Por Antonela Belén Costa*
Resumen
El presente trabajo se propone responder a la pregunta de si el hombre puede conocerse sin conocer a Dios, según el pensamiento de Santo Tomás de Aquino en el libro III de la Suma contra los gentiles y la cuestión 87 de la Suma de Teología. Aunque existen muchas respuestas posibles que no se contradicen entre sí, desarrollamos dos: en un primer sentido, el hombre puede conocerse sin conocer a Dios, en tanto el intelecto se conoce a sí mismo por su acto; en un segundo sentido, el hombre no puede conocerse sin conocer a Dios, en tanto el conocimiento más radical de algo que puede alcanzar el ser humano se da en la visión de Dios, que coincide con ser la felicidad del hombre, la cual no se da en esta vida.
Introducción
Ante la pregunta de si el hombre puede conocerse sin conocer a Dios, su creador, es posible pensar en dos respuestas, aunque seguro hay muchas más; pues, como dijo Aristóteles del ser, el cual se dice de muchas maneras, podemos volver a decir respecto del autoconocimiento: «En efecto, “autoconocimiento”, “conocimiento de sí mismo”, se dice en muchos sentidos» (Prevosti Monclús, 2014, p. 381).
La realidad, en su riqueza, se nos revela como polisémica y llena de identidad; acerca de lo cual Santo Tomás de Aquino dijo en su comentario al Credo que «(…) nuestro conocimiento es tan débil que ningún filósofo pudo jamás descubrir a la perfección la naturaleza de un solo insecto» (In Symbolum Apostolorum, pr.). Es por esto que el presente trabajo se propone ser como el intento de capturar, en una foto, un ápice de toda la belleza de un paisaje.
Desarrollaremos dos posibles respuestas a la pregunta de si el hombre puede conocerse sin conocer a Dios, según lo expuesto por Santo Tomás de Aquino en el Libro III de la Suma Contra los Gentiles y la Cuestión 87 de la Suma de Teología. También nos serviremos del artículo «El autoconocimiento del yo según Santo Tomás», de Antonio Prevosti Monclús (2014).
¿Puede el hombre conocerse sin conocer a Dios?
En un primer sentido, el hombre sí puede conocerse sin conocer a Dios, en tanto el entendimiento humano se conoce por medio de su acto; es decir, conociendo conoce que conoce. Este tipo de conocimiento es el más propio de la filosofía, y parte de una experiencia que todo hombre constata por sí mismo. Luego dicha experiencia puede desarrollarse en demostración más universal después de un arduo trabajo filosófico (S. Th., I q. 87 a. 1 co.).
En su artículo «El autoconocimiento del yo según Santo Tomás» (2014), Monclús distingue distintos tipos de autoconocimiento. La división más general se da entre lo que Monclús llama el “conocimiento esencial” y el “conocimiento existencial” del alma, según retoma Santo Tomás a San Agustín:
Para la evidencia de esta cuestión hay que saber que cada uno puede tener un doble conocimiento sobre el alma, como dice San Agustín en De Trinitate. Uno, por el que el alma de cada uno se conoce a sí misma sólo en cuanto a aquello que le es propio. El otro, por el que el alma es conocida en cuanto a aquello que es común a todas las almas. Así pues, ese conocimiento que se posee comúnmente de toda alma es aquél por el cual se conoce la naturaleza del alma. En cambio, el conocimiento que uno tiene del alma en cuanto a lo que le es propio es el conocimiento del alma en cuanto tiene ser en un individuo determinado. Por eso, mediante este conocimiento se conoce si hay alma, como cuando uno percibe que tiene alma. Por medio del otro, en cambio, se sabe qué es el alma y cuáles son sus accidentes propios [per se] (De Veritate, q. 10 a. 8 co.).
