Sueño interrumpido: las funciones del arte en el espacio público

Una de las cuestiones que los teóricos se han preguntado siempre ha tenido que ver con la función del arte. La respuesta a esta cuestión ha justificado la subordinación del arte a lo largo de la historia a la religión, a la moral, a los sistemas políticos y a poderes de todo tipo. Desde Platón encontramos la fórmula de un arte sometido a nobles fines heterónomos. El Renacimiento y la Modernidad trajeron la idea de la autonomía en el arte, abriendo paso a la autorreferencialidad y a una concepción del arte deslindada de la praxis. Las vanguardias coquetearon con ambas posibilidades para el arte.

Renovando esta cuestión fundamental, volvemos a formular la pregunta respecto a la situación del arte actual, específicamente, respecto al arte en el espacio público: ¿Tiene el arte -contemporáneo- en el “espacio público” alguna función? Si dentro de esta gran maraña que teje el arte en la actualidad intentamos concentrarnos en su función, es necesario primero distinguir las nociones de “arte público” y “espacio público” que suelen confundirse.


El término “arte público” ha designado diferentes tipos de intervenciones artísticas en el espacio urbano. Consideramos “arte público” a esculturas, monumentos, murales, generalmente de grandes dimensiones, que son ubicadas en lugares públicos o al aire libre en la ciudad. Estas obras “públicas” están pensadas desde una óptica “decorativa” respondiendo en los emplazamientos urbanos a proyectos de políticas destinadas a mejorar o embellecer la ciudad. Si pensamos en perspectiva histórica, el “arte público” durante mucho tiempo creció acorde a lo que Gómez Aguilera denomina la “lógica del monumento”, una lógica que comenzó a fallar, a desvanecerse paulatinamente con la aparición del arte moderno. La producción escultórica pública irá mutando hacia una progresiva deslocalización, hacia la abstracción¹.

Finalmente, “la cultura contemporánea del mercado-consumo y la democracia ponen de moda paradigmas culturales y comportamientos artísticos que desbordan los límites de la escultura clásica (también de la experiencia estética convencional), apéandola del pedestal, deslocalizándola y sometiéndola a nuevas tensiones formales y conceptuales.”² En las últimas cuatro décadas las mutaciones y modificaciones conceptuales y formales del “arte público” imponen la necesidad de ser analizado de otra manera, con otras categorías, por desbordar los límites y fusionarse con otras formas de expresión.

Esos desbordes e interferencias desbordan también la etiqueta de “arte público”. Así es como la noción de “espacio público” entra en juego intentando designar a ese otro grupo de obras: obras que se reorientan hacia “un emplazamiento social con un contenido humano”, obras ejemplares de “un arte comprometido con los lugares sobre la base de la particularidad humana de los mismos, su contenido social y cultural, sus dimensiones prácticas, sociales, psicológicas, económicas, políticas.”³ Para muchos artistas, el “arte público” deja de ser un entorno físico y pasa a ser una construcción alternativa y crítica de “espacio público”. Afirma la artista y activista Suzanne Lacy: “El mundo del arte lucha con el multiculturalismo y sus implicaciones entre los diferentes públicos y maneras de hacer arte.”⁴ Para comprender estas formas contemporáneas en el espacio público es fundamental asumir la condición de flexibilidad y variabilidad en la que se presentan. También comprender que la relación con la “vida real” se vuelve un componente fundamental. Los artistas se fuerzan como dice Suzi Gablik por encontrar nuevas concreciones que se correspondan con nuestro tiempo: un mundo multicultural e interrelacionado. Algunos críticos incluso hablan de un nuevo “arte de contexto” que “no sólo se produce socialmente sino que no puede entenderse sin esta distribución igualmente social: las prácticas artísticas en cuestión no sólo se despliegan y se cumplen en la calle, en las manifestaciones o asambleas, sino que es allí precisamente donde cobran pleno sentido.”⁵ Recordemos, aquí, las obras de algunos artistas como el grupo activista Subrosa, los Provos, Francesc Abad, Minerva Cuevas, incluso el trabajo controversial de Santiago Sierra, para mencionar algunos. En las obras de estos artistas la dimensión social y relacional es una característica esencial. Esta función, vinculada al contexto y planteada por Jordi Claramonte bajo los términos de una Estética Modal⁶, nos deja pensando en la laboriosa y apasionante tarea de analizar estas obras que se sitúan en el entramado político y social en el que intervienen. La producción artística entendida desde lo relacional se constituye a sí misma como intervención política. Por esta razón, sería más apropiado hablar de estas producciones como “prácticas artísticas”, por tratarse de procesos, actividades, producciones artísticas, que confrontan los modelos dominantes de nuestras sociedades. De este modo, el arte pasa a tener un rol activo y crítico frente a los vínculos sociales, en los espacios urbanos y a partir de la construcción colectiva. “La práctica artística ya no quiere explicar historias sino crear situaciones, dispositivos, en los que pueda hacerse la historia”.⁷

