El Servicio a la Verdad como cuidado de sí y de los demás

Ponencia presentada en las Segundas Jornadas Internacionales de Filosofía “El cuidado de sí y el cuidado del mundo”

 

El Servicio a la Verdad como cuidado de sí y de los demás.

El sermón 46 sobre los  pastores de San Agustín.

 

Pbro. Dr. Edgardo M. Morales

Seminario – Tucumán

 

Los primeros capítulos del Génesis nos muestran la presencia omnipotente de Dios creador y el origen y la conservación de todo lo que existe, tanto en el plano del puro espíritu como en el de la pura materia. En primer lugar está Dios dejando expandir voluntariamente su ser por medio de la participación y tomándose cuidado de lo que ha creado. En el centro y cumbre del relato aparece el hombre, amado en sí mismo por Dios, al único que el Supremo Hacedor crea a su imagen y semejanza y lo conserva con provisiones suficientes.

El hombre aparece desde dos cantos; por un lado es criatura y por el otro imagen del Creador. Como criatura es objeto del cuidado de Dios, como imagen es sujeto responsable y debe ser continuador de la obra del Creador Providente.

Esta dimensión providencial de Dios y del hombre debe implicar, a la vez, pro-videncia y pro-visión. Prever y proveer están implicados en el cuidado divino y humano. Desde Dios está, desde el hombre debería estar.

El cuidado va desde lo puramente material, como habitualmente se suele entender la providencia, incluyendo la salud y la prosperidad económica hasta llegar a la paz, al conocimiento y al amor. Así se encuentra también en las mitologías y teogonías: el padre Rin, Tata Inti, Baal, etc.

En el paganismo el discurso sobre la providencia divina tuvo mucho auge. Se preocupaban por discurrir sobre la posibilidad o la voluntad de Dios por ver anticipadamente las circunstancias humanas y tomar partido en ellas. Nos baste con recordar el De Natura Deorum de Cicerón o el De Providentia de Filón Alejandrino para darnos cuenta que la cuestión estaba instalada en la cultura grecolatina antigua.

 

Repasando las Sagradas Escrituras y los Padres de la Iglesia

 

El capítulo cuarto del primer libro de la Biblia (Gn 4,10) nos sacude con el fratricidio y la afirmación de Caín no soy el guardián  (fylax) de mi hermano. La condena de Dios al pecado de Caín es una afirmación rotunda de la misión de guardián que tenían ambos; pues si a los primeros padres se les confía el cuidado y el cultivo de la tierra –creced, señoread (katakyreúsate) Gn 1,28— todos los hombres están incluidos en este mandato y el mandato incluye también ser fylax del hermano.

El tema del cuidado (epimeleiacura) en las Sagradas Escrituras transita diversos senderos. Primero se considera en él una actitud de Dios Creador, Providente y Conservador[1] de todo lo que existe, como dijimos anteriormente. Esta no es sólo una actitud general de Dios que cuida de todo (ólos), sino que frecuentemente se lo ve tomándose cuidado por Israel al que llama ovejas de su rebaño (Ez 34,31; Sal 94 entre tantos otros textos) para el cual pueblo promete enviar Él mismo los pastores que le apacienten (Jr 3,14-15; Ez 34). Hay que reconocer que esta mirada que parte de la Revelación no era compartida por una gran parte del pensar filosófico para los cuales Dios crea y deja el mundo a su curso y a su cause.

En la Biblia el cuidado de Dios se manifiesta incluso por personas concretas: el profeta (1Re 17,3ss), el sacerdote que vive al amparo del Altísimo (Sal 90), el pobre y desamparado (Sal  84). El Dios providente sobre todo es mi pastor como dice el salmista (Sal 22). Esta actitud es, o debe ser, imitada por el hombre (Mt 5,45).

