La realización paulatina de los ideales. “La filosofía de la redención” de Philipp Mainländer

Trad. Ezequiel Jorge Carranza

IV- La realización paulatina de los ideales

 

Ahora nos resta ver de qué modo la humanidad puede aproximarse a los grandes ideales del comunismo y del amor libre, ya que resulta claro que en sí mismos los ideales no pueden tornarse inmediatamente reales por medio de terribles revoluciones, y ni hablemos de un continuo y lento desarrollo. Si nos servimos del uso de una comparación, la humanidad quiere emprender un viaje a Roma, antes de arribar a allí debe alcanzar y dejar atrás distintas estaciones principales.

En mi obra principal he honrado debidamente a Lasalle. Allí he dicho que ha sido un talento eminente, pero sin el más mínimo rastro de genialidad. El genio encierra en su espíritu a la totalidad del mundo; siempre ve al individuo en la totalidad; ve todo el camino y su final; es capaz de comprender al mundo, es original, rompe el molde. Por otra parte, quien es pleno de talentos tiene una visión corta, y su espíritu encierra fracciones del mundo. Va detrás del genio y con un brazo fuerte apila en montones las piedras que aquél desprende de los peñascos con pólvora.

Quisiera decir que quien solamente conoce a Lasalle de sus escritos sociopolíticos, conoce únicamente el exterior de su espíritu. Quien quiera juzgarlo con conocimiento de causa, debe leer sus grandes obras científicas, es decir su Heráclito. ¡Qué sorprendente poder combinatorio, qué brillante agudeza, qué conciso poder de síntesis, qué virtuosismo puede descubrirse en un núcleo entre millones de capas! Por otro lado, ¿alguna vez pudo encontrar alguien en las obras de Lasalle aunque sea un único y pequeño pensamiento original? No hay ninguno. La función de su espíritu era la destilación; su producto, el fluido más luminoso, claro y concentrado. Trabajaba pensamientos ajenos, los trabajaba con una maestría inalcanzable, pero nunca produjo uno propio.

Además, fue un falso profeta, pero esto no debe ser malinterpretado. No utilizo la expresión “falso profeta” en el sentido usual del adjetivo, sino simplemente como opuesto del auténtico profeta. El “falso profeta”, al igual que todo gran estadista, empuja hacia adelante a la humanidad, pero al mismo tiempo busca bienestar exterior, gloria, honor; por el contrario, el auténtico profeta solamente busca la tranquilidad interior, la paz en el corazón, la muerte por compasión con la humanidad. Los propósitos que perseguía Lasalle son demasiado conocidos como para que estime necesario revelarlos.

Entonces en Alemania Lasalle ha sido el primero en dar una indicación verdaderamente práctica para poder alcanzar la primera estación en el “camino hacia Roma”. En esa indicación se reflejó muy claramente su significativo talento. Su ideal había sido tomado de Fichte. Simplemente vio en la azul lejanía a un hombre libre, que no estaba muerto; por eso, como he dicho anteriormente, él fue un simple talento, ya que en primer lugar miraba con una visión ajena, luego pudo ver sólo una parte del futuro camino de la humanidad: su saber era un saber fragmentario, una obra inacabada. Ese ideal no era para él un medio de agitación. Como un hombre eminentemente práctico sólo muy raramente tanteaba con las alas de su espíritu, y siempre con suavidad. Pero por otra parte se aferraba en forma demónicamente salvaje a su prójimo, y concentraba toda su fuerza en ello. Sus propias palabras pueden caracterizar su forma de proceder:

 

Un desempeño teórico es tanto mejor cuando más completamente extrae de los principios desarrollados en ella todas las consecuencias, incluso las últimas y más remotas.

Un desempeño práctico es tanto más poderoso cuando más se concentra en el primer punto del cual se sigue todo lo demás. (Capital y trabajo).

 

Como es sabido, los hechos le han dado su bendición a esta brillante frase. El primer punto de Lasalle fue el derecho directo y universal al voto, que pronto fue promulgado.

Su segundo punto fue el crédito estatal. En mi obra principal he explicado por qué allí Lasalle se encontró preso de un error. En el estado actual su exigencia no ha de encontrar respuesta alguna. Éste no es el segundo punto en el “camino a Roma”, sino el tercero; incluso se puede decir que no es una estación.

Ya todos los otros intentos de reconciliación entre el capital y el trabajo se habrán agotado antes de que pueda ser demandada por todos los flancos, y de abajo hacia arriba, la libre competencia del trabajo con el capital, ya que la libre competencia del trabajo con el capital quiere decir la total puesta en barbecho del capital. ¿De dónde podrán tomar los fabricantes a sus trabajadores cuando el estado, por medio de la adjudicación de créditos estatales brinde a los trabajadores la posibilidad de asociarse autónomamente? ¡Debiera ser el más tonto de los trabajadores tontos el que quiera esforzarse en la servidumbre del capital, si puede sumarse libremente al servicio de las asociaciones productivas!

