Aspectos superiores “La filosofía de la redención” de Philipp Mainländer

Trad. Ezequiel Jorge Carranza

 

V- Aspectos superiores

 

Así habría llegado a un punto en que quiero centrar la atención en el hecho de que sólo puedo hablar sobre los dos grandes ideales del comunismo y del amor libre de forma tan desinteresada y libre debido a que no son mis ideales, porque he aprendido y tengo en manos algo mucho mejor.

He de remitirlos a mi obra principal y al ensayo sobre el budismo y el cristianismo en este segundo tomo. Mi ética es idéntica a la ética de Buda y del Salvador, siendo que ambas exigen una renuncia absoluta: pobreza (o lo que es lo mismo: la simple satisfacción de las necesidades vitales incluso en plena abundancia) y virginidad.

Cristo desató un nudo tras otro por medio de mandatos de los hombres: posesiones externas, uniones familiares, uniones matrimoniales. Y Buda hizo lo mismo después de que se hubo ofrecido como brillante ejemplo: renunció al trono, obsequió todas sus posesiones, se convirtió en mendigo y desde entonces no tocó más a ninguna mujer. También he de recordar el hermoso relato de Wessantara, según el cual Buda entregó como limosna a su mujer y a sus amorosos hijos.

Mi filosofía echa un vistazo sobre el estado ideal, echa un vistazo sobre el comunismo y el amor libre, y enseña la muerte de la humanidad tras la consecución de una humanidad libre y carente de dolor. En el estado ideal, es decir, en las formas del comunismo y del amor libre la humanidad habrá de mostrar su “rostro hipocrático”: ha de ser bendecida con su desplome, y no solamente ella, sino también la totalidad del mundo.

 

El cielo y la tierra han de desaparecer. (Cristo).

 

Muy ciertamente el mundo ha de ser destruido. (Buda).

 

Sé muy bien que existen muchos que, al igual que el muy acertado Riehl, añoran las rígidas formas de la Edad Media, los sólidos estamentos: una nobleza rica y activa, una burguesía rica, artesanos sobre un suelo estrecho, pero dorado, campesinos tenaces; y un estricto culto a la familia en todos los estamentos: temor de Dios, temor reverencial por los ancianos, obediencia incondicional de los hijos. Pero, ¿fue entonces la consecuencia del capricho de algunos que con el tiempo se hayan vuelto obsoletas y finalmente hayan caído todas esas formas que, situándose uno en la Edad Media, debe reconocer como algo de duración “eterna”? ¿O fue la inevitable marcha de la humanidad de acuerdo con la ley divina, la invariable y santa voluntad de una divinidad anterior al mundo que destruye hasta las formas más consolidadas? El sabio reconoce esa ley, y se inclina en señal de humildad sintiendo una dicha interior, ya que al final del camino se encuentra la muerte de la humanidad, a la que ha de preferir antes que a la vida más acertada y bella.

En el estado ideal la humanidad habrá de cobrar un nuevo ánimo, al igual que el rey Lear cuando vio desaparecer todos sus pesados y profundos dolores al contemplar a su luminosa Cordelia:

 

¿Dónde estaba entonces? ¿Dónde estoy? ¿Un día luminoso?

Me están confundiendo mucho, bien podría morir de compasión,

si observase a alguien más así, pero, ¿cómo estoy?

No podría jurar que esta es mi propia mano,

¡A ver! Siento el pinchazo de una aguja.

¡No estaría convencido de mi propio estado! (Acto IV, Escena VII).

 

Y como el rey Lear, también la humanidad habrá de convencerse de su estado libre de dolor, pero también como aquél, sólo ha de ser para pronto dejarse caer en brazos de algo mejor, es decir, para morir. Básicamente la vida de los pueblos es por completo similar a la vida del individuo, y ésta se refleja de la forma más concentrada en el rey Lear, Lear muere con todos sus hijos: mueren la raíz y la copa, todo el árbol se seca.

