Ponencia presentada en las Segundas Jornadas Internacionales de Filosofía “El cuidado de sí y el cuidado del mundo”
Por Alvarez Daniela Elisa (USAL)
daniela.alvarez@usal.edu.ar
Introducción
El presente trabajo se enmarca en una investigación que pretende deconstruir las categorías de individuo, persona y sujeto que cimientan los dilemas ético-políticos actuales en torno a la mismidad y la alteridad.
Producto de la secularización moderna se instauró una diferenciación tajante entre sujeto y objeto que derivó en la cosificación de la naturaleza. Desde entonces imperó el pensamiento humanista y, por ende, especista. Alegando la superioridad humana el cuidado del mundo se presenta en función del propio bien, ya sea en tanto individuo o en tanto especie.
Frente a esta problemática que valida el conocimiento y el sentimiento atravesado por lo humano y coloca al cuidado en beneficio del hombre nos proponemos desandar algunos aspectos de la tradición budista a fin de comprobar si encontramos en ella un punto de vista alternativo.
A partir de análisis de leyendas budistas japonesas en torno a los animales nos proponemos vislumbrar hasta qué punto el budismo puede ser considerado especista en tanto que pareciera poner al humano en un escalafón superior al resto de los seres. El análisis se realizará a partir de los textos fuente recopilados en la obra de Anesaki conocida como “Mitología japonesa”.
Cosmología budista
El budismo temprano retoma la creencia hinduista de la transmigración. Esta expone que al morir vamos a renacer en algunos de los diferentes planos de la existencia de acuerdo con nuestros méritos, entendidos como consecuencias del obrar. La ley del karma, entendida como causalidad moral, es la que va a regir los distintos renacimientos y atraviesa todos los planos de la vida.
Si bien se puede deducir de los sutras más de una cosmología budista, la más general propone seis planos de existencia dentro del ciclo de renacimientos (samsara): dioses (devas), espíritus furiosos (asuras), hombres, animales[1], fantasmas o espíritus hambrientos (pretas) y espíritus infernales. El sufrimiento atraviesa la vida en todas sus formas. Los últimos tres planos son considerados los estados de infortunio, por el nivel de sufrimiento que presentan. Esto les atribuye un cierto grado de inferioridad en relación a los demás planos o reinos[2] (Harvey, 1998: 57).
Podemos renacer en cualquiera de estos planos, pero, entre ellos, la vida humana sería el estado más idóneo para alcanzar la iluminación (Nirvana) puesto que no sufre tanto como los seres de los destinos funestos, ni tan poco como los devas. Además, a los seres de los estado de infortunio carecen de claridad de pensamiento, mientras que los dioses, al vivir por largo tiempo, tienen dificultades para dar cuenta de la impermanencia. El ser humano sería, así, el más apto para aprender en las enseñanzas del Buda (Dharma) y llegar a la iluminación (Conze, 1978: 67-69).
El hecho de que los vivientes puedan pasar por todos los planos, despierta un amor y una compasión hacia todos los seres por igual.
Ahora bien, ¿El valor del animal está dado en su pasada o futura reencarnación humana? ¿El amor y la compasión se dan desde la igualdad o como mero paternalismo? ¿Qué lugar queda para las plantas u otros seres no contemplados en esta taxonomía cosmológica?
Antropomorfismo
Cuando el budismo ingresa a Japón en el siglo VI d.C. ya existían creencias previas en el archipiélago que serían conocidas, más tarde, como shintoismo. Los monjes budistas tomaron los mitos y las leyendas existentes y los reformularon dándoles un carácter pedagógico. Muchas de estas leyendas de enseñanza moral incluyen historias de animales.
Los carateres (kanji) para designar al animal se pueden leer literalmente como: objeto o cosa que se mueve (動物). Ahora bien, los animales presentes en estos cuentos hacen mucho más que moverse. De hecho hablan, aman, se vengan, agradecen, se casan y buscan la sabiduría, entre otras cosas, sufriendo un proceso de antropomorfización.
Hay animales astutos que engañan a otros animales o a otros humanos para conseguir sus propósitos. Este es el caso de La Libre blanca de Inaba que consigue timar a un cocodrilo para cruzar el mar.
Aparecen animales agradecidos como El gorrión de la lengua cortada que es salvado por una mujer y a cambio le entrega una serie de riquezas, así como animales vengativos como en la leyenda de El triunfo del cachorro, donde un zorrillo se venga de un tejón por haber causado la muerte de su madre.
Todas estas características “predominantemente humanas” atribuidas a los animales podrían hacernos pensar que la personificación animal tendría por objetivo el análisis de las relaciones humanas, mientras que “lo animal” carecería de importancia.
