Quinto ensayo.
El dogma de la Trinidad.
Yo soy el camino, la verdad y la vida (Juan 14, 6).
Si permanecéis fieles a mi palabra, seréis mis verdaderos discípulos.
Y reconoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. (Ibídem 8, 31, 32).
I- La parte esotérica de la doctrina de Cristo
II- La parte exotérica de la doctrina de Cristo
III- La imagen del carácter de Cristo
I- La parte esotérica de la doctrina de Cristo
En verdad os digo: todos los pecados se le perdonarán al hijo del hombre, incluso la blasfemia, a fin de que puedan hablar en contra de Dios.
Y a quien entonces pronuncie alguna palabra en contra del hijo del hombre, se le perdonará.
Pero a quien hable en contra del Santo Espíritu, no se le perdonará, ni en este ni en el otro mundo. (Marcos 3, 28; Lucas 12, 10; Mateo 12, 32).
En vez de “dogma de la Trinidad” podría haber escrito en forma abreviada: “cristianismo esotérico”, ya que en ese dogma está contenido por completo el núcleo de la doctrina de Cristo. Todas las otras cosas son exotéricas: una doctrina para el pueblo.
Solamente el más profundo desconocimiento, solamente el espíritu más limitado, puede recriminarle a Atanasio que haya formulado el dogma cristiano de la Trinidad y la forma en que lo hizo. Ambas cosas sucedieron por una necesidad irrefutable: la primera porque Cristo en efecto predicó sobre Dios, el Hijo y el Espíritu Santo; la segunda porque exotéricamente los presentaba como seres autónomos que existían al mismo tiempo (coexistentes). Entonces se trata de la formulación de un dogma, es decir, de una verdad, que debía ser forjada según la usanza del habla popular. Además, el mismísimo Atanasio debió haber procedido tal como procedió, cuando hubo reconocido la verdad desnuda que pongo en cuestión.
La profesión de fe de Atanasio del año 333 d. C. dice en español (dejando de lado lo que nonos interesa):
1) Pero es la recta fe cristiana que alabemos a un solo Dios en tres personas y a tres personas en un único Dios.
2) Y no mezclar a las tres personas, ni seccionar al ser divino.
3) Una persona distinta es el Padre, otra distinta es el Hijo, y otra distinta es el Espíritu Santo.
4) Pero el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un único Dios, tanto en su señorío como en su eterna majestad.
5) Aquello que el Padre es, lo es el Hijo y también lo es el Espíritu Santo.
6) El Padre no ha sido creado, el Hijo no ha sido creado, el Espíritu Santo no ha sido creado.
7) El Padre es inconmensurable, el Hijo es inconmensurable, el Espíritu Santo es inconmensurable.
8) El Padre es eterno, el Hijo es eterno, el Espíritu Santo es eterno.
9) Y no son tres seres eternos, es un único ser eterno.
10) Del mismo modo, tampoco son tres seres increados, ni tres seres inconmensurables, sino que es un único ser increado e inconmensurable.
11) También, el Padre es omnipotente, el Hijo es omnipotente, el Espíritu Santo es omnipotente.
12) Y no son tres seres omnipotentes, sino que es un único ser omnipotente.
13) Es decir, el Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios.
14) Y no son tres Dioses, es un único Dios.
15) Es decir, el Padre es el Señor, el Hijo es el Señor, el Espíritu Santo es el Señor.
16) Y no son tres Señores, sino que es un único Señor.
17) De este modo, de acuerdo con la verdad cristiana, debemos reconocer en cada persona a Dios y al Señor.
18) Así, en la fe cristiana, no podemos hablar de tres Dioses ni de tres Señores.
19) El Padre no ha sido hecho, ni ha sido creado por nadie, tampoco nació de nadie.
20) El Hijo no ha sido hecho, ni ha sido creado, solamente ha nacido del Padre.
21) El Espíritu Santo no ha sido hecho, ni ha sido creado por nadie, ni ha nacido de nadie, solamente ha emanado del Padre y del Hijo.
