Filosofía de la redención- Philipp Mainländer (parte VI)

Metafísica

 

Os agradezco, dioses,

que habéis decidio erradicarme

sin haber engendrado hijos. Y deja que te aconseje

que no ames ni al sol ni a las estrellas,

ven, sígueme hacia abajo, al reino oscuro.

__________

¡Ven, acompáñame, sin hijos y sin culpas!

Goethe

 

1) La filosofía inmanente que hasta ahora se ha compuesto de dos fuentes: de la naturaleza en un sentido amplio y de la autoconciencia, no ingresa a su última sección libre de toda atadura sin poder “acelerarse con razón”. -En la metafísica ella se sitúa sencillamente en el punto más elevado de la inmanencia. Por ello se ha apropiado del punto de observación más elevado para cada disciplina, desde donde se puede contemplar toda el área cubierta; pero, si quisiera arrojar su mirada más allá de su delimitación, las cumbres más elevadas se apropiarían de la panorámica. Sin embargo, se sitúa en la cumbre más alta: se emplaza por encima de todas las disciplinas, o sea, arroja la mirada sobre todo el mundo y reúne todas las cosas en un único punto de vista.

Entonces la franqueza de la investigación no nos ha de abandonar tampoco en la metafísica.

Debido a que la filosofía inmanente asume siempre para las doctrinas particulares un punto de vista correcto, pero constantemente unilateral, muchos de sus resultados entonces también han de ser unilaterales. Por ello no solamente en la metafísica debemos situar la piedra fundamental de la pirámide, sino que también debemos darle un complemento a resultados parciales y pulir aquellos que sobresalen. O dicho más precisamente: desde el más elevado punto de vista inmanente debemos considerar una vez más toda su extensión inmanente, desde su surgimiento hasta el presente, y en frío hemos de juzgar su futuro.

 

2) Ya en la analítica, siguiendo la sucesión del desarrollo de las cosas (de la mano del tiempo) a parte ante, hemos hallado una unidad simple pre-mundana, ante la cual se paraliza por completo nuestra disposición al conocimiento. La hemos definido de forma negativa y de acuerdo a las disposiciones particulares al conocimiento como algo inerte: carente de extensión, carente de diferenciación, carente de divisiones, carente de movimiento, por fuera del tiempo. Luego nos situamos en la física una vez más frente a esa unidad, pretendiendo reflejarla en el espejo de los principios hallados entonces, la voluntad y el espíritu, pero también aquí nuestros esfuerzos fueron completamente en vano: absolutamente nada se reflejó en nuestro espejo. Por ello nuevamente debimos definirla allí de forma negativa: como unidad simple en reposo y libertad, que no era ni voluntad, ni espíritu, ni una combinación de voluntad y espíritu.

Por otro lado, arribamos a tres resultados positivos extraordinariamente importantes. Reconocimos que esa unidad simple era Dios fragmentándose en el mundo, que ya se había desplomado y desaparecido; además que ese mundo surgido de Dios, precisamente debido a su procedencia de una unidad simple, se emplaza en un contexto completamente dinámico, y en conexión con que el movimiento generado de la acción de todos los seres particulares se constituya permanentemente como el destino; y finalmente, que había existido la unidad premundana.

La existencia fue el delgado hilo que conectó el abismo entre los ámbitos inmanente y trascendente, y en ella debemos entonces mantenernos.

La unidad simple ha existido: de ningún modo podemos predicar alguna cosa más acerca de ella. Para nosotros está completamente velado de qué tipo fue esa existencia, ese ser. Por tanto, si queremos definirla más precisamente, debemos recurrir nuevamente a la negación y decir que no posee similitud alguna con algún ser conocido por nosotros, ya que todo ser que podemos conocer es ser en movimiento, es devenir, mientras que la unidad simple era carente de movimiento, estaba en reposo absoluto. Su ser era un supra ser.

Nuestro conocimiento positivo de que la unidad simple ha existido permanece por lo tanto completamente intacto; puesto que la negación no atañe a la existencia en sí, sino que a una forma de la existencia que no puede ser comprensible para nosotros.

De ese conocimiento positivo de que la unidad simple ha existido surge por sí mismo otro que resulta muy importante: que la unidad simple además debió tener una esencia determinada, pues toda existentia fija una essentia y, por excelencia, es algo impensable que haya existido una unidad pre-mundana, pero que en sí haya sido carente de esencia, o sea, que no haya sido nada.

Pero, al igual que de su existencia, tampoco podemos tener la más mínima representación de su esencia, de la essentia de Dios. Todo aquello que en el mundo comprendemos y conocemos como esencia de las cosas particulares está unido inseparablemente al movimiento, y Dios estaba en reposo. Si aún así queremos definir su esencia, esto solamente puede ocurrir de modo negativo, y debemos decir que la esencia de Dios era una cosa incomprensible para nosotros, pero en sí era un supra-ser totalmente determinado.

También nuestro conocimiento positivo de que la unidad simple tenía una esencia determinada permanece completamente intacto por medio de esta negación.

Hasta aquí todo está claro. E incluso pareciera como si aquí la sabiduría humana encontrara un término y la caída de la unidad en la multiplicidad en definitiva fuese algo carente de fundamento.

En tanto no nos encontramos aquí completamente desprovistos de medios. De hecho, ya contamos con la caída de la unidad en la multiplicidad, el traspaso del ámbito trascendente al inmanente, la muerte de Dios y el nacimiento del mundo. Estamos ante un hecho, el primer y único hecho de la unidad simple. Al ámbito trascendente le siguió el inmanente, ha surgido algo que antes no había existido: ¿no existe aquí la posibilidad de fundamentar ese mismo hecho sin transformarlo en algo fantástico y conducirnos a una ensoñación miserable? En verdad queremos ser prudentes.

 

3) Sin embargo, estamos ante un proceso al que no podemos comprenderlo de otro modo que no sea como un hecho; e incluso nos asiste total derecho a denominarlo así, ya que nosotros nos situamos por completo en el ámbito inmanente, que no es ninguna cosa distinta a ese mismo hecho.

Pero si nos preguntamos por los factores que condujeron a ese hecho, abandonamos entonces el ámbito inmanente y nos situamos en “el océano sin costas” de lo trascendente, que nos está vedado, decimos vedado porque todas nuestras disposiciones al conocimiento se paralizan frente a ello.

En el ámbito inmanente, en el mundo, los factores (en sí) de cualquier hecho son siempre cognoscibles para nosotros: siempre tenemos, por un lado, una voluntad individual de un carácter totalmente determinado y, por otro lado, un motivo suficiente. Por tanto, si en la presente cuestión pretendemos servirnos de ese hecho inalterable, entonces sencillamente debemos caracterizar al mundo como un hecho que ha surgido de una voluntad divina y de una inteligencia divina, o sea, hemos de situarnos en una completa contradicción con los resultados de la filosofía inmanente; pues precisamente hemos concluido que la unidad simple no era ni voluntad, ni espíritu, ni una combinación de voluntad y espíritu, o dicho con palabras de Kant, del modo más arbitrario y sofístico habríamos hecho constitutivos del ámbito trascendente, que es diferente toto genero del inmanente, a principios precisamente inmanentes.

Pero aquí se nos abre de una vez una salida que debemos transitar sin dudarlo.

 

4) Estamos, como hemos dicho, ante un hecho de la unidad simple. Si quisiéramos simplemente denominar a ese hecho como un acto volitivo motivado, al igual que a todos los hechos del mundo que nos son cognoscibles, entonces no procederíamos de forma leal en nuestra tarea, faltaríamos a la verdad y nos convertiríamos en ingenuos soñadores, pues a Dios no podemos atribuirle ni voluntad ni espíritu. Los principios inmanentes de la voluntad y el espíritu simplemente no pueden trasladados a la esencia premundana, no podemos convertirlos en principios constitutivos para la realización del hecho.

Pero, por otra parte, podemos hacer de ellos mismos principios regulativos para “la mera ponderación” del hecho, o sea, podemos intentar explicarnos el surgimiento del mundo de modo que lo encaremos como si hubiese sido un acto volitivo motivado.

La diferencia salta de inmediato a la vista.

En este último caso juzgamos sencillamente de forma problemática, de acuerdo a una analogía con los hechos de este mundo, sin formular de modo alguno un juicio apodíctico sobre la esencia de Dios, siendo ella una pretención insensata. Por otro lado, en el primer caso es afirmado sin más que la esencia de Dios, al igual que la del hombre, ha sido una combinación inseparable de voluntad y espíritu. Si uno afirma esto, o si se expresa de forma velada y denomina a la voluntad de Dios como voluntad en potencia, en reposo, espíritu inefectivo, entonces siempre se habrá de abofetear en el rostro a la investigación honrada con sus resultados: ya que, con la voluntad, el movimiento está presupuesto y el espíritu es voluntad escindida con un movimiento particular. Una voluntad en reposo es una contradictio in adjecto y porta la marca de la contradicción lógica.

 

5) Entonces no transitamos un camino prohibido cuando comprendemos el hecho de Dios como si hubiese sido un acto volitivo motivado, y de este modo, pasando por alto la cuestión de la esencia de Dios, le atribuimos voluntad y espíritu simplemente a fin de ponderar el hecho.

Resulta claro que debemos atribuirle voluntad y espíritu, y no únicamente voluntad, ya que Dios existía en soledad absoluta, y nada había junto a él. Por tanto nada podría haberlo motivado desde afuera, sino que solamente por sí mismo. En su autoconciencia simplemente se reflejaba su esencia y su existencia, nada más.

De ello resulta con necesidad lógica que la libertad de Dios (liberum arbitrium indifferentiae) puede resultar válida únicamente para una elección, y ella es: o bien permanecer como era, o no ser. Bien pudo tener la libertad de ser de otro modo, pero en ese “ser otra cosa” en todos los sentidos debía permanecer latente la libertad, pues no podemos figurarnos ningún ser más perfecto y mejor que el de una unidad simple.