Se trata de un cuidado de carácter hodegético para el cuál la figura del pastor mantiene los elementos necesarios para relacionarlo con el supremo analogado: involucramiento en la vida del rebaño y de la oveja en particular –a pesar diferencia de naturaleza— conocimiento del fin y el medio manteniendo intacto el albedrío que se manifiesta en el extravío y dispersión posible de las ovejas, el amor responsable que procura el bien del alimento y la protección ante los peligros, etc.

Leemos en La Vida de Moisés (I,60-62) de Filón Alejandrino

 

Porque el arte pastoril es preparación y ejercicio previo del futuro reinado sobre el rebaño más civilizado que habría de presidir, el de los hombres…Por eso se llama «pastores de pueblos» a los reyes…sólo puede convertirse en rey perfecto el que es experto en el arte pastoril.

 

Como ya se delineaba en el Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento la Revelación toma una dimensión aún más trascendente.; el uso de epimeleiacura cede su espacio semántico a poimaíno, pero ahora la figura del Dios Pastor de su pueblo se encarna en Jesucristo que se automanifiesta como el Buen Pastor (Jn 10,18).

A diferencia del Antiguo Testamento el Pastor de la Nueva Alianza expresa su participación en la naturaleza de las ovejas al ser llamado Cordero de Dios que quita el pecado y que da la vida por las ovejas. Su cuidado va desde lo meramente material (Lc 9,13) pasando por la salud (Mt 8,2) y la vida (Lc 7,11-17) y el conocimiento humanos hasta el más sublime conocimiento del Padre Dios por medio de la revelación (Mt 11,27//). A la base de todo su cuidado está el servicio de la Verdad, verdad sobre Dios, verdad sobre el hombre y verdad sobre el mundo; es la Verdad que hace libres (Jn 8,31-38) porque revelando el ser revela el sentido, orientación y la finalidad de todo.

La primera carta de Pablo a Timoteo (1Tm 3,5) usa epimelésetai para indicar el cuidado pastoral de la Iglesia y un sinónimo (prosténai) para el cuidado que el obispo debe tener de su propia casa.

Los Padres hablan de la necesidad de cuidar el cuerpo y el espíritu. Ignacio de Antioquía, por ejemplo, se lo recomienda a Policarpo (Ign.Polyc.1,2) y Clemente, al presentar la verdadera gnosis invita a cultivar  cuidadosamente la vida (Clem.str. 7,15).

Pero los Padres, sobre todo, harán hincapié en el necesario y obligatorio cuidado pastoral de los obispos (Cont.App.3,15,5; Clem.str. 7,2) y de los sacerdotes[2]. Por esto el recurso a epimeleiacura, se hace más limitado y retoma la perspectiva bíblica más que la de la cultura profana.

El primer término epimeleia era demasiado amplio y ambiguo, el segundo cura estaba demasiado relacionado con el título dado al Emperador Cura Legum et Morum (19 a.C.) y se debía descartar cualquier confusión, sobre todo después de las persecuciones cuando las leyes que la respaldaban eran injustas y las costumbres contra los cristianos no tenían en cuenta ni siquiera la condición humana de los perseguidos.

Es verdad que la palabra Cura en la literatura latina clásica indica la personificación del cuidado[3] y en la creencia romana Júpiter mismo encarga al hombre el cuidado de la tierra[4], pero, según mi parecer, es esta designación oficial imperial la que limita el cuidado a algún aspecto y olvida la principal que es el cuidado del hombre –prueba de esto fueron las sangrientas persecuciones—.

San Agustín emplea el vocablo Cura, entre otros lugares, al final del libro X de Confesiones (43,70) para indicar que, ante la inutilidad o imposibilidad de cuidarse a sí mismo iacto in te curam meam, ut vivam. En el Sermón 340,1 encontramos el famoso texto en el que el Hiponense manifiesta ser oveja y pastor Vobis enim sum episcopus, vobiscum sum christianus.