Sin embargo, ambos tipos de conocimiento pueden ser englobados en este tipo de conocimiento que nos lleva a responder en el presente trabajo que el hombre sí puede conocerse sin conocer a Dios. No es nuestro propósito distinguirlo con más detalle porque nos basta con saber el límite de dicho conocimiento, el cual llega a conocer la esencia del alma humana y a constatar que existen seres inteligibles como Dios y los ángeles:
Por tanto, el alma, conociéndose a sí misma, conoce la existencia de sustancias separadas, no su esencia, lo cual sería entender dichas sustancias (…).
Mas de que por las ciencias especulativas podamos llegar a conocer la esencia del alma, no se sigue que lleguemos también por ellas al conocimiento de la esencia de las sustancias separadas; pues nuestro entender, por el cual llegamos a conocer la esencia de nuestra alma, está muy lejos del entender de las sustancias separadas. Sin embargo, como sabemos qué es nuestra alma, podemos llegar a conocer algún género remoto de las sustancias separadas; lo cual no equivale a entender dichas sustancias (Contra Gentiles, lib. 3 cap. 46 n. 9-10).
En un segundo sentido, sin embargo, el hombre no puede conocerse sin conocer a Dios; en tanto solo se acercaría a agotar su esencia en la contemplación de Dios después de esta vida, donde vería todo en Dios. Este tipo de conocimiento no es uno cualquiera, sino el máximo en todo sentido, y coincide con ser la bienaventuranza del hombre. Es de notar que dicho conocimiento, como explicaremos, no es por virtud del ser humano ni de ningún entendimiento creado, sino por el poder de Dios. Es por la «luz de gloria» con la que Dios eleva la naturaleza del entendimiento creado por lo que este puede ver su esencia, en lo que consiste nuestra felicidad.
Pero, ¿en qué consiste este conocimiento? Si en la vida presente es posible llegar a conocer la esencia de nuestra alma, ¿qué agrega a este conocimiento lo que pudiéramos conocer en el Cielo? Sin embargo, ¿por qué no quedamos satisfechos con conocer las cosas como las conocemos en esta vida? Ciertamente esta segunda forma de autoconocimiento ―que no es tanto del hombre sino de Dios, y en este sentido es del hombre por regalo Suyo― es muy misteriosa, como la misma realidad. Creemos que describen muy bien este aspecto de nuestra vida las palabras de San Pío de Pietrelcina, cuando dijo: “Soy un misterio para mí mismo”. Considerando que ninguno de nosotros es un ser necesario, el hecho de que existamos es el primer gran misterio que nos invade; el primero de muchos.
- Sí: el hombre puede conocerse sin conocer a Dios
Cómo el alma intelectiva se conoce a sí misma
En S. Th., I q. 87 a. 1, Santo Tomás se pregunta si el alma intelectiva (es decir, el alma humana) se conoce o no se conoce a sí misma por su esencia. Primero presenta las objeciones por las que parecería que el alma humana se conoce a sí misma por su esencia, que son tres.
La primera objeción es lo que dice San Agustín en el De Trinitate, donde dice que se conoce a sí misma por sí misma porque es incorpórea.
La segunda objeción plantea que tanto el ángel como el alma humana pertenecen al mismo género de sustancia intelectiva; por lo que, como el ángel se entiende a sí mismo por su esencia, en consecuencia también el alma humana se entiende a sí misma por su esencia.
La tercera objeción está dada por lo que dice Aristóteles en el libro III del De Anima: en los seres inmateriales, el entendimiento y lo entendido es lo mismo. Y como el alma humana es inmaterial, en ella el entendimiento y lo entendido es lo mismo; por lo tanto, se conoce a sí misma por ella misma, por su esencia.
Sin embargo, Santo Tomás recuerda lo que dice Aristóteles en el libro III del De Anima: el entendimiento se conoce a sí mismo igual que a lo demás. Y como conoce a lo demás no por sus esencias sino por sus imágenes, tampoco se conoce a sí mismo por su esencia.
