Cuando el orgullo desarticula el pensamiento

Es el estreno de una película bajo el título Orgullo de la Nación”. Una joven judía observa desde la sala de proyección a un auditorio repleto de ese orgullo: el nacional socialista. Comienza a maquillarse. Se esparce dos manchas de rouge sobre sus mejillas como soldado de infantería atravesado por una historia colmada de pérdida, escape y anonimato. Posteriormente, corta un trozo de película en fílmico y lo empalma secretamente sobre el carretel que ya está listo para ser proyectado en la sala de cine. Se mira al espejo y recibe su imagen: un individuo que no ha renunciado a sus bienes culturales ni a su historia. La revolución ha comenzado…

 

 

El fragmento anterior corresponde a la película Bastardos sin gloria, una coproducción estadounidense-alemana de 2009 dirigida por Quentin Tarantino. La historia cuenta la vida de Shoshanna, una joven judía, interpretada por Mélanie Laurent, que pudo escapar de la masacre de su familia en aquella Francia ocupada por los Nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Luego de tres años, el ministro de propaganda Joseph Goebbels organiza la proyección de un documental en el que se ensalza la imagen de Frederick Zoller, un “hombre heroico”, paradigma del orgullo nacional por haber aniquilado a doscientos cincuenta soldados enemigos desde la torre de un campanario. La función contará con todas las altas figuras políticas de Alemania, incluyendo al propio Hitler. Lo que ninguno de los espectadores sabe es que Shoshanna es la dueña de aquel cine en el que finalmente vengará la muerte de sus padres.

El siguiente texto es un intento de referir esta película desde una perspectiva existencialista a un trabajo que Herbert Marcuse publicó a fines de los sesenta: La lucha contra el liberalismo en la concepción totalitaria del estado.

Marcuse describe que posteriormente al siglo XIX surge una nueva imagen del hombre, «resultante de una mezcla de ingredientes tomados de la época vikinga, de la mística alemana, del Renacimiento y del militarismo prusiano: la imagen del “hombre heroico». Este hombre tiene la característica de enfrentarse a todo, y está dispuesto a sacrificarse en pos de un régimen totalitario al cual pertenece. Un régimen que opera concibiendo a la naturaleza, eterna e inmutable, y que se injerta en ella por encima de todo individuo mediante el poder de un gran aparato económico-social. Esta concepción totalitaria no sólo limita la reflexión individual, sino que iguala todo pensamiento poniéndolo bajo su tibia ala mediante un gran elemento de seducción: la edípica ilusión de pertenencia a una gran comunidad protectora. Pertenencia que es aderezada con otra ilusión más: la de una economía fuerte, liderada, no por el pequeño comerciante, sino por el «conductor genial de la economía».

El objetivo de todo régimen totalitario es unificar toda oposición y no acordar con lo desigual. Lo desigual debe igualarse, lijarse o directamente eliminarse. Un régimen totalitario “no da el brazo a torcer”, ya que cualquier pensamiento autónomo pone en peligro a esa maquinaria de poder. No se da oportunidad al diálogo porque precisamente, ante una diversidad de oposiciones, el diálogo busca una salida, una ruptura del modelo y una nueva verdad, poniendo en riesgo la rígida seguridad del cualquier orgullo nacional que se ha cristalizado. «Esta seguridad es fundamentalmente una garantía de la libre conducción económica: no sólo la garantía estatal de la libre disposición de la propiedad privada, sino también la garantía privada de la mayor rentabilidad y estabilidad posible», elementos decisivos del capitalismo occidental, pero que también están encubiertos en todo régimen totalitario bajo la encarnación divina de cualquier caudillo carismático y autoritario, que entusiasma hipnóticamente a un pueblo que busca su tutela, un pueblo inmaduro, un pueblo que ha dejado de pensar por sí mismo.