 

¡Oh, tú, destruida obra maestra de la creación!

Así la gran totalidad del mundo alguna vez ha de degradarse,

hasta convertirse en nada. (Acto IV, Escena VI).

 

Habría de incurrir en una deuda de falta de reconocimiento hacia mis maestros, que al mismo tiempo son mis más fieles amigos, si cerrase este ensayo sin haber recordado al “divino” Platón.

En el fruto más maduro de su pensamiento, en el libro de la República, muy minuciosamente se ha ocupado de la mejor constitución posible del estado, en una insuperable forma de presentación dialógica, y ha arribado a los resultados más sorprendentes.

Lo esencial de su tratado es que conformó el cuerpo social a partir de tres partes constitutivas: de trabajadores manuales en el más amplio sentido del término, de guerreros y de señores. Pero básicamente existen dos estratos, ya que los señores serían tomados de los guerreros (“los guardianes”).

Los señores prescriben a sus súbditos las mejores leyes: dentro de los límites de la ley puede desarrollarse la vida del trabajador manual, tal como quiera hacerlo. En esta casta inferior se constituye la propiedad privada y la monogamia. Pero en las puras castas superiores se constituye la ausencia de propiedad (alimentación por medio de la casta inferior) y la comunidad de mujeres.

Todos los niños son educados por el estado (los débiles son eliminados), son sometidos a pruebas, y de acuerdo con ellas son reubicados en la casta superior aquellos de la casta inferior que poseen capacidad para el servicio de los guardianes, y en la casta inferior aquellos de la casta superior que no muestren rasgos sobresalientes.

De esa manera es quebrada la rígida, pero necesaria, barrera entre ambos estratos en el modo más bello y justo: el muro es al mismo tiempo ineliminable e insaltable.

Además, la educación de los niños por medio del estado es una ley general, pero el comunismo y la institución de la poligamia están circunscriptos a la casta más pura. Valiéndose de ello el “divino” ha dicho en forma clara y precisa que éstas son formas más nobles y puras que la propiedad privada y la monogamia.

Platón poseía una mente extraordinariamente fina. Por eso para él no pasaba desapercibido el hecho de que la formación (gimnástica y musical) ha de traer consigo las mejores consecuencias si se la sostiene e incrementa progresivamente. Señala que padres bien formados engendran hijos talentosos, y esto repetidamente en el éter de una educación en incremento ha de engendrar niños más nobles y más dotados espiritualmente (República IV). Goethe afirma lo mismo con las siguientes palabras:

 

Se podría engendrar niños educados,

si los padres fuesen educados.

 

Además, en este estado ideal de Platón se puede reconocer muy claramente el violento progreso que en tanto ha experimentado la humanidad. Platón creía con razón que su estado solamente podía abarcar una muy pequeña parte del pueblo griego: consideró como una condición irrenunciable para su estado el poseer un entorno bien determinado y muy estrecho. Además bien estimaba como una posibilidad muy remota que su estado pueda tornarse algo real. Pero hoy en día la cuestión social se extiende a todos los pueblos y se busca para la humanidad la mejor forma de llevarla a cabo.

Eso hincha los pechos y las almas miran con claros ojos mientras irradian dicha.

Si se me pregunta si quiero ser ciudadano de un estado ideal, he de decir rotundamente que no.

Por otra parte, si se me pregunta si quiero poner en juego mis bienes, mi sangre y mi vida para la realización de un estado ideal, he de decir que sí, sin dudas ni limitaciones.

Diría que no, ya que en vistas a mi bienestar individual no tengo interés en un estado ideal.

Pero por otra parte diría que sí, puesto que la redención de la humanidad depende del estado ideal.