El arte contemporáneo tiene un rasgo que lo distingue de todo el arte anterior, y es que sus ambiciones principales no son estéticas. Danto afirmó: “Lo que vemos hoy día es un arte que busca un contacto más inmediato con la gente de lo que permite el museo.”⁸ El arte en el espacio público, extra museístico, abarca ciertos géneros no fácilmente reconocibles o delimitables, como el arte performativo o arte directo, que está dirigido a una comunidad particular y definida. La experiencia -siempre efímera- de este tipo de arte está conectada con la forma en que los individuos se conectan con la comunidad. “El arte como intervención en el espacio público, como un realismo crítico, no sólo registra la experiencia urbana, sino que la puede modificar según ideas de conciencia y justicia social.”⁹ Las obras de Banksy en las paredes, las disrupciones callejeras de Reclaim the Streets, las investigaciones sobre la condición del ciudadano de los proyectos Post-it, así como todas las formas de artivismo son ejemplos de esta búsqueda de un lenguaje crítico, en donde el vínculo entre creación y condición política van de la mano. Siguiendo a Walter Benjamín podemos afirmar que las relaciones entre arte y política son evidentes y necesarias, aunque de una opaca complejidad.

Pese a la oscuridad y a los diagnósticos más pesimistas, podemos encontrar -claramente- en estas obras una función compensatoria y crítica de la cultura contemporánea que apuntan a la lucidez y al despertar de los ciudadanos.

“El arte contemporáneo busca la reflexión crítica, busca la renovación de nuestros lenguajes y formas de percepción osificadas y cosificadas, busca abrirnos a lo nuevo y, por consiguiente, desordena nuestro mundo y a nosotros mismos modificándolo y modificándonos.”¹⁰ Pero, ¿cuál es ‘nuestro mundo’ siendo ciudadanos de una cultura globalizada? ¿a qué experiencia personal y cívica nos referimos en nuestra sociedad actual? “Nuestro mundo” es el escenario de los no-lugares ¹¹: los lugares de masa y de consumo de los centros urbanos, lugares homogéneos y estandarizados, deshumanizados, en donde el ciudadano vive de forma conflictiva y hostil. La función de la arte en el espacio público parece asumir, por lo tanto, la tarea moral y política de un arte crítico y de denuncia. El arte hoy, a diferencia de otras épocas pasadas, parece tener la función de relativizar. El arte relativiza nuestros presupuestos, nuestro vocabulario y nuestros argumentos, mostrándonos otras experiencias, otros lenguajes, otras perspectivas. Problematiza la homogeneización de las necesidades y de los comportamientos individuales y sociales en un mundo que se presenta como escenario propicio para la actividad crítica y la voz disidente.

El arte posee una función mediadora en la formación de la identidad democrática de los ciudadanos y una función “higiénica” ante las distorsiones de la vida democrática colectiva y sus abusos. Con el arte en las calles, cada vez resulta más difícil seguir durmiendo.

 

Verónica Parselis

 

 

¹ Gómez Aguilera, Fernando. “Arte, ciudadanía y espacio público”. En: On the w@terfront, 5 march, 2004, pp.36-50.

² Ibidem.

³ Cfr. Lippard, Lucy R. En:  VV.AA., Modos de hacer. Arte crítico, esfera pública y acción directa, Salamanca: Universidad de Salamanca, 2001, p.54.

⁴ Lacy, Suzanne. “Territorio de debate: la búsqueda de un lenguaje crítico para el arte público”. En: AA.VV. Interferencies. Contexto local espiar reals. Barcelona: Visiones de Futur, 2002. Pp. 151-158.

⁵  Claramonte, Jordi. “Del arte del concepto al arte del contexto” En: Estética y Teoría del Arte, 22 de noviembre, 2008

Ibidem.

⁷  Bonet, Pilar. “Interferencias. contexto local , espacios reales”. En : AA.VV., Interferencies. contexto local espais reals. Barcelona: Visiones de Futur, 2002. pp.136-138.

⁸  Danto, Arthur. Después del fin del arte. Barcelona: Paidós, 1999.

⁹ Bonet, Pilar, op.cit.

¹⁰ Vilar, Gerard. Las razones del arte. Madrid: Machado, 2005.

¹¹ Augé, Marc. Los “no lugares”: espacios del anonimato. Barcelona: Gedisa,  1995.