nueva Jerusalén.

 

Pues ved, el Reino de Dios está en el interior de vosotros.

(Lucas 17, 21).

 

Un auténtico sucesor de Cristo accede al paraíso a través de la muerte; o sea, accede a la nada absoluta: allí se halla libre de sí mismo, redimido por completo.

De ello también resulta que el infierno no es ninguna otra cosa más que un pesar en el corazón, el dolor por la existencia. El hijo del hombre, a su muerte, sólo aparentemente emerge del infierno, ya mucho antes se las había visto por completo con su violencia.

 

Ya les he dicho que vosotros tenéis paz en mí. En el mundo sólo tenéis miedo.

(Juan 16, 33).

 

La relación del individuo con la naturaleza, del hombre con Dios, no puede ser comprendida de forma más profunda y auténtica en su sentido que como se la presenta en el cristianismo. Sencillamente aparece en forma velada, y retirar esos velos es la tarea de la filosofía.

Como hemos visto, las deidades solamente pudieron surgir cuando fueron personificadas algunas manifestaciones de la innegable fuerza de la naturaleza. La unidad, Dios, surgió a través de la integración de las deidades. Pero siempre ha sido comprendido parcial o totalmente el destino, el movimiento unitario resultante del movimiento de todos los individuos del mundo, y su respectiva personificación. Esta figuración de una relación abstracta yacía en la orientación del espíritu, en el cual la fuerza imaginativa supera a la capacidad de juzgar.

Y siempra la fuerza en su totalidad fue atribuida a Dios: el individuo se reconocía en completa dependencia y se tenía por nada.

En el panteísmo de los indos esta relación del individuo con la unidad se presentaba de forma totalmente desnuda. Pero incluso en el monoteísmo de los judíos es inconfundible. El destino es una fuerza esencialmente inabarcable y aterradora, y los judíos tenían toda la razón cuando se figuraban a Dios como un espíritu irascible y celoso al que temían mucho.

A esta relación Cristo la revierte con un pulso firme.

Ligado a la caída en el pecado, él instruyó acerca del pecado original. El hombre nace pecador.

 

Del corazón del hombre surgen los malos pensamientos, las rupturas matrimoniales, la fornicación, el asesinato, el robo, la avaricia, la picardía, el engaño, los abusos, la mirada burlona, la blasfemia, la altanería, la insensatez.

(Marcos 7, 21-22).

 

De esa manera se forma su destino individual primeramente a partir de sí mismo, y todas las desgracias que lo afectan, todas las necesidadades y dolores, recaen únicamente el pecado de Adán, por medio del cual todos los hombres han pecado.

De esa forma Cristo remueve de Dios toda su fatalidad e inclemencia y lo convierte en un Dios del amor y la misericordia, un confiable padre de todos los hombres, al cual los hombres pueden acercarse sin reparos, sin miedos.

Y este Dios puro conduce a los hombres de modo que todos puedan ser redimidos.

 

Pues Dios no ha mandado a su hijo para que gobierne el mundo, sino que para que el mundo sea bienaventurado por medio de él.

(Juan 3, 17).

 

Y yo, cuando sea elevado de la tierra, entonces querré traer junto a mí a todos vosotros.

(Juan 12, 32).

 

Esa redención de todos se dará en la totalidad del transcurso de la historia del mundo, al cual pronto nos referiremos, y de hecho, será de forma paulatina, en la medida en que Dios poco a poco pueda despertar piadosamente los corazones de todos los individuos. Esta captación directa de Dios en el ánimo obstinado por culpa del pecado original es la providencia.

 

¿No se compran dos gorriones por un peñique? Sin embargo, ninguno de ellos cae a tierra si no es por vuestro Padre.

E incluso cada uno de vuestros cabellos en la piel está contado.

(Mateo 10, 29-30).

 

El ejercicio de la piedad es solamente una sección de la Providencia, comparable con la flor.

 

Nadie ha de venir a mí, a no ser que a él lo envíe el Padre que a mi me ha enviado.

(Juan 6, 44).

 

Detengámonos aquí un instante. ¿Qué ha ocurrido? ¿De repente el destino en sí, el movimiento universal, se ha vuelto armónico y pacífico? ¿Por tanto no ha de aparecer nunca más en el mundo ninguna peste, enfermedad, terremoto, inundación o guerra? ¿Todos los hombres están dispuestos ahora a la paz?, ¿ha cesado la lucha en la sociedad? ¡No, todo ello ha permanecido! Al igual que siempre el transcurso del mundo presenta terribles condiciones. Pero la posición del hombre respecto a Dios ha cambiado completamente. La historia del mundo no ha de ser más el fluir de una fuerza unitaria, ésta se compone ahora de factores, y estos factores a partir de los cuales ella se ha desarrollado estaban estrictamente diferenciados. De un lado se situaba la criatura pecadora que era única responsable de su desgracia, que actuaba por propia voluntad; y, del otro lado, se hallaba el misericordioso Dios Padre que guiaba a todos hacia lo mejor.

El destino individual se constituyó en adelante como el producto del pecado original y de la Providencia (la obra de la Gracia): el individuo actúa, a medias, de forma autónoma, y, a medias, es conducido por Dios. Una gran y bella verdad.

Así el cristianismo se encuentra entre el brahmanismo y el budismo, en el justo medio, y los tres alcanzan un juicio justo acerca del valor de la vida.

Pero Cristo no eseñó solamente acerca del tránsito del individuo de la vida terrena hacia el paraíso, sino que también un movimiento unitario de la totalidad del mundo desde el ser hacia el no ser.

 

Y ha de ser predicado el Evangelio del Reino en todo el mundo, como un testimonio a todos los pueblos; y luego ha de arribar el fin.

(Mateo 24, 14).

 

El cielo y la tierra habrán de perderse, pero mi palabra no lo hará. Nadie sabe del día ni de la hora, ni los ángeles en el cielo, incluso tampoco el Hijo, sino que únicamente el Padre.

(Marcos 13, 32).

 

También aquí el cristianismo combina las dos verdades simples del panteísmo y del budismo: combina el movimiento real del individuo (destino individual), que solamente Buda reconocía, y el movimiento real de la totalidad del mundo (destino del mundo), al que solamente el panteísmo daba valor.

Además, Cristo arrojó la mirada más profunda que resulta posible sobre el contexto dinámico de la totalidad del mundo, y esto lo sitúa por encima de los sabios panteístas y por encima de Buda.

Nadie puede atribuir duda alguna a que él conocía en sus bases por un lado al brahmanismo y al budismo, y por otro, la historia de la humanidad que hasta entonces había transcurrido. De todas maneras no alcanza este conocimiento tan significativo para explicar el surgimiento de la mejor y más fantástica religión. Se ha de tomar como ayuda al poderoso daimón del Salvador, que en forma de un presagio daba apoyo a su espíritu. Para la determinación del futuro individual del hombre se encuentran todos los puntos de sustento necesarios en la pura y magnífica personalidad de Cristo, pero no para la determinación del destino de la totalidad del mundo, cuyo desarrollo define sin sobresaltos cuando él manifiesta abiertamente su desconocimiento en lo que respecta al fin de los tiempos.

 

Pero nadie sabe del día ni de la hora -incluso tampoco el Hijo-, sino que únicamente el Padre.

 

Por otra parte, ¡con qué certeza apodíctica habla acerca de aquel factor del destino que, independientemente del hombre, ayuda a determinar el destino individual!

 

Hablo acerca de lo que he visto de mi Padre.

(Juan 8, 38).

 

Y luego la magnífica cita:

 

Pero yo lo conozco. Y si yo dijese que no lo conozco, entonces sería un mentiroso, del mismo modo que lo sois vosotros. Pero yo lo conozco y porto su Palabra.

(Juan 8, 55).

 

Ha de compararse aquí con la apreciación del poeta panteísta acerca de la unidad del mundo incognoscible, oculta:

 

¿Quién puede nombrarlo?

¿Y quién profesa:

yo creo en él?

¿Y quién siente

y reconoce

decir: no creo en él?

¿El que abarca todo,

el que sustenta todo

acaso no abarca y contiene

a ti, a mí, a sí mismo?

(Goethe).

 

Quien examina libre de prejuicios la doctrina de Cristo solamente halla material inmanente: paz en el corazón y aprensión en el corazón; voluntad individual y contexto dinámico del mundo; movimiento individual y movimiento de la totalidad del mundo -el Reino de los Cielos y el infierno; el alma, Satanás y Dios; el pecado original, la Providencia y la acción de la Gracia; Padre, Hijo y Espíritu Santo; todo ello son solamente envolturas dogmáticas para verdades cognoscibles.

Pero esas verdades no eran cognoscibles en los tiempos de Cristo; y por ello se debía creer en ellas y se presentaban en esos envoltorios, que resultaban efectivos. Así resultaba totalmente justificable la pregunta de Juan:

 

Pero, ¿quién es aquél que puede superar al mundo sin creer que Jesús es el Hijo de Dios?

 

22) La nueva doctrina actuó con mucha potencia. Las maravillosamente bellas y atrapantes palabras del Salvador se realizaron:

 

He venido a fin de encender un fuego en la tierra, ¡qué más quisiera que ardiera ya!

Pero primero he de bautizarme con un Bautista, ¡y cómo me inquieta tanto hasta que se vea realizado!

¿Pensáis vosotros que he venido a traer paz al mundo? Digo que no, más bien, discordia.

(Lucas 12, 49-51).

 

Goethe dijo “toda gran idea, tan pronto como se manifiesta, actúa tiránicamente”. Por ello su verdad posee este extraordinario poder, pues de inmediato se traslada a la conciencia. Desde entonces el hombre reconoce un bien superior, restringe su corazón, e independientemente del modo en que se sacuda, ya no lo suelta más. También así la doctrina de Cristo fue arrojada al mundo como un motivo nuevo para no extinguirse. Ella primero captó a los bajos estratos, a los despreciados, a los desplazados. “Todos los hombres son hermanos, son hijos de un amoroso Padre celestial, y todos son llamados a tomar parte en la magnificencia de Dios”. Por primera vez fue enseñada en occidente la igualdad de todos ante Dios, por primera vez fue dicho expresamente que ante Dios no vale la fama de ninguna persona, y por primera vez la religión se inclinó a todos los individuos, los tomó amorosamente en sus brazos y los consoló. Orientó su mirada desde la vida que transcurre tan rápidamente hacia una vida eterna, y fijó clara y firmemente el premio que se había prometido: “Ama a tu prójimo como a ti mismo, pero si quieres aferrarte con toda seguridad a la corona de la vida no perecedera, entonces jamás toques una mujer”. La añoranza por el Reino de los Cielos debió tornarse tan inmensa en los pechos de los encadenados a su nostalgia que no hubo ninguna otra perspectiva más que lograr que alguna vez, a través de revoluciones internas, se torne verdadera la libertad personal, civil y política de todos. ¿Pero por qué tendría entonces que tornarse verdadera? ¡Tan pronto como se haya acabado la vida tan breve, estará asegurada la libertad por toda la eternidad!

La nueva doctrina captó muy especialmente a las mujeres. El carácter de la mujer, debido a un constante sometimiento desde hace siglos, y también parcialmente por una tendencia civilizatoria hacia su enternecimiento, es mucho más calmo que el del hombre. La mujer es mayormente misericordiosa. Entonces la religión del amor debió haber ejercido una mayor fuerza en los ánimos igualmente predispuestos de las mujeres que se incorporaban a su círculo. Ellas se volvieron las principales difusoras del cristianismo. Sus ejemplos, sus formas de vida tuvieron un efecto punzante. Simplemente he de recordar a Macrina y Emilia, la abuela y la madre de San Basilio, a Nonna, la madre de San Gregorio Nacianceno, a Antusa, la madre de Crisóstomo, a Mónica, la madre de San Agustín, y el grito de Libanio el Helenista: “¡pero qué mujeres tienen los cristianos!”

Finalmente ella captó a la gente educada que sentía dentro de sí un tremendo vacío y que debía ser indeciblemente desdichada. Para no hundirse por completo en el barro, y porque el espíritu, de la misma manera que el cuerpo, demanda nutrirse, ellos se cargaron al hombro la más grosera superstición, dieron rienda suelta a la fantasía y fueron detrás de fantasmagorías con gran temor y congoja. El cristianismo le dio a ellos un propósito firme, y con ello, un sentido. El cristianismo se erigió en el sitio del desarrollo infinito de Heráclito y de los tránsitos incesantes de Platón, en su consideración había para los hombres, que estaban sedientos, marchando por el desierto, un nuevo entusiasmo, un final: la conmovedora paz en el Reino de Dios. El ignorante, el tosco, se deja arrastrar siempre hacia adelante, como una hoja seca en el viento de otoño, y muy raramente se torna consciente del dolor. Pero aquél que se ha librado de la necesidad, ha reconocido y ha sentido con dolor que la vida esencialmente está ligada a la ausencia de paz, en él ha de despertarse y ha de ser cada vez más intensa la nostalgia por la paz, por la superación de la chata y repugnante atracción del mundo. Y la filosofía griega no podía saciar esa sed. Esta repelía a los humillados que buscaban consuelo en ella, siempre repitiéndose en el proceso de la totalidad al que no se le antojaba fijar un propósito. Por otra parte, el cristianismo ofrecía al exhausto peregrino un lugar de descanso pleno de dicha. ¿Quién allí gustosamente no habría de tomar consigo los inconcebibles dogmas dentro de toda la transacción?

Y a todos aquellos que eran captados por él los protegía una gran fuerza que en verdad podía hacer dichoso al hombre. En los mejores tiempos de Grecia y de Roma solamente resultaba posible un ardor de la voluntad a través del conocimiento, es decir, el del amor a la patria. Quien ha conocido y ha aprendido a estimar los bienes que el estado puede ofrecerle, ha debido inflamarse, y la entrega total al estado le ha dado una gran satisfacción. No existía otro motivo más elevado que habría podido captar a la voluntad fuera del bienestar del estado. Pero entonces penetró en los ánimos la creencia en una vida eterna dichosa, cobró brillo y se incrementó, permitió la realización de actos puros de amor y los hizo dichosos ya en esta vida.

