Por Juan Manuel Rizzi
“Se trata de recuperar de esta manera el horizonte quizá demasiado humano en el cual se desplaza la técnica”.
(Kusch, 1976, p.94)
Hablamos de una obra que, a partir del libro América profunda, propone el desafío de un tipo de hombre cultural enclavado en un paisaje distinto y hasta incomprensible para nosotros ciudadanos o habitantes de ciudades: la puna o el altiplano. En esa altura, significativa en más de un sentido, nuestras posibilidades de esclarecernos y hacer lo propio con el entorno, se ven limitadas. No es solo que nuestra forma de vivir el viaje real-metafórico (su “Introducción a la puna” de Indios, porteños y dioses) es volver a nuestras costumbres pulcras y a la queja de siempre, sino que el coya, el aymara posee una forma de habitar su mundo en la que se mueve con mayor sentido y seguridad que nosotros en el nuestro.
“Nuestros amuletos son más bien improvisados”, pensamos no necesitar milagros, en la ciudad hacemos todo con la voluntad, y, sin embargo, “quisiéramos hacer lo mismo y no sabemos cómo” (Kusch, 2000, p.256). Detrás del ritual del indio hay un dios benéfico, con el que gana su estar en el mundo, la salida que encuentra el hombre de la ciudad, en cambio, es más compleja pero menos efectiva, va a pensar Kusch. Y retomando lo de una geografía indómita, nuestro problema se trata más bien de la falta de formas de pensamiento para comprenderla (Kusch, 1976, p. 93).
“¿Y esto no es magia? Lo es pero muy cara” (Kusch, 200, p. 259), escribe sobre el poder que otorgamos como occidentales a todo lo que se compra con dinero. En estos términos, que parecerían los más profanos, va a sugerir que la pretensión de acumular dinero u objetos vistosos (que para colmo no podemos entregar en sacrificio) es, sin saberlo, acumular posibilidades de salvación. Kusch encuentra en el “para mí” porteño, el pa´mí, un “recinto sagrado”, en el cual nadie debe entrar y que está poblado por “un sueldito, la mujer o uno mismo” (Kusch, 2000, p.338). En ese recorrido por las expresiones vernáculas, que también es el libro De la mala vida porteña, agrega:
“Y con esto se acabaron los pronombres. Nada más que pa’mí, vos, usted y gente usamos, como los cuatro elementos de la cuaternidad divina, con sus dos miembros profanos y los otros dos sagrados, a un lado y al otro lado del foso que separa el pa´mí del mundo, ese mundo que suprimimos olímpicamente con un que se muera, sólo porque queremos ganar la paz, siquiera por un rato, en el pa´mí junto a las cosas sagradas”. (Kusch, 2000, p. 339)
La salvación por lo material sabemos que rara vez llega, pero en ese fracaso de la riqueza o el progreso del que estamos convencidos, nos volvemos a nuestro interior (Kusch, 2000, p.520). Allí ocurre lo que llamará “la negación en el pensamiento popular”, título de otro de sus libros. Ésta consiste en una fenomenología de lo cotidiano, si se nos permite llamarla así, porque justamente al revés de aquella corriente filosófica europea “las ideas claras y los conceptos definidos son puestos entre paréntesis” para dejar aflorar los polos entre los que opera la realidad, entonces “la verdad no está en los conceptos claros y distintos, sino en el otro extremo del pensar, donde la claridad conceptual se pierde en razón de darse el predominio de elementos opuestos, por así decir, emocionales” (Kusch, 1999, p. 582).
La emoción, al par de la opinión fundada en una forma de vida, es uno de los momentos de dicha “negación”. Al hacer frente a la emoción, ya no como un útil “excitante” en un medio competitivo, el hombre alcanza su punto cero, la tranquilidad y se vence a sí mismo, dirá en boca de uno de sus particulares informantes, Anastasio Quiroga (Kusch, 1999, p.588). En esto se produce, nuevamente, una inversión de una actitud que llamaríamos natural.