Por tanto, para Dios solamente resultaba posible un único hecho y nosotros, por otra parte, nos situamos frente a un hecho completamente distinto, el mundo, cuyo ser es un continuo devenir, por ello nos surge la siguiente pregunta: ¿por qué Dios, al optar por el no ser, no se arrojó de inmediato a la nada? Debéis atribuirle omnipotencia a Dios, pues su potencia no estaba limitada por nada; se sigue entonces que si él quería ya no ser, debió por ello ser extinguido de inmediato. En vez de ello, surgió un mundo de la multiplicidad, un mundo de la lucha. Ello es una contradicción manifiesta. ¿Cómo pretendéis solucionarla?

Aquí debe repetirse: por un lado se establece lógicamente que para la unidad simple era posible un único hecho: extinguirse por completo; por otro lado, el mundo da prueba de que ese hecho no tuvo lugar. Pero esa contradicción solamente puede ser aparente. Los dos hechos: el único posible lógicamente y el efectivo deben coincidir en su fundamento. ¿Pero cómo?

Es claro que solamente pueden coincidir si logra ser probado que resultó imposible la extinción inmediata de Dios por medio de algún tipo de impedimento.

Entonces debemos buscar ese impedimento.

En la cuestión anterior reza: “debéis atribuirle a Dios omnipotencia, ya que su poder no estaba limitado por nada”. Pero esa afirmación es en su generalidad falsa. Dios existía solo, en soledad absoluta, y se sigue correctamente que él, fuera de sí mismo, no estaba limitado por nada que se encontrase allí; su potencia era entonces una omnipotencia en el sentido de que nada que esté fuera de ella la limitaba. Pero frente a su propia potencia no era una omnipotencia, o dicho con otras palabras, su potencia no podía ser extinguida por sí misma, la unidad simple no pudo cesar de existir por sí misma.

Dios poseía la libertad de ser como él quisiera, pero no estaba libre de su esencia determinada. Dios contaba con la omnipotencia de conducir su voluntad del modo que sea; pero no tenía la potencia de repentinamente no ser.

La unidad simple tenía el poder de ser de algún modo diferente al que era, pero no la capacidad de dejar de ser de un momento a otro. En el primer caso se permanece en el ser, en el segundo, ya no habría de ser: pero entonces él se encontró en esa vía; pues si bien nosotros no podemos fundamentar la esencia de Dios, sabemos, sin embargo, que era una supra-esencia determinada, y esa supra-esencia determinada, fundándose en un supra-ser, no podía, en cuanto unidad simple, cesar de ser por sí misma. Ese era el impedimento.

Los teólogos de todos los tiempos, sin reflexión alguna, han atribuido a Dios el predicado de la omnipotencia, o sea, depositaban en él la capacidad de poder conducir cualquier acción que quisiera. Sin embargo, ninguno pensó la posibilidad de que Dios podía desear incluso reducirse a sí mismo a la nada. Ninguno ha considerado jamás esa posibilidad. Pero, cuando se la considera seriamente, se observa que en este único caso de la omnipotencia divina, aún por sí misma, estaba limitada a que ella no sea omnipotencia alguna frente a sí misma.

El único hecho de Dios, la caída en la multiplicidad, se presenta del siguiente modo: como la realización del acto lógico de la decisión de ya no ser, o dicho de otra manera, el mundo es el medio para el propósito de no ser, y, en efecto, el mundo es el único medio posible para ese propósito. Dios reconoció que él solamente podría pasar del supra-ser al no ser por medio del devenir de un mundo real de la multiplicidad, solamente en el ámbito inmanente.

Además, si no fuese claro que la esencia de Dios era un impedimento para él lograse reducirse de inmediato a la nada, no podría entonces inquietarnos de ningún modo el desconocimiento del impedimento. Pues debiésemos postular sencillamente un impedimento incognoscible en ámbito trascendente, puesto que en adelante, en el ámbito puramente inmanente, resultará totalmente convincente para todos que la totalidad del mundo en efecto se mueve del ser hacia el no ser.

La pregunta que aquí aún podría ser formulada, ella reza: por qué Dios no anheló antes el no ser, y, aún por encima de ello: por qué prefirió el no ser al supra-ser, carecen de significado, ya que aquello que atañe a la primera, “antes”, es un concepto temporal, que para la eternidad es por demás, y en todo aspecto, carente de sentido, y a la segunda la responde satisfactoriamente el hecho del mundo. Bien debió haber merecido la preferencia el no ser por encima del supra-ser, puesto que de lo contrario Dios, en su perfecta sabiduría, no habría optado por él. Y tanto más si se consideran los sufrimientos de las ideas superiores que nos son conocidas, los sufrimientos de los animales más cercanos a nosotros y los de los hombres, sólo por medio de los cuales puede alcanzarse el no ser.

 

6) Sólo provisionalmente hemos atribuido voluntad y espíritu a la esencia de Dios, y hemos comprendido el acto de Dios como si hubiese sido un acto volitivo motivado sencillamente a fin de obtener un principio regulativo para la simple valoración del hecho. Además, siguiendo este camino, hemos cumplido nuestro propósito, y la razón especulativa puede darse por satisfecha.

Sin embargo, no debemos abandonar nuestra particular posición entre el ámbito inmanente y el trascendente (estamos pendiendo del delgado hilo de la existencia, por encima del abismo sin fondo) a fin de ingresar nuevamente al mundo firme, el seguro suelo de la experiencia, sin antes haber remarcado enfáticamente que la esencia de Dios ni ha sido una suma de voluntad y espíritu, como se da en el hombre, ni una implicación mutua de ambos elementos. Por eso, nunca un espíritu humano podrá fundamentar el verdadero origen del mundo. Lo único que podemos y se nos permite hacer -de cuya posibilidad ya nos hemos servido- es representarnos el acto divino según una analogía con las acciones dadas en el mundo, pero siempre conscientes de esta acción y sin perder nunca de vista que:

 

vemos el interior de la palabra oscura mediante un espejo. (1 Cor. 13).

 

Y, según nuestra capacidad de comprensión, abarcamos un acto dividiéndolo en secciones, que, en cuanto que fue un acto unitario de una unidad simple, nunca podrá ser comprendido por un espíritu humano.

Aún así, el resultado de la reconstrucción de las secciones es satisfactorio. Tampoco nos olvidamos de que de todas formas podríamos estar satisfechos si se nos impidiese reflejar el acto divino de un modo oscuro, pues el ámbito trascendente y su unidad simple han desaparecido de este mundo sin dejar rastros, un mundo donde solamente existen voluntades individuales, y junto o por detrás de las cuales no existía nada más, del mismo modo en que antes del mundo únicamente existió la unidad simple. Y este mundo es tan rico, él respondió, cuestionado con franqueza, tan nítida y claramente que un pensador razonable, con el corazón liviano, se ha de apartar del “océano carente de costas”, y alegremente se ha de volcar con toda su fuerza espiritual al acto divino, al libro de la naturaleza, que permanentemente se encuentra abierto ante sí.

 

7) Antes de que continuemos queremos resumir los resultados:

 

1) Dios quiso el no ser;

2) su esencia era un impedimento para el ingreso inmediato al no ser;

3) la esencia tuvo que desplomarse en un mundo de multiplicidad, cuyas esencias particulares, todas, poseen el anhelo del no ser;

4) en ese anhelo hay mutua interferencia, ellas luchan entre sí y, de ese modo, debilitan sus fuerzas;

5) toda la esencia de Dios se comunicó al mundo en una forma modificada, como una suma de fuerza determinada;

6) el mundo entero, la totalidad del mundo, cuenta con un propósito, el no ser, y se obtiene por medio de un debilitamiento continuo de la suma de sus fuerzas;

7) todo individuo, por medio del debilitamiento de su fuerza, ha de ser llevado a lo largo de su proceso de desarrollo hasta el punto en que el anhelo por su exterminio puede ser satisfecho.

 

9) Ahora hemos de someter a examen aquellos resultados que se refieren al ámbito inmanente.

En el reino inorgánico tenemos gases, fluidos y cuerpos sólidos.

Los gases poseen un único anhelo: difundirse en todas las direcciones. Si pudiese cumplirse ese anhelo de forma ilimitada, entonces no podría ser exterminado, pero siempre se volvería cada vez más débil; estaría cada vez más próximo a su exterminio, pero nunca lo alcanzaría, o dicho de otro modo: los gases poseen el anhelo de exterminio, pero no pueden alcanzarlo.

También en este sentido debemos pensar el estado del mundo en sus primeros períodos. Constantemente los individuos, como si hubiesen sido una llameante neblina primigenia en la más acelerada rotación, extendieron a lo largo de la nada absoluta su esfera de fuerza que, de forma subjetiva, no podemos determinar espacialmente, generándose de este modo una incesante lucha entre ellos, hasta que el agotamiento de algunos individuos fue tan grande que no pudieron mantenerse en forma gaseosa, y por goteo se transformaron en fluidos. Los físicos afirman: en el frío espacio ellos pierden una parte de su calor: ¡qué explicación insuficiente! Por medio de su propio anhelo y por la lucha fueron tan debilitados que, si hubiese habido presente un sujeto cognoscente, habría podido objetivar su anhelo, su esencia, solamente como un fluido.

Los fluidos poseen un único anhelo: ellos quieren fluir horizontalmente hacia todas las direcciones,hacia un punto ideal que se halla por fuera de sí. Pero es claro que el anhelo por un punto ideal es un anhelo por el no ser que se presenta muy abiertamente, puesto que todo aquel fluido que pueda lograr cumplir el propósito de su anhelo, ha de extinguirse de inmediato.

En el período del mundo en que los individuos gaseosos se transformaron en fluidos comenzó la formación del cuerpo del mundo. Todos los fluidos contaban permanentemente con el anhelo por algún punto medio determinado, al que, sin embargo, no pudieron alcanzar. Si tenemos en vistas solamente a nuestro sistema solar, entonces solamente había una única y monstruosa esfera de gases, por todos lados bañada por un mar ígneo, pero líquido (similar a una pompa de jabón). Todo gas tenía en su interior el anhelo de quebrantar ese mar y poder diseminarse en todas las direcciones; mientras que el mar tenía el anhelo de alcanzar el punto central de la esfera gaseosa. De ello resultó una tensión extraordinariamente gigante, una violenta presión y contra-presión, sin otro resultado más que un paulatino debilitamiento de las fuerzas individuales, hasta que finalmente se formó una sólida costra alrededor de todo ello.