 

23) El proceso de exterminio de los romanos aceleró entonces al neoplatonismo. Éste remite a la sabiduría brahmánica. Enseñaba, de una forma completamente india, acerca de una unidad primigenia cuyo flujo es el mundo, sin embargo, está contaminada por la materia. A fin de que el alma del hombre se libere de las interferencias sensitivas, no resulta suficiente el ejercicio de las cuatro virtudes platónicas, sino que la sensibilidad debe ser erradicada por medio del ascetismo. Un alma que se ha purificado de ese modo no ha de regresar al mundo, al igual que en Platón, sino que ha de sumergirse en la pura participación de la divinidad y de perderse en una potencialidad no consciente. El neoplatonismo, que posee una cierta similitud con la doctrina cristiana, es la realización final de la filosofía de la antigüedad y, al contrario de los sistemas sostenidos por Platón y Heráclito, muestra un progreso monstruoso. La ley de la fecundidad espiritual nunca se había presentado de un modo más significativo y rico en resultados que como lo hace en los primeros siglos después de Cristo.

El neoplatonismo empoderó a aquellas personas cultivadas que situaban a la filosofía por encima de la religión, y aceleró su exterminio. Más tarde influyó en los padres de la iglesia y a través de ellos en la formación dogmática de la doctrina acerca de Cristo. La verdad es extraordinariamente simple. Se puede resumir en pocas palabras: “Permanece casto y habrás de encontrar la mayor dicha sobre la tierra y, tras la muerte, también redención”. ¡Pero cuán difícilmente lograréis la victoria! ¡Cuántas veces ya debió cambiar de forma! ¡Cuán disimuladamente debió presentarse para poder poner un pie en el mundo!

 

24) El neoplatonismo y el cristianismo volcaron las miradas de sus fieles más allá de la tierra, pues como dije anteriormente ellos no solamente no creían en la caída del imperio romano, sino que lo llevaban consigo. “Mi reino no es de este mundo” había dicho Cristo. Los cristianos de los primeros siglos tomaron en consideración esta propuesta. Preferían dejar que los ejecuten de a miles antes que entregarse al estado. Cada uno se ocupaba solamente de la salvación de su alma y de las de sus hermanos en la fe. Las cosas terrenales podían presentarse del modo en que se les antojaba, ¿qué podía perder un cristiano? A lo sumo la vida: y presisamente la muerte era en su provecho, pues el fin de la vida terrena era el comienzo de la vida eterna y dichosa. Esta forma de pensamiento era en todo aspecto tan impresionante que en general se celebraba el día de ejecución de los mártires como si fuese el día del cumpleaños.

Incluso cuando el cristianismo fue elevado a religión estatal los cristianos no cambiaron su postura. Los obispos se valían solamente de su influencia para detener las sangrientas luchas de gladiadores, establecer hogares para los pobres y hospitales por todos lados, y a fin de poder convertir a todos los bárbaros que habitaban en las fronteras del imperio.

Finalmente se concretó entonces el destino del imperio romano, y a la enorme decadencia le siguió un gran mestizaje, acerca del cual la historia narra largamente.

Ya en el siglo segundo antes de Cristo una parte de los poderosos pueblos de tribus germánicas que habitaban al norte del imperio romano, los cimbrios y los teutones, había intentado fracturar el imperio. Pero aún no había llegado el momento en que la sangre fresca y salvaje en la que habitaban los aires saludables y aromáticos de la estepa pudiese regenerar a los desmejorados romanos. Las muchedumbres ya mencionadas fueron derrotadas por Mario y mayormente aniquiladas. Pero quinientos años más tarde la corriente ya no pudo ser contenida. Vándalos, visigodos, ostrogodos, longobardos, burgundios, suevos, alanos, francos, sajones, etc. Irrumpieron por todos los flancos del estado, que antes ya había sido dividido en Imperio Romano de Oriente y de Occidente. El espanto de los desplazamientos de estas tribus supera a toda descripción. En todos lados donde los pueblos salvajes irrumpieron, destrozaron las obras de arte, para las cuales no contaban con la comprensión suficiente, dejaron arder en las llamas a las ciudades, asesinaron a la mayor parte de la población y convirtieron el territorio en un desierto. El destino mostró su propósito corriendo los velos y corroboró la doctrina cristiana que constantemente exigía de un modo más firme y penetrante el abandono de la terrible lucha por la existencia y la separación del individuo del mundo.

Pero paulatinamente las rudas tribus se asentaron y se mezclaron con los pueblos de la cultura del Imperio Romano de Occidente que aún subsistían. Por todas partes surgieron nuevos caracteres peculiares y potentes pueblos mestizos que formaron estados autónomos más grandes. Solamente aquellos germanos que en parte permanecieron en Alemania, y que en parte fueron desplazados hacia allí se mantuvieron libres de mezclas con su total fuerza original. El cristianismo poco a poco se convirtió en la religión dominante de todos los estados incipientes, y bajo su influencia cesaron los hábitos rudos, ablandaron los corazones y fueron domesticados.

Hacia los lugares de asentamiento que abandonaron los germanos se volcaron los eslavos, que en parte establecieron una relación amistosa con los teutones de las fronteras y con los pueblos mestizos, y en parte cayeron bajo el yugo de estos mismos a fin de poder ingresar a la civilización.

 

25) Poco tiempo después de que en cierta medida fue aclarado el mestizaje de pueblos producido por las violentas incursiones del norte y de que hayan sido demarcados nuevos reinos, también del sur ingresaron pueblos semisalvajes al círculo de la civilización. El árabe Mahoma en viajes mercantes había entrado en contacto con el cristianismo y la religión judía, y a partir de ello se había figurado una visión del mundo que lo inflamaba. El destino aparecía en ella de un modo muy significativo y fue caracterizado de un modo muy correcto; sin embargo, solamente desde la perisferia, donde se presenta como un movimiento universal incesante, indetenible, que se produce de forma necesaria. Flotaba por encima del mundo, al igual que para los griegos, y ningún individuo en el mundo, partiendo de su propia naturaleza, podía ayudar a formarlo, de modo que todo ser, por impulso de Alá, debía proceder de acuerdo a lo que debía ocurrir; mientras que la visión correcta del destino es aquella de que el movimiento resultante a partir de los movimientos de todos los individuos, tanto de una mota de polvo como también del hombre, es el movimiento de la totalidad del mundo, que por tanto proviene solamente del mundo, y que de aquí, por mutua implicación, provienen todas las acciones que ocurren necesariamente para todos los individuos.

Le urgió al profeta comunicar a la gente de su tribu la salvación que había hallado y, del mismo modo, introducir a todos ellos en una forma de vida más elevada de la civilización, a la cual había aprendido a estimar. Fundó una nueva religión, el mahometanismo, con la promesa de un paraíso entusiasmó a los fantasiosos nómades de Arabia y les dio motivos que transmitieron a pueblos lejanos, a los pueblos moribundos de Asia Menor,de Egipto, de Persia y del norte de India. Al igual que los pueblos germánicos, con un ardoroso fanatismo sometieron a todos los pueblos con los que entraron en contacto hasta que en España y Francia se toparon con el incipiente Imperio Romano-Germánico y se vieron estancados. Sin embargo pudieron asentarse en el sur de España. Aquí y allá se mezclaron en parte con los antiguos, y en parte se dejaron fecundar por las altas culturas que los precedieron. Así poco a poco surgió una cultura totalmente particular, la así llamada cultura mora, que ejerció gran influencia en los pueblos de occidente. Los moros cultivaron las ciencias, especialmente la matemática, la astronomía, la filosofía y la medicina, crearon excelentes producciones en poesía y desarrollaron un fino estilo arquitectónico que manifestó lo formalmente bello del espacio de acuerdo a una nueva orientación hacia lo más noble.

 

26) La ley de la fecundación espiritual se presentó muy claramente en la sencilla doctrina cristiana. Ella tiene sus raíces en la religión judía, que es una religión natural depurada por influencia egipcia y persa, y en las religiones indias (probablemente por intermediación egipcia).

En su desarrollo posterior, junto a la antedicha ley, se presentó la del roce espiritual. Por primera vez en occidente una religión se había volcado sobre sí misma , ya no era un firme fundamento del estado, sino que flotaba por encima de él totalmente libre y se volcaba a los individuos sin la ayuda de nada mundano, a veces apoderándose de éste, a veces de aquél. Si entonces los fieles se hubiesen mantenido con la disposición de los niños en las simples verdades salvíficas, que de ningún modo pueden ser malinterpretadas, entonces en absoluto habrían podido surgir las sectas. Pero el espíritu rumiante se hundió con lascivia en los secretos de Dios, la doble naturaleza de Cristo, la relación del Espíritu Santo con Dios y Cristo, en la esencia del pecado y de la piedad, etc., y naturalmente aquí las opiniones debieron ser muy diversas, ya que las Sagradas Escrituras no son unívocas al respecto. Allí surgió el anhelo de las personas intruidas (los “sabihondos” superficiales, tal como los llama despectivamente el árido Heráclito), todos buenos representantes del saber filosófico de ese momento, el anhelo de, a través de Cristo, poder fundirse a la revelación de Dios. Así se fundaron las doctrina parciales, ya no existió más un cristianismo unitario y las distintas opiniones acerca de las doctrinas se erigieron como profundamente diversas.

El peligro para el cristianismo era muy grande. Ello despertó hombres que ofrecían todo de sí para resistir. Ellos defendían con ingenio el credo unitario, y finalmente sus esfuerzos resultaron en que la doctrina pudo convertirse en religión de estado y por lo tanto fue necesario darle un fundamento firme e intocable para la comunidad, resolviendo en concilios encerrar el fino perfume ético del cristianismo en el firme envase de los dogmas. Los herejes fueron perseguidos, y si bien las sectas no fueron erradicadas por completo, perdieron sin embargo todo su influjo sobre la suerte de la humanidad.

Pero más tarde se produjeron disputas de rango entre el obispo de Roma y el patriarca de Constantinopla, principalmente profundizadas por las distintas interpretaciones de la Trinidad, y ellas condujeron a una división entre las ramas católico-romana y católico-griego.

A fin de poder conducir con éxito la lucha contra la iglesia griega que estaba poderosamente protegida por el emperador bizantino, la iglesia romana dio nuevamente vida al Imperio Romano, y en primer lugar invistió con honores de emperador a Carlomagno. El emperador debía ser el representante de Dios en la tierra, el árbitro soberano en cuestiones mundanas, y así dar a este mundo un resplandor del Reino de Dios. “Bendito sea Dios en las alturas y paz en el mundo”. En tanto, la iglesia acató esta visión solamente en la medida en que se sentía débil. Cuando ella sometió con la fe cristiana a la mayor parte de los territorios europeos por medio de las victorias de los príncipes consagrados a ella y de las acciones ofrendadas por predicadores itinerantes inspirados por Dios, erigió al Papa como único representante de Dios en la tierra. El Papa transmitía su poder exclusivamente al emperador y sólo en la medida en que aquél actuase según sus instrucciones. Así surgió la larga disputa entre el papado y el imperio, entre el poder terrenal y el espiritual, que aún hoy no está saldada.

 

27) Ahora hemos de considerar brevemente la situación de la Edad Media en los ámbitos político, económico y espiritual.

La cristiandad occidental se partió en un gran número de estados autónomos que en principio reconocían al emperador como señor supremo. En él en apariencia se encontraba corporizado un derecho popular no escrito, pero en el Papa se dabe esto en efecto, de modo que las guerras de exterminio entre cristianos resultaban imposibles y de acuerdo a la ley de la rivalidad entre pueblos pudo tener lugar una intensa vida política.

La forma de los estados fue el feudalismo. El rey era considerado el poseedor de toda la tierra conquistada. Él daba parte de ella a la alta nobleza, al alto clero y a las ciudades, o sea, la cedía y recibía como contraprestación apoyo militar y determinados beneficios. Quienes se beneficiaban de esta cesión daban nuevamente parte de ello a sus hombres y a los campesinos, que por esa causa estaban obligados a prestar servicios.

De ese encadenamiento de cesiones con el tiempo se fueron separando los nobles más poderosos, los príncipes de la iglesia y las ciudades libres. Utilizaron su poder para convertir aquello que recibieron como cesión en una propiedad libre y, a través de ello, para aumentar la relación de dependencia hacia abajo. La mayor parte de los campesinos fue forzada a convertirse en siervos de la gleba, cayendo en la necesidad y miseria.

De esa forma el poder del rey fue disminuido. Él casi únicamente podía aportar al bien del estado si había coincidencia con el interés privado de los señores feudales.

Por lo tanto, el estado feudal era el foco de la más desmedida fragmentación. La ley de la conformación de la parte, que tanto más convenientemente ha de ser denominada aquí como ley del particularismo, se manifiesta fuertemente en él. Cada uno se diferenciaba de su entorno y formaba su propia personalidad por su cuenta. Surgieron una gran cantidad de caracteres auténticamente obstinados que estaban protegidos de la decadencia ya que no había riqueza alguna y la gran cantidad de roces propia de un estado de cosas tal mantenía las fuerzas en un permanente estado de tensión y los libraba del adormecimiento. ¡Hombres cuadrados, obstinados, duros, que preferían ser destruidos antes que ceder en sus propias ideas! ¡Pero ellos no fueron olvidados por la civilización! Ella dejo que esto mismo aflorase por todos lados, para prepararse y preparar a los otros para un gran sufrimiento. Luego vino la inundación que se desencadenó en el torrente del devenir, derritió esas formaciones y dejó que se generen nuevos cristales, de naturaleza más blanda.