“Nuestro prejuicio científico consiste en ir del sujeto al objeto, pero Quiroga obra de un modo anti-científico porque evita el objeto para internarse por decir así, en el sujeto, hasta llegar a los operadores seminales”. (Kusch 1999, p. 586)
Dichos “operadores seminales” se oponen a nuestra idea de la causalidad[1] y sus significados están “condicionados emocionalmente”. Más adelante indicará que este negar las cosas transforma el mundo en símbolos y que su verdad requiere la creencia, siendo a su vez ámbito de la teología popular (Kusch, 1999, p.614). Todo lo cual conduce al “aquí y ahora”.
“Se trata de un tiempo y de un espacio subjetivado, o sea privado, que se refiere a un hábitat vital, en donde nuestro tiempo y nuestro espacio se funden en el hecho puro de vivir aquí y ahora cuando involucra el tiempo de mi vida, mi oficio, mi familia, y en este lugar, de mi comunidad”. (Kusch, 1999, p. 422)
Esta asunción de la totalidad humana, en América deviene en elaboraciones que el autor opone a la caracterización general del ser de la filosofía europea, de acuerdo a la etapa de su obra: el estar[2], el estar siendo[3] o el así es el mundo[4].[5] En la última, Esbozo de una antropología filosófica americana, compondrá con dichos elementos una “ontología del pobre”, quien, en su desprotección, abre un camino posible a la salvación.
“Los ricos constituyen su ser mediante sus excesos, o sea que son por excesivo tener. En cambio los pobres, en tanto carecen de excesos sólo están, tienen un ser disponible, indefinido; es más, no apuntan a ser, sino más bien a salvar su estado, quizás a una especie de sacralización de su propia invalidez, pero para andar de otro modo, un modo que no hace al ser, o a lo constitutivo o individualizante del ser, sino un estar-andando por una senda sacralizada”. (Kusch, 1978, p. 32)
¿Y qué pasa con la tecnología o con las “novedades” en este cosmos donde el hombre vive preocupado por no romper o ganar permanentemente su equilibrio? Ya en América profunda describe a las ciudades como “patios de objetos”.
“Es curioso que en medio de esa moralidad burguesa de los siglos XVI y XVII de las ciudades de Europa, nazca la máquina…Todo lo que no era el hombre y que era temido como inmoralidad ahora es llenado por la máquina…De modo que los objetos constituyen un mundo que a su vez es sucedáneo del mal…”. (Kusch, 1999, p. 140-141)
Luego la “novedad” es sometida “al orden de lo fasto y nefasto”, por eso el indígena puede simplemente rechazarla si no entra en el orden que su cultura considera sagrado (Kusch, 1999, p.594). Cuando dice que para el aymara “la máquina duele”, sostiene que es “porque no hemos inventado las máquinas, sino que lo ha hecho el imperio”, y que duelen en nuestro nivel del estar y no del ser (Kusch, 1978, p. 85). Por la vía del absurdo (es decir, que América no tolera ninguna tecnología), trata de demostrar que en nosotros la cultura es prioridad por encima de la técnica.
“El espanto hizo que el hombre creara las máquinas, según dicen los historiadores. ¿Y la máquina? Crea el espanto si se trata de la máquina de Hiroshima. Y para el espanto se requieren rituales. Estamos en lo mismo”. (Kusch, 1976, p.56)
El horizonte en el que se mueven las máquinas es el horizonte humano, el hombre puede decidir no crearlas, llegado el caso. Ahora bien, la tecnología ya se encuentra ahí, entre nosotros. Retomamos entonces la negación, con su espléndido ejemplo del jet.
Cuando se sube a un avión en La Paz, ciudad indígena, enseguida surge el contraste, la inhabitualidad del jet, en tanto fenómeno físico-matemático, salta a la vista. Pero, una vez que despega su inhabitualidad se trueca en habitualidad, todo está dispuesto para que nos sintamos como en “casa”: las luces, la música, la amabilidad de la azafata, el comer en el asiento. Escribe Kusch:
“…el jet se me convierte en una trampa tecnológica, porque predomina mi puro estar, y todo el jet, pese a su lógica de afirmación, se somete a lo contrario, a una lógica de negación. Todo lo veo entonces desde mi estar, y desde ahí no veo al jet como compuesto de partes concientemente elaboradas, sino como milagro, en suma, en el plano de la revelación”. (Kusch, 1999, p.655)
A pesar de que conforme a nuestros conocimientos universales podamos entender la mecánica de vuelo del avión, él no forma parte de nuestro mundo. Es más: el mismo jet, en su utilización, debe crear una lógica opuesta, la de la habitualidad, como vimos.