22) Entonces hay un Padre, y no tres Padres; hay un Hijo, y no tres Hijos; hay un Espíritu Santo, y no tres Espíritus Santos.
23) Y entre estas tres personas ninguna es la primera, ninguna es la última, ninguna es la mayor, ninguna es la menor.
24) Sino que todas estas tres personas son entre sí igualmente eternas e igualmente grandes.
25) Entonces, como se ha dicho, deben ser veneradas tres personas en un solo Dios, y un solo Dios en tres personas.
Siempre cuando leía esta fórmula en lengua latina, antes de haberla fundamentado, sentía en mi alma una fuerte conmoción; aún en su parte más pequeña este grandioso y simple estilo me producía ese efecto; la causa principal era la intuición de que en esta profesión de fe se encontraba oculta la resolución del enigma del mundo, tan lleno de contradicciones. Mi intuición no me había engañado. La esfinge hace mucho tiempo que no está viva: ha sido ejecutada junto al Señor en la cruz del Gólgota; pero creemos que ella aún vive porque hemos perdido la fe.
¿En qué consiste lo absurdo del dogma? O lo que es lo mismo, ¿por qué debemos creer en él?
Debemos creer en él porque ninguna capacidad de comprensión humana se halla en condiciones de realizar la más sutil de las abstracciones, pensar tres personas que existan al mismo tiempo y que sean una. Contradice las leyes del pensamiento del mismo modo en que lo hace el absurdo del panteísmo, tal como lo hemos abordado: que Dios esté por completo y al mismo tiempo tanto en Juan como en Greta; o también como aquel otro del budismo exotérico: que todo individuo sea omnipotente.
Como punto de apoyo de lo que he de desarrollar tomaré solamente tres artículos de la profesión de fe antes expuesta y tres citas del Nuevo Testamento, palabras de Cristo. Los tres artículos son el 19, el 20 y el 21. Las tres citas del Nuevo Testamento son las siguientes:
1) Todos los pecados y blasfemias le serán perdonados al hombre, pero las blasfemias en contra del Santo Espíritu no le serán perdonadas a éste.
Y a quien entonces pronuncie alguna palabra en contra del hijo del hombre, se le perdonará.
Pero a quien hable en contra del Santo Espíritu, no se le perdonará, ni en este ni en el otro mundo. (Mateo 12, 31-32).
2) En verdad os digo: todos los pecados se le perdonarán al hijo del hombre, incluso la blasfemia, a fin de que puedan hablar en contra de Dios.
Pero quien blasfeme en contra del Espíritu Santo, no tendrá perdón por toda la eternidad, y será culpable para la justicia eterna. (Marcos 3, 28-29).
3) Y a quien entonces pronuncie alguna palabra en contra del hijo del hombre, se le perdonará; pero quien blasfeme en contra del Espíritu Santo no será perdonado. (Lucas 12, 10).
Es claro que yo también habría dejado caer los mencionados tres artículos de Atanasio para erigir en su lugar palabras de Cristo, pues ellas atañen a esto. Quizás uno pueda dudar en lo que respecta al artículo 21, ya que fue dicho expresamente por Cristo que el Espíritu Santo emana del Padre (Juan 15, 26); sin embargo, he de señalar que tanto una como la otra afirmación son correctas.
¿Qué expresan estas tres citas? Marcan una gran diferencia entre el Espíritu Santo por un lado, y Dios y Cristo por el otro, que la blasfemia en contra de Dios y la blasfemia en contra del Hijo serán perdonadas, pero no lo será la blasfemia en contra del Espíritu Santo.
Como han de observar fácilmente, el momento del castigo es totalmente irrelevante e inesencial; tal como hemos dicho, lo crucial de estas tres profundas citas, que son excepcionalmente importantes, reside en la diferencia que introduce en la Trinidad, es decir, en que colocan al Espíritu Santo por encima de Dios y de Cristo, pues, ¿cómo podría merecer mayor castigo la blasfemia contra una de las tres personas que la blasfemia contra las otras dos, si las tres personas son igualmente santas?