Retomando el film de Quentin Tarantino podemos ver el comportamiento de un pueblo hipnotizado bajo este caudillaje. Vemos escenas donde los protagonistas forman un bloque obsecuente, repleto de modales fingidos, pero con ese sentimiento de heroísmo y orgullo por esa nación ideal que pronto caerá bajo la encarnación del personaje de Shoshanna, símbolo de la revolución. Esta mujer no se adhiere al régimen porque no renuncia a su historia y su cultura, es decir, no renuncia a lo singular de ella. Es un ser autónomo con un pensamiento y una idea también autónoma. Un personaje que representa una imagen de hombre diametralmente opuesta a la que surgía en ese momento.

Lo existencial es un concepto esencialmente opuesto a lo normativo, es algo que no puede ser objeto de ninguna forma heterónoma que impida el desarrollo de su voluntad. Para un pensamiento libre, no debe haber determinaciones universales ni verdades absolutas. El tipo de existencialismo político que plantea Marcuse nos remite a la idea de concreción de un sujeto histórico: hay una situación histórica que define a un individuo proyectado hacia un futuro propio y que puede desplegar una forma de existencia auténtica. La pregunta por la historia, ya sea de un pueblo o bien de un individuo, surge fundamentalmente en la formación de un pensamiento independiente. Pensamiento que da cuenta de un hombre real, no ficcionado, y que actúa en consecuencia a ese mismo pensamiento.

Marcuse advierte que un hombre ficcionado es aquel donde el «actuar no significa decidirse por […] sino que actuar significa: adoptar una dirección, tomar partido, en virtud de una imposición de destino […] La decisión por algo que yo he aceptado es secundaria». Bajo estas circunstancias podemos señalar en nuestra propia época, a hombres que actúan, pero que no saben para qué lo hacen. Solamente toman partido por algo. La decisión individual no es relevante, la decisión de la mayoría es lo que cuenta y a ella se adhieren. Según Marcuse esta conducta es consecuencia de una imposición de la masa al individuo, de un rebaño que sigue a su pastor: el Estado totalitario que ejecuta mediante una politización total, toda relación económica, social, religiosa o cultural. Es el que guía y marca un único camino: el de servirle a él y en donde un hombre paralizado sucumbe, entregándose ante su divino redentor.

El existencialismo político había postulado como categoría fundamental de la existencia a la decisión que cada individuo tenía que tomar por sí mismo. En cambio, un estado totalitario demanda la obligación total sin permitir que se lo cuestione, ya que si se lo cuestiona, como hemos dicho anteriormente, “no dará el brazo a torcer”. No hacerlo es no articular, y precisamente lo que no se articula es la diversidad de pensamientos.

Marcuse denuncia que hay dos posturas para el hombre de nuestra época: por un lado la de la identidad del individuo que se forma a partir de la libertad a la que tiene derecho; y por otro, la de la obligación política en donde se le otorga al individuo una libertad preconcebida, en la que debe moverse como hámster en una pecera y, en lo posible, girando constantemente la rueda económica.

Para concluir esta brevísima aproximación al texto de Marcuse, quería retomar los conceptos de historia y libertad que convergen en el personaje de Shoshanna. Quentin Tarantino presenta a la protagonista como el modelo que describe Marcuse: un individuo con un pensamiento autónomo, activo y que actúa libremente en el presente bajo su propia voluntad. Ella es libre, y si bien la película plantea la caída del régimen Nazi desde una ficción no histórica, el espíritu que encarna es el mismo de la revolución y el pensamiento.

La palabra revolución proviene del término latino revolutio. No es sinónimo de rebelión o insurrección, en el sentido de un grupo enardecido ejerciendo una contrapartida al poder, sino de cambio o vuelta al punto de arranque. La revolución se origina en el pensamiento y desde la voluntad individual se pone en marcha mediante la acción. Lo propio del hombre es su autonomía y su libertad y cuando se ven amenazadas por un pensamiento paralizante, alisador y desarticulado, es necesario volver a ese punto de arranque: la propia existencia humana, en donde se articula el pensamiento y se despliega la acción.

 

Gonzalo Villafañe

 

BIBLIOGRAFÍA

Marcuse, Herbert. La lucha contra el liberalismo en la concepción totalitaria del estado. Trad. E. Bulygin y E. Garzón Valdez. Buenos Aires. 1988: Editorial Sur. 2007.