 

28) Si ahora ingresamos en el ámbito económico de la Edad Media, entonces debemos arrojar primero una mirada al trabajo en la antigüedad.

El distintivo económico del mundo antiguo es la esclavitud. Las clases gobernantes de los sacerdotes y nobles, los primeros poseyendo el saber de lo misterioso y los segundos, con la espada en la mano, hicieron que las clases inferiores trabajaran para ellos y se volvieron ricos. Mientras que el pueblo pasaba hambre, ya que se lo estimaba tan poco como resultaba necesario para que pueda continuar su vida esforzada, los gobernantes se deleitaban en exceso. El aspecto principal de la economía se concentraba en la agricultura, que ocupaba a la mayor parte de los esclavos. El resto era empleado para confeccionar objetos necesarios como ropa, armas, aperos. Al excedente de estos productos el señor de la antigüedad lo cambiaba, a través de los mercaderes, por productos de lujo de otras tierras.

De una forma similar se conformaron las relaciones económicas de la Edad Media. Si bien la esclavitud había sido abolida por el cristianismo, en su lugar se había instituido la servidumbre y la obediencia. Los campesinos, ahora más libres, debían prestarle un servicio natural a sus señores y separar una parte de sus cosechas, de su ganado, etc. para ellos.

Los oficios, en caso de no estar al servicio de señores feudales, no podían abstraerse del espíritu de época imperante y se articulaban de acuerdo a gremios estrictamente cerrados. Para cada sitio estaban determinados los oficios, y para cada oficio, el número de maestros; además, estaba definido con precisión de qué modo alguien podía convertirse en maestro, qué cantidad de aprendices podía recibir, qué le estaba permitido producir.

 

29) En el ámbito espiritual reinaba la iglesia. Su posición frente a los vigorosos pueblos mestizos y a los germanos puros era distinta a la de la doctrina cristiana frente al pueblo romano. Ahora debían mover cuesta abajo los restos de una nación en extinción, mientras que antes debían conducir cuesta arriba a todos los individuos y refrenar y moderar su fuerza vital.

Al comienzo su acción fue extraordinariamente victoriosa. Ella, a grandes rasgos, nunca fue inconsecuente con la doctrina de su excelso iniciador, sino que, al igual que aquél, de forma inmediata se dirigía al individuo, cuya significación nunca perdía de vista. Ella predicaba a todos la verdad salvadora, sus caminos estaban siempre despejados para todos, ella brindaba a todos aquello que poseía, ella acompañaba a todos desde la cuna a la tumba. A los hombres embrutecidos les acercaba la distinción entre el egoísmo natural y los claros mandatos de Dios, les brindaba una estricta conciencia y con ella, el remordimiento, el temor y el pavor: los mejores medios de cohesión para la sangre salvaje. Pero a ese suelo agotado le arrojó a manos llenas la verdad sobre la carencia de valor de la vida y las semillas de esperanza, de amor y de fe en una felicidad eterna.

Ella volcó su mirada hacia un bien no perecedero y ofreció un camino correcto mediante el cual la criatura podía lograr la paz con el creador. Gracias a espíritus auténticamente cristianos, prohibió el matrimonio entre sus sacerdotes y, en sintonía con un espíritu también auténticamente cristiano, favoreció la creación de monasterios, que en verdad eran una necesidad y que se mantuvieron por largo tiempo en su pureza. La forma de ser que se forja en los monasterios fue, es y será siempre algo patente. La gran comunidad, la invisible orden de la renuncia aumenta día a día.

Cuando la iglesia aún no se veía amenazada por la ciencia, conservaba en aquellos tiempos el mérito de haber rescatado tantas cosas de la literatura de la antigüedad como le resultó posible. Guardaba los tesoros en monasterios, donde eran copiados y por este medio, conservados para los hombres. A los monasterios se les anexaron escuelas, en las cuales, aunque haya sido como una pequeña flama, la ciencia era cultivada y podía aguardar la llegada de tiempos mejores. Los sacerdotes estaban convencidos de las elevadas verdades de la religión y de su fuerza invencible. Esto favorecía que puedan ser indulgentes. Se continuaba con el anhelo de los padres de la iglesia de conservar la ciencia helena. Más tarde la iglesia se volvió rígida y el punto de vista de que todo aquello que no está dicho en la Biblia es falso y resulta peligroso terminó imponiéndose.

Por otro lado, favoreció al arte con todos los medios posibles. Surgió el totalmente peculiar arte cristiano, tan extraordinariamente significativo, que se posicionó, junto a la religión, como un elemento formativo esencial. Los artistas inspirados por la fe auténtica presentaban las acciones de la gracia divina en el hombre, y con sus obras se encendían los ánimos. El arte conducía más profundamente a la religión, acercaba al principio liberador corporizado en Cristo, y brindaba paz interior mediante la fe.

De manera similar actuaban las maravillosas catedrales que fueron surgiendo por todas partes. Sus altas bóvedas que pretendían alcanzar el cielo predisponían las almas a lo sublime, y dejaban, libre de toda presión, que uno sea transportado ante el trono de Dios por la cadencia de la música sacra que constantemente se iba desarrollando. El corazón se veía rebajado y el reconocimiento de que toda la alegría terrenal, toda la dicha, no es nada en comparación con la vida pura en el Reino de Cristo latía en el mismo, encendiéndolo.

También la iglesia ejercía su influjo a través de las representaciones dramáticas de la pasión que eran interiorizadas en el espectador con una fuerza conmovedora, que advertían seriamente y con éxito que uno era un extraño en este mundo.

La iglesia mostraba su fuerza del modo más grandioso y más claro en las cruzadas, a partir de las cuales podemos inferir la importantísima ley civilizatoria del contagio espiritual. En lo alto y en lo bajo, cientos de miles tras cientos de miles, tomaron la cruz y la llevaron hasta la lejanía, con la muerte segura ante sus ojos, a fin de liberar el sepulcro del Salvador. Una corriente eléctrica atravesó a la cristiandad entera, y posibilitó que los hombres sorteen toda dificultad y resistan todo empeño. Las cruzadas fueron una manifestación muy particular. Quien se interioriza en ellas, se halla como si tuviese una garantía en sus manos de alcanzar un estado anímico similar al de esa humanidad que en algún momento será redimida por completo. Se apodera del hombre un motivo que no es sensible, sino que es ideal, y permite que se eleve por encima de sí mismo. El espíritu que reinó en los tres primeros siglos de la iglesia volvió a la vida y ejerció su influjo a fin de desechar la vida voluptuosa como si se tratase de un pesado lastre.

En ningún otro período de la historia que no sea en el Edad Media ha habido una cohesión mayor en todos los ámbitos. Todas las vidas se desarrollaban dentro de formas rígidamente establecidas. Los hombres marchaban acordonados de la cabeza a los pies. El espíritu estaba atado, la voluntad y el trabajo estaban atados. Aquellos que aparentemente eran libres, los clérigos y los caballeros, eran esclavos como todos los demás, ya que los ataban las limitaciones recíprocas y la servidumbre espiritual que era común a todos.

Este encontrarse atado en todas las direcciones guarda una gran similitud con la situación de los antiguos estados orientales, en los cuales también en primer término fue quebrantada la rudeza natural y la condición salvaje por medio del despotismo, “el hombre-animal pudo ser convertido de nada en algo”. En los nuevos reinos logró difundirse la voluntad de poder seguir un impulso espiritual, a fin de que el hombre sea capaz de realizar un nuevo gran avance.

 

30) En esta firme organización de los pueblos de la Edad Media en los ámbitos político, económico y espiritual abrió una gran brecha, en primer lugar, la invención de la pólvora y significó la transformación de los estados feudales en territorios soberanos, y más tarde, en estados absolutistas.

El poder de grandes y pequeños señores se vio afectado y para la nobleza fue forzoso ingresar en la milicia, que constantemente fue creciendo en sus reservas, o en la administración del reino. Pero no cambió en nada la situación de los derechos de las clases privilegiadas. La nobleza y el clero eran los dos estados regentes en materia de derecho, pero el individuo había perdido su autonomía y, al igual que los planetas en torno al sol, orbitaba al rededor de la autoridad estatal. Este movimiento alcanzó la cima con el estado absolutista, en el cual el príncipe se identificaba con el estado (l’état c’est moi). En el príncipe se resumía todo el estado, únicamente de él dependía el bienestar o el penar de los súbditos, y el noble, al igual que el clérigo, era sencillamente una herramienta en sus manos para realizar sus pensamientos, planes, ocurrencias y caprichos (tel est mon plaisir). La forma del estado absoluto era la misma del estado despótico de la antigüedad; pero la gran diferencia entre ambas consistía en que la última resultaba necesaria para los inicios de la cultura, y la primera, por otra parte, estaba destinada a reconducir hacia el flujo del devenir a las partes que habían logrado una configuración particular hasta los límites más extremos. Allí se manifestó la ley de la nivelación.

 

31) Las formas rígidas en el ámbito económico fueron debilitadas a través de grandes descubrimientos e invenciones: la invención de la brújula, el descubrimiento de rutas marítimas hacia las Indias Orientales y América. Las formas de producción de bienes fueron cambiadas por completo. Como las olas del mar que tan sostenidamente erosionan a una gran roca hasta que su punta no puede sostenerse más y se desploma, así de violenta e incesantemente el incipiente comercio mundial embistió contra la composición de los gremios. Entonces debieron ser satisfechas las necesidades que se habían generado en los nuevos países, tales como: vestimentas, herramientas, etc. , y las necesidades de una población que aumentaba continuamente entre los países europeos. Las exigencias a los gremios se fueron incrementando, pero, ¿cómo habrían podido satisfacerlas, si el número de maestros permanecía firmemente establecido y siendo que ninguno de ellos estaba autorizado a producir una cantidad de bienes mayor a la que estaba fijada por ley? Entonces debieron ser aflojadas las ataduras. Junto a los talleres de los maestros del gremio que supieron conservarse y que trabajaban para satisfacer necesidades locales, surgieron las fábricas que progresivamente fueron relacionándose con los gremios de un modo más independiente y así surgió la configuración histórica de la industria.

Su siguiente consecuencia fue que la ley del desarrollo de la individualidad pudo nuevamente conducir sus manifestaciones con una fuerza renovada. El matrimonio en la Edad Media se encontraba extraordinariamente restringido. El mancebo casi nunca llegaba al matrimonio, y los esposos solamente podían criar pocos hijos, debido a los impedimentos de los escasos medios de alimentación. Pero la civilización pretende que todos los hombres se multipliquen en tantos nuevos individuos como les resulte posible, a fin de que inmediata y mediatamente la voluntad se vea debilitada: inmediatamente a través de la fragmentación, y mediatamente por un rozamiento mayor. Las gloriosas consecuencias de la lucha por la existencia recién se derramaban de forma suficiente sobre los contendientes cuando ellos se encuentran forzados en el espacio más estrecho y entre sí se están pisando los pies.

También aquí ha de advertirse el efecto que produjo la introducción de la papa en Europa. Las cifras de la población aumentaron rápidamente; por ejemplo, ellas se cuadruplicaron en Irlanda gracias al nuevo alimento. ¡Qué incremento del rozamiento!

Otra consecuencia de la industria que se hace patente en el ámbito político, la más importante, fue el fortalecimiento del tercer estado, la burguesía. El comercio y la manufactura ya en la más tardía Edad Media había producido el florecimiento de las ciudades, y había posibilitado a los ciudadanos independizarse de los nobles de su entorno y luego incluso de los nobles de su propio medio. Pero ahora crecía día a día el poder de los ciudadanos, ya que cada día eran más ricos, al punto de que incluso la nobleza permitió a las tropas de comerciantes el ingreso al ejército, con el propósito de tener participación en bienes móviles, que el aplicado y dedicado mercader iba consiguiendo como por arte de magia.

 

32) En el ámbito espiritual aún entonces la iglesia seguía reinando sin restricción alguna. El espacio en que las ciencias podían desarrollarse estaba cubierto por ella y claramente mostraban signos de un control férreo. ¡Qué florecimiento limitado fue la escolástica!

Pero en ese dominio ya desde mucho antes de la reforma abundaban sectas y causaron en la gran y rígida forma histórica unos primeros sobresaltos. Al motivo de ello lo propició el proceso de descomposición que había irrumpido en los estratos superiores del clero. Mientras que el bajo clero se encontraba en una situación de precariedad, los príncipes de la iglesia se entregaban a los deleites, y literalmente el derroche, el amor al lujo y la falta de buenas costumbres de la mayor parte de los Papas no tuvo límite alguno. Se sirvieron de la iglesia para conseguir propósitos personales o familiares y sin reparos despojaron de santidad a la doctrina de Cristo. En primer lugar se alzó en contra de esa degeneración Pedro Valdo, que fundó la comunidad de los valdenses. Ellos se distanciaron del Papa y optaron por su asesor espiritual. En las sangrientas guerras albigenses, de hecho, casi fueron exterminados, pero el primer impulso ya había sido dado y hubieron de generarse nuevos movimientos. De nuevo un motivo, muy bueno, fue ofrecido y logró encender a los individuos. Aperecieron Wycliffe, Huss y Savonarola. También estos dos últimos fueron transformados en inofensivos por acciones de la iglesia y los rastros de sus actividades fueron borrados; pero el fuego ya no pudo ser extinto, se encontraba en incandecencia, en aparencia ya apagado, y finalmente resurgió como una clara llamarada, cuando Lutero publicó sus tesis contra Roma en Wittenberg (31 de octubre de 1517).

Favorecido por el posicionamiento político de los príncipes de Alemania, de cada uno respecto a los otros, logró fracturar la conformación del papado, y liberó a una gran parte de aquellos en los que ya hacía mucho tiempo estas rígidas paredes habían convertido lo que era una vida fluyente en una tortura, y situó junto a esta forma fracturada una distinta, que aseguraba al espíritu un mayor espacio de desarrollo.