Pero más allá de esa consecuencia, hay algo que no puede deducirse de esas citas: el porqué queda cubierto por la oscuridad de la noche.
Enfoquémonos ahora en los tres artículos de Atanasio.
El primero determina que Dios no fue hecho ni creado por nadie y que no ha nacido de nadie. Dicho con otras palabras: la esencia de Dios se halla más allá de la experiencia. Si se pretende explicarlo, uno debe superar la experiencia, es decir, saltamos al vacío absoluto en el que no hay nada que se pueda comprender. La esencia de Dios es trascendente, inexplicable, incomprensible para el espíritu humano, es por excelencia algo inentendible e incomunicable. La potencia de nuestra imaginación se paraliza por completo: no podemos figurarnos una imagen de Dios ni nada que se le asemeje. Ningún hombre, incluso ni el más inspirado que se halle nadando en la bonanza intelectual, puede conocerlo.
El segundo artículo determina que el Hijo solamente ha nacido del Padre, y que no ha sido hecho ni creado por nadie.
De ello podemos extraer dos corolarios muy importantes:
1) El Hijo es el Padre.
2) El Hijo viene después del Padre.
Mientras que el primer artículo es tan oscuro y tan trascendente, el segundo es tan luminoso y tan inmanente. Se sitúa por completo dentro de la experiencia, mientras que el primero es como una imagen velada que ante nuestro espíritu pende sobre un abismo sin fondo.
El relojero hizo un reloj; el Dios de los judíos hizo el mundo. Por otro lado, el Hijo es sangre de la sangre del Padre, es carne de la carne del Padre, es fuerza de la fuerza del Padre, es esencia de la esencia del Padre. Ambos se encuentran en un contexto genético, y no en uno meramente causal. En los reinos vegetal y animal nos encontramos casos en los que el fruto se obtiene con la muerte del individuo, en los que entonces a un mismo tiempo se ha depositado en el fruto toda la esencia del principio que lo engendra. Además, quien es engendrado siempre se sitúa en el tiempo después de quien lo engendra: quien engendra es lo primario y quien es engendrado es lo secundario.
Si unimos entre sí estas dos conclusiones y pensamos que Cristo se identifica con la humanidad (es el Hijo del hombre) obtenemos de inmediato el siguiente resultado:
Que la humanidad ha nacido de Dios, lo ha continuado, y en efecto posee la misma esencia que él, es decir, solamente contiene lo que estaba en Dios.
Además, de la profunda relación del Padre con el Hijo se sigue:
Que el Padre se ha volcado por completo en el Hijo, que él cesó cuando este surgió, que el Padre murió cuando el Hijo comenzó a vivir: el Hijo no fue hecho ni creado, sino que ha nacido.
Si tomamos también como ayuda la expresión de Juan:
Todas las cosas fueron hechas por medio de la palabra, y sin ella no ha sido hecho nada de lo que fue hecho. (Juan 1, 3).
Cristo se convierte en el universo completo, en la totalidad del mundo. Derriba la estrecha pared del Hijo del hombre y se identifica con todas las cosas.
Entonces repentinamente la mitad de una perla oscura, renegrida, opaca se convierte en un diamante brillante y transparente por medio de una pequeña modificación gramatical: ya no debemos confrontar con dos personas divinas distintas y coexistentes que han de ser una sola persona, algo que ninguna razón puede concebir, sino que con dos personas distintas que una vive después de la otra, que muy bien pueden comprenderse como una sola persona, algo que cualquier razón puede pensar.
En lugar de “Dios es” debemos colocar “Dios fue y Cristo, el Hijo, es el mundo”. Ahora todo resulta claro, luminoso y razonable. Esta parte del dogma profundo ya no debe ser creída, debido a su contradicción, sino que puede ser comprendida por su claridad lógica.