Todo cuerpo sólido posee un único anhelo: extenderse hacia algún punto ideal externo a él. En nuestro planeta, ese punto es el centro de la tierra, carente de extensión. Si algún cuerpo sólido pudiese alcanzar libre de impedimentos el centro de la tierra, entonces, en ese momento en que lo alcanzase, estaría completamente muerto por siempre.

Los siguientes períodos de la tierra, que continúan a aquellos en los cuales se habían formado sólidas costras alrededor de los cuerpos celestes, estuvieron marcados por grandes transformaciones. Ya que desde el comienzo todo el mundo se encontraba en movimiento de rotación, se separaron entonces cuerpos sólidos (los de menor densidad) y orbitaron, formando anillos, alrededor del sol en el centro, hasta que en sucesivas transformaciones, surgieron los planetas, mientras que el cuerpo central, de acuerdo a la hipótesis Kant-Laplace, prosiguió a condensarse en un continuo y permanente enfriamiento y contracción (debilitamiento de la fuerza).

 

9) El estado primigenio del mundo se presenta a nuestro pensamiento como una impotente nostalgia de los individuos por la muerte absoluta, que encontraba solamente una realización parcial en el debilitamiento de la suma de fuerzas determinadas, un debilitamiento que se incrementa en el tiempo.

Se reflejaba en el mundo de aquel entonces, al igual que para todo gas en el mundo actual, el impedimento que Dios encontraba con su esencia cuando anhelaba no ser, o incluso el momento regresivo: de todo gas se advierte el reflejo de la debacle de la trascendencia de cuando Dios anheló no ser y no pudo darle una realización inmediata.

En los períodos subsiguientes se nos presentaron individuos particulares que bien habrían estado consagrados a la total y absoluta satisfacción de su nostalgia si hubiesen podido alcanzar su meta libres de impedimento.

Pero la totalidad del mundo actual no puede ser pensada de otro modo distinto que como una esfera finita, pero imposible de mensurar para nuestro espíritu, con una cáscara líquida, o una sólida extraordinariamente delgada, dentro de la cual todos los individuos inorgánicos se ven impedidos de alcanzar el propósito de su anhelo, o, dicho con otras palabras, la totalidad del mundo ha de mantenerse permanentemente en una tensión violenta, que debilita de modo continuo la suma de fuerzas determinada.

 

10) En todo el reino inorgánico de la totalidad del mundo no está presente ninguna otra cosa más que la voluntad individual con un anhelo determinado (un movimiento). Ella es ciega, es decir, su propósito se encuentra en su anhelo, ya está por sí mismo contenido en el movimiento. Su esencia es puro ímpetu, pura voluntad, siempre siguiendo el impulso que resultó de la caída de la unidad en la multiplicidad.

Pues cuando decimos que los gases pretenden dispersarse in indefinitum, y los líquidos y los cuerpos sólidos quieren desplazarse hacia un punto ideal situado por fuera de ellos, de este modo expresamos simplemente que un sujeto cognoscente, siguiendo la dirección de estos anhelos, ha de llegar a un fin determinado. Independientemente de todo sujeto cognoscente, todo cuerpo inorgánico tiene un solo movimiento determinado, es puro y auténtico impulso, en definitiva, es voluntad ciega.

Y entonces me pregunto: ¿cómo debe reflejarse ahora la voluntad de las ideas químicas en el espíritu del hombre? ¿Como voluntad de vivir? ¡De ningún modo! Según todo lo expuesto ella es pura voluntad de morir.

Éste es un resultado muy importante. A lo largo del reino inorgánico la vida no es aquello que sea anhelado, sino más bien lo es la aniquilación; la muerte es anhelada. Por lo tanto, nos confrontamos con una única voluntad, ya queha de ser demandado aquello que no se hace presente, puesto que se da un momento de retracción que hace imposible su consecución. La vida no es algo anhelado, sino que es simplemente una apariencia de la voluntad de morir, y es así en el estado primigenio del mundo y en todo gas en el presente: una manifestación en el individuo del momento de retracción, y en todo líquido y en todo cuerpo sólido: manifestación de un ansía impedida desde fuera. Por eso, en el reino inorgánico la vida del individuo no es un medio para un propósito, sino quela lucha en general es el medio, o sea, la multiplicidad condicionada en él. La vida en el reino inorgánico siempre es simplemente una figuración, es el lento y constante movimiento de las ideas químicas hacia la muerte.

En tanto que haya ideas gaseosas en el mundo (y hoy en día ellas superan a todas las otras) la suma de las fuerzas presentes en el mundo no se encontrará lista para la muerte. Los líquidos y los cuerpos sólidos están listos para la muerte, pero la totalidad del mundo es una suma íntegra, una unidad colectiva situada enteramente en un contexto dinámico que cuenta con un único propósito: el no ser; y por ello los líquidos y los cuerpos sólidos no podrán cumplir su anhelo hasta que todos los gases se hayan debilitado y se conviertan en sólidos o líquidos, o dicho con otras palabras: la totalidad del mundo no podrá reducirse a la nada hasta que la suma de fuerzas contenida en ella no esté por completo lista para la muerte.

Entonces de aquí en adelante, en vistas al todo, la vida de los líquidos y de los sólidos, es decir, sus anhelos impedidos externamente, ha de figurarse como un medio, más bien, como un medio para lograr el propósito de la totalidad.

En la física hemos asumido una posición muy básica respecto a las ideas químicas y solamente hemos alcanzado un resultado a medias. Muy acertadamente hemos identificado las ansias impedidas de todas las ideas con la vida, pero, ya que nos hemos detenido allí, o mejor dicho: sin el desarrollo de la metafísica tuvimos que estancarnos allí, hemos fallado entonces al explicar la voluntad. Las ideas químicas anhelan la muerte, sin embargo, pueden alcanzarla únicamente por medio de la lucha, y por eso mismo están vivas: ellas, en su núcleo más profundo, son voluntad de morir.

 

11) Ingresamos al reino de lo orgánico. De la física debemos recordar que éste no es otra cosa más que una forma del debilitamiento de la suma de fuerzas que existen en la totalidad del mundo. Ahora lo expresaremos de un mejor modo: la forma más perfecta de la extinción de la fuerza. Esto nos basta hasta aquí. Más adelante hemos de alcanzar otro sitio en el cual nuevamente profundizaremos en la organización y podemos comprender todo su significado.

Las plantas crecen, se reproducen (de algún modo) y mueren (de acuerdo a alguna expectativa de vida). Si prescindimos de las particularidades, salta claramente a la vista el hecho de la muerte efectiva, que en el reino inorgánico no puede manifestarse de forma alguna. ¿Podría morir la planta si no lo desease en el más íntimo núcleo de su ser? En definitiva ella sigue su impulso fundamental que generó todo su anhelo a partir de la nostalgia de Dios por el no ser.

Pero la muerte de las plantas es solamente una muerte relativa, su anhelo encuentra solamente una realización parcial. Ellas se reprodujeron, y mediante la engendración continúan viviendo.

Pues porque la reproducción, el mantenerse con vida, está motivada precisamente desde afuera y depende de otras ideas, pero en sí misma se origina en lo más esencial de lo más interno de la planta, por esto, la vida de las plantas es una figuración muy diferente a la vida de la idea química. Mientras que para aquella la vida es simplemente una inhibición de la voluntad de morir, dispuesta y condicionada desde dentro o desde fuera, para las plantas, por su parte, la vida es algo directamente anhelado. Entonces las plantas nos muestran voluntad de vivir junto a la voluntad de morir, o, mejor dicho: ya que ellas anhelan la muerte absoluta, pero no pueden alcanzarla, quieren por ello la vida directamente como medio para alcanzar la muerte absoluta, y la resultante es la muerte relativa.

Todo ello es la figuración de su impulso, que no es conducido por ningún conocimiento, o sea, en el sujeto cognoscente se refleja su impulso de la forma dada. Las plantas son pura voluntad, puro ímpetu, siguiendo un impulso que es contenido en la caída de la unidad en la multiplicidad por las ideas químicas simples que las constituyen.

En la física hemos definido a las plantas como voluntad de vivir con un movimiento determinado (el crecimiento). Esta explicación precisa una corrección. Las plantas son voluntad de morir, al igual que las ideas químicas, y voluntad de vivir, y lo resultante de estas disposiciones es la muerte relativa, de la cual ellas son parte.

 

12) Los animales son también vida vegetativa, y todo lo que dijimos sobre las plantas vale también para ellos. En cuanto planta, es voluntad de morir y voluntad de vivir, y de esas tendencias resulta la muerte relativa. Se anhela la vida como medio para alcanzar la muerte absoluta.

Pero además, los animales son una combinación de voluntad y espíritu (en un determinado grado). La voluntad se ha escindido parcialmente, y cada parte posee un movimiento peculiarmente escindido. Por ello su vida vegatativa se ve modificada.

El espíritu del animal percibe un objeto y siente instintivamente el peligro que lo amenaza. Ante determinados objetos el animal experimenta temor a la muerte.

Estamos frente a una figuración extraordinariamente particular. El animal desea su aniquilación en el más profundo interior de su esencia, y, sin embargo, teme a la muerte por medio de su espíritu, ya que ésta es una condición, puesto que el objeto peligroso ha de ser percibido de algún modo. Cuando no es percibido, el animal permanece tranquilo y no teme a la muerte. ¿Cómo ha de explicarse este fenómeno tan extraño?

En la física hemos visto que el individuo se encuentra limitado: no es totalmente independiente. Cuenta solamente con una plenitud de poder a medias. Actúa sobre cada idea directa e indirectamente, pero también experimenta las acciones de todas las otras ideas. Es un miembro de una unidad colectiva que se encuentra en el contexto más decididamente dinámico, y por eso no desarrolla una vida completamente autónoma, sino que más bien una cósmica.

También hemos visto antes, en el reino inorgánico, que algunas individualidades ya están listas para la muerte y para ser redimidas, si se les da vía libre a sus impulsos. Pero éstas han de vivir, en cuanto que son medios para lograr el propósito de la totalidad.

Del mismo modo ocurre entre los animales. El animal es un medio para lograr el propósito de la totalidad, de la misma manera en que todo el reino de lo orgánico es sencillamente un medio para la obtención del fin de lo inorgánico. Y, en efecto, su conformación se corresponde con el fin determinado que él ha de cumplir.