La Reforma obró dos grandes transformaciones. En un primer momento ofreció a la vida espiritual un suelo fértil y liberó de la religión a las ciencias; y luego internalizó el ánimo, de modo que la fe entró en una nueva incandecencia y la mirada se orientó nuevamente hacia una vida más elevada y mejor que la terrena.

Una ola primaveral atravesó el mundo cultural. Poco tiempo antes, los turcos habían acabado con el Imperio Bizantino y muchos sabios griegos habían escapado a Occidente, donde despertaron el entusiasmo por la educación antigua. Tuvo lugar una nueva fecundación del espíritu; se profundizó en las obras de los antiguos, se injertó el noble estímulo griego en el robusto tronco germánico: la antigüedad clásica se unió a la Edad Media profunda de ánimo. Se anexó a la nueva religión un nuevo arte y una nueva ciencia autónoma, que en las muchas universidades que surgieron encontró un suelo ventajoso y seguro.

El movimiento espiritual creció día a día, acelerado por el arte de la imprenta recién inventada. La filosofía tomó una dirección totalmente distinta. Si hasta entonces solamente se había atormentado con inútiles cavilaciones metafísicas, desde allí se comenzó a investigar cómo el espíritu había arribado a todos esos maravillosos conceptos. Era el único camino correcto. Se dudaba de todo, se adentraba en “el océano sin costas” y se situaba en el suelo seguro de la experiencia y la naturaleza. Especialmente fueron activos en esta dirección los ingleses y uno debe mencionar a Bacon, Locke, Berkeley, Hume y Hobbes.

En el campo de las ciencias naturales puras nos trajeron las conocidas grandes revoluciones estos hombres destacados: Copérnico, Kepler, Galileo y Newton.

Además surgió un nuevo arte. El estilo renacentista introdujo en la arquitectura una vitalidad fresca y ondulante, y en todas partes, en Italia, surgieron las iglesias y palacios majestuosos. La escultura experimentó un majestuoso reflorecimiento bajo la influencia de las obras maestras de la antigüedad que habían salido a la luz y la pintura alcanzó por primera vez luminosa altura de la perfección (Leonardo da Vinci, Michelangelo, Rafael, Tiziano, Correggio).

Al igual que la pintura, la poesía realista alcanzó el escalón más alto (Shakespeare), y, majestuosa como nunca antes, se entró en escena la música: en adelante un auténtico empoderamiento para el ánimo (Bach, Händel, Haydn, Gluck, Mozart, Beethoven).

Entre el efecto de esta gran suma de nuevos motivos se formó la vida espiritual de la burguesía, cada vez más libre y más profunda, y la vida del daimón, cada vez más noble. El desarrollo del espíritu debilita directamente a la voluntad, ya que el espíritu únicamente puede fortalecerse a costas de la voluntad (modificación de los factores del movimiento). Pero ella la debilita aún más de forma indirecta por el padecer multiplicado (aumento de la sensibilidad e irritabilidad: apasionamiento) y por la nostalgia por la paz nacida del estado de contemplación pura que cada vez más a menudo se produce.

También aquí se manifesto cada vez más claramente el proceso de desarrollo del hombre. Siguiendo todos los movimientos, mentes sobresalientes observaron una meta ideal: el estado de derecho y un derecho de gentes más perfecto, y, ardiendo de entusiasmo moral, se figuraron dentro del movimiento, acelerándolo.

 

33) Frente al protestantismo, la iglesia católica se reunió y realizó esfuerzos monstruosos para superar el cisma (surgimiento de la orden de los jesuitas, guerras de religión). Pero no lo logró, si bien los oponentes en sí estaban divididos (reformistas, luteranos, etc.). Las luchas más sangrientas, más devastadoras, solamente tuvieron como consecuencia que en algunos países como Francia, Austria y Hungría la nueva doctrina haya sido erradicada.

El rozamiento en el ámbito espiritual fue grande y el movimiento en los estados se tornó siempre más fresco y animado. En el seno de la burguesía cayeron todos aquellos frutos que pertenecían a todos, que sobresalían por la riqueza, por la formación emotiva y espiritual. Pero este tercer estado era totalmente carente de derechos políticos dentro del estado, ya que la nobleza y el clero permanecían firmes para conservar sus privilegios. Este estado de cosas era insostenible. Primero la burguesía alcanzó mayores libertades y una cierta influencia en la conducción del estado en los Países Bajos e Inglaterra. Luego este movimiento se apoderó de los burgueses de Francia. Los hombres más destacados y espiritualmente ricos, como Voltaire, Rousseau y Helvétius atacaron lo establecido en todos los ámbitos y sin miramientos. El tercer estado convirtió sus cuestiones en cuestiones de toda la humanidad; la simiente del cristianismo: “todos los hombres son hermanos” se había desarrollado poderosamente, y toda la vida del estado hacía presión con gran violencia en vistas de un punto: el total reconocimiento de los derechos del tercer estado.

 

34) Entonces había llegado el momento en que pudo volver a entrar en vigencia la ley de la integración en el interior, por medio de la abolición de las diferencias políticas, y la tormenta, alimentada por el aire fresco que atravesó el océano proveniente del estado federal americano gloriosamente fundado, se desató de una vez. Ella barrió todos los lastres del estado feudal: servidumbre, servicio natural, prestación natural, diezmo, obligación gremial, restricciones para el asentamiento, etc. En el inolvidable 4 de agosto de 1789 fueron liberados todos los grilletes del pueblo y fueron declarados los derechos del hombre. Más tarde fueron incautados los bienes de la iglesia y de todos aquellos nobles que no quisieron adherirse a este nuevo orden de cosas, y se estableció un campesinado libre. A su lado se encontraba un estado trabajador libre.

 

35) Los logros de esta gran revolución no pudieron permanecer exclusivamente circunscriptos a Francia, ya que la civilización posa su vista en toda la humanidad, y esto se manifestó de un modo más claro que nunca precisamente en la Revolución Francesa. La causa ocasional de su expansión fueron las campañas militares de muchos príncipes que temían las consecuencias de la revolución y pretendieron sofocarla. El verdadero difusor de los nuevos logros fue Napoleón. Él llevo al fuego sagrado en la punta de su espada a través de un mar de sangre, a lo largo de la mayor parte de los países de Europa. Y nuevamente los pueblos se entremezclaron, pero esta vez flotaba por encima dela monstruosa confusión el genio de la humanidad en su forma más luminosa.

Entre tanto, su ramificación general forzó principalmente la remoción del suelo y la siembre. El germen se desarrolló en paz, y paulatinamente fueron aflojados los grilletes del estado feudal de todos los estados de la cultura.

 

36) Mientras se difundían estas transformaciones en el ámbito político y económico, un hombre en Alemania, Kant, llevó a cabo la mayor revolución en el ámbito espiritual. Su acción inmortal, la redacción de la Crítica de la razón pura (acabada el 29 de marzo de 1781), fue más destacada y rica en consecuencias que la de Lutero. De una vez por todas circunscribió al suelo de la experiencia al espíritu cognoscente; de hecho finalizó bajo toda perspectiva la lucha del hombre contra distintas construcciones fantasmagóricas que se situaban por encima o por detrás del mundo, y acabó con el resto de las religiones naturales que había engendrado el miedo.

Recién por medio de Kant la revolución fue completa. En el ámbito económico fue establecida la libertad de trabajar; en el ámbito político, la libertad personal, civil y política de todas las personas; en el ámbito espiritual, la independencia de la superstición y la libertad de culto. Para la gente razonable también se vio derribada la última forma de una iglesia y fueron establecidas las bases del templo de la ciencia auténtica y pura, al que toda la humanidad habrá de ingresar.

 

37) La Revolución Francesa y las Guerras Napoleónicas, con sus penurias, por un lado, y con sus logros, por otro, pertenecen a los acontecimientos históricos en los cuales se manifestó de forma destacada el movimiento fundamental del género humano que va desde la vida hacia la muerte absoluta, en los cuales el genio de la humanidad de repente develó su rostro, con una mirada seria y misteriosa, y de manera esperanzadora pronunció la promesa:

 

Caminaremos hacia la tierra prometida a través de un mar rojo de sangre y de guerra y nuestro desierto será extenso. (Jean Paul).

 

Tras una acción violenta, necesariamente se presenta una reacción que se sirve del estado de relajación en que se encuentran todos a fin de recortar las libertades obtenidas. Nunca ellas han de ser destruidas por completo, ya que la burguesía es demasiado poderosa. Además esta última ofrece su abrazo al retorno de privilegios en una medida acorde a su propio interés. Ellos simplemente convirtieron de form provisoria sus asuntos en asuntos de toda la humanidad, entonces, una vez alcanzada la paz, se segregaron y excluyeron totalmente del gobierno al pueblo bajo.

Siguiendo al ejemplo de Inglaterra, en la mayor parte de los países fueron instituidas monarquías constitucionales, en las cuales el poder del estado estaba repartido entre la burguesía, la nobleza, el clero y el príncipe. La cámara baja, que debe representar al pueblo, solamente encarna a una pequeña parte del mismo, y ésta es la rica burguesía, ya que fue establecido un estricto voto censatario que transformó nuevamente al pobre en alguien carente de derechos políticos.

Sin embargo, en el campo económico el trabajador y su fuerza lograron ser libres, pero el beneficio del trabajo era algo limitado, y por ello, el trabajador volvió fácticamente a ser alguien que no es libre. Ahora en lugar del señor se erigía el capital, el más frío y aterrador de los tiranos, de modo que se trabajaba a cambio de poder satisfacer las necesidades vitales. Los hombres libres declararon que los siervos, los dependientes y la servidumbre de hecho carecían de medios suficientes y, a pesar de su libertad obtenida, debían ingresar nuevamente en la relación de esclavitud frente a los señores para no morir de hambre. No recibían más que eso. Toda ganancia que arrojaba el trabajo de un trabajador por encima del monto de su salario normalmente acababa en el bolsillo de unos pocos que acumulaban riquezas monstruosas, similares a la de los antiguos poseedores de esclavos. Entonces la situación penosa de esta nueva relación consistía en que el esclavo moderno, en las crisis económicas, era abandonado por su empleador sin que se compadeciera de su suerte, y era arrojado a la tortura del hambre y de la miseria, mientras que el antiguo poseedor de esclavos, en los tiempos de encarecimiento de los bienes y de escasez por malas cosechas, siempre los conservaba. El maltrato que por su falta de corazón mostraba el empleador especialmente en estas crisis, que en parte también era por estrechez, así como la situación de que en los tiempos favorables el trabajador apenas alcanzaba un salario mayor, no modificaban esta espantosa situación.

En este estado se presentó la gran ley de la civilización, la de la miseria social. “Por medio de la aflicción el corazón mejora”. La miseria social desgastó constantemente la voluntad, la hizo arder, la derritió, la hizo más blanda y moldeable, y la preparó para hacerl susceptible a aquellos motivos que puede ofrecerle una ciencia esclarecida.

Además, la miseria social actuó despertando y agudizando las fuerzas del espíritu: incrementó el poder espiritual. Solamente debía observarse a los campesinos y a los habitantes de las grandes ciudades. La diferencia estaba en la constitución de sus cuerpos, ya que el cuerpo no es otra cosa más que una cosa en sí conducida a través de las formas subjetivas y basada en un idea. El proletario se mostraba como un individuo débil con un cerebro relativamente grande, que es la manifestación de la acción corpórea de la ley fundamental de la política. El proletario es un producto del rozamiento en las ciudades, que está en continuo incremento, un producto que primero es preparado para la redención y luego la alcanza. Mientras que la avidez de disfrute debilita a las clases altas, la miseria lo hace con las clases bajas, y por ello todos los individuos pueden llegar a ser capaces de buscar su felicidad en otra parte, distinta a esa vida y sus estímulos vacíos, inflados y carentes de dicha.

Que un incremento de inteligencia de muchos proletarios habría de convertirlos en criminales, en la medida en que en un espíritu más vivaz la voluntad, por una descuida instrucción y una formación insuficiente, se encendería por motivos que de lo contrario no podría ver o los detestaría, simplemente tomado por la ley del rozamiento. El desvío necesario despierta por otro lado el amor a los hombres y el anhelo de elevar a aquellos que se sitúan más abajo en un escalón más elevado del conocimiento. Quejarse por el crecimiento de la infamia solamente puede hacerlo un soñador, una persona noble debe ayudar. Ya que la causa del mal no debe ser buscada: se encuentra a la luz del sol, y solamente exige de manos fuertes para hacerla ineficaz.

La ley de la miseria social y la ley del lujo (bajo la cual uno puede situar al movimiento principal de las clases más altas) son la expresión del daño a toda la sociedad, de su forma de producción y de vida poco razonables. También, desde un punto de vista particular, uno puede denominar a estas dos como la ley del nerviosismo. Por estas leyes la sensibilidad en incremento constante, de acuerdo a lo observado en otras grandes leyes de la civilización, se ve estimulada artificialmente, o, dicho con otras palabras, uno de los factores del movimiento es puesto en una actividad más intensiva, y el movimiento total del individuo es por ello uno distinto, uno esencialmente más intenso y vertiginoso. Aquí pertenecen, según las leyes del contagio y del hábito, los medios de estímulo intoxicantes que se han vuelto una necesidad para todos, como el alcohol, el tabaco, el opio, los condimentos, el té, el café, etc. Ellos en general debilitan la fuerza vital en cuanto que de forma inmediata incrementan la sensibilidad, y en forma mediata, la irritabilidad. Por ejemplo, las bebidas espirituosas consumidas en los Estados Unidos de Norteamérica durante el año de 1870 representan un valor de 1.487.000.000 dólares. ¡Se calculó que su masa líquida podría llenar un canal de 80 millas inglesas de largo, 4 pies de profundidad y 14 pies de ancho!