De este modo resultan luminosas y claras todas aquellas famosas citas oscuras e ilógicas del Nuevo Testamento:
El Padre y yo somos uno (Juan 10, 30).
Todas las cosas me fueron dadas por mi Padre. Y nadie conoce al Hijo sino es por el Padre, y nadie conoce al Padre si no es por el Hijo, y si el Hijo quiere revelarlo. (Mateo 11, 27).
Entonces le dijeron, ¿dónde está tu Padre? Y Jesús respondió: “Vosotros no me conocéis ni a mí, ni a mi Padre. Si me conocéis, conocéis también a mi Padre.” (Juan 8, 19).
Jesús les dijo: “En verdad os digo que antes de Abraham estaba yo.” (Juan 8, 58).
Felipe le dijo: “Señor, muéstranos a tu Padre, así nos complaces.”
Jesús le dijo: “Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y aún no me conoces? Felipe, quien me ve, ve al Padre. ¿Cómo me dices entonces que les muestre al Padre?” (Juan 14, 8-9).
Y todo lo que es mío es tuyo, y todo lo que es tuyo es mío. (Juan 17, 10).
La oscuridad ha desaparecido y ahora reina la luz clara.
Así Dios, la esencia trascendente sin fundamento, la unidad simple anterior al mundo, ya no existe más: se ha fragmentado en una multiplicidad de individuos, que tomados en conjunto son el Hijo, que ahora también existe en soledad. Solamente por esa causa el Padre es una persona distinta del Hijo, si bien en última instancia se halla contenido por completo en él, pues no puede ser comparada una unidad simple de la que no podemos formarnos representación alguna con un mundo de multiplicidad. Además, desde esta perspectiva el Padre es más grande que el Hijo:
El Padre es más grande que yo (Juan 14, 28).
Ya que el mundo está compuesto de individuos, y el poder de ningún ser individual es tan grande como era el poder de la unidad anterior al mundo, ni tampoco tan grande como el aliento divino que sopla desde el contexto dinámico de todas las cosas.
El innegable y fuerte contexto de las cosas, que condujo a un panteísmo absurdo, es decir, al postulado de una unidad simple viviendo en el mundo, es además una herencia de la naturaleza de la unidad anterior al mundo. Ya mencioné a esa preciosa herencia en el ensayo “Budismo” (pág. 115) como la joya en el cuello del ídolo de madera; en la medida en que la tomemos y quememos el ídolo, tendremos en nuestras manos lo esencial y más valioso del panteísmo sin sus deplorables absurdos: que Dios en el mundo se llame materia, o voluntad, o idea, o lo desconocido inconsciente.
Como la naturaleza lo comprueba, ningún individuo es autónomo; cada uno se aferra al mundo, configurándolo; pero también el mundo se aferra a su naturaleza con una violencia que subyuga, modificándola. Dicho con otras palabras: la autonomía a medias del individuo.
También se puede decir lo mismo que en el panteísmo: el individuo no es nada, es una marioneta, ya que toda su esencia, según la cual ha de actuar, fue creada por la esencia de Dios; pero esta afirmación unilateral, que sólo ha de ser falsa si se le permite mantenerse en su unilateralidad, de inmediato debe ser completada por medio de la aclaración de que el individuo ha estado en Dios, es decir, que en el mundo solamente sucede aquello que antes del mundo ya había sido resuelto en Dios, con total libertad y autonomía.
Frente a un ser en el mundo completamente dependiente, que actúa totalmente por necesidad, se sitúa entonces un ser en Dios, antes del mundo, completamente libre y autónomo; y el producto lógico de estos momentos es el individuo en el mundo, autónomo a medias, en el cual la naturaleza imprime su sello todo el tiempo.
Además, el enigma del mundo, que se contradice, ha sido resuelto por Cristo: la esfinge se desangró junto a él en una cruz. Éste decía:
El mundo es como lo muestra la naturaleza, solamente está compuesto de individuos; en ningún sitio se puede reconocer ningún rastro de una unidad simple en el mundo. El desarrollo del mundo es el resultado de los efectos de los individuos.