Entonces no podemos fijar ese propósito en ninguna otra cosa más que en una extinción de la fuerza más efectiva, que solamente se puede lograr por medio del temor a la muerte (una voluntad de vivir más intensa), que, por su parte, es también un medio para cumplir el propósito de la totalidad, la muerte absoluta.

Pues mientras que en las plantas se encuentra la voluntad de vivir junto a la voluntad de morir, en los animales la voluntad de vivir se halla por delante de la voluntad de morir, y la esconde por completo: el medio se sitúa adelante del fin. Así, en la superficie, el animal desea únicamente la vida, es pura voluntad de vivir y teme a la muerte, que sólo desea en la fundamentación de su esencia. Entonces me pregunto también aquí: ¿podría morir el animal si no lo deseara?

 

13) El hombre es, además, un animal, y aquello que hemos dicho sobre ellos vale también para él. En cuanto animal, en él la voluntad de vivir se sitúa por delante de la voluntad de morir, y la vida es anhelada daimónicamente y la muerte se teme daimónicamente.

Pero en el hombre tiene lugar una escisión más de la voluntad y por ello una división más del movimiento. A la razón, que combina lo diverso de la percepción, se le suma el pensamiento, la razón reflectante, la reflexión. Mediante ello la vida animal se ve esencialmente modificada, y, de hecho, en dos direcciones muy distintas.

Así, por un lado, el temor a la muerte se ve incrementado, y, por otro lado, el amor a la vida también crece.

El temor a la muerte se incrementa: el animal no conoce la muerte y sólo le teme instintivamente, cuando percibe u objeto peligroso. Por su parte, el hombre conoce la muerte y sabe qué significa ella. Pues con su mirada abarca el pasado y vislumbra el futuro. Por ello advierte una cantidad extraordinariamente mayor de peligros que el animal, y con ello quiero decir, infinitamente más.

El amor a la vida crece: el animal en general sigue sus impulsos, que se limitan al hambre, la sed, el sueño y todo aquello referido al celo. Vive en un círculo estrecho. El hombre, por medio de su razón, enfrenta la vida en formas tales como la riqueza, las mujeres, el honor, el poder, la gloria, etc., que aumentan su voluntad de vivir a apetencia por vivir. La razón reflectante multiplica sus impulsos, los aumenta y los orienta hacia los medios para su satisfacción: artificialmente hace de la satisfacción un placer refinado.

De esa manera, la muerte es odiada con toda el alma y con la mención de su simple nombre se retuerce tortuosamente el corazón de la mayoría, y el temor a la muerte aumenta a pavor por la muerte e inseguridad cuando el hombre fija su mirada en ella, por el contrario, la vida es amada con pasión.

Por ello, en el hombre la voluntad de morir, el impulso de su esencia más íntima, ya no está simplemente tapada por la voluntad de vivir, como ocuurre en el animal, sino que se hunde completamente en la profundidad, donde ella sencillamente, y de vez en cuando, se manifiesta como una profunda nostalgia por la calma. La voluntad pierde por completo de vista y en el horizonte de sentido a su propósito y, en definitiva, se limita a su medio.

Pero en una segunda dirección la vida animal es modificada de otra manera por medio de la razón. Ante el espíritu del pensador hacia lo alto se eleva desde lo profundo del corazón, brillando e iluminando, el puro propósito de la existencia, mientras que el medio desaparece por completo. Entonces la conmovedora imagen colma por completo su mirada y enciende su voluntad: bravamente arde la nostalgia por la muerte y, sin titubear, la voluntad, en su entusiasmo moral, se aferra al mejor medio para obtener el advertido propósito, la virginidad. Un hombre así es la única idea en el mundo que incluso puede alcanzar la muerte absoluta, en la medida que lo desee.

 

14) Resumiendo, todo en el mundo es voluntad de morir, que en el reino de lo orgánico, más o menos disimulada, aparece como voluntad de vivir. La vida es querida por puro impulso vegetativo, por el instinto, y, finalmente, de forma daimónica y consciente, ya que de ese modo ha de ser alcanzado más rápidamente el propósito de la totalidad, y a través de él, el propósito de todas las individualidades.

Al principio del mundo, la vida era una figuración de la voluntad de morir, del anhelo por no ser, que ha sido postergado por un momento de retracción en ella.

En la totalidad del mundo ya formado, conservado por completo en la tensión más intensa, uno puede caracterizar a la vida, más que nada en vistas a las ideas químicas, como un anhelo reprimido por el no ser, y así decir que se presenta como un medio para la realización del propósito de la totalidad.

Por otra parte, los organismos por sí mismos quieren la vida, ocultan su voluntad de morir en la voluntad de vivir, o sea, por sí mismos anhelan el medio que en definitiva habrá de conducir a la muerte absoluta a cada uno de ellos, y, mediante ello, a la totalidad.

Entonces, en la superficie, finalmente hallamos una diferencia entre el reino inorgánico y el de lo orgánico que resulta muy importante.

Pero básicamente el filósofo inmanente ve en la totalidad del mundo sólo la más profunda nostalgia por la extinción absoluta, y para él es como si escuchase claramente el clamor que aqueja a todas las esferas celestes: “¡Redención! ¡Redención! ¡Muerte a nuestra vida!” Y la respuesta a ello, colmada de consuelo: “¡Todos vosotros encontraréis la aniquilación y alcanzaréis la redención!”

 

15) En la física hemos remitido la adecuación a fines de la naturaleza, que ninguna persona razonable puede negar, al primer movimiento, a la caída de la unidad en la multiplicidad, movimiento del cual todos los otros fueron o son continuaciones. Eso bastó completamente. Pero ahora relacionamos inmediatamente la adecuación a fines con la decisión de la unidad premundana de pasar del supraser al no ser.

A la unidad simple le estaba vedada la inmediata realización de su propósito, pero no la realización en general. Era necesario un proceso (una vía de desarrollo, un paulatino debilitamiento), y todo el transcurrir de este proceso ya se encontraba virtualmente en la caída.

Por tanto, todo en este mundo tiene un propósito, o, mejor dicho, al espíritu humano la naturaleza se le presenta de modo tal como si ella se moviese alrededor de un único propósito. Pero básicamente todo se sigue simplemente del primer impulso ciego, en el cual aquello que nosotros debemos distinguir como medio y propósito se encontraba inseparablemente unido. Todas las cosas que hay en el mundo no son arrastradas por algo que esté delante ni son dirigidas desde arriba, sino que son impulsadas por sí mismas.

De esa manera todas las cosas están entre sí implicadas, cada cosa remite a otra, cada individualidad fuerza y es forzada, y el movimiento resultante de todos los movimientos individuales es como si la unidad simple contase con un movimiento unitario.

La teología es un principio meramente regulativo para la valoración del decurso del mundo (el mundo es pensado como si procediese de una voluntad que fuese dirigida por la sabiduría más elevada), pero entonces, incluso como tal, pierde simplemente todo lo escandaloso que desde siempre ha tenido para toda mente empírica esclarecida, si el mundo es remitido a una unidad simple premundana que ya no existe. Hasta aquí sólo se ha tenido la elección entre dos caminos en los cuales no se ha podido hallar satisfacción alguna. O bien se debió negar la adecuación a fines, o sea, abofetear a la experiencia a fin de mantener un ámbito puramente inmanente, libre de fantasmagorias; o se debió conceder el honor a la verdad, esto significa reconocer la adecuación a fines, pero luego también adoptar una unidad en, o por encima, o por detrás del mundo.

La filosofía inmanente, con su corte radical entre el ámbito inmanente y el trascendente, ha solucionado el problema de un modo totalmente satisfactorio. El mundo es el acto unitario de una unidad simple que ya no se encuentra, y por ello se encuentra un contexto dinámico ineludible, del cual surge un movimiento unitario.

 

16) Ahora, de la mano segura de los resultados obtenidos, hemos de profundizar una vez más la vida orgánica.

Los investigadores de la naturaleza refieren la vida orgánica a una generación primigenia, y la perspectiva que se impone en la actualidad es que ya no tiene lugar en la naturaleza una generatio aequivoca.

Como hemos de recordar de la física, para la filosofía inmanente no existe ninguna brecha entre los cuerpos inorgánicos y los organismos. Aquello que diferencia unos de otros es su movimiento. Si se quisiera establecer una brecha, entonce ella no sería ni amplia ni ofrecería motivos para una mayor fascinación que la que fijamos entre un gas y un líquido.

El movimiento del organismo es el crecimiento, o sea, la conservación y formación de un determinado tipo por medio de una permanente asimilación y diferenciación de las fuerzas químicas que constituyen el tipo.

Todo organismo es una idee cerrada, del mismo modo en que la es el óxido de cobre. Al igual que aquél, también ellos mantienen unidas fuerzas químicas simples, o, mejor dicho: las conservan en una unidad simple carente de diferencias.

Aún así, mientras que la unión química no posee otro anhelo más que aquél unitario y determinado, proveniente de la naturaleza de las fuerzas combinadas que lo constituyen, el organismo confronta aquellas ideas químicas que forman parte de su tipo con una asimilación abrumadora y las obliga a integrar, o a abandonar este tipo que las conserva y forma. Ello es la esencia del crecimiento, y en un sentido amplio, de la reproducción.

La base de todo organismo es entonces un tipo, una determinada unión química que posee un movimiento determinado que no resulta encontrable en el reino inorgánico.

Pero todo tipo orgánico es un eslabón en una cadena de desarrollo, y como tal es esencialmente distinto del primer eslabón de la cadena.

Entonces, ¿cómo han surgido los organismos?

Es claro que han surgido mediante la combinación de ideas químicas simples, o de combinaciones de éstas que ya existían. Pero esas ideas o combinaciones debían encontrarse en un estado totalmente determinado, y ese estado solamente pudo darse una única vez en nuestro mundo en el proceso total de desarrollo de la vida cósmica. Se dio de modo necesario, y también ocurrió de forma necesaria en cuanto el primer organismo pudo formarse, o sea, en una nueva figuración se presentó una unión química en movimiento, de la misma manera que cuando lo líquido y lo sólido lograron conformarse por primera vez, únicamente dentro del proceso necesario de desarrollo de la totalidad del mundo.