Después de la Revolución, en el ámbito espiritual se desarrollaron más que nada las ciencias naturales. Finalmente uno se situaba ante la naturaleza sin condicionamientos previos y de forma libre, la investigaba de modo completo y eludiendo temores de tener que vincular la física a una metafísica. La teología moral de Kant, en la cual una fuerza extramundana conduce a la interpretación más elevada que resulta pensable, pronto fue desplazada a un lado y el materialismo se estableció en su lugar, que resulta un sistema filósofico completamente insostenibles. Ya he explicado en la física sus principales fisuras; pero aquí he de mencionar otra: él efectivamente explica las transformaciones en el mundo, pero no reconoce ningún proceso de desarrollo del mundo. Por ello no puede conducir a ninguna ética.

Por otra parte, el materialismo es una muy importante y exitosa forma histórica en el ámbito espiritual. Se puede comparar con un ácido que corroe todos los escombros de los siglos, los restos de las formas caídas y todas las supersticiones, que si bien hace desdichado al corazón humano, purifica el espíritu. Es aquello que Juan el Bautista era a Cristo: el precursor de la auténtica filosofía, del cual el genial sucesor de Kant, Schopenhauer, ha sentado sus bases. Pues no se ha postulado ninguna otra tarea de la filosofía más que cimentar el núcleo del cristianismo en la razón, o, como ha expresado Fichte:

 

¿Pues cuál es la última y más elevada tarea de la filosofía si no se trata de fundamentar correctamente la doctrina cristiana, o incluso justificarla?

 

Pero a esto en primer lugar lo consiguió de manera exitosa Schopenhauer.

Entonces las ciencias naturales se afirmaron cada vez más profundamente en la vida práctica y la transformaron. ¡Qué transformaciones produjeron en el mundo las dos invenciones más importantes: la máquina de vapor y el telégrafo eléctrico! Mediante ellas el movimiento de la humanidad se convirtió en uno de un tiempo diez veces más acelerado, la lucha por la existencia se volvió diez veces más intensa y la vida del individuo se tornó diez veces más intranquila respecto de como era antes.

 

38) La situación en el ámbito económico aumentó día a día la brecha entre los tres estados superiores y el nuevo cuarto estado, hasta que se despertó la conciencia de clase en esta última. Los trabajadores exigieron en Francia reformas electorales puesto que la cámara no se encontraba en consonacia con la expresión de la voluntad popular. La negativa del rey desató la tormenta y el 24 de febrero de 1884 estalló la Revolución. Se puso a un trabajador en el gobierno provisorio, frente al estado tomó la obligación de mejorar la situación de la clase baja trabajadora y proclamó el derecho al voto universal directo, por medio del cual todo ciudadano sin antecedentes penales, mayor de 21 años, poseía una influencia sobre la voluntad estatal.

Sin embargo la república se desplomó desde sus bases, tanto por la división de los partidos socialistas como por las intrigas de una burguesía que había percibido que las reformas amenazaban su poder. Pero el pueblo había divisado un claro naciente, y desde entonces late en su conciencia que el sol habrá de despuntar y brillar sobre una sociedad nivelada que abarcará a toda la humanidad.

Goethe dijo con mucha razón:

 

El mundo no debe llegar a su meta tan rápidamente como pensamos y deseamos. Siempre están presentes los daimones del retraso, que siempre aparecen en medio de todo y por todas partes, al punto de que en general se avanza hacia adelante, pero muy lentamente.

 

Como las estrellas que permanecen fijas de modo que parecen retrógradas, así también a veces parece que la humanidad permanece quieta en el espíritu sumergido en el individuo, y otras veces parece en retroceso. Pero siempre el filósofo observa únicamente el movimiento resultante, y de hecho, se trata de un continuo movimiento de la humanidad hacia adelante.

 

39) Ahora, con cuidado y cautela, hemos de arrojar un vistazo hacia el futuro de la humanidad, en la medida en que hemos de seguir la dirección de las corrientes imperantes en los ámbitos puramente político, puramente económico (social-político) y puramente espiritual.

En Europa, de momento, las manifestaciones políticas se hallan bajo tres grandes leyes: bajo las leyes de la nacionalidad, las leyes del humanismo y las leyes de la separación del estado de la iglesia, o sea, del aniquilamiento de la iglesia.

De acuerdo a las primeras leyes, todos los pequeños estados que o bien provienen de la Edad Media y se han mantenido en una distinción artificial, o que luego de las Guerras Napoleónicas fueron creados por capricho, han de disolverse en el flujo común del devenir, en parte arrastrados y en parte conducidos por sí mismos. Los pueblos con una lengua, hábitos y una cultura en común buscan con una fuerza incontenible la unidad estatal, para no ser derrotados y abusados en la temible lucha de las naciones por la existencia política. Este anhelo también presiona contra las divisiones de los grandes estados que encierran pueblos de distintas nacionalidades.

Las segundas leyes se manifiestan en formas muy distintas. Primero, en el interior de los estados de la cultura: cada hombre, independientemente de su posición, es considerado como el ser más preciado, más importante y más digno de ser conservado en el mundo.

 

Mais qu’est-ce donc que l’association humaine, si l’un de ses membres peut disparaître, comme une feuille emportée par le vent? (Souvestre).

 

Donde haya un hombre que se vea asediado de alguna forma por algo que contradiga al código no escrito de la humanidad, un código muy incompleto y redactado de un modo extraordinariamente poco claro, allí se crispará toda la humanidad instruida y gritará fuerte. Así ha de ser si la redención debe realizarse. Mientras para la mirada del individuo más valor pierda su propia vida, tanto más ha de incrementarse su significado para la consideración de la comunidad. En la antigüedad era precisamente al revés: allí el individuo no conocía nada más preciado que su propia vida, a la cual la comunidad no la estimaba más que como a la hoja de un árbol o a una rata. Además, a estas leyes ha de remitirse principalmente la emancipación de los judíos, que fue un acontecimiento de una significación mayúscula para la historia universal. Los judíos aparecieron por todas partes con su espíritu extraordinariamente desarrollado gracias a una extensa presión, y allí donde fueron volvieron más intenso el movimiento.

Esta legalidad se muestra entonces en la acción del estado hacia el exterior. En cualquier parte donde lleguen los representantes de las grandes naciones ha de ser exigida la libertad personal de estos individuos. Ya no ha de haber más en el mundo falta de libertad personal alguna, la esclavitud debe cesar sobre toda la faz de la tierra.

Además, todos los estados civilizados procuran constantemente abandonar el estado de naturaleza en que se encuentra cada uno respecto a los otros. Ahora mismo muchos conflictos leves entre estados ya han sido resueltos por un arbitraje (Reclamaciones de Alabama, etc.), y muchas organizaciones poderosas procuran que se pueda avanzar aún más en la dirección mencionada. En esta vía se halla un código legal entre los pueblos, y si el movimiento no es desviado por corrientes del ámbito social y político, entonces, sin lugar a duda alguna, concluirá en el surgimiento de los Estados Unidos de Europa.

El medio más efectivo para toda la humanidad es tener una buena prensa. Ella cubre todos los perjuicios sin miramiento alguno y fuerza, sin admitir oposiciones, la supresión de los males.

La lucha del estado con la iglesia se ha desencadenado en estos tiempos de un modo tal que resulta imposible un tratado de paz saludable: se puede comparar con un duelo en el cual uno ha de permanecer en pie. A partir del proceso de desarrollo de la humanidad se deduce que el estado habrá de imponerse. Finalmente, dentro del victorioso estado, la ya florecida filosofía absoluta habrá de tomar el lugar de la religión en el ámbito espiritual.

En Asia las antiguas leyes del mestizaje por medio de la conquista y de la fecundación espiritual habrán de comandar los procesos. Se trata de paulatinamente ganar para la civilización europea todos los pueblos de esta gran región del mundo.

Rusia e Inglaterra están llamadas a preparar esta obra. La primera avanza incesantemente en la extensísima estepa y refrena los últimos restos de una fuerza indómita que en la Edad Media a menudo había irrumpido de un modo desastroso en los reinos de la cultura.

De momento Inglaterra se limita a la India. Sobre este gran reino, conducida por una política de corazón estrecho, pero sin embargo exitosa, extiende una gran red de ferrocarriles, rutas, canales y telégrafos y difunde en todas direcciones la cultura europea.

De ningún modo puede saberse cómo habrán de configurarse estas relaciones cuando las posesiones asiáticas de Inglaterra y Rusia limiten entre sí y es por demás indistinto. Entonces China ya habrá salido de su encierro e ingresará con fuerza al proceso de desarrollo de las cosas que han de encontrarse también bajo la influencia de las grandes naciones del mundo.

Es también muy probable que, como ocurre hoy con los pueblos migrantes, pero sin darse tan espantosas atrocidades, tenga lugar un nuevo mestizaje y que se establezca un nuevo reino de pueblos mestizos, puesto que ha de tenerse por imposible una extinción total de los restos de los antiguos pueblos orientales de la cultura.

En América siempre se extiende más ampliamente el joven pueblo mestizo que habita los Estados Unidos.En la Unión la ley del mestizaje encontró y aún encuentra de modo permanente su mayor aplicación. ¿Quién de mejor modo puede revivir las cruzadas que se generaron por medio de la mezcla sexual de franceses, alemanes, ingleses, irlandeses, italianos, etc., sumando la de blancos con negros, chinos, indios, etc.? Aquí las cualidades volitivas están unidas, activadas, fortalecidas y debilitadas, y cada generación es esencialmente distinta.

Los americanos de la Unión con el tiempo habrán de ocupar la totalidad de Norteamérica y quizás también habrán de expandirse al sur.

En tanto desaparecen en América y en Australia cada vez más aborígenes semisalvajes. Ellos no poseen ni la fuerza ni el tacto para confrontar con culturas más desarrolladas y la civilización fríamente los conduce a la desaparición.

Aquella tierra que resulta más difícil de conducir al círculo de la cultura, pero que finalmente ha de ingresar al mismo, es el África. De momento está ceñida por un cinturón de colonias, que poco a poco, pero de forma constante, habrán de expandirse hasta abarcar todo el territorio. Quizás la República de Liberia esté llamada a ser en un tiempo posterior el punto principal de soporte de la civilización en el África. Sería extraño que entre los instruidos negros de la Unión no surgiese un apóstol para la elevación de sus hermanos empobrecidos en vista de alcanzar una forma de vida que contemple una mayor dignidad humana.

También Egipto parece estar llamado a transformar el interior de esta parte del mundo.

Además merecen ser nombrados los nobles exploradores del África, que están abocados a investigar los misteriosos países de su interior. Quizás con el tiempo sus empeños logren contagiar esta motivación en el viejo mundo, al punto de que un torrente de migrantes bañe el África central y la colonice. Por último hemos de mencionar a los misioneros cristianos que están establecidos permanentemente en África. De la misma manera en que uno puede estimar la efectividad de ello en India, donde se pretende emplazar la religión cristiana en el lugar de sistemas éticos de igual valía, también pueden ser reconocidos estos esfuerzos dentro de las rudas tribus de negros.

Si el círculo de la civilización aún no se ha cerrado, entonces ha de reconocerse a partir de las causas en desarrollo que en algún momento habrá de cerrarse. Las vías ferroviarias y las líneas de vapores que día a día se multiplican prueban que éste cada vez se expande más. La migración está en curso y será cada vez mayor. A veces se promete relucientes campos de oro y de diamantes, a veces, formas de vida más libres. Las leyes del mestizaje y del desarrollo individual preceden al movimiento y aceleran su ritmo.

 

40) En el ámbito económico (social-político) solamente nos confrontamos a la así llamada cuestión social. Para ella la ley de la mezcla a través del conflicto se sitúa en los fundamentos, ley que tan pronto como se solucione dicha cuestión, no habrá de conducir a ninguna otra manifestación de la vida de la humanidad, puesto que entonces habrá llegado el principio del fin.

La cuestión social no es otra cosa más que un asunto de formación, si bien en la superficie tiene una apariencia completamente distinta, ya que en ella en definitiva se trata de conducir a todos los hombres a aquel nivel del conocimiento en el que exclusivamente puede ser estimada la vida de una forma correcta. Pero puesto que el camino a ese nivel está impedido por obstáculos puramente políticos y económicos, la cuestión social no se muestra en el presente como una cuestión formativa, sino que principalmente como un asunto político, y luego como uno económico.

Por ello en los períodos inmediatos de nuestro porvenir preferentemente han de ser removidos estos obstáculos del camino de la humanidad.

El obstáculo en el campo puramente político es la exclusión del gobierno del estado de las clases populares carentes de posesiones. Ha de ser sorteado por medio del reconocimiento del derecho al voto universal y directo.

Ya en muchos estados están garantizadas las disposiciones de este derecho electoral, y otros, con el tiempo, han de seguir su ejemplo: ya no pueden echarse atrás.

Estas disposiciones pudieron ser aceptadas por los elementos conservadores dentro del estado, en primer lugar, porque, como consecuencia de la actual división de poderes dentro del estado, la voluntad popular no se constituye como algo absoluto y por ello sus resoluciones no siempre han de tener curso, y en segundo lugar, porque precisamente la ignorancia de las masas convierte de momento a este derecho en un arma carente de filo. El peligro de que el pueblo de un momento a otro embista legalmente contra las instituciones del estado ya no estaría presente. Por otro lado, se satisfizo por completo al pueblo, ya que en los hechos no puede ser demandado ningún otro derecho puramente político que sea superior a este, y se pudo dejar de forma pacífica el desarrollo de las cosas a lo demás. Todo congreso legislativo que se basa en el derecho al voto universal y directo es una expresión adecuada de la voluntad popular, ya que lo es incluso cuando su mayoría está orientada de forma poco amistosa hacia el pueblo porque los votantes dejan ver temor, falta de perspectiva, etc. y expresan que poseen un espíritu enturbiado.