Por eso he dispuesto como segundo punto a este intento de reconciliación del trabajo con el capital. Éste se encuentra significativamente más cerca que el crédito estatal y es al mismo tiempo mucho más práctico, puesto que atañe a algo real, a algo ya presente, es decir, a la participación del trabajador en la ganancia, que ya se ha dado esporádicamente, con los mejores resultados para los trabajadores y los capitalistas.

En esa exigencia debe concentrarse toda la fuerza de los bajos estratos sociales, y ha de inscribirse un nuevo éxito en la historia social; ya que desde arriba jamás ha de ser reconocida la necesidad de una reforma, aunque miles de manos sinceras en los estratos superiores quieran ayudar. Entonces, trabajadores, depositad en esas manos la propia demanda de la participación del trabajo en la ganancia del capital y, pongo toda mi existencia como garantía, habrá de tener lugar la reconciliación entre el capital y el trabajo. Os presentaréis empoderadamente, y sobre esas manos unidas caerá la sombra de la paloma que en los grandes momentos de la humanidad se hace visible.

Virtualmente el comunismo puro se sustenta en la reconciliación del capital con el trabajo y creo que en poco tiempo podríamos estimarlo como algo necesario. Además creo que podría darse de una forma que ha de persistir; ya que aquello que expresa el traspaso de todas las propiedades a las manos del estado, ¿puede ser otra cosa más que el principio de la transformación de la propiedad privada en propiedad pública que se puede manifestar en las más diversas formas? Ese principio ya se encuentra realizado en cada sociedad anónima y se trata simplemente de la correspondiente generalización de la buena forma manifiesta a todas las ramas de la vida económica.

Además, ¿se ha de ser práctico en lo que respecta al trabajo vivo, de modo que por ejemplo desde Berlín se determine, que x en Sigmaringa es apropiado para ser herrero, e y en Stallupönen (Nesterov, Kaliningrado) para ser orfebre? ¿Ha de enviar a Berlín cada ciudadano su certificado de calificación para un determinado oficio junto a su manifestación de deseo de ejercer esa ocupación? Esta centralización sería posible, pero ciertamente no algo práctico.

Dicho con pocas palabras: el punto central del auténtico comunismo se encuentra en grandes asociaciones cuya actividad encuentra su regulador en una corporación de representantes de todas partes del país.

Luego, en el camino de reformas sociales se debería implementar un progresivo impuesto a la herencia, que por determinados períodos debiera tornarse cada vez más estricto, hasta que el producto presente del trabajo de todas las vidas pasadas de la humanidad en cuanto propiedad del pueblo se encuentre concentrado en las manos del estado, y respectivamente de grandes asociaciones.

Un impuesto tal no habría de provocar un gran dolor en los individuos. Si hoy todos los ricos debieran ceder todo su capital, entonces sin dudas uno estaría pidiendo el sacrificio más doloroso para ellos. Pero una paulatina reducción sería más fácil de sobrellevar, en primer lugar porque incluso con ella ningún auténtico disfrute debiera ser sacrificado, gracias a los beneficios de las nuevas relaciones, luego porque la reforma comprendería tramos de varias generaciones, es decir, se vería reflejada siempre en una nueva conciencia.

La primera estación del camino hacia la institución del amor libre sería la conformación legal del matrimonio polígamo y la cesión facultativa de los niños al estado. La segunda estación sería la cesión obligatoria de los niños de seis a siete años, y la última sería la cesión de los lactantes.

No ha de ser puesto en duda que, aún cuando sea sancionada legalmente la institución del amor libre, han de seguir existiendo matrimonios monógamos al igual que antes, ya que el amor de los esposos muy a menudo se transforma en una fiel amistad, y los hombres han de volverse cada vez más calmos, es decir, de generación a generación el impulso sexual ha de incidir cada vez menos. Ha de tener lugar una transformación de los factores del movimiento y en la medida en que la vida espiritual cobre fuerza, ha de perder energía la vida sanguínea demónica e inconsciente. De hecho es muy probable que por esa causa haya de tener lugar un retorno general y voluntario a la monogamia.

Como una forma muy particular del matrimonio que habrá de ganar progresivamente una mayor cantidad de partidarios ha de mostrarse el simple matrimonio intelectual, que se sostiene negando el propósito propio del matrimonio: por principio se excluye a la copula carnalis. En definitiva, las partes se unen entre sí para la realización de metas ideales. Dos seres cuya acción en conjunto es diez veces más exitosa que individualmente pretenden vivir juntos como hermano y hermana. Pero porque ellos sin la unión matrimonial podrían causar una falsa sensación, contraen una boda aparente en el buen sentido del término.

Ese matrimonio intelectual sería una forma de tránsito al celibato que no debe ser introducido por obligación, como muy a menudo se ha visto entre las mujeres, sino por elección espontánea del alma.