Por ello la generatio aequivoca debió darse en nuestro planeta una única vez, pues en la marcha siguiente de la vida cósmica no ha de presentarse ningún día más en que las ideas química puedan tener un estado que sea el necesario para permitir el surgimiento de un organismo.

Este origen y el hecho de que la vida orgánica solamente pudo inflamarse por sí misma sitúan a todos los organismos en el escalón de la autonomía restringida, que asumen las ideas químicas simples, y se les concede, por decirlo así, el honor que es propio de ellas, si bien éstos solamente pueden conservarse en la existencia por medio de aquéllas.

Es totalmente indiferente en qué número aparecieron los primeros organismos. Esta organización, esta nueva forma, se hizo presente. Ellos surgieron por necesidad, por necesidad se mantuvieron en la existencia, por necesidad se desarrollaron a lo largo de la marcha del desarrollo de la totalidad y por necesidad en algún momento habrán de cesar y de nuevo no existir, cuando su trabajo haya concluido.

A partir de nuestras presentes investigaciones resulta claro que la totalidad del reino de los organismos es simplemente una forma mejorada para el exterminio de la suma de fuerzas activas en la totalidad del mundo. Todo organismo sigue su impulso, pero, en la medida en que lo hace, son miembros funcionales al todo. Son formas que desarrollan sus vidas individuales y siguen sus impulsos, y que sin embargo, estando en un contexto dinámico con todas las otras individualidades, se desprenden de ideas químicas, las arrastran en los torbellinos de sus movimientos y luego las expulsan, cuando éstas ya no son tal como eran, sino que han sido debilitadas, aún cuando el debilitamiento se escape al observador, y recién al final de un extenso período de desarrollo ello pueda develarse a la percepción.

Aquí parecería como si el hombre que en un entusiasmo moral se aferra ardorosamente a la virginidad a fin de alcanzar la muerte absoluta, la total y definitiva redención de la existencia se hallase en un lamentable delirio, además, que él, situándose en una negación total o parcial de la voluntad de vivir (en la afirmación de la voluntad de morir), actuase en contra de la naturaleza, en contra de la totalidad del mundo y de su movimiento del ser hacia el no ser. Pero podemos hallar un consuelo: simplemente es una apariencia, tal como ahora he de mostrarlo.

 

17) Aquél que efectivamente niega la voluntad de vivir obtiene con la muerte el exterminio total y absoluto de su tipo. Rompe su forma y ningún poder en todo el mundo puede recomponerla: ella, en su peculiaridad y en su correspondiente pesar y tormento por la existencia, es tachada para siempre del libro de la vida. Nada más puede pedir, y tampoco lo pide. Por medio de la abstinencia de los disfrutes sexuales se ha librado de renacer, ante lo cual su voluntad se sobrecoge, tal como una persona tosca lo haría ante la muerte. Su tipo ha encontrado la redención: esa es su dulce recompensa.

Por otra parte, aquél que efectivamente ha afirmado su voluntad de vivir no encuentra redención alguna con la muerte. Sin embargo, su tipo se desploma y se disuelve en sus elementos, pero en la realidad él ya ha comenzado su nuevo esforzado tránsito por un camino cuya longitud es inestimable.

Entonces los elementos a partir de los cuales su tipo está compuesto siguen existiendo tras su muerte. Ellos pierden su típica conformación, su típica peculiaridad, se implican nuevamente en la vida cósmica, constituyen uniones químicas o ingresan a otros organismos cuya vida sostienen. Sin embargo no puede inquietar a un sabio que ellos permanezcan en la existencia, pues en primer lugar ellos nunca más pueden incorporarse nuevamente a su tipo individual; entonces éste se sabe en el camino seguro a la redención.

 

18) Volvamos a la segunda objeción. Aquél que permanece en la negación de la voluntad de vivir ha de actuar en contra de la naturaleza en la medida en que reprime el impulso sexual.

En seguida se ha de replicar de una forma absolutamente general que en la totalidad de un mundo que se halla en un contexto totalmente dinámico y es dominado completamente por la necesidad no puede ocurrir nada que esté en contra de la naturaleza. El santo adquiere la vida con un carácter y un espíritu totalmente deternibnados, y ambos son torneados en el torrente del mundo. Así llega necesariamente el momento en que su voluntad se enciende en el conocimiento y debe optar por la negación. ¿Dónde se halla en todo este proceso de desarrollo individual el más mínimo resquicio en donde pueda situarse alguna insensata objeción? Muy lejos de actuar en contra de la naturaleza, el santo se encuentra en medio del movimiento de la totalidad del mundo, y si con su muerte su tipo abandona el mundo, incluso esto debe ocurrir en vistas del cumplimiento del propósito de la totalidad.

Luego hemos de señalar que aquél que reprime el impulso sexual lleva a cabo una lucha en la que la suma de fuerzas en la totalidad del mundo se debilita más efectivamente que por medio de la entrega total a la vida. Como lo ha señalado Montaigne muy acertadamente, es mucho más sencillo llevar una coraza a lo largo de toda la vida que permanecer casto:

 

(Je trouve plus aysé de porter une cuirasse toute sa vie, qu’un pucellage, et est le voeu de la virginité le plus noble de tous les voeux comme estant le plus aspre).

(Sur des Vers de Virgile).

 

y los indios dicen: es más fácil arrancarle la presa de las fauces a un tigre que dejar insatisfecho el impulso sexual. Pero si este caso efectivamente se da, también en esta perspectiva el santo se encuentra al servicio de la naturaleza: se ofrece a ella en su lealtad y con ello acelera su marcha de la forma más efectiva.

 

Mientras que el ebrio de vida convierte

el poder en alimento de su pasión,

(Hebbel, Judith).

 

y

 

es el jinete a quien sus corceles consumen,

(ibídem).

 

el casto emplea su fuerza para dominarse a sí mismo.

La lucha que el hijo del mundo sostiene con el mundo y que luego continúa con su descendencia, reaccionando continuamente a impulsos de afuera, a ella la libra en su propio pecho, lleno de humildad y orgullo al mismo tiempo, valiente como ningún otro, el hijo de la luz y la finaliza sangrando de mil heridas. Mientras que el hijo del mundo con insensato júbilo exclama:

 

¡Es tan particularmente bello morir por la la vida misma! ¡Dejar que el torrente se agite, que revienten las arterias que éste debe tomar! ¡Mezclar uno con otro la voluptuosidad más elevada y el estremecimiento por el exterminio!

(ibídem).

 

Solamente el sabio elige el estremecimiento por el exterminio, en la medida en que considera la nada absoluta y rechaza la voluptuosidad; puesto que después de la noche llega el día, después de la tormenta viene la dulce paz en el corazón, después del cielo tormentoso se presenta la bóveda celeste despejada, cuyo brillo muy, pero muy raramente enturbia una pequeña nubecilla (la inquietud por el impulso sexual), y a continuación ocurre la muerte absoluta: ¡la redención de la vida, la liberación de sí mismo!

El héroe sabio, la más pura y señorial manifestación que existe en el mundo, con ello se procura la verdadera y genuina fortuna, y en la medida en que lo hace, fuerza el movimiento de la totalidad del mundo hacia el no ser como ningún otro. Puesto que en primer lugar sabe que su forma se ha de destruir con la muerte, y “cargando este seguro tesoro en el pecho” se halla totalmente satisfecho, y ya no buscando en el mundo nada más para sí, consagra su vida a la vida de la humanidad. Pero por ello, y por la batalla finalizada victoriosamente en su pecho, recién cuando se dirija desde el reino celestial de la paz en su corazón hacia la aniquilación, él también habrá concluido lleno de gloria la labor que éste, en cuanto organismo, debía llevar a cabo para la totalidad del mundo.

 

19) Hemos reconocido que el reino de lo orgánico es la forma más perfecta para el exterminio de las ideas químicas que lo rodean, y remarcado que en su momento habrá de fracturarse y desaparecer con la misma necesidad con la cual se ha constituido. Ahora hemos de examinar ese acontecimiento y luego el desplome de la totalidad del mundo, el total y absoluto exterminio de la suma de fuerzas que actúan en el mundo.

Hemos cerrado la física con las conclusiones resultantes de ella:

 

El mundo es indestructible. El movimiento del reino inorgánico es una cadena infinita de uniones y separaciones, el del reino de lo orgánico es un progresivo desarrollo infinito de formas de vida bajas hacia superiores, pero la fuerza contenida en el mundo se debilita continuamente con este movimiento.

 

Luego nos reservamos examinar una vez más este resultado en la metafísica. Ya lo hemos hecho indirectamente en lo anterior y con ello hemos dado a entender que el resultado de la física era uno esencialmente parcial. La completa totalidad del mundo se mueve del ser hacia el no ser, mientras que su fuerza se debilita continuamente, y las sucesiones de desarrollos, a las que ya en la analítica debimos concederles un comienzo, habrán de tener un final: no son infinitas, sino que desembocan en la pura nada absoluta, en un nihil negativum.

Cuando en la política, la sección en la que seguimos el avance del proceso de desarrollo de la humanidad, la parte más segura de nuestra experiencia, no nos aventuramos a determinar en detalle su tránsito del presente hacia el fin ideal en el futuro, sino que simplemente a hacer manifiestas unas pocas formas sobresalientes por las cuales éste habrá de atravesar, así que ahora, momento en que debemos construir la transformación más distante del mundo completo, del cual solamente nos es dada como experiencia una pequeña parte fugaz, hemos de proceder con la mayor cautela y apoyarnos solamente en certezas lógicas.

Si bien solamente conocemos muy pocos procesos de la totalidad del mundo y nuestro saber, en lo que atañe a la naturaleza toda, es fragmentario y, en definitiva, se trata de una obra inacabada, tenemos aún así la certeza inamovible de que todo lo que se da en el mundo ha ocurrido, ocurre y ocurrirá por necesidad. Todo acontecimiento, sea o no sea conocido por nosotros, se presentó por necesidad y tuvo consecuencias necesarias. Pero todo ocurrió y ocurre, por decirlo gráficamente, debido a un único propósito, el no ser.