Y sin embargo ese desarrollo del mundo, ese contexto del mundo, es uno tal que toda persona atenta ha de remitirlo a una unidad simple.
La unidad simple en el mundo contradice al individuo, y los individuos autónomos contradicen a los lazos que los atan y los fuerzan a determinadas acciones. El panteísmo es por un lado la unidad simple y por otro lado el individuo muerto; el budismo exotérico es por un lado el individuo omnipotente y por otro lado la negación del contexto de todas las cosas. Ambas visiones son verdades a medias, y por eso solamente han sido posibles, puesto que la coexistencia, la coincidencia temporal de individuos que no están muertos y de una unidad simple resulta impensable. Cristo rompió con sus manos firmes esta coexistencia, y la verdad se mostró a la luz del sol, como el contenido de una nuez dentro de su cáscara quebrada.
Solamente Dios existió antes que el mundo. Ahora solamente existe Cristo, el mundo. Esa es la solución del enigma del mundo. Dicho con otras palabras: el cristianismo es la combinación del panteísmo y del budismo exotérico, la combinación del realismo absoluto y del idealismo absoluto. En lugar de la unidad simple en el mundo ha aparecido el contexto de todas las cosas, emanado de la unidad anterior al mundo, que es algo más abstracto, no abarcable como individuo, no personal.
Ahora debemos preguntarnos: ¿por qué murió el Padre y por qué nació el Hijo?
Para responder esta cuestión es indispensable referir al fin del mundo que ha predicado Cristo.
El cielo y la tierra han de desaparecer.
Pero nadie sabe ni el día ni la hora, tampoco los ángeles en el cielo, tampoco el Hijo, sino que solamente el Padre. (Marcos 13, 31-32).
El mundo, es decir, el Hijo, y dentro de él, el Padre, ha de desaparecer.
Es claro como la luz del sol; también he de recordar aquí lo expuesto en el abordaje del budismo. También puedo señalar al brahmanismo, ya que las tres doctrinas más destacadas: el brahmanismo, el budismo y el cristianismo son todas formas del pesimismo, y enseñan acerca de un proceso de desarrollo del mundo y de un propósito del mundo. Se ha de alcanzar algo que solamente resulta alcanzable por medio de ese proceso. Es indistinto cómo se lo llame, si es el retorno a sí mismo, la completa aniquilación (nirwana) o el Reino de los Cielos (la Nueva Jerusalén). Dios, Brahma, el karma, cada uno de ellos quiso algo que en definitiva solamente podía alcanzarse por medio de una forma corpórea (encarnación); cada uno debió objetivarse; debió ser generado un conflicto, un proceso, una transformación. Ninguno de ellos podía alcanzar su propósito por sí mismo: allí en el camino estaba la omnipotencia para cada uno. Debía sucederse la división, la muerte y la resurrección en otra forma distinta.
Enfoquémonos ahora en la tercera persona del dogma: en el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo no ha sido hecho, ni ha sido creado por nadie, ni ha nacido de nadie, solamente ha emanado del Padre y del Hijo. (Artículo 21).
¡Qué profunda sabiduría!
El Hijo, el mundo, es una comunidad de individuos que deviene y se mueve hacia un fin, siendo que el origen de ese carácter común depende fuertemente de una unidad simple: el mundo es una fuerte coyuntura con un único movimiento fundamental, que de hecho se genera de la acción común de todos los individuos. Ese movimiento fundamental, el camino de Dios hacia su finalidad, es el destino de la totalidad del mundo, tal como dijo Cristo: el Espíritu Santo.
Entonces el Espíritu Santo no es un ser, no es una persona, no es un individuo real, sino que es algo abstracto, una emanación unitaria de la acción de muchos, el resultado de muchos anhelos de distinta naturaleza, la diagonal del paralelogramo de las fuerzas. No ha sido hecho, no ha nacido, sino que ha emanado.
Pero entonces ha de marcarse una gran diferencia.