Ahora, la frontera entre animal y humano se desdibuja si consideramos a las taxonomías como meras denominaciones sin realidad ontológica. La tradición budista nos invita a pensar en la insustancialidad de los fenómenos y en su interdependencia dando lugar a identidades diaspóricas e impermanentes. De esta manera, la figura del animal podría tomarse como representante de la alteridad y, por lo tanto, de la propia mismidad. Yo, en tanto insustancial e impermanente, es decir, en tanto no-yo, ya que soy el animal, soy la naturaleza, soy el mundo.
Metamorfosis
Muchos de los animales presentes en las leyendas populares budistas tienen la capacidad de mutar de forma. Este es el caso del Pato mandarín y su pareja que se transforman en secretarios del gobernador para salvar a un sirviente a modo de agradecimiento.
La ambivalencia y reversibilidad de las formas da lugar a un cosmos continuo. Nadie parece sorprenderse al dar cuenta de la transformación de los animales u otros seres. Incluso cuando un humano se da cuenta que está casado con un animal que ha cambiado de forma, no parece sorprenderse y se lamenta cuando su pareja debe marchar. En el cuento de la grulla que se transforma en mujer, el marido incluso la acompaña por un tiempo a su hogar.
No solo los animales se convierten en humanos sino que se da también el caso contrario. Lo vemos en el ejemplo del Monje Nanzo bo que se transformó en serpiente para poder vivir más años y así poder escuchar las enseñanzas de Maitreya, el Buda del futuro.
Es interesante el hecho de que los animales también puedan convertirse en plantas. Lo vemos en la historia del zorro que se transformó en árbol. Si bien las plantas no aparecen en la taxonomía cosmológica tradicional estas son parte del mundo y se interconectan con el resto de los seres. Las plantas también aparecen muchas veces antropomorfizadas tomando el aspecto de genios o hadas con características humanas.
Algunas de estas metamorfosis se dan en sueños, como el caso de la avispa que se le aparece al guerrero en forma humana y le agradece por haberla salvado. Los patos de la historia ya mencionada también se presentan una segunda vez como humanos a la pareja de sirvientes, pero en esta oportunidad se trata de un sueño. El sueño se presenta como un correlato de la realidad y no como una instancia separada.
Mientras que algunos animales los caracteriza la gratitud, otros están atravesados por la malicia y la venganza. Los zorros, los tejones y los gatos son fuente de supersticiones cargadas de un tinte preeminentemente negativo.
Muchos de estos animales transmutan como mujeres bellas. Se las asocia con los zorros, los gatos y las serpientes. Todos ellos animales poderosos, astutos y, de cierta manera, peligrosos. La zorra conocida como Tamamo no Mae ejemplifica la cuestión, puesto que podía transformarse en una bella mujer y engañar a los hombres ricos.
Cuidado y forma
El animismo shintoista presente en los diferentes relatos antiguos se reafirma con la teoría budista de la transmigración. Todas las existencias están íntimamente interrelacionadas en una interdependencia mutua. Esta interpenetración de la vida en todas las esferas de la existencia conlleva a la actitud budista de la compasión para con todos los seres.
La compasión budista es lo que mueve al cuidado. Tanto en la historia del perro de cuyo hocico salía un hilo de seda y salva a una mujer de la pobreza a modo de agradecimiento por su cuidado, como en las historias ya mencionadas de la liebre blanca del Inaba y del gorrión, aparece el cuidado movido por la compasión. Esta llevaría a una acción desinteresada que paradójicamente traería grandes beneficios.
En algunas de estas historias la valoración del animal parece estar dada por su renacimiento humano pasado o futuro, o por los beneficios y perjuicios que pueda traerle a la humanidad. Encontramos muchas historias en las que el animal es apreciado en tanto pariente fallecido y reencarnado en dicho animal. Tal es la historia de las mariposas que resultaron ser los padres del joven Sakuni.
El cuidado animal pareciera restringirse a una acción en beneficio del hombre o para evitarle a este un mal.
El espejo como reflejo de lo continuo
El espejo es un símbolo de poder en la cultura japonesa. De hecho, es una de las tres reliquias del emperador otorgadas por la diosa sol Amaterasu, junto con la espada y las joyas (magatama). El espejo es poderoso en tanto que es un símbolo de honestidad, puesto que refleja la verdadera realidad. En la leyenda de la zorra-bruja de Tamamo no Mae permite develar la verdadera identidad de la zorra que mediante el reflejo del espejo pierde sus poderes de transformación.
El espejo aparece también como portal, como lugar liminar que puede ser atravesado por seres de diferente índole. En la misma leyenda, sale una horda de guerreros por el espejo para acabar con la vida de la zorra.