Entonces no puede ser dada al pueblo una le electoral que resulte mejor. Pero su implementación puede llegar a ser más extendida. Si nos atenemos a Alemania, de acuerdo a su ley, los votos solamente cuentan para el parlamento imperial. Pero así deben tener lugar todas las elecciones: las elecciones de los parlamentos estatales, de los parlamentos provinciales y distritales, de los representantes de las comunas, de los tribunales de jurados, etc. Una ampliación tal depende de la formación de los individuos.

Ahora nos encontramos ante los obstáculos económicos por los cuales en estos tiempos podemos reconocer muy claramente la verdadera esencia de la cuestión social. El hombre común debe poder ejercer su gestión política.

Para alcanzar esos fines debe hacerse de tiempo. Debe poseer tiempo para poder formarse. Aquí se encuentra el punto clave de toda la cuestión. Un trabajador en estas épocas no posee de hecho el tiempo necesario para formarse. Porque en él no recae la totalidad de la ganancia de su trabajo, en la medida en que el capital imperante toma una porción leonina de ella, debe entonces trabajar intensamente para al menos poder subsistir, al punto que, por las noches, estando de regreso, ya no posee fuerza alguna para poder cultivar su espíritu. Por lo tanto, la tarea del trabajador es: lograr hacerse de una jornada laboral más corta que se corresponda con una subsistencia garantizada. Pero así no solamente aumenta el precio de los productos elaborados por él, sino que también el precio de todo aquello que es necesario para poder vivir, ya que en la cadena económica un eslabón depende del otro, y por ello él necesariamente debe exigir, junto a la simultánea reducción de la jornada laboral, un aumento salarial; puesto que el aumento salarial ha de ser absorbido por la alza general de precios; y con ello resultará como único beneficio para él la jornada laboral reducida.

Todas las huelgas de nuestro tiempo atañen a este conocimiento. Uno no debe dejarse confundir con ello de que no sea aplicado correctamente por la mayoría, de la misma manera que con que el derecho al voto sea garantizado. El beneficio que hemos reconocido paulatinamente habrá de forzarlos a la unión, como en estos tiempos ocurre a muchos cuyo nombre sólo Dios sabe (tal como se puede leer en las catacumbas de Nápoles), a fin de emplear adecuadamente el tiempo obtenido. (La bella y al mismo tiempo elevada inscripción reza: Votum solvimus nos quorum nomina Deus scit).

Pues si suponemos que los trabajadores han de cumplir su tarea por sí solos, sin ningún tipo de ayuda, entonces la consecuencia de todo ello ha de ser que los viejos y los jóvenes logren un claro reconocimiento de sus intereses y así, poco a poco, logren conformar una fuerte minoría en el cuerpo legislativo, que permanentemente ha de plantear dos exigencias:

 

1) Escolaridad libre

2) Conciliación legal entre el capital y el trabajo

 

En estos tiempos un individuo no puede alcanzar por medio del tiempo consigue una amplia formación espiritual. Muy dispersamente hoy puede embolsarse algún pequeño grano. La cuestión principal es y sigue siendo que él se inflame en su propio interés, se figure claramente las relaciones sociales, se las comunique a otros, se afirme en la comunidad y así logre tener influencia en la voluntad estatal por medio de representantes dignos. Además, estos representantes tienen entonces la responsabilidad de tomar de raíz este mal según lo exige la escuela libre, esto es educación científica gratuita para todos. No existe mayor beneficio que asumir que nadie puede ser un buen campesino, artesano, soldado, etc. que no hable inglés y francés y que no pueda leer Homero en su lengua original.

Pero para que esta exigencia, si puede ser garantizada, logre ser aplicable, los padres deben estar dispuestos patrimonialmente a no solamente liberar del trabajo a sus hijos, sino que también a poder garantizar la manutención de los mismos hasta alcanzar una formación completa, o sea, las relaciones salariales deben ser cambiadas por completo.

Lasalle, este inmenso talento en el aspecto teórico y práctico, pero sin huella alguna de genialidad, ha recomendado formar asociaciones de trabajadores por gremio mediante la institución de créditos estatales que puedan competir con el capital. El capital constituido habría de permanecer intacto, y la competencia con aquél habría de entablarse sólo por medio de que el trabajador, a través del crédito, esté en posesión de los instrumentos de trabajo incondicionalmente necesarios.

Es tan innegable que los medios pueden ayudar como resulta seguro que el estado no extienda su mano a ello (pues como hemos dicho anteriormente: “el mundo no ha de llegar tan rápido a su meta como nosotros pensamos y deseamos”).

El tránsito de los pequeños talleres a las grandes fábricas es una consecuencia de los grandes capitales. Yace en el desarrollo de nuestros tiempos, tiempos que han cobrado fuerza por medio de los pequeños capitales (la crisis de 1873 y sus consecuencias han debilitado sólo momentáneamente este proceso), que las fábricas empiecen a convertirse en sociedades anónimas. Entonces ha de exigirse al estado que esta transformación favorezca, pero cumpliendo las condiciones propuestas, que el trabajador participe de las ganancias del negocio. Además se puede exigir al estado que fuerce a fabricantes autónomos a que de igual modo sus trabajadores participen de la ganancia. (Muchos fabricantes, basándose en el acertado reconocimiento de estas ventajas, ya lo han practicado). El capital de acciones habrá de pagar intereses hasta un piso de interés perjudicial para el país y, por otra parte, el salario de los trabajadores habrá de descontarse como pérdida. La ganancia pura debiera repartirse en partes iguales entre el capital y los trabajadores; la repartición entre los trabajadores tendría que darse de acuerdo a sus salarios.

Entonces paulatinamente, y según períodos determinados, el rendimiento de los intereses del capital han de ser reducidos de forma permanente; incluso el modo de repartir la ganancia pura ha de fijarse poco a poco, pero con constancia, de una forma más beneficiosa para el trabajador; en efecto, por medio de una lenta amortización de las acciones con una parte determinada de la ganancia pura, la fabrica habrá de estar totalmente en manos de todos los implicados en el negocio.

En tanto, los bancos, los negocios comerciales y la producción agrícola debieran ser organizados de una forma similar, siempre procediendo de acuerdo a la ley de la formación de las partes, ya que con un solo ataque las relaciones sociales no pueden ser transformadas.

Todas las perspectivas de todos los partidos admiten que los actuales métodos de explotación de la tierra son insostenibles. Solamente he de recordar al tan acertado Riehl, quien quisiera haber podido conservar las formas de la Edad Media, sin embargo con modificaciones. Él dijo:

 

Se ha arrojado la pregunta que dice: ¿cuánto tiempo podrán mantenerse las condiciones agropecuarias de un modo tal que resulta posible la existencia de un grupo de pequeños terratenientes, la clase campesina que hemos presentado? Pues lo imperfecto, lo esforzado y lo poco fructuoso de los métodos de explotación […] no deben cesar, sin embargo, en los enormes avances de la química aplicada a la agricultura, la agronomía racional y en la explotación aún superficial de los suelos, hasta alcanzar tarde o temprano algo comparable a la fábrica, hasta lograr una inmensa y trabajada producción agrícola,que entonces haría caer en la ruina a las pequeñas explotaciones agrarias, del mismo modo que el establecimiento de fábricas industriales hoy en gran medida a echado a perder a los pequeños talleres. De ningún modo dudamos que esta eventualidad puede ocurrir en cualquier momento.

 

Si esto se alcanzase, podrían entonces las sociedades de accionistas de determinadas ramas laborales entrar en conexión entre sí por un propósito determinado; distintos grupos podrían tener su banca cooperativa, su sociedad de seguros para casos de los más diversos tipos (enfermedad, invalidez, fallecimiento, pérdidas de todo tipo, etc.) y demás prestaciones.

Además todos los establecimientos comerciales de una ciudad, de un barrio, podrían organizarse de acuerdo a estos principios, en resumen, el movimiento actual permanecería sin variación, o, sólo de forma extraordinaria, se vería simplificado. Pero la cuestión principal sería que ocurriría una efectiva reconciliación entre el capital y el trabajo, y la educación esencialmente habría de transformar la vida de todos en algo más digno.

Otra consecuencia positiva de esta facilitación sería una disposición tributaria distinta; ya que el estado ahora tendría una visión clara de los ingresos de todos, y del mismo modo en que ha impuesto tributos a las sociedades anónimas, habría de hacerlo con los individuos.

 

41) De esta forma la cuestión social podría ser resuelta en un curso de desarrollo de los acontecimientos progresivo y pacífico, si los trabajadores persiguen constantemente y sin interrupción sus propósitos. Pero, ¿se puede dar esto por sentado? Para los estratos sociales que llevan la marca del capital los trabajadores se exaltan rabiosos y codiciosos, del mismo modo en que los pueblos germánicos semisalvajes se exaltaban en la frontera del Imperio Romano. La impaciencia, como si fuera un velo, se extiende ante los ojos del espíritu y, libre de refrenamientos, se pronuncian las ansias de una vida colmada de placeres.

Por tanto, si los trabajadores estuviesen solos, habría que suponerse con seguridad que una solución pacífica de la cuestión social resulta imposible. Pero ahora tendremos en vistas solamente esto, y por ello hemos de hallar aquellos elementos que pueden ser un contrapeso para la impaciencia de las clases bajas y al mismo tiempo lograr influir en el movimiento social de modo que su marcha permanezca constante.

A estos elementos los proveen las clases altas.

Hemos de comparar al movimiento de la humanidad en cuanto civilización con la caída de una esfera en el abismo y quien ha seguido con atención todo lo anterior podrá reconocer que la lucha y las disputas en el avance de la humanidad habrán de ser cada vez más intensas. El desplome originario de la unidad en la multiplicidad dio a todos los movimientos que le siguieron esta tendencia y de este modo se multiplicaron continuamente los opuestos en todos los ámbitos. Se consideró sólo superficialmente el campo espiritual en el presente. Mientras que al inicio de la Edad Media solamente se tenía fe y muy raramente se expresaba por medio de algunos individuos valientes y libres un intento de entender lo dado, hoy se sitúa un pensamiento frente a otro, independientemente de hacia donde uno mire. En ningún campo del ámbito espiritual reina la paz. En el campo religioso se hallan miles de sectas, en el filosófico hay miles de banderas diferentes, en el de las ciencias naturales vemos miles de hipótesis, en el estético contamos miles de sistemas, en el político existen miles de partidos, en el mercantil tenemos miles de opiniones, en el económico observamos miles de teorías.

Entonces todos los partidos, en el ámbito puramente político, pretenden utilizar la cuestión social para su provecho y se asocian con los trabajadores, a veces para éste, a veces para aquel propósito al que aspiran. Entonces de este modo el movimiento social es ingresado a un torrente más veloz.

Entonces hemos precisado de los hombres significativos de los estratos sociales más elevados su ambición, su hambre de gloria y de mando, a fin de que abandonasen sus vidas de holgazanería y de que hiciesen propia la causa del pueblo. El material es extremadamente quebradizo: los dedos sangran y, a menudo, deja caer los brazos, -¿pero no surge entonces la suerte, manteniendo en alto la corona de laureles, o el signo del poder?

Pero la filosofía inmanente funda su esperanza principalmente en la consideración del empleador razonable y de los buenos y justos de los estratos superiores. La imposibilidad de mantener este orden social interpela a todas las personas pensantes y libres de prejuicios. Ella incluso será reconocida por el estrato de la sociedad “más elevado de todos”, y como agregado sumo las palabras del dasafortunado Maximiliano de Habsburgo:

 

Aquello a lo que aún no me puedo acostumbrar es ver cómo el rico y voraz dueño de fábricas produce en masa las cosas que satisfacen el lujo desmedido de los ricos y resultan apetecibles para la pasión por lo majestuoso, mientras que los trabajadores, reducidos a la servidumbre por las riquezas de aquéllos, son pálidas sombras de hombres reales, que, en un absoluto adelgazamiento anímico, ofrecen sus cuerpos en acciones maquínicas para llenar los costales de dinero de otros a fin de poder saciar la necesidad del propio estómago. (De mi vida).

 

La redención de la humanidad depende de la solución de la cuestión social: ésta es una verdad que debe encender un corazón noble. El movimiento social se sostiene en el movimiento de la humanidad, es una parte del destino de la humanidad, que arrastra a su marcha inalterable, con igual violencia, tanto a quienes lo anhelan como a quienes se resisten. Aquí se presenta el desafío para todos aquellos que no están por completo recluidos en el estrecho y estéril círculo del egoísmo natural de ofrecerse al destino con sus bienes y vidas, con todas sus fuerzas, como herramientas para integrarse al movimiento, y de obtener con ello la máxima dicha que existe en este mundo: la paz en el corazón, que proviene de la concordancia consciente de la voluntad individual con el avance de la comunidad, con la marcha progresiva de la humanidad surgida en el lugar de la divina voluntad de Dios. En verdad, quien aunque sea momentáneamente sienta en sí esta dicha, debe encenderse en el entusiasmo moral, en él una cabeza esclarecida debe encender su poderoso corazón, que inevitablemente en él producirá el incendio del amor al prójimo, ya que

 

El fruto del espíritu es el amor.

(Gálatas 5, 22).