Ya que no podemos figurarnos ningún concepto de la esencia y de la existencia (essentia et existentia) de la unidad anterior al mundo, de Dios, solamente podemos decir de forma figurada que Dios quiso el no ser y engendró al Hijo para alcanzarlo; ya que la voluntad, al igual que el espíritu, pertenece al hombre, ambos son principios de nuestra experiencia; pero el ámbito trascendente no es eo ipso un ámbito de la experiencia, y seríamos simples soñadores si pretendiésemos determinar la esencia de Dios de acuerdo a analogías de nuestra experiencia, y afirmar constitutivamente que Dios ha tenido una voluntad omnipotente y un conocimiento absoluto. Solamente en un sentido regulativo podemos atribuirle a Dios voluntad y espíritu, a fin de hacernos comprensible el mundo como un hecho.
Con esa reserva tan significativa entonces podemos decir:
Dios se decidió por el no ser y eligió el medio que conduce a ello.
En la elección de ese medio yace un camino totalmente directo hacia el no ser, la diagonal completa del desarrollo del mundo, su dirección precisa que jamás debe ser modificado ni en el ancho de un cabello.
Y por eso, tal como hasta el más estúpido puede apreciar, el Espíritu Santo, que, como ya hemos dicho, no es otra cosa más que la recta dirección en que se mueve el mundo, proviene únicamente del Padre. El Espíritu Santo yacía idealmente en Dios.
Pero por otro lado, este camino ideal solamente puede ser recorrido de forma real; solamente puede ser generado, solamente se inicia porque los individuos interactúan en el mundo, y de este modo generan un punto de movimiento en todo momento de la vida del mundo. Estos puntos que se hallan a un mismo tiempo en convergencia y en divergencia, que brotan por sí mismos, constituyen el camino real del mundo, que es exactamente el mismo que el ideal, que yacía en el conocimiento perfecto de Dios, tal como antes del mundo fue decidido lógicamente.
De acuerdo con ello, el Espíritu Santo también emana del Hijo, y de hecho lo hace tanto del Hijo como del Padre, puesto que el mundo se encuentra en un contexto dinámico que proviene de Dios.
De este modo, la Iglesia Católica Romana tiene razón y la Iglesia Católica Griega no está equivocada.
Solamente por ese motivo, oportunamente explicado, con bases en una creencia modificada por el saber puramente filosófico, estas dos iglesias se encuentran nuevamente hermanadas y se ha superado el cisma; y no por el potaje del catolicismo antiguo de Döllinger, que es un asqueroso revoltijo de racionalismo y superstición. Mientras tanto, vivimos en la época floreciente de la filosofía y en la época decadente de la religión. Sería necio querer reconciliar a las dos iglesias que van a destruirse y derrumbarse a las doce del mediodía, cuando faltan cinco minutos para las doce.
De este modo también esta parte de la perla opaca podría convertirse en un diamante claro como el agua, y lograríamos completar la parte exotérica del cristianismo.
El desarrollo del mundo, que ha sido decidido con libertad antes del mundo, y el movimiento unitario que con carácter necesario se efectúa en el mundo no pueden detentar ningún carácter moral, al igual que el destino del karma budista. En la parte esotérica de todas las grandes religiones el mundo posee un solo desarrollo necesario, determinado de antemano, por lo tanto no contiene ninguna ética, tal como lo he señalado en el budismo.
A pesar de ello se puede decir que pertenecen a la parte esotérica de la doctrina las virtudes enseñadas por Cristo:
Amor a la patria (obediencia hacia el César, al estado)
Justicia
Amor a la humanidad
Virginidad.
Se las puede caracterizar como cuatro ángeles que sobrevuelan el mundo y le señalan su dirección, y si uno considera que desde el comienzo de la humanidad ellas han encendido el fuego sagrado de los pensamientos de redención en los corazones de los genios particulares, como una brillante donación a la totalidad de la humanidad, puede compararlas con los cuatro corceles brillantes que tiran del carro del alba. Están extendidas por la totalidad del mundo y le confieren su dirección. Al mismo tiempo aceleran el movimiento que resulta de los efectos de distinta naturaleza propios de los individuos.