“Es el mundo del estar-siendo frente a un jet que solo es, pero no convierte en ser aquello en que estoy, simplemente perpetúa mi estar” (Kusch, 1999, p.656). Y con ello, el mundo de símbolos del que se habló.
Aun considerando que la obra de Kusch se trate de un registro de episodios folklóricos, en un plano más vasto nos hace comprender, a partir de una intuición, la importancia de nuestras respuestas culturales frente a la tecnología por sobre la preocupación del mero “impacto” en el medio (Kusch, 1999, p.630). Y del rescate de lo que llama la “doble vectorialidad del pensar”, apenas sugerido en el pensamiento europeo, que consiste en la validez existencial de la verdad in-útil o no-amanual que late bajo las cosas, fuera incluso de la introducción heideggeriana del tiempo en el ser, según Kusch, otro intento por salvar la creación occidental de objetos.[6]
[1] En El pensamiento indígena y popular en América, escribe sobre este “nuevo” pensar: “Ha de hallarse entonces con un pensar que se oponga al causal y que fuera más bien seminal, en el sentido latino de semen como ‘semilla, germen, origen, fuente’, como lo que se ve crecer y no se sabe por qué, y que por eso mismo pareciera trascendente, ajeno al yo y a la realidad cotidiana, y quizá superior, en el sentido de semel, lo que se da ‘una sola vez’, o ‘una vez para siempre’ (Kusch, 1999, p. 481).
[2] América profunda (1962).
[3] La negación en el pensamiento popular (1975); Geocultura del hombre americano (1976); Esbozo de una antropología filosófica americana (1978).
[4] El pensamiento indígena y popular en América (1970).
[5] En el artículo El mero estar de la cultura quichua, clarifica su particular uso del verbo: “Colocar el verbo estar como género supremo de cultura, parece una herejía filosófica. Sin embargo, no es tal. El concepto de estar, como verbo sustantivado y referido a un ámbito en cierto modo opuesto al ser, está implícito en la tradición filosófica occidental. Cuando Heidegger hace la fenomenología del Dasein o ser-ahí referido al uno anónimo, no hace otra cosa que esbozar una filosofía del estar. Como en alemán sein significa a la vez ser y estar, nuestro autor no tropieza con ningún problema lógico. Otra cosa hubiera sido si hubiese escrito su pensamiento en castellano…De cualquier modo, puede advertirse el aspecto especial del concepto de estar, como un ámbito paralelo al del ser, especialmente en cuanto se cotejan mundos culturales como el quichua y el occidental” (Kusch, 2007, p. 265).
[6] “La doble vectorialidad del pensar” surge en un ciclo de conferencias brindado por Kusch en 1968. En su libro La negación en el pensamiento popular comenta en ese sentido, a su vez, la obra de Carlos Astrada “Fenomenología y praxis”. “Vimos que en Heidegger, al margen de su casuística pero según la interpretación de Astrada, se dan dos vectores del pensar: uno estrictamente volcado hacia el mundo amanual, y el otro en procura de la instalación de la verdad del existir. Esto por su parte se correlaciona con lo que el mismo Heidegger denomina un existir auténtico y otro que es inauténtico” (Kusch, 1999, p.624).
REFERENCIAS:
Kusch, Rodolfo (1978). Esbozo de una antropología filosófica americana. Buenos Aires: Ediciones Castañeda.
Kusch, Rodolfo (1976). Geocultura del hombre americano. Buenos Aires: Fernando García Cambeiro.
Kusch, Rodolfo (2000). Obras completas I. Rosario, Santa Fe: Editorial Fundación Ross.
Kusch, Rodolfo (1999). Obras completas II. Rosario, Santa Fe: Editorial Fundación Ross.
Kusch, Rodolfo (2007). Obras completas IV. Rosario, Santa Fe: Editorial Fundación Ross.