El individuo puede redimirse incluso en el más desfavorable estado social y en todas las formas estatales que resultan pensables, tanto en la más absoluta de las monarquías como en la más liberal de las repúblicas; pero las masas solamente pueden hacerlo en el estado ideal, ya que ellos primero deben haber saboreado todo aquello que la tierra puede ofrecer para su disfrute, a fin de que puedan apartarse de la vida. Pero esta satisfacción de la búsqueda del disfrute que alcanza a todos solamente es posible en el estado ideal. Ya que este es el caso y, por otra parte, puesto que lo determinado para la humanidad es su redención, el estado ideal ha de surgir y ha de tornarse algo real.

Además, sería un grosero error creer que la cuestión social abarca en sí solamente a las clases inferiores: los individuos de las clases superiores han de convertirse en seres carentes de dolor aún contra su voluntad, y los de las inferiores han de hacerlo según su propia voluntad. La cuestión social es una cuestión formativa.

En nuestros días las relaciones sociales se encuentran tal como en los tiempos de Cristo. En la parte superior: falta de disciplina, superstición (espiritismo), falta de serenidad, pereza, un clamor suplicante por algún motivo que pueda ser internalizado; en la parte inferior: dudas, miserias, necesidades y un grito salvaje pidiendo redención desde una situación insoportable.

Allí no puede ayudar ningún socialista de cátedra, ningún miembro de los partidos liberales, ni ningún héroe con una vara con nudos. Tampoco puede ayudar la orden reformada de los jesuitas, y aún menos la francmasonería. Esta última abarca tanto a justos como a injustos, a buenos y a malos, y su actividad es esencialmente limitada, casi exclusivamente se orienta a la búsqueda del bienestar de sus miembros. Tampoco puede ayudar ninguna institución por sí sola, ni siquiera la iglesia, ya que ésta debe hacer incontables concesiones con las debilidades de los hombres, con sus prejuicios de clase, con el poder.

Por todas partes reina la incertidumbre, y por eso los órganos del espíritu están atrofiados. Éste pone el oído sobre el corazón del pueblo y dice: “no oigo nada”; posa su mirada en el corazón del pueblo y dice: “no veo nada”; apoya su mano en el pecho del pueblo y dice: “está agradablemente tibio”, como cuando uno siente algo tibio al agarrar una bola de nieve con la mano.

Lo que hace la necesidad es una unión de buenos y justos, una liga a la que solamente la constituyen los buenos y justos, y que orienta su actividad al bien de todos los hombres; o dicho con pocas palabras: caballeros del grial, templeisen, ardientes sirvientes de la ley divina encarnada en la paloma: amor a la patria, justicia, amor al prójimo y castidad.

Ya hace algunos años Gutzkow escribió lo siguiente:

 

Nuestro tiempo se halla maduro para una nueva revelación del mesías. ¿Qué podrían hacer los poderosos con una personalidad que tuviese en sí todas las condiciones de un gran profeta? Si solamente fuese puro en sus principios, respetable en su formación, dotado del poder de la oratoria, si solamente fuese profundo en sus estudios, a fin de no terminar atemorizado ante la oscuridad de la erudición, si fuese solamente puro en sus hábitos durante su tránsito, contenido y modesto, cautivaría a los hombres valiéndose de una personalidad en ascenso y llegaría a convertirse en un poeta de la vida, digno de ser su propio objeto; ¿quién habría de querer entonces dejarlo en banda, hacerlo desgastar por medio de las pequeñas torturas de nuestra civilización? Sería para el mundo aquello mismo que Cristo fue para los judíos.

Ha ingresado un silencio en el alma del mundo que afina el oído a fin de lograr captar los resoplos y las cercanías de la divinidad. (Los caballeros del espíritu).

 

Entonces, ¿quién podría intentar resistirse a una unión de solamente tres de estos puros “templeisen” que llevan la paloma del Espíritu Santo tanto dentro de sus pechos como también junto a éstos? No lo haría la totalidad de la humanidad, que adoptaría un tono más suave, al que con bocas sonrientes y miradas que transmiten paz le daría aquella misma forma que habita en en sus espíritus y en sus corazones: la forma de una humanidad carente de dolor.