Entonces nos vemos reconducidos al resultado de las tres importantes citas del Nuevo Testamento que se pueden encontrar en este ensayo.
Las cuatro virtudes en su conjunto son el Espíritu Santo, y en efecto, el espíritu emanado solamente del Padre: la ley divina. Es más grande que Dios, se sitúa por encima de Dios, porque Dios se dio algo que no podía lograr por sí solo; y es más grande que el Hijo, porque éste está compuesto tanto de buenos como de malos individuos, que efectivamente en su acción conjunta marcan el camino del mundo, pero la mayoría son arrancados y forzados. El Espíritu Santo es el camino de Dios hacia el no ser.
Solamente aquellos que de inmediato se balancean sobre el corcel y por ello se acelera la marcha del mundo, o quienes desde atrás empujan el carro del mundo en la misma dirección en que marchan los corceles, pueden detentar la paz interior, gozar del Reino de los Cielos ya en la tierra. Ellos han dejado de ser una fuerza del paralelogramo de fuerzas del que resulta la diagonal, ellos se han posicionado en la dirección de la diagonal y aceleran la marcha del mundo.
Así ellos están llenos del Espíritu Santo, el más grande de los tres seres, así ellos han resucitado.
A no ser que alguien nazca de nuevo, nadie podrá ver el Reino de Dios.
Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede ser que nazca un hombre que ya es viejo? ¿Puede regresar al seno materno y ser nuevamente alumbrado?
Jesús le respondió: En verdad te digo que a menos que se nazca del agua y del espíritu, nadie podrá ingresar al Reino de Dios.
Aquello que nace de la carne es carne, y aquello que nace del espíritu es espíritu.
No te sorprendas de que te haya dicho que debéis nacer de nuevo.
El viento sopla por donde quiere, y tú bien oyes su susurro, pero no sabes cuándo habrá de levantarse y hacia dónde ha de soplar. Así es aquél que ha nacido del espíritu. (Juan 2, 3-8).
Porque de acuerdo con ello el Espíritu es más sagrado que el Padre y que el Hijo, es más grande que ellos y porque sólo ha de ser dichoso, es decir, ha de alcanzar la auténtica y efectiva paz en el corazón, aquel hombre que ha resucitado en el espíritu, es decir, que practica las virtudes del amor a la patria, de la justicia, del amor a la humanidad y de la castidad, por lo tanto:
Aquel que “carga con su espíritu”, es decir, que se opone a él, no podrá tener paz, o sea, “eternamente no ha de tener perdón”.
Con ello hemos tratado toda la parte esotérica del cristianismo: todo el resto es exotérico, y como tal, está lleno de contradicciones y es confuso.
Por la pequeña sustitución gramatical de “era” en lugar de “es” en lo que respecta a Dios, el dogma más oscuro se convierte en la sabiduría más clara y luminosa. El dogma decía:
Dios es, Cristo es, el Espíritu Santo es;
pero ahora dice:
Dios era, Cristo es, el Espíritu Santo es;
y de hecho sólo Cristo es algo real; el Espíritu Santo es algo ideal, abstracto, un verdadero espíritu.
De hecho, uno no necesita aceptar la modificación, se puede dejar el dogma tal como está:
Dios es, Cristo es, el Espíritu Santo es;
si uno solamente se atiene al presente, a que en definitiva Dios en el mundo es el contexto dinámico, algo que básicamente siempre fue aquello que se han imaginado los creyentes esclarecidos cuando hablan de Dios: el regente de la suerte de los hombres y de todas las cosas. Tanto ahora como antes Dios permanece de ese modo; sólo se pierde su realidad como persona. En ese sentido el cristianismo es también un ateísmo encubierto, tal como lo he señalado claramente en mi obra principal, pues el Dios del cristianismo no es el Dios personal del judaísmo, sino que es simplemente una relación real de los individuos de este mundo entre sí. Dios comprendido como contexto dinámico del mundo, como aliento divino, y el Espíritu Santo son solamente espíritu, algo abstracto, ideal; sólo el Hijo, sólo el mundo de las individualidades, es algo real y existe. Es la diferencia que ya marcaban los grandes místicos medievales entre Dios y la divinidad. La divinidad existía antes del mundo y no es idéntica al mundo, y por otro lado Dios (Cristo) es el mundo. Tan maravillosa es esta verdad que siempre muestra el mismo rostro amable, aunque se la gire en cualquier posición.