Lo mismo sucede en el ámbito griego[5] con el vocablo e)pime/lhia. Aristóteles pide a los ciudadanos el cuidado de las fuentes de agua[6] y Demetrio de Faleron lleva el título epimeletes tes pólemos. En el lenguaje oficial epimeletes equivale a Pro-curator. Sin embargo en los textos bíblicos y, todavía más, en los Padres se recurre a los sinónimos y esto no por simple obligación de estilo. Entre ellos encontramos solicitudo – merimnos (1Cr 7,33-34 2Cor 11,28; Ef 5,29) curaprostenai (1Tm 3,5), pero, sobre todo, el imperativo pastoral pascitepoimánate (1P 5,1-4).

Se trata de apacentar el rebaño y no a sí mismos (Ez 34,1ss).

 

Un cuidado muy particular en el Sermón 46 de San Agustín

 

Lo último dicho nos introduce en nuestro tema principal, cual es el sermón 46 de San Agustín llamado Sermo Pastorum.

Los sermones eran discursos ocasionales con motivo de la celebración litúrgica, pero no sin una intención expresa, sobre todo en el caso particular de San Agustín.

Este sermón, de datación imprecisa[7] (407~411) fue predicado por el obispo de Hipona en la sede episcopal de Cartago[8] de la que Hipo Regius –Hipona— era sufragánea.

Como sabemos el obispo de Hipona era frecuentemente invitado a la sede del primado de Numidia en Calama y en Cartago, invitación que aceptaba con mucho agrado. Los motivos pueden ser festivos, como en la recurrencia litúrgica de San Cipriano, o a causa de alguna polémica.

Las circunstancias en las que fue pronunciado este sermón se enmarcan en la polémica agustiniana antidonatista y está inmediatamente seguido por el Sermón 47 conocido como Sermo Ovium. En efecto, aun la lectura tomada para la circunstancia del sermón 47 continuaba el texto del profeta Ezequiel (34) comenzado el día anterior y comentado someramente en el sermón 46. Las lecturas aparecen respetadas litúrgicamente –es decir que presuponen un ordenamiento litúrgico previo— pero con sus sermones Agustín no tiene el objeto de comentar a Ezequiel sino polemizar contra la pars Donati.

Muchas herejías contaminaban la doctrina de la Iglesia en el inicio del siglo V y ya llevaban mucho tiempo inficionando a los fieles. Dice Agustín hay un grupo (de herejes) en África, otro en oriente, otro en Egipto, otro en la Mesopotamia[9] (46,18) y estos eran los arrianos, los eunomianos, los donatistas, etc.

Para el momento en que Agustín predica su sermón 46 el Papa Melquíades ya había condenado esta herejía en el 313, pero todavía no se había llevado a cabo el Concilio de Cartago (411) ni la condena imperial que llegaría con Teodosio I del 412[10] con la consiguiente persecución contra la pars Donati y los suicidios con los que pretendían ser mártires; Agustín les responde que a los mártires no los hace la pena sino la causa[11].

La herejía donatista no había llegado a Roma, pero aunque allí se temiera su llegada según dice Agustín (46,38) el donatismo era una herejía eclesiológica y politizada por los llamados circuncelliones (47,17.18) en contra de Roma; un nacionalismo berebere enmascarado de religión o una religión apoyada en la revuelta berebere.

Los donatistas se llamaban a sí mismos la Iglesia de los puros porque no habían sido traditores entregando los libros litúrgicos en las persecuciones. Los lapsi, los que apostataron, no eran admitidos en la Iglesia de los puros sin una previa rebautización. San Agustín recuerda este hecho en el sermón (46,33) cuando dice

«Pero unos entregaron los códices, otros ofrecieron incienso a los ídolos, Fulano y Mengano» ¿Qué me importa a mí lo que hizo Fulano o Mengano? Si lo hicieron, no son pastores.

Mas la caridad del santo invita a no darlos por perdidos (46,36) dice: Todos los herejes salieron de Cristo; todos cuantos se hicieron pastores malos y tienen sus rebaños bajo nombre cristiano, fueron sus compañeros.