Por eso no nos puede causar dolor alguno nuestro desconocimiento de las revoluciones que han tenido lugar en todas las estrellas. Nos es indiferente si en todas o si en la mayoría o si en ninguna ha surgido alguna vida orgánica en general o si ella ya ha desaparecido nuevamente. Conocemos el propósito del mundo y sabemos que los medios para lograrlo han sido seleccionados con la mayor sabiduría.

Por ello prescindiremos por el momento del mundo en su conjunto y orientaremos la mirada exclusivamente hacia nuestro planeta.

La humanidad es aquello que aquí nos da el primer punto de soporte. En la política he demostrado que ésta, situándose bajo la gran ley del padecimiento que debilita continuamente la voluntad de los individuos, y por otra parte vuelve a su espíritu cada vez esclarecido y amplio, ha de dirigirse necesariamente hacia el estado ideal, y luego hacia el no ser. No se trata de ninguna otra cosa más que del destino inexorable e irrenunciable de la humanidad, y bien de vosotros si caéis en los brazos de la muerte.

Como ya lo he señalado en la política, es completamente indiferente si la humanidad es, tal como lo afirman los indios, “la gran ofrenda”, o es “la revelación del Hijo de Dios, hacia la cual todas las criaturas se vuelcan de forma temerosa”, tal como lo piensa San Pablo, en un entusiasmo moral, o por medio de la impotencia, o en una inflamación salvaje y fanática, propia de las últimas fuerzas vitales. ¿Quién podría profetizarlo? Es suficiente, el sacrificio ha de ser llevado a cabo, ya que debe ser realizado, pues se trata de un punto de transición del desarrollo necesario del mundo.

Pero cuando sea realizado, habrá de ocurrir no menos que aquello que en el teatro se denomina golpe de efecto. Ni el sol, ni la luna, ni ningún otro astro habrá de desaparecer, sino que la naturaleza habrá de continuar serenamente su marcha, pero bajo la influencia del cambio que la muerte de la humanidad ha traído consigo y que antes no estaba.

También aquí somos prudentes y acertadamente no nos precipitamos. Lichtenberg dijo una vez que una arveja que se arroja al Mar del Norte hace crecer el nivel del mar de las costas japonesas, aún cuando ningún ojo humano puede percibir la variación de nivel. Del mismo modo se afirma lógicamente que un disparo de pistola gatillado en nuestro planeta habrá de tener su efecto en Sirio, valiendo ello también para la frontera más lejana de la inconmensurable totalidad del mundo, pues este mundo se encuentra por completo en la más violenta tensión y no se trata de un flojo, insignificante y misero infinito, tal como se lo considera. Entonces hemos de abstenernos de arrojar una hipótesis en la cual buscar paso a paso las consecuencias del gran sacrificio, pues, ¿qué vías les ofreceríamos a los otros fuera de una figuración fantástica, con el valor de un cuento que un beduino narra a sus compañeros en una fulgurante noche estrellada? Nos conformamos con constatar simplemente que la retirada del hombre del escenario del mundo habrá de traer consecuencias que se apoyan en el único direccionamiento que toma la totalidad del mundo.

Sin embargo bien podemos dar por seguro que la naturaleza no habrá de permitir el surgimiento de algún ser similar al hombre a partir de los animales que permanezcan vivos, puesto que aquello a lo cual ella apuntaba con la humanidad, es decir, con la suma de seres particulares que entre todas las cosas son los seres más desarrollados que pueden ser pensables, ya que pueden apartarse de su núcleo más íntimo (en otros astros puede haber seres de igual valor, pero nada superior) habrá de tener en la misma humanidad su total realización. No habrá ningún trabajo pendiente que alguna nueva humanidad deba llevar a cabo.

Además podemos decir que la muerte de la humanidad habrá de tener como consecuencia la muerte de toda la vida orgánica en nuestro planeta. Probablemente ya antes del ingreso de la humanidad en el estado ideal, ciertamente en él la vida de la mayoría de los animales (y plantas) se sostendrá en sus manos, y ella no olvidará a sus “hermanos menores”, es decir, a sus fieles mascotas, cuando encuentre su redención. Ello será para los organismos superiores. Y los inferiores, por medio de las modificaciones producidas en el planeta, perderán las condiciones necesarias para mantener su existencia y desaparecerán.

Si ahora nuevamente nos enfocamos en todo el mundo, podemos entonces admitir las acciones que influyen en él de modo que se pueda dar la desaparición de toda la vida orgánica sobre la tierra, en todas sus regiones, sin afectarnos a nosotros el cómo. Pues nos detenemos en un hecho que debemos agradecer a los astrónomos: todos los cuerpos celestes que hay en el mundo, debido a la resistencia del éter, estrechan paulatinamente sus órbitas y finalmente todos habrán de colisionar en el verdadero sol central.

No nos hemos de ocupar de las nuevas formaciones que habrán de surgir de las conflagraciones universales parciales. Nos hemos de situar sin más en aquél eslabón del proceso de desarrollo que nos muestra solamente cuerpos sólidos y líquidos. Todos los gases han desaparecido de la totalidad del mundo, o sea, la persistente suma de fuerzas se ha reducido de modo tal que únicamente los cuerpos sólidos y líquidos pueden constituir todo el mundo. En el mejor de los casos, aceptemos el hecho de que todo lo que existe entonces es líquido.

Ahora no hay nada en absoluto que se interponga en el camino a la redención de esos líquidos. Cada uno tiene vía libre: cada una de las partes de los mismos fluye hacia el punto ideal y su anhelo se ve cumplido, o sea, ella se ha extinguido en su esencia más íntima.

¿Y entonces?

Entonces efectivamente Dios, mediante el devenir, ha ingresado en el no ser, partiendo del supra-ser; por medio del proceso del mundo ha logrado aquello que, impedido por su propia esencia, no pudo alcanzar de inmediato: el no ser.

Primero se ha desplomado el ámbito trascendente, ahora (siguiendo nuestro razonamiento) también es parte del pasado el inmanente, y en este punto observamos la nada absoluta, el vacío absoluto, el nihil negativum, en la medida en que nuestra visión del mundo se halla o contrariada o muy satisfecha.

¡Se ha consumado!

 

20) Con ello hemos acoplado todos los resultados parciales de la física y podemos seguir adelante.

La estética se muestra, desde el punto de vista inmanente más elevado, tal como si la captásemos desde lo más bajo. Esto no puede causar sorpresa: pues la causa de lo bello en la cosa en sí posee su majestuoso motivo de explicación única y exclusivamente en la unidad simple, más precisamente en su primer movimiento armónico. En el reino de lo bello no se espera nada más: ¡allí ya no puede pasar nada más! Se basa por completo en el encantador brillo de la existencia premundana de Dios, en efecto, es el mismo encantador brillo de la esencia de Dios, que reposa en sí misma, de la unidad simple (en lo que respecta al sujeto contemplativo), y en la objetivación de las continuaciones del maravilloso y armónico primer movimiento de cuando Dios murió y el mundo fue engendrado.

 

21) Por otra parte, la ética muestra muchos resultados que precisan ser ensamblados. Metafísicamente ensamblados, pero presentándose también como soluciones a los problemas filosóficos más difíciles. Dejan caer los últimos velos de la verdad y nos enseña las implicaciones de libertad y necesidad, la total autonomía del individuo y la pura esencia del destino, de cuyo conocimiento fluye un consuelo, una seguridad, una confianza, que ni aún el cristianismo y el budismo logran ofrecer a sus fieles; ya que la verdad que el hombre reconoce lo satisface de un modo muy distinto de lo que él pudiese haber creído.

En la ética hemos asumido frente a la voluntad de vivir el posicionamiento más rudo. La evaluamos y estampamos sobre su frente la marca de fuego de la locura. Ante la lucha por la existencia, miramos hacia atrás y situamos a la negación de la voluntad de vivir en total oposición a la afirmación de la voluntad.

Cuando hicimos esto, no juzgamos incesata y apresuradamente, sino que simplemente lo hicimos de modo parcial, puesto que carecíamos de la perspectiva correcta.

Pero ahora todo el ámbito inmanente está ante nosotros, bajo la suave luz del conocimiento, que nosotros hemos obtenido investigando en medio de la brecha entre el ámbito trascendente y el inmanente. Y aquí hemos de aclarar que la negación de la voluntad de vivir no se halla en oposición a la afirmación de la voluntad.

La verdadera relación de una con otra ha de resultar de lo siguiente.

Hemos visto que una única gran ley de la naturaleza reinaba al principio, reina aún y reinará hasta su destrucción: la ley del debilitamiento de la fuerza. La naturaleza envejece. Quien habla de una éternelle (¡) jeunesse, una juventud “eterna” de la naturaleza (¡uno debiera al menos expresarse de modo lógicamente correcto, diciendo de ella que es “carente de fin”!) juzga del mismo modo que aquél que se encuentra ciego a los colores y se sitúa en el nivel más bajo del conocimiento.

Todo en este mundo se encuentra bajo el mando de esta gran ley, incluso el hombre. En su fundamento más profundo él es voluntad de morir, ya que las ideas químicas que constituyen su tipo y lo conforman por medio de incorporaciones y desprendimientos desean la muerte. Pero puesto que solamente se la puede realizar a través del debilitamiento y que no existe ningún otro medio más efectivo para conseguirla, entonces, ante este propósito, surge daimónicamente como un medio válido la aceptación de la vida después de la muerte, y se muestra al hombre como pura voluntad de vivir.

Pues en la medida en que él se vuelque única y exclusivamente a la vida, siempre hambriento y necesitado de vida, actuará acorde al interés de la naturaleza, al mismo tiempo que en provecho propio, porque habrá de debilitar la suma de fuerzas de la totalidad del mundo al mismo tiempo que la de su tipo, la de su individulidad, que, aunque sea una idea curiosa, cuenta con una autodeterminación parcial. Ha de situarse en la vía de la redención: de ello no puede duda alguna, pero es un camino largo, cuyo fi no resulta visible.