Por otra parte, si uno se queda con el cambio gramatical, mi explicación del dogma puede compararse con el impulso gracias al cual Colón paró el huevo sobre la mesa.
Si, en cambio, se quiere considerar a mi exégesis del dogma como forzosa y no forjada en el mismo espíritu de Cristo, del Señor, se debe pensar, antes de que por ello se pretenda poner una corona de laureles en mi cabeza, que estoy en claro conocimiento de un lastre que no debí aceptar y que estoy en condiciones de cargarlo.
Solamente gracias a la continuidad de todas las revelaciones espirituales, solamente en el desarrollo del espíritu, solamente apoyándose en el trabajo realizado anteriormente en lo alto de los cielos, Cristo pudo resolver el enigma del mundo, ya que se ha elevado por encima de toda duda que o bien perteneció a una secta en la que soplaba el espíritu indio, o que por otro camino estaba en conocimiento de las grandes religiones orientales. Si hubiese resuelto el enigma del mundo sin sus precursores, habría sido de hecho aquello que debe figurarse el corazón hambriento de amor, bueno y noble de un cristiano creyente: un Dios y no un hombre.
También en el caso anterior se podría hacer esto mismo conmigo, cambiando lo que haya que cambiar, pues tengo la verdad de mi lado. Pero con una sonrisa franca rechazo tanto la apoteosis como la consideración de mi historia individual de vida bajo la forma de una leyenda. Por los carriles de la ciencia pura me he esclarecido y encandilado con la doctrina de Cristo, y me he reconciliado con la ciencia, siendo que al principio no tenía idea de que iba a llegar a esta meta.
¡Hasta que se cierren los últimos ojos humanos gloria y honor a él, al inmenso, al poderoso, a quien reconforta e ilumina las almas, y a sus precursores, a los grandes brahmanes, al manso hijo del rey indio y también al noble Zaratustra!
Para concluir, una indicación más. Se puede caracterizar a toda la época anterior a Cristo como el período en el que Dios, el Padre, fue buscado y ha regido. Con Cristo el Padre se desplazó al fondo y comenzó el período de adoración al Hijo. Considero próxima la época en que ha de comenzar el culto al Espíritu Santo. Es el espíritu de la verdad, el camino y la vida serena, y se trata en efecto de un espíritu en el que no se debe creer, sino al que todos pueden reconocer, y tras ello, conocerlo.
También creo -pero esta creencia es puramente individual y por mi parte no he de forzar a nadie- que si el Padre regió por alrededor de cuatro mil años y el Hijo por dos mil años, el Espíritu Santo ha de regir a la humanidad por solamente mil años. Aquí ha de mostrarse la ley de la progresión matemática respecto al incremento de la velocidad del movimiento. Con la regencia del Espíritu Santo incluso la humanidad habría de extinguirse. Seguramente no sobrevive el panteísmo, la burguesía y la monarquía constitucional.
Si los signos de los tiempos no nos engañan, estamos en el comienzo del fin. Pues, ¿si la sociedad se nivela y el rebaño se vuelve solo uno, qué otra cosa más que la redención habrá de venir? Es imposible un retroceso sostenido en la barbarie y el despotismo; fácticamente resulta imposible, si las leyes materiales no han de ser mutables. Por eso afirmo también en mi obra principal que la solución de la cuestión social es idéntica a la redención de toda la humanidad.