 

Sursum corda! Elevaos y surgid de las luminosas alturas, desde donde podréis observar la tierra prometida de la paz eterna con una mirada embriagadora, desde donde debéis reconocer que la vida esencialmente es desdichada, donde habrán de caer las vendas de vuestros ojos; descended luego al oscuro valle a través del cual fluye el turbio torrente de los excluidos, y extended vuestras tiernas, pero fieles, puras y valientes manos a las callosas de vuestros hermanos. “Ellas son toscas”. Así podréis brindarles una motivación que los colme de nobleza. “Sus modales causan rechazo”. Entonces los corregirán. “Ellos creen que la vida tiene valor. Creen que los ricos son más afortunados, ya que comen y beben de un modo mejor, porque celebran fiestas y hacen ruidos. Ellos piensan que el corazón late de un modo más sereno entre sedas que como lo hace detrás de un tosco delantal”. Entonces habrán de desilusionarse; pero no con elocuciones, sino que con hechos. Permitid que experimenten, que saboreen por sí mismos, que ni la riqueza, ni los honores, ni la fama, ni tampoco una vida de lujos hacen la felicidad. Tirad abajo las paredes que separan a los fascinados de una felicidad vana; luego llevad a los desilusionados hacia vuestros pechos y descubrid el tesoro de vuestra sabiduría, pues entonces no habrá ninguna otra cosa más en este extensísimo mundo que no sea aquello que todavía se puede anhelar y querer, la redención de sí mismos.

Cuando esto ocurra, cuando los buenos y justos puedan regular el movimiento social, entonces y sólo entonces podrá tener lugar la marcha de la civilización, la que sucede necesariamente, con determinación, sin detenerse, sin precisar una pila de cadáveres ni ríos de sangre.

 

42) Si desde aquí miramos hacia lo anterior, observaremos entonces que el principio de nacionalidad, la lucha entre el estado y la iglesia y el movimiento social habrán de producir grandes sobresaltos, que en conjunto podemos caracterizar como un proceso no sangriento.

¿Es, sin embargo, probable que se puedan garantizar las condiciones de ello? ¿Es probable que a través de asambleas y arbitrajes los estados se dividan y los pueblos que así lo quieran logren unirse? ¿Es probable que la lucha entre el estado y la iglesia sea resuelta solamente a través de leyes? ¿El poder más elevado habrá de encontrarse de parte del puro pensamiento estatal? Finalmente, ¿es probable que los capitalistas tengan un día como fue la jornada del 4 de agosto de 1789 para los partidarios del feudalismo?

No. Nada de esto es probable. Por otro lado, sí resulta probable que todos estos sobresaltos sean violentos. La humanidad solamente puede volcar a la existencia la forma y la ley de una nueva era a través de intensas contracciones de parto, con rayos y truenos, en medio de una atmósfera colmada de olor fétido y emanaciones de sangre. Así enseña la historia “la autoconciencia de la humanidad”. Pero los sobresaltos habrán de desarrollarse rápidamente y estarán acompañados por pocas atrocidades: de ello se ocuparán los buenos y justos o, dicho con otras palabras, la humanidad convertida en una potencia.

Puesto que solamente ella puede hacerlo, es tarea de la filosofía política impulsar hacia una gran marcha el avance de la humanidad, comprendido bajo una amplia perspectiva. Pero sería una desmesura pretender determinar los eventos particulares.

En ese sentido, y si no pretende tener tachadura alguna en su honor, ella debe brindar únicamente interpretaciones generales y, enfocándose en la cantidad de causas efectivas en su fundamento, señalar ciertas combinaciones como probables.

Además, resulta claro que no habrá de producirse ninguno de los sobresaltos en cuestión en el futuro próximo. En la lucha entre el estado y la iglesia habrán de activarse anhelos que se arraigan en el principio de nacionalidad, y al mismo tiempo habrá de ser desplegada la bandera de la socialdemocracia.

Pero en primer plano se sitúa la lucha del estado contra la iglesia, de la razón contra la ignorancia, de la ciencia contra la fe, de la filosofía contra la religión, de la luz contra las tinieblas, y habrá de darle su sello al siguiente período de la historia.

Lo tendremos en vista antes que al resto de las cosas.

Nadie puede predecir qué naciones europeas habrán de enfrentarse en esta lucha. Pero sí es seguro que Alemania habrá de representar al pensamiento estatal y que Francia habrá de posicionarse del lado de la iglesia.

Resulta difícil determinar quién habrá de vencer, pero, sea cual sea el modo en que suceda esta guerra, la humanidad efectuará un progreso muy grande.

Debemos justificar esto.

Si Francia encabeza una simple guerra de venganza bajo la bandera de Roma, apoyada por todos aquellos que entre las esquirlas de las categorías históricas que han volado por los cielos llevan adelante una vida temerosa de la claridad, obstinada, deseosa de venganza, miserable y limitada, entonces puede ser predicho con seguridad que ha de ser finalmente vencida, ya sea que lo haga en soledad o junto a aliados poderosos; pues, ¿cómo podría vencer a una potencia que, por ciertas circunstancias dadas se sitúa en el movimiento de la humanidad y por ello su fuerza la supera mil veces por medio de un entusiasmo moral en el cual sus milicias habrán de arder? ¿De qué modo se habrá de bramar en Alemania cuando se dé una encendida resolución: la última y definitiva ruptura con Roma, con sus patrañas y embustes sacerdotales? ¿Habría un único socialdemócrata razonable que no tomase la espada y dijese: “primero Roma, luego mis asuntos”? ¡Oh, qué maravilloso día sería ese!

Por otra parte, si Francia inscribe en su bandera la respuesta a la cuestión social, igualmente apoyada por Roma y por los románticos afines a las intrigas que se encuentran apresados por la ilusión de que, una vez consumada la victoria, podrán alejar los fantasmas que ellos evocan, entonces, si bien no es completamente certero, resulta bastante probable que Alemania no resulte victoriosa, pues entonces Francia se situará en el movimiento de la humanidad, mientras que Alemania no habrá de constituirse como una potencia firmemente aferrada.

Pero tanto en el último como en el primer caso Roma se encuentra signada por la debacle, ya que una Francia que logre vencer bajo la bandera socialdemócrata debe arrojar al suelo esta forma quebradiza, que está partida en astillas que nunca más podrán ser pegadas.

La gran y poderosa forma de la iglesia católica romana ha alcanzado la madurez justa para la muerte absoluta. Que ella por sí misma se dirija a la deriva y que no sea conducida por otros, que ella misma, con su propia mano, se haya estampado sobre su frente la marca de la destrucción, hace que su caso sea tan profundamente trágico y conmovedor. Independientemente de lo que uno quiera decir, ella ha tenido siempre un efecto glorioso para la humanidad. Como fuerza política ha multiplicado las disputas: un gran negocio, es decir, ha negociado exitosamente según los aspectos de la voluntad. No empañó el espíritu, simplemente dejó que se empañe, pero con su mano dura y sus armas filosas ha destrozado los corazones obstinados, salvajes y rebeldes.

Si analizamos atentamente los dos casos, entonces hemos de estimar que el primero es el más probable, ya que, ¿cómo podrá Francia conducirse a la guerra contra Alemania bajo la bandera socialdemócrata? En el presente, la situación de este país desgarrado no brinda ningún punto de sustento para ello.

 

43) Independientemente de cómo se produzca la inevitable nueva guerra con Francia, sustentada en el desarrollo de los acontecimientos, resulta claro que no solamente acabará con el poder de la iglesia, sino que también acercará a la cuestión social a un punto muy próximo a su resolución.

Si vence Francia, se verá forzada a resolver esta cuestión. Por otro lado, si vence Alemania, dos casos distintos resultan posibles.

O bien el movimiento social se desarrolla de gran forma a partir de una Francia completamente destruida: surge en ella un fuego que ha de tomar a todos los pueblos de la cultura, o lo hace en Alemania, gracias a aquellos valientes cuyos hijos en la milicia han conformado la mayor parte de sus gloriosas filas, de modo que logren liberarse de los grilletes del capital. ¿Alemania ha de estar destinada a resolver solamente problemas espirituales? ¿Es únicamente imponente en el aspecto económico y puede solamente profundizar en otros asuntos? ¿Por qué al pueblo que ha dado a luz a Lutero, Kant, Schopenhauer, Copérnico, Kepler y Humboldt, Lessing, Schiller y Goethe, que pugnando por la corona de gloria logre derrotar a Roma dos veces, destruyéndola en esta segunda oportunidad, no podrá ocurrirle además que logre resolver la cuestión social?

Aquí parece ser el sitio adecuado para explicar el cosmopolitismo y el moderno amor a la patria, y para determinar la saludable relación entre ambas cosas. En nuestros tiempos el primero solamente puede sostenerse en principio, es decir, no debe perderse de vista que todos los hombres son hermanos y están llamados a ser redimidos. Pero aún hoy rigen las leyes de la formación de las partes y de la rivalidad entre los pueblos. El movimiento fundamental, en cuanto que es unitario, aún no ha llegado a la superficie, sino que todavía está descompuesto en distintos movimientos. Estos primeros han de ser reunidos para dar forma a aquél, o sea, aquél ha de resultar de los distintos anhelos de las naciones particulares. Luego, teniendo en vistas a la humanidad por completo, ha de incentivar a la voluntad del individuo para la realización de la misión de su patria. En todos los pueblos reina la creencia en alguna misión similar, solamente que a veces es más elevada y otras veces es más profunda, ya que la necesidad próxima es decisiva, y el presente garantiza el derecho. Entonces, la misión de un pueblo que aún carece de unidad es primero conquistarla, y sus ciudadanos habrán de responder por lo inmediato con la confianza de que un pueblo hermano mejor posicionado habrá de alcanzar en tanto alguna meta más elevada, y la fecundación no habrá de producirse hasta entonces.

Entonces valen para el período de la historia en que vivimos las siguientes palabras: del cosmopolitismos son todos patriotas dispuestos al sacrificio.

 

44) La cantidad de veces que lo repita no resulta suficiente y habrá de estar de acuerdo toda persona sensata que pueda seguir el hilo que nos alcanza desde la oscuridad de la antigüedad hasta nuestro presente y nos indica claramente la dirección de su trayecto hacia el futuro: el movimiento social se basa en el movimiento de la humanidad y él no va a detenerse, ya sea que se realice de forma semipacífica o, al igual que la Revolución Francesa, bajo terribles horrores y bajo los lamentos del tremendo árbol de la vida en la noche de los muertos caídos.

Del mismo modo que Mario logró erradicar a los cimbros y teutones, la burguesía pudo derrotar a los trabajadores en 1848 y reprimir a otros levantamientos socialistas, que en el medio tuvieron lugar en muchos países. Pero, ¿pueden permanecer excluidos de los tesoros del saber durante un largo período de tiempo al menos cuatro quintos del pueblo debido a los actuales métodos de producción? Ciertamente no; de la misma manera que los plebeyos de Roma no pudieron permanecer alejados por mucho tiempo del acceso a los cargos públicos, del mismo modo que la misma burguesía no pudo ser excluida por mucho tiempo del gobierno del estado.

Las áridas carencias son el mejor suelo para el germen del hombre, dicen los hombres conservadores.

El germen del hombre ha de tener calor de invernadero, dicen los filósofos inmanentes.

 

Casi todos los más antiguos linajes de la alta nobleza fueron extinguiéndose hacia finales de la Edad Media. Al igual que un hombre particular desaparece cuando ha cumplido su misión, también los linajes y familias se extinguen cuando se ha completado la medida de sus acciones. La más orgullosa casa, que parece prometer a sus numerosos herederos una existencia de varios siglos, a menudo se esfuma de repente. (Riehl).

 

La corrupción y podredumbre de las clases altas de nuestra sociedad actual es mucha. Las personas atentas nuevamente advierten en ellas todas las señales de decadencia que ya he señalado a propósito del pueblo romano en vías de extinción.

Entonces siempre que se observa podredumbre en la sociedad se manifiesta la ley del mestizaje; pues la civilización, como lo he ilustrado gráficamente, tiene el deseo de ampliar su círculo, y al mismo tiempo ella produce esa putrefacción para que los pueblos en estado de naturaleza, menos estructurados, cesen su lento movimiento y lo cambien por el más acelerado de la civilización.

¿Pero dónde están ahora los pueblos salvajes en estado de naturaleza que habrían de presionar contra el estado?

Es cierto: la fuerza vital de las naciones romanas es menor a la de las germanas, y la de éstas está más debilitada que la de los pueblos eslavos. Pero ya no puede tener lugar un desplazamiento de los pueblos, puesto que todas estas naciones ya se hallan en un círculo cerrado de la civilización, y en cada una de estas naciones, tanto en Rusia como en Francia, está presente la podredumbre.

Por lo tanto, la regeneración solamente puede tener lugar desde abajo, de acuerdo a la ley del mestizaje interior, pero cuyas consecuencias, esta vez, han de ser otras que las que fueron en Grecia y Roma. En primer lugar ya no existen carencias de libertades personales, entonces los muros que separan los estamentos ya están casi derribados. Por ello esta ley habrá de conducir a la nivelación de toda la sociedad.

 

Cuando el sol de mediodía de la civilización ya haya descendido a las planicies, entonces desde los cerros y tierras altas pobres en cultura nuevamente soplará sobre ellas el fresco e ininterrumpido aliento del espíritu del pueblo, dotando de una nueva vida, como si fuera el viento del bosque. (Riehl).

 

Pero no solamente los campesinos, sino que también los trabajadores, que han de tornarse más inquietos pero al mismo tiempo más íntegros, habrán de romper los diques artificiales, movidos de una forma irresistible por el genio de la humanidad, y en todos los estados se hará presente una única sociedad nivelada.

 

45) Es claro que la cuestión social no sería patente y por tanto no anhelaríamos una solución de la misma, si todos los hombres fuesen sabios (o incluso si sencillamente fuesen buenos cristianos); pero justamente porque todos los hombres deben volverse sabios, ya que solamente bajo esa condición habrán de lograr la redención, la cuestión social se hace patente y debe ser resuelta.

Ahora hemos de dar por sentada la situación más elevada.

Es la mayor tontería decir que la situación social no admite ninguna mejora que pueda ser implementada. Pero es igualmente necio admitir que una modificación radical de la misma ha de fundamentar una vida de jauja.

Siempre se ha de trabajar. Pero la organización del trabajo debe ser una tal a todos les resulte accesible todo el disfrute que el mundo puede ofrecer.