Por otra parte, aquellos que se aferran a la vida con la misma necesidad con que los hombres incultos se abrazan a sus vidas como si tuviesen mil brazos, han de concluir sus vidas y, por medio de un claro y frío conocimiento de la finalidad, se les ha de presentar el medio, la muerte antes que la vida, pero ellos igualmente han de actuar de acuerdo al interés de la naturaleza y al suyo propio, y también ellos han de debilitar de un modo más efectivo tanto la suma de fuerzas de la totalidad como la de sus tipos, han de disfrutar en vida la dicha de la paz en el corazon y con la muerte han de hallar el exterminio absoluto que todos en la naturaleza anhelan. Ellos marchan, muy lejos de la gran vía de los legionarios de la redención, por un sendero corto hacia la redención: ante ellos se encontrarán las alturas, ilumindas por una dorada luz; ellos las han de ver y alcanzar.

Entonces aquellos que por medio de la afirmación de la voluntad de vivir avancen por un oscuro y tortuoso camino, donde la presión es terrible y todo colisiona mientras es colisionado, alcanzarán la misma meta que aquellos que por medio de la negación de la voluntad transiten por un sendero que al principio es espinoso y cuesta arriba, pero que luego se vuelve llano y majestuoso, donde no hay ninguna urgencia, ningún grito, ningún lamento. Pero el primero llegará a la meta recién después de un tiempo indeterminado, y en el trayecto siempre insatisfecho, lleno de preocupaciones, pesares y tormentos, mientras que el segundo posará la mano en la meta al término de su trayecto individual de vida, siendo su camino libre de preocupaciones, pesares y tormentos y con la más profunda paz en el alma, viviendo con la más calma intensidad.

Unos se arrastrarán con dificultad, siempre impedidos, siempre queriendo pero no pudiendo; otros al mismo tiempo serán cargados por coros de ángeles, y puesto que no podrán apartar la mirada de las luminosas alturas, habrán de perderse en la contemplación, luego llegarán a la meta sin saber cómo. ¡Primero parecía tan lejos, pero luego se ha alcanzado tan pronto!

Así ambos quieren lo mismo y ambos alcanzan lo que quieren; la diferencia entre ambos radica solamente en la clase de movimiento. La negación de la voluntad de vivir se da en un movimiento más veloz que la afirmación. Es la misma relación que hay entre civilización y estado de naturaleza, que hemos caracterizado en la política. La humanidad se mueve más rápidamente que en el estado de naturaleza: pero en ambas formas apunta a la misma meta.

También se puede decir: la tonalidad pasa de un tono mayor a uno menor, y el tempo del transcurso de la vida pasa de adagio y andante a vivace y prestissimo. Quien niega la vida solamente reniega del medio de aquél que la afirma, y ello se da precisamente porque para conseguir el fin común ha hallado un mejor medio que el propio de aquél.

Y aquí también es dada la posición del sabio frente a sus congéneres. Él no ha de ofenderlos ni burlarse de ellos con soberbia, en la oscuridad de su mejor conocer. Él ha de observar como ellos se torturan con una herramienta que habrá de robarles semanas para llegar a un resultado marginal. Entonces puede ofrecerles otra que demanda algo más de esfuerzo, pero que en pocos minutos ha de conducir a la meta. Por otro lado si se obstinan, ha de intentar convencerlos. Si no lo consigue, ha de dejar que sean arrastrados. Al menos ahora pueden haber conocido la verdad, y ella trabaja silenciosamente desde el interior, ya que:

Magna est vis veritatis et praevalebit!

Habrá de llegar el momento en el que también a ellos las bendas se les caigan de los ojos.

En tanto no habrá de desviar la mirada si viese a los hombres divertirse, retozando en un desenfrenado júbilo. Habrá de pensar: Pauvre humanité! Pero luego: ¡Siempre así! ¡Bailad, saltad, liberaos y dajaos liberar! La fatiga y los quejidos ya habrán de presentarse, y luego también para vosotros habrá de producirse el final.

Es tan claro como la luz del sol. ¿El optimismo ha de ser lo opuesto al pesimismo? ¡Cuán miserable y equivocado! ¿Ha podido ser toda la vida de la totalidad del mundo, antes de la aparición de una sabia razón contemplativa, simplemente un juego carente de sentido, un retorcerse hacia aquí y allá de alguien que delira de fiebre? ¡Qué locura! Dado el caso, ¿puede un cerebro que pesa 5 o 6 libras constituirse en juez del proceso de desarrollo del mundo en un espacio de tiempo inexpresablemente extenso y desecharlo? ¡Sería puro disparate!

¿Quién es entonces optimista? Necesariamente optimista es aquél cuya voluntad aún no está madura para la muerte. Sus pensamientos y máximas (su visión del mundo) son florecimientos de su urgencia y apetito por la vida. Si desde fuera se les diese un mejor conocimiento, aún así no echaría raíces en su espíritu, o si se robusteciese de hecho en el mismo, aún así se arrojaría desde entonces en adelante los así llamados rayos helados a su corazón, ya que éste es obstinado y duro. ¿Qué debe hacer? ¡Siempre seguir! También su hora ha de llegar, ya que todos los hombres cuentan con un único fin, como todo en la naturaleza lo tiene.

¿Y quién es pesimista?, ¿debe serlo? Es quien está maduro para la muerte. Él puede amar a la vida muy poco, en la misma medida en que ha de apartarse de ella. Si no lograse reconocer que él puede continuar vivo a través de sus hijos, pensaría que la procreación puede dejar atrás su carácter escabroso, de lo contrario, tendría que contrariarse al igual que Humboldt, que espantarse de intercambiar unos pocos minutos de voluptuosidad por los tormentos que otro ser distinto quizás tenga que soportar por 80 años, y ,finalmente, que estimar acertadamente que el engendramiento de niños es un crimen.

Así que deponed las armas y abandonad la lucha, ya que vuestro enfrentamiento ha sido producido por un malentendido: vosotros dos queréis lo mismo.

 

22) Entonces todavía tenemos que precisar la postura de la filosofía inmanente frente al suicida y el criminal.

Cuán fácilmente se arroja con la mano una piedra hacia la lápida del suicida, y por otra parte cuán difícil fue la lucha del pobre hombre que tan bien se encuentra sepultado. Primero, desde la lejanía, ha arrojado una mirada temerosa a la muerte y se ha alejado contrariado, luego ha caminado tembloroso en amplios círculos; pero día a día se fueron tornando cada vez más estrechos, y finalmente se ha aferrado con sus cansados brazos al cuello de la muerte y la ha mirado a los ojos: y allí había paz, dulce paz.

Quien ya no puede soportar más la carga de la vida, se rinde. Quien ya no puede quedarse en el escenario de carnaval que es el mundo, o, como dice Jean Paul, en el gran cuarto de servicios del mundo, sale por la puerta “que siempre está abierta” hacia la calma noche.

Bien se vuelca la filosofía inmanente y su ética también a quienes están cansados de vivir e intenta arrastrarlos con las palabras amistosas de la persuasión, instándolos, a encenderse por la marcha del mundo y mediante una pura acción en pos de los otros, ayudarlos a iluminarse; pero si incluso este motivo es ineficaz, si resulta insuficiente para el carácter en cuestión, entonces se retira en silencio y se vuelca a la marcha del mundo que encuentra necesaria la muerte de este individuo en particular y por ello ha de extinguirse necesariamente, ya que si quitáis del mundo al ser más insignificante, la marcha del mundo se vuelve una distinta a la que se daría si él permaneciese.

La filosofía inmanente no debe juzgar, no puede hacerlo. No induce al suicidio; pero sencillamente en honor de la verdad, ella tuvo que derribar contramotivos de terrible violencia. Pues, ¿qué nos dice el poeta?

 

Who would fardels bear

To grunt and sweat under a weary life,

But that the dread of something after death

– The undiscover’d country, from whose bourn

No traveller returns – puzzles the will

And makes us rather bear those ills we have

Than fly to others that we know not of?

Shakespeare.

 

(¿Quién habría de cargar pesos,

De lamentarse y de sudar por los cansancios de la vida?

Sólo que el miedo a algo posterior a la muerte

-La tierra no descubierta, de cuyos confines

No regresa ningún viajero- confunde la voluntad,

Que preferimos soportar los males que ya tenemos,

Antes que huir de los que desconocemos.)

 

Esa tierra no descubierta, cuyos supuestos misterios a tantos les ha abierto de nuevo la mano que tenía ya firmemente agarrado el puñal – esa tierra con sus espantos ha debido eliminarla por completo la filosofía inmanente. Hubo una vez un ámbito trascendente – pero ya no existe más. La persona agotada de vivir que se plantea la pregunta: ¿ser o no ser? en definitiva debe hallar los motivos a favor y en contra en este mundo (pero han de surgir de todo el mundo: él también debe considerar a sus hermanos más perdidos en la niebla, a los que pueda ayudar, no en la medida en que confeccione calzado para ellos o plante repollos para que los consuman, sino en la medida en que los ayude a alcanzar una mejor posición)- más allá del mundo no hay ni un lugar de paz ni uno de sufrimientos, sino que sencillamente está la nada. Quien ingresa a ella no encuentra ni reposo ni movimiento, se encuentra en una carencia de estado, como en el sueño, sólo que hay una gran diferencia, que incluso aquello que en el sueño es carente de estado ya no existe más: la voluntad ha sido exterminada por completo.

Esto puede ser un nuevo contramotivo y, a la vez, un nuevo motivo: esta verdad puede arrastrar a algunos a la afirmación de la voluntad y atraer a otros a la muerte. Sin embargo, esta verdad nunca puede ser negada. Y si a partir de la representación de una perduración después de la vida, ya sea en un infierno o en un paraíso, muchos se han apartado de la muerte, por su parte la filosofía inmanente habrá de conducir a muchos hacia la muerte – así ha de ser en adelante, del mismo modo que aquello ha debido ser, puesto que cada motivo que ingresa al mundo se manifiesta y actúa con necesidad.

 

23) En el estado el criminal es despreciado y esto ocurre con toda razón; ya que el estado es la forma que ha surgido necesariamente en la vida del hombre, dentro de la cual la gran ley del debilitamiento de la fuerza se presenta como la ley del padecimiento, y exclusivamente de acuerdo a la cual el hombre puede hallar rápidamente su redención. El movimiento de la totalidad del mundo lo honra, así como a su ley fundamental. Él obliga a los hombres a actuar legalmente, y quien lesiona sus leyes fundamentales pone una barrera entre sí y sus conciudadanos, una barrera que permanece hasta su muerte. “Él ha robado”; “él ha asesinado”: éstas son cadenas invisibles, con las cuales el criminal será enterrado.