Los obispos de la Numidia perciben el peligro de la expansión herética que toma cuerpo en la circunstancia política. Levantaron altar contra altar dice Agustín (36) relacionando el donatismo con el arrianismo. Por eso el obispo de Hipona se siente llamado a tomar cartas en el asunto no sólo en su diócesis de Hipona sino en las circunvecinas a donde es invitado a predicar a causa de la fama de su facundia y de su ortodoxia.

El sermón 46 parte de los versículos 1 al 16 del capítulo 34 del profeta Ezequiel. Después del exordium exabrupto comienza a describir y atacar a los pastores que se apacientan a sí mismos. Estos, dice Agustín, gustan de llevar el nombre pero no cumplen el oficio. Apacentarse a sí mismos implica buscar la propia utilidad, servirse del rebaño y no servir al rebaño.

No pararemos en los elementos comunes de la exhortación contra los pastores que buscan el provecho económico, el poder, la fama, etc. puestos en evidencia por Porfirio que San Agustín conocía bien.

Al fin propuesto por el presente trabajo, nos interesa más poner en evidencia un modo particular de pastoreo muchas veces descuidado, cual es, el servicio de la verdad.

Ofrezcan la luz de la verdad a los hombres que necesitan recibirla, dice el pastor de Hipona en el punto 5 de su sermón 46.

El pastor, en efecto es como lámpara y debe iluminar, dice Agustín para algunos es de necesidad aceptarla y para otros es de caridad darla.

El sermón no entra en el particular de la polémica ni la expone sino que la trata como algo muy conocido por su auditorio, antes bien intentará mostrar que la herejía de Donato enferma a las ovejas (10) prometiéndoles prosperidad en este mundo (11.12). El sermón se centrará en las luchas y fatigas que es necesario sufrir para conservar la gracia.

Agustín destaca que una de las tareas del pastor consiste en hacer volver a la oveja descarriada con férrea insistencia aunque sea contumaz (14). En efecto dice Agustín no puedes sustituir el tribunal de Cristo por el de Donato. Llamaré a la oveja descarriada, buscaré a la perdida; quieras o no, lo haré… (15) Si me mostrare indiferente ante tu extravío, al verlo la que está fuerte pensará que es cosa sin importancia el pasarse a la herejía… (16) Cuando las ovejas no están con el pastor, las depredan los lobos…Pues aunque el pastor esté presente, para quienes obran mal no es pastor.

En el punto siguiente (17)  nombra nuevamente al heresiarca Donato y también a su sucesor Parminiano a quienes compara con los montes y colinas donde se pervertía Israel según los profetas, en cambio (19) aquellos montes  de los que viene el auxilio (Sal 120). (20) Dios, dice Agustín, reclama sus ovejas a los malos pastores, y les pide cuentas de su muerte…peligroso es callar. Muere el pecador…(21) ambos caen en la fosa.

Agustín desarrollará entonces su fundamento partiendo del texto de Ezequiel: Dios mismo buscará sus ovejas y el pastor deberá imitar este cuidado, no se trata aquí de un cuidado físico, ni psicológico, ni sólo en relación a los pecados en general. Dice, en efecto (26) No dice el Señor: «Pondré otros pastores buenos que hagan eso», sino: «Yo mismo lo haré; no confiaré mis ovejas a ningún otro».

El pastor debe reflejar y reproducir las actitudes de cuidado del rebaño del que es Pastor por excelencia, todo lo demás sería como apacentarse a sí mismo.

El pastor sirve a la Verdad cuidando de ella en el rebaño, ahuyentando a los lobos (entiéndase herejes) y afianzando la verdadera doctrina que, en este caso, consiste en la verdad sobre la Iglesia triunfante, purgante y militante.

Esta es la Iglesia en su dimensión plena, no solamente la Iglesia de los puros como aquella a los que los donatistas se jactaban de pertenecer. De todos modos no interesa con qué herejía se falte a la Verdad (29) un hereje cualquiera aunque no es hermano del diablo, ciertamente es su ayudante e hijo… los herejes pelean contra la verdad.