En la buena vida no yace la dicha y la satisfacción; pero tampoco de ello se sigue la desdicha y, por tanto, se ha de renegar de la buena vida. Pero es una enorme desdicha figurarse que la dicha radica en la buena vida y no poder experimentar que ella no se encuentra allí.

Y esa desdicha, que es filosa y atraviesa el corazón, es la fuerza motora en la vida de los grupos sociales de los bajos estratos, que los conduce al camino de la redención. Los pobres se desgarran en el anhelo por las viviendas, los jardines, los bienes, las caballerizas, los carros, el champán, los brillantes y las hijas de los ricos.

Entonces entregadles todas esas porquerías y habrán de caer de las nubes. Luego han de bramar: ¡hemos creído poder ser dichosos de este modo, y esencialmente nada ha cambiado para nosotros!

Primero todos los hombres han de estar saciados de todos los disfrutes que el mundo puede ofrecer, luego la humanidad podrá estar suficientemente madura para la redención, y porque su redención es su determinación, entonces todos los hombres han de lograr estar satisfechos y solamente la resolución de la cuestión social puede conducir a esta satisfacción.

Por tanto el éxito del movimiento social puede generarse de la justicia (sentido humanitario), de la simple rivalidad política de las naciones, de la podredumbre en el mismo estado y del destino general de la humanidad. El movimiento social moderno es un movimiento necesario, y del mismo modo en que se ha generado por necesidad, también de modo necesario ha de arribar a su propósito: al estado ideal.

 

46) Hasta aquí, en forma general, hemos intentado determinar los cambios que han de producirse en los ámbitos político y económico, ahora pretendemos deducir el desarrollo de la vida puramente espiritual en el futuro.

Ocupémonos primero del arte.

Al arte solamente se le puede atribuir un desarrollo futuro limitado. En la arquitectura lo formalmente bello del espacio ya casi se ha logrado, si no lo ha sido por completo, por medio del arte oriental, griego, romano, moro y gótico. Solamente nos ofrecen un pequeño espacio de maniobras la combinación de las formas y el corrimiento de las proporciones.

La belleza de la figura humana representada por los escultores griegos y los grandes pintores italianos es insuperable y completa. El género humano pierde día a día su belleza, y por ello nunca podrá ser erigido otro ideal mejor. Pero tampoco en la medida en que logre manifiestarse lo más profundo de la esencia humana podrá avanzarse más allá de la escultura y de la pintura cristiana. Únicamente el arte figurativo realista da lugar a la realización de grandes momentos históricos y la representación de grandes hombres.

En la música, después de Bach, Händel, Gluck, Haydn, Mozart y Beethoven, uno solamente siendo generoso puede admitir un desarrollo futuro dentro de límites estrechos.

Solamente el arte poético conserva aún una meta más alta. Ella, junto al puño optimista que, laborioso y creativo, encontró en sí una satisfacción aparente en la vida:

 

¡Al último, peor y más vacío instante

desea el pobre aferrarse firmemente!

 

ha de emplazar al pesimista, que se confronta con la auténtica paz del alma. Aquí ha de emplazarse todo maestro genial.

Las ciencias naturales poseen aún un amplio campo de trabajo frente a sí, pero ellas deben y habrán de alcanzar una clausura. La naturaleza puede ser fundamentada ya que es puramente inmanente y no se arraiga en ninguna cosa trascendente coexistente e interna a ella, sea cual sea su nombre.

La religión, en la medida en que la ciencia avanza, habrá de contar cada vez con menos fieles. La combinación del racionalismo con la religión (catolicismo alemán, catolicismo antiguo, nuevo protestantismo, judaísmo reformado, etc.) explica su decadencia y conduce a la pérdida de la fe, al igual que el materialismo.

Por el contrario, el saber puro no daña la creencia, sino que es su metamorfosis; ya que la filosofía pura se explica por la razón, pero básicamente se confirma solamente en la religión del amor. Por ello el saber puro no es lo opuesto a la fe. Antes solamente se podía creer en la redención de la humanidad, basándose en un conocimiento insuficiente; hoy se sabe que la humanidad alcanzará la redención.

También se puede definir al movimiento de la humanidad, en vistas de la acción principal del pensamiento sobre la voluntad, como un movimiento mediante la superstición (el temor) hacia la fe (internalización dichosa), mediante esta última, hacia la pérdida de la fe (desierto carente de consuelo), y finalmente por medio de falta de creencia, hacia el saber puro (amor moral).

Finalmente, y de igual modo, la mismísima filosofía tendrá una clausura. Su última parte ha de ser la filosofía absoluta.

 

Cuando por fin sea hallada la filosofía absoluta, habrá llegado el momento justo para un día nuevo.

 

anuncia Riehl bromeando. Conservaremos estas palabras dichas en chiste en su sentido más serio.

De este modo también en el ámbito espiritual todo tiende a la realización, a la clausura, a la labor pura.

Pero los próximos períodos han de diferenciarse de los anteriores en que el arte y la ciencia habrán de penetrar cada vez más profundamente en el pueblo, hasta que toda la humanidad esté atravesada por ellas. La comprensión de las obras de los artistas geniales habrá de desarrollarse cada vez más. Por ello, la dicha estética habrá de presentarse cada vez más a menudo en la vida de cada uno de los hombres y los respectivos caracteres habrán de alcanzar la medida. Además, la ciencia se convertirá en un bien común y la ilustración de las masas será un hecho.

 

47) De esta manera finalmente el estado ideal tomará forma.

¿Qué es el estado ideal?

Será la forma histórica que comprenda a toda la humanidad. Sin embargo no hemos de detallarla más precisamente, ya que es por completo algo accesorio: lo más importante son los ciudadanos del estado ideal.

Él ha de ser aquello que los individuos han sido desde el comienzo mismo de la historia: un hombre completamente libre. Él se habrá liberado por completo del tutor de las leyes y formas históricas y se situará por encima de la ley, libre de todas las ataduras políticas, económicas y espirituales. Se han resquebrajado todas las formas externas: el hombre se ha emancipado por completo.

Poco a poco han desaparecido todos los resortes de la vida de la humanidad: poder, propiedad, gloria, matrimonio; toda la gama de sentimientos lentamente se ha desgarrado: el hombre se ha opacado.

Ahora su espíritu juzga la vida de una manera correcta y su voluntad se inflama con esta valoración. Ahora solamente un anhelo colma su corazón: ser borrado por siempre del libro de la vida. Y la voluntad ha de alcaanzar su propósito: la muerte absoluta.

 

48) Como dicen los indios, en el estado ideal la humanidad ofrecerá “el gran sacrificio”, o sea, ha de extinguirse. Nadie puede precisar en qué modo esto será llevado a cabo. Puede basarse en una resolución moral que sea implementada de inmediato, o que se deje su proceder a la misma naturaleza. Pero también puede ser efectuada de otro modo. En tal caso habrá de conducir el último proceso de la humanidad la ley del contagio espiritual, que se reveló tan patentemente durante el surgimiento del cristianismo, durante las cruzadas (y más recientemente en las peregrinaciones en Francia y en la epidemia de la oración en América). Será como en el tiempo de Dante, cuando el pueblo atravesaba las calles de Florencia gritando:

 

Morte alla nostra vita! Evviva la nostra morte!

(¡Muerte a nuestra vida! ¡Que viva nuestra muerte!)

 

Aquí también ha de formularse la pregunta cuándo ha de ser ofrecido el gran sacrificio.

Si simplemente se observa la fuerza daimónica del impulso sexual y el gran amor a la vida que casi todos los hombres expresan, entonces uno está tentado a fijar el momento de la redención de la humanidad en un muy lejano futuro.

Si, por otro lado, se considera la fuerza de las corrientes en todos los ámbitos del estado; el hastío y la impaciencia que sacude daimónicamente todos nuestros pechos; el anhelo de paz desde el fondo del alma; si, además, se considera que todos los pueblos ya se encuentran entretejidos por medio de hilos irrompibles, que día a día se multiplican, al punto de que ya ningún pueblo puede situarse en una marcha de la cultura desacelerada y excluida; que los pueblos salvajes, arrastrados por el remolino de la cultura, se encuentran en una excitación que los lleva al límite de sus fuerzas, al mismo tiempo que caen en un estado febril; si se considera finalmente la monstruosa violencia del contagio espiritual; entonces uno no puede atribuirle a la civilización una duración más larga que un año platónico, que podría haber comenzado en el año 5000 a. C. Pero entonces, cuando uno contempla que, según ello, la humanidad podría extenderse aún por 3000 años, se descarta también esta consideración, y pareciera ser que el espacio de tiempo que uno debe dar por cierto como máximo ha de ser de unos pocos siglos.

 

49) Si miramos hacia atrás vemos confirmado que la civilización es el movimiento de toda la humanidad y ese movimiento es de la vida hacia la muerte absoluta. Este se realiza en una única forma, el estado, que cobra distintas formas, y lo hace de acuerdo a una única ley, a la ley del sufrimiento, cuya consecuencia es el debilitamiento de la voluntad y el desarrollo del espíritu (transformación de los factores del movimiento). La ley se divide en distintas leyes que pretendo presentar en conjunto. Este esquema, en tanto, no tiene pretensiones de mostrarse totalmente completo:

 

Ley del desarrollo de la individualidad;

ley del rozamiento espiritual;

ley del hábito;

ley de la formación de las partes;

ley del particularismo;

ley del desarrollo de la voluntad simple;

ley de la combinación de las cualidades volitivas;

ley de la herencia de las propiedades;

ley de la podredumbre;

ley del individualismo;

ley del mestizaje por medio de la conquista;

ley del mestizaje por medio de la revolución;

ley de la colonización (migración);

ley de la fecundación espiritual;

ley de la rivalidad entre los pueblos;

ley de la miseria social;

ley del lujo;

ley del nerviosismo;

ley de la nivelación;

ley del contagio espiritual;

ley de la nacionalidad;

ley del humanismo;

ley de la emancipación espiritual;

 

Las formas históricas son las siguientes:

 

Económicas                  Políticas                       Espirituales

Cacería                        Familia                         Religión natural

Ganadería                    Patriarcado                  Religión natural esclarecida,

Agricultura, comercio   Sistema de castas         arte oriental,

Oficios, esclavitud         Monarquía despótica,   arte griego

Servidumbre,               estado griego, república            Ciencias naturales,

obediencia                   romana, imperio romano          historia, filosofía,

Capital, comercio          Estado feudal,                          ciencia del derecho

mundial                       Estado absoluto                        Iglesia cristiana, arte

Industria                      Monarquía constitucional         cristiano, filosofía

Asociaciones                Estados Unidos                         escolástica, iglesia evangélica,

productivas                  Estado ideal                             Renacimiento, música,

Organización general                                                    filosofía crítica

del trabajo                                                                   Ciencias naturales modernas,

ciencias políticas, racionalismo,

materialismo

Filosofía pura,

filosofía absoluta

 

50) La humanidad es por lo tanto un concepto, en los hechos se corresponde con una comunidad de individuos que sencillamente son reales y que, mediante la procreación, se mantienen en la existencia. El movimiento del individuo que va desde la vida hacia la muerte, en combinación con su movimiento desde la vida hacia la vida, produce el movimiento de la vida hacia la muerte relativa, que, asimismo, puesto que en esos cambios continuos la voluntad se debilita y la inteligencia se robustece, es básicamente el movimiento espiralado de la vida hacia la muerte absoluta.

La humanidad debe desarrollar este movimiento, ya que ella no es más que la comunidad de los individuos. Toda definición de su movimiento que no contenga a la muerte absoluta como su punto final se queda corta, ya que no cubre todos los procesos. Si el movimiento verdadero no pudiese ser reconocido claramente, entonces la filosofía inmanente tendría que postular la muerte absoluta como punto final.

Todo transcurso de vida individual: el corto tiempo de vida de los niños, de los adultos que la muerte interrumpe antes de que puedan procrear, y el extenso tiempo de vida de aquellos hombres que pueden mirar a los hijos de los hijos de sus hijos, como así también el transcurso de la vida de grupos de hombres (como las tribus de la India o los isleños de los mares del sur), debe ser ordenado obligatoriamente de acuerdo al ya explicado movimiento de la humanidad. Si esto no resultase aplicable a un solo caso, entonces la definición sería falsa.

Entonces el movimiento de la humanidad que va del ser hacia el no ser cubre todos los movimientos particulares. La persona pensante que lo haya reconocido no habrá de leer con sorpresa ninguna hoja del libro de la historia, ni habrá de quejarse. El tampoco habrá de preguntarse, ¿qué culpa habrán tenido los habitantes de Sodoma y Gomorra que tuvieron que desaparecer?, ¿qué culpa tuvieron los 30.000 hombres que en pocos minutos exterminó el terremoto de Riobamba?, ¿y qué de los 40.000 hombres que en la destrucción de Sidón encontraron la muerte en las llamas?; y tampoco se quejará de los millones de personas que en las migraciones de los pueblos, en las cruzadas y en todas las guerras se encontraron con la noche de la muerte. Toda la humanidad está signada por la muerte.

El movimiento mismo de nuestra especie (si no consideramos los particulares influjos de la naturaleza) resulta de los anhelos de todos los hombres, como ya he dicho al comienzo de la Política. Él surge de de los movimientos de los buenos y de los malos, de los sabios y de los bufones, de los entusiastas y de los apáticos, de los intrépidos y de los quedados, y por ello no puede poseer ninguna determinación moral. Él engendra en su transcurso buenos y malos, sabios y bufones, personas con entusiasmo moral e insensatos, héroes sabios y bribones, pícaros y santos, y se genera nuevamente a partir de los movimientos de ellos. Pero al final siempre resultan personas cansadas, apagadas, agotadas y entumecidas.

Y entonces cae sobre todos ellos la serena noche de la muerte absoluta. ¡Cómo habrán de retozar felices todos ellos al momento de dar ese paso: han sido redimidos, redimidos para siempre!