En consecuencia, el alma intelectiva no se conoce a sí misma por su esencia. Pero entonces, ¿cómo se conoce? Santo Tomás explica que una cosa es cognoscible en cuanto que está en acto porque algo es ser y verdadero, objeto del conocimiento, en cuanto está en acto. Asimismo, las sustancias inteligibles son cognoscibles por su esencia en cuanto les compete esencialmente existir en acto. Por ejemplo, Dios, que es acto puro, es máximamente cognoscible en sí mismo por su esencia, que es acto puro. Ahora bien, el entendimiento humano, considerado en su esencia, es capacidad de entender, está en potencia para entender. Y como solo podemos conocer lo que está en acto, solo podemos conocer el entendimiento en tanto esté en acto.
¿Cómo se conoce el alma intelectiva a sí misma? Se conoce por su acto:
Pero porque, en la vida terrena, a nuestro entendimiento le es connatural conocer lo material y sensible, como dijimos (q. 84 a. 7), se sigue que nuestro entendimiento se conoce a sí mismo en cuanto se actualiza por las especies abstraídas de lo sensible, sirviéndose de la luz del entendimiento agente, que es el acto de las especies inteligibles y, por ellas, del entendimiento posible. Por lo tanto, nuestro entendimiento se conoce a sí mismo no por su esencia, sino por su acto (S. Th., I q. 87 a. 1 co.).
- No: el hombre no puede conocerse sin conocer a Dios
El conocimiento más radical de Dios
El conocimiento más radical de Dios que puede tener el ser humano es aquel en el que consiste su felicidad: la contemplación de Dios. No habría más radical conocimiento que pudiéramos tener de Él. Esto se deduce del hecho de que coincide con ser la bienaventuranza del hombre, que es una operación perfecta:
Llegar al acto es el fin de lo que está en potencia, como consta por lo dicho. Luego, como la felicidad es el último fin, ha de ser un acto en que no se dé potencia para nada ulterior (Contra Gentiles, lib. 3 cap. 39 n. 3).
En este sentido, Santo Tomás descarta los distintos modos de conocer a Dios que tiene el ser humano como consistentes de la felicidad del hombre; hasta que llega al más perfecto, que es la contemplación. Los anteriores son imperfectos y no son los más radicales porque siempre después de ellos se puede conocer algo más. Así dice Santo Tomás, por ejemplo, del conocimiento de Dios adquirido por demostración:
(…) está todavía en potencia para conocer algo más de Él, o, al menos, de un modo más perfecto, como lo demuestra el hecho de quienes intentaron posteriormente añadir algo al conocimiento de Dios tenido por sus antecesores (Contra Gentiles, lib. 3 cap. 39 n. 3).
Asimismo, no es por el poder o virtud de la creatura que esta puede ver la esencia de Dios, sino por una ayuda divina:
(…) Para que la esencia divina se haga especie inteligible de algún entendimiento creado, que es un requisito para ver la sustancia divina, es necesario que el entendimiento creado sea elevado con alguna disposición superior (Contra Gentiles, lib. 3 cap. 53 n. 3).
A esta elevación Santo Tomás le da el nombre de “luz de gloria”, la cual otorga poder a la visión de la criatura para ver a Dios, ya que el entendimiento creado es respecto a la esencia de Dios como los ojos de la lechuza respecto a la luz del sol:
De aquí que la disposición con que el entendimiento creado es elevado a la visión de la sustancia divina se llame convenientemente luz de gloria, y no porque pase al acto lo inteligible, como lo hace la luz del entendimiento agente, sino porque le da poder al entendimiento para que entienda en acto (Contra Gentiles, lib. 3 cap. 53 n. 6).
Sin embargo, ningún entendimiento creado (por ejemplo, el ser humano) puede captar totalmente la sustancia divina:
(…) Dicha luz está muy lejos de poderse comparar con la claridad del entendimiento divino. Así, pues, es imposible que con esta luz se vea la sustancia divina tan perfectamente como la ve el entendimiento divino. El entendimiento divino la ve tan perfectamente como perfectamente puede verse, pues la verdad de la sustancia divina y la claridad del entendimiento divino son iguales, mejor dicho, son una misma cosa (Contra Gentiles, lib. 3 cap. 55 n. 2).