Al tiempo de la predicación del sermón todavía el Emperador no se había expedido sobre los donatistas y su movimiento, estos, a pesar de ser enemigos de Roma esperaban su sentencia. Dice Agustín (29) buscabas la sentencia del emperador, no te sometías al juicio de los obispos, siempre que eras vencido volvías a apelar, ante el mismísimo emperador litigabas con todo empeño.

En el punto 31 de su sermón Agustín reporta el caso de quienes fueron, el día anterior, a la basílica de los donatistas y fueron injuriados como espías. En esto encuentra Agustín una ocasión para conducir como pastor, los católicos no deben hacer lo mismo sino permitir la oportunidad para que Dios toque los corazones.

¿Cuál es el camino a seguir para dilucidar este conflicto de altares? O ¿cómo descubrirá la Iglesia a los buenos pastores?

Agustín apela a las reminiscencias socráticas y a las de su propio cultivo en su obra Confesiones: Iglesia (37) reconócete a ti misma…en todo el orbe de la tierra –en cuanto católica—…Conócete a ti y a mí. A mí en el cielo; a ti, en la Iglesia misma.

Como se dijo anteriormente, Agustín predicó, al día siguiente, el sermón 47 llamado sobre las ovejas, allí mostrará que el cuidado también debe ser de sí mismo; no se puede abandonar la oveja a cualquier pastor, es también su obligación cuidarse a sí misma.

 

La dimensión cabal del cuidado. A modo de conclusión.

 

El sermón de los pastores nos advierte indirectamente sobre un aspecto del cuidado de sí y el cuidado de los otros. Mucho escuchamos acerca de la ecología y el necesario cuidado de la naturaleza, del equilibrio vital y del necesario cuidado de la salud por medio de una vida cuidada, etc. Pero poco se oye hablar del servicio de la verdad: advertir, corregir, exhortar, conducir, etc. como actos de la caridad en tanto que cada uno debe ser fu/lac del hermano por mandato divino.

 

 

 

[1] Gn 6,5; 8,21; 44,21; Esd 6,8.12.25; Prov. 3,8.22. 13,4. 27,25. 28,25; Est 2,3; 1Mc 11,37; 16,14.

[2] Véanse, a modo de ejemplo, las Siete Homilías sobre el Sacerdocio de San Juan Crisóstomo y la Regla Pastoral de San Gregorio Magno.

[3] EINSENHUT W., voz: Cura. En: Der Kleine Pauli. Band 1. München 1979. 1341. El autor cita Hor. c.3,1,40; Verg. Aen. 6,274.

[4] Hyg. fab. 220.

[5] BELLEN H., voz: e)pime/lhia. En: Der Kleine Pauli. Band 2. München 1979. 318-319. El autor cita Arist. Pol. 7 (6),8,1321b.

[6] Ath. pol.43,1. 51,4.

[7] A.-M La Bonnardiére, Le Livre des Proverbes, Paris 1975. 57-58. Cf. también la fecha de 410 dada p. 200 y 230, y la de 409~410 dada en Le Livre de Jérémie, Paris 1972. 86. 94.

[8] También se discute sobre este particular, pero sabemos que Agustín reservaba la elegancia latina de su oratoria, como es el caso de este discurso y del siguiente, para la sede cartaginesa y un trato más familiar para su diócesis de Hipona.

[9] Nombra cuatro zonas pero sólo tres herejías.

[10] Cod.Theod. XV,5,5.

[11] Balduinus F. reporta en la Historia Collationis Carthaginensis 364. Sed Augustinus graviter talem jactationem refutaverat lib. I contra Parmenianum cap. 7. Nihilominus tamen Petilianus eamdem cantilenam canit. Ergo Augustinus eamdem responsionem repetit, ostenditque, non poenam, sed causam efficere martyres PL11,1497B.