Es un objeto poderoso y ambiguo. Puede aparecer como un objeto truculento. Así se presenta en la historia del gato que busca engañar a un muchacho reflejando la luna.
Como metáfora perfecta de la inversión, el espejo permite la existencia de distintos mundos. Esto posibilita una ambigüedad reversible en donde todos los mundos en última instancia son solo uno. La reversibilidad se da como continuidad, y animal y humano no son ya sino dos caras de la misma moneda. Nosotros somos los animales, es más, ya no hay ellos ni nosotros. Así, todas las taxonomías pierden el sentido, puesto que son mera denominación y carecen de toda realidad.
Dos espejos reflejándose sin imagen en el medio es una analogía budista para comprender el Samsara en el Nirvana (Nishitani, 1999: 240).
Cuidado y vacuidad
El filosofo japonés Nishitani Keiji hace una distinción entre el punto de vista cotidiano de la conciencia y el punto de vista de la vacuidad. Desde un punto de vista cotidiano percibimos las cosas y hechos de la realidad fuera de nosotros, como meros objetos. El yo permanece en el centro y no puede entrar en contacto con la realidad, incluso no logra contactarse consigo mismo.
Para subsanar esta separación cotidiana entre el yo y las cosas se requiere de una conversión existencial. El punto de vista de la vacuidad es una apertura absoluta, un más acá absoluto, donde anverso y reverso aparecen como uno. “Sunyata es el lugar en que nos manifestamos en nuestra propia mismidad como seres humanos concretos, como individuos con cuerpo y personalidad. Y, al mismo tiempo, es el punto en que todo lo que hay a nuestro alrededor se hace manifiesto en su propia mismidad.” (Nishitani, 1999: 144)
Desde el punto de vista de la forma el hombre parece tener preeminencia sobre el animal. Sufre lo necesario como para llegar a iluminarse, tiene la capacidad de discernir y de cuidar. Pero al sumergirnos en la vacuidad todas las fronteras carecen de sentido, así como las diferentes taxonomías que pretenden anquilosar la realidad.
La antropomofización de los animales en las leyendas descriptas no necesariamente lleva a una preeminencia de lo humano sobre lo animal puesto que la animalidad parece ser entendida más bien como alteridad en general y, por lo tanto, como mismidad.
El hecho de que los animales se transformen en humanos, en otros animales o en plantas nos habla de la reversibilidad de las distintas formas de existencia. Estas mutaciones no causan sorpresa puesto que expresan continuidad de la unidad y no irrupción. Asimismo, lo que ocurre en sueños es continuidad de la vigilia.
Del cuidado vacío se desprende la gran compasión que no busca el beneficio propio y valora a todos los seres por igual. Este tipo de cuidado permite que el yo actúe como no yo. El anonadamiento aparece como el mayor acto moral. No somos sujetos mejorando un objeto, ya no queda lugar para tal dualidad.
Nishitani nos habla de un interpenetración circumincesional que refiere al yo en el terruño de todas las cosas. Todas las cosas están en nuestro fundamento y nosotros estamos en el fundamento de todas las cosas en virtud de esta relación. En el campo de sunyata el centro esta en todas partes. Cada cosa se manifiesta como es en sí. “En el modo de ser central no objetivo en el cual cada cosa en sí está recogida en sí, todas las cosas se concentran forzosamente en una.” (Nishitani, 1999: 224).
Si todo lo que existe está conectado y es verdaderamente en tanto que se reconoce en esa unidad quedan, entonces, desdibujados todo tipo de dualismos. El objetivo del abordaje de filosofías no canónicas es sabernos al unísono cuerpo y mente, yo y no-yo, unidad y multiplicidad, forma y vacuidad, dejando de lado la lógica bipolar sujeto-objeto y amalgamándonos en una perpetuamente mutante interrelación.
Frente a una ética fundada en una ontología donde la definición delimita y excluye, el cuidado percibido desde la vacuidad propone una ética relacional no especista en donde ya no importa qué es el otro. En una ética interdependiente el cuidado de sí y el cuidado del mundo no aparecen como dos instancias separadas sino que se autoimplican y no pueden darse uno sin el otro.
Referencias bibliográficas
Anesaki, Masaharu (1996), Mitología japonesa, Barcelona: Edicomunicación.
Conze, Edward (1978), El budismo, su esencia y su desarrollo, México D. F: FCE.
Harvey, Peter (1998), El budismo, Madrid: Cambridge University Press.
Nishitani, Keiji (1999), La religión y la nada, Madrid: Siruela.
[1] Incluyendo a los insectos.
[2] Algunos autores, como Peter Harvey, hablan de reinos en lugar de planos, resaltando una idea de jerarquía entre los seres.