Y con otras palabras:
«La sustancia divina, comparada con el entendimiento creado, es algo infinito, porque todo entendimiento creado está dentro de los límites de una especie. Es imposible, pues, que la visión de un entendimiento creado sea adecuada para ver la sustancia divina, es decir, para verla tan perfectamente como puede verse. Luego ningún entendimiento creado la capta totalmente» (Contra Gentiles, lib. 3 cap. 55 n. 3).
Finalmente, en dicho capítulo Santo Tomás aduce muchas más razones por las que el entendimiento creado no puede captar totalmente la sustancia divina, que aquí no mencionaremos. Este es, sin embargo, el conocimiento más radical de Dios que puede tener el ser humano.
El conocimiento más radical del hombre
Y en tanto la visión de la esencia divina implica ver todas las cosas en Él, como dijimos, en consecuencia esta visión es el más alto conocimiento que podemos tener de todo, incluido de nosotros mismos. En Contra Gentiles Santo Tomás explica:
Como la visión de la sustancia divina es el fin último de toda sustancia intelectual, según consta por lo dicho, y todo ser, cuando alcanza el último fin, descansa en su apetito natural, es preciso que el apetito de la sustancia natural que ve a Dios descanse totalmente. Pero el apetito natural del entendimiento tiende a conocer todos los géneros de las cosas y las especies y potencias, y todo el orden del Universo, como consta por la preocupación humana acerca de todo esto. Luego todo aquel que vea la sustancia divina verá también dichas cosas (Contra Gentiles, lib. 3 cap. 59 n. 1).
Como el fin del hombre, su felicidad, consiste en ver a Dios; y cuando algo alcanza su fin, descansa; se sigue de ello que viendo a Dios verá todo lo que apetece naturalmente conocer, descansará en dicha visión porque todos sus deseos estarán satisfechos. De esta manera también lo desarrolla en el capítulo 63, que trata acerca “de qué manera serán colmados todos los deseos del hombre en aquella última felicidad”. Y respecto del deseo de conocer, escribe:
El hombre, como dotado de entendimiento, tiene cierto deseo de conocer la verdad; deseo que los hombres cultivan con su dedicación a la vida contemplativa, y que se satisfará indudablemente en aquella visión cuando, al contemplar la Verdad Primera, se le manifiesten a nuestro entendimiento cuantas cosas desea naturalmente saber, como consta por lo que dijimos (Contra Gentiles, lib. 3 cap. 63 n. 2).
En dicho capítulo continúa desarrollando cómo todos los deseos del hombre serán satisfechos en la Bienaventuranza última.
En este sentido afirmamos que el conocimiento más radical que el hombre puede tener de sí mismo lo tiene en la visión de Dios, en la que consiste su felicidad última.
Conclusión
Queda expuesto de qué manera el hombre puede y no puede conocerse sin conocer a Dios, según se propuso al inicio del trabajo. En un sentido, el hombre puede conocerse sin conocer a Dios por medio de los actos de su entendimiento. En otro sentido, el hombre no puede conocerse en toda su profundidad sin conocer a Dios, porque el máximo conocimiento que puede alcanzar no se da en esta vida sino en la Bienaventuranza, la cual consiste en la visión de Dios por un poder que Él mismo le otorga.
Referencias bibliográficas
- Aquino, Santo Tomás (2016). Cuestiones disputadas sobre la verdad I. Navarra, España: EUNSA.
- Aquino, Santo Tomás (1989). El Credo. D. F., México: Editorial Tradición.
- Aquino, Santo Tomás (1968). Suma Contra los Gentiles II. Madrid, España: Biblioteca de Autores Cristianos.
- Aquino, Santo Tomás (2001). Suma de Teología I. Madrid, España: Biblioteca de Autores Cristianos.
- Prevosti Monclús, A. (2014). El autoconocimiento del yo según Santo Tomás. Espíritu, LXIII (148), 381-402.
*Alumna de la Licenciatura en Filosofía (Sede Pilar)
*Trabajo presentado en las I JORNADA DE INVESTIGACIÓN PARA ALUMNOS (JIA)
2024 (FHLEO-USAL)