Pero en el estado existe una perspectiva libre y bella, donde el criminal puede ser abrazado lealmente y una mano fiel puede colocar su señal en su frente para protegerlo: esa perspectiva es la religión pura.

Cuando Cristo debía juzgar a la mujer infiel, instó a quienes la acusaban a que arrojasen las piedras solamente si se encontraban libres de culpas, y cuando él fue crucificado entre dos asesinos, a uno le prometió el Reino de los Cielos, el lugar donde, según su promesa, solamente han de habitar los justos.

La filosofía inmanente se reserva esa perspectiva en la metafísica.

Si uno pasa por alto los criminales por necesidad y se enfoca solamente en aquellos que violentaron la ley impulsados por sus daimones, a pesar de todos los contramotivos, entonces se debe reconocer que han actuado con la misma necesidad con que una buena voluntad realiza obras de justicia y de amor al prójimo.

El criminal, al igual que el santo, colabora simplemente con un desarrollo necesario del mundo, que en sí no es moral. Ambos están al servicio del todo. Esto es lo primero que exige benevolencia.

Luego, el criminal, por la intensidad de su voluntad, la inconformidad de sus apetitos, no solamente se halla distante de la paz, que está por encima de toda razón, sino que también se encuentra envuelto en tormentos que son mayores que los tormentos del infierno y que las consecuencias del señalamiento legal. “La pena del bufón es su bufonada”.

¿Y el filósofo inmanente ha de rechazar a un corazón salvaje e infeliz? ¡Cuánto debiera aborrecerse a sí mismo si lo hiciese! Ha de ponerlo en su pecho y de tener sólo palabras de consuelo y de amor para ello.

 

24) Nos enfocaremos en el destino.

Como sabemos, es el movimiento de todo el mundo que se genera continuamente de la permanente actividad de todos los individuos de la totalidad del mundo. Es una fuerza contra la cual el individuo no puede hacer nada, ya que contiene en sí la actividad determinada de cada uno en particular, junto a la de todos los otros. Así se nos presenta el destino considerado desde el punto de vista más elevado. Es el destino general, el destino de la totalidad del mundo.

Por otra parte, desde la perspectiva de un hombre determinado, la visión cambia. Aquí hay un destino individual (el desarrollo de la vida individual) y se muestra como producto de dos factores equivalentes: del individuo determinado (daimón y espíritu) y del azar (suma de la actividad de todos los individuos). O como lo hemos visto en la física: el individuo solamente posee una autonomía parcial, ya que él fuerza y es forzado por el azar, que es una fuerza extraña que se le contrapone, totalmente independiente de él.

La independencia a medias, limitada, del individuo es un hecho que no puede ser desmentido. Incluso desde el punto de vista más elevado que ahora podemos asumir vemos al individuo exactamente del mismo modo que lo hemos hecho en la física. En el mundo, se investigue dónde y cómo uno quiera, siempre se habrá de hallar únicamente voluntades individuales que de en efecto son parcialmente autónomas.

Pero de aquí también se sigue que son falsas todas las doctrinas que hacen oscilar esa posición media del individuo entre los dos polos: completo autodominio y dependencia total, especialmente aquellas que sitúan al individuo en alguno de los dos puntos polares señalados.

De esta manera nos vemos nuevamente conducidos ante el panteísmo y el budismo exotérico.

Según el panteísmo, el individuo no es nada, es una pobre marioneta, una simple herramienta en las manos de una unidad simple, oculta para el mundo. De ello resulta que ningún acto de un individuo es suyo, sino que es un acto divino que ha recaído en él, y que tampoco le cabe una sombra de responsabilidad por sus actos.

El panteísmo es una gran doctrina, en la que se la verdad se revela a medias. Hay una fuerza que no es dominada por el individuo, en cuyas manos se deposita; pero esa fuerza, el azar, está asimismo limitada por el individuo, es una fuerza parcial.

Por otra parte, según la gran doctrina del karma de Buda, doctrina que lamentablemente en occidente hoy es conocida como nunca antes (usualmente nos centramos en las sandeces, los engendros de las más frondosas fantasías orientales, y se nos pasa por alto su valioso núcleo), el individuo es todo. El destino individual es exclusivamente obra del individuo. Karma alone controls destiny (solamente el karma controla el destino).

Aquello que un hombre hace y lo que recibe como respuesta, ya sea dicha o desdicha, proviene todo de su ser, de sus logros y deudas (merit and demerit).

Según la doctrina de Buda, la esencia más íntima del hombre forma a partir de sí misma aquello que llamamos azar. Si voy por la calle y me alcanza una bala que estaba destinada a otro, mi ser todopoderoso ha conducido la bala hacia mi corazón. Ante mí se cierran todas las escapatorias, siendo así que debo, entre mis dudas, conducirme a la muerte, así no ha sido una fuerza extraña, sino que he sido yo mismo quien ha montado y concebido el escenario que no me permite seguir viviendo. Si una enfermedad por largos años me reduce a un cuadro de sufrimientos, yo lo he hecho efectivo, de esa forma determinada, por medio de mi total autodeterminación individual. Si me convierto en rico, famoso, un líder de millones, entonces por mí mismo he conducido a todas las cosas a fin de que pueda alcanzar tal posición. En resumen, todo, incluso aquello que con razón atribuimos a una fuerza externa, al azar, es mi obra exclusiva, es una emanación de mi todopoderoso ser, que únicamente se encuentra condicionado por su naturaleza determinada, o sea, por todas las buenas y malas acciones de cursos de vida anteriores. Y aquello que el individuo realiza en su vida actual, en asociación con el resto de hechos no castigados y no recompensados procedentes de formas de existencia anteriores, a lo cual podríamos llamar azar, se produce nuevamente por uno mismo, se agrupa todo y se hace efectivo.

La doctrina del karma es una enseñanza grandiosa y profunda, al igual que el panteísmo, y en ella, del mismo modo que en aquél, se revela la verdad a medias. El individuo posee un poder real que el azar no domina; pero ese poder está limitado por el azar, es un poder a medias.

El budismo ejerce un hechizo incomparablemente grande sobre las personas pensantes, al igual que el panteísmo, si bien él contradice la experiencia y falta a la verdad ni más ni menos que aquél, pues mientras que una unidad todopoderosa que se encuentra oculta para el mundo hace que se enfríe  constantemente nuestro corazón y que se mantenga siempre ajeno a ella, el budismo se centra única y exclusivamente en la individualidad, la única cosa real, lo único cierto para nosotros, que nos es dado inmediatamente y nos resulta íntimamente conocido.

Precisamente por eso resulta a menudo engañoso cuando en algún acontecimiento significativo se ve cómo lo exterior se agrupa, cómo de repente los telones se abren o caen, si es que ha llegado el momento para algo interno. En esos momentos uno se vuelve devoto del majestuoso y genial hijo del rey, y exclama: “¡sí, él tiene razón, el individuo por sí solo hace su destino!”

Mientras tanto, yo repito: la autonomía parcial, en el ámbito inmanente, es un hecho que no puede ser desmentido.

Sin embargo, éste puede ser acoplado para poder alcanzar una autodeterminación total del individuo, si remitimos el extinto ámbito trascendente al actual ámbito inmanente.

 

25) Todo lo que es ya estaba en la unidad simple premundana. Todo lo que es, hablando figuradamente, en ese entonces ha tomado parte de la decisión divina de ya no ser, todo ello ha sido abarcado en la decisión de adentrarse en el no ser. El momento de retracción, la esencia de Dios, hizo imposible la realización inmediata de esta determinación. El mundo tuvo que surgir, un proceso en que el momento de retracción es superado poco a poco. Este proceso, el destino común de la totalidad del mundo, marcó la sabiduría divina , (siempre hablando figuradamente), y en él todo lo que es definió su trayecto de vida individual.

Entonces Buda tiene razón: todo lo que me afecta, todos los golpes y beneficios del azar son obra mía: yo lo he querido. Pero yo, con mi todopoderosa e incognoscible fuerza, no provoco las cosas en el mundo, sino que antes del mundo, en la unidad simple, he determinado que ello habría de afectarme.

Pero también el panteísmo tiene razón: el destino de los mundos es unitario, es el movimiento de todo el mundo hacia una única meta; pero ninguna unidad simple en el mundo realiza las cosas, en la medida en que actúa sobre individuos aparentes, a veces en esta y a veces en aquella dirección, sino que una unidad simple determinó antes del mundo la totalidad del proceso, y en el mundo lo realizan solamente individuos reales.

Aquí también tiene razón Platón, quien deja que cada hombre por sí mismo elija su destino antes de su ingreso a la vida (De Rep. X), pero éste no lo elige antes del nacimiento, sino que absolutamente antes del mundo, en el ámbito trascendente, cuando el ámbito inmanente aún no existía, él ha elegido su suerte por sí mismo.

Finalmente aquí convergen la libertad y la necesidad. El mundo es el acto libre de una unidad premundana, pero en él rige solamente la necesidad, pues de lo contrario la meta nunca podría ser alcanzada. Todo engrana necesariamente, todo conspira para conseguir una única meta.

Y toda acción de un individuo (no solamente del hombre, sino que de todas las ideas en el mundo) es al mismo tiempo libre y necesaria: libre, ya que ella fue decidida antes del mundo, en una unidad libre; y necesaria, ya que la decisión es efectuada en el mundo, se convierte en hecho.

 

26) Debe ser un principio correcto, a partir del cual resulte sencilla, no forzada y clara la solución de los mayores problemas filósoficos que vieron sumergirse desesperanzadamente a los hombres más geniales de todos los tiempos, luego de que la misma fuerza de sus pensamientos propios los haya creado. Cuando Kant creyó haber comprendido la coordinación de libertad y necesidad a través de la diferenciación entre un carácter inteligible y uno empírico, no pudo advertir que:

 

La solución de las dificultades aquí expuesta en sí posee , sin embargo, y como uno diría, muchas cosas complejas y no es el resultado de una clara exposición. Sólo que todas las otras que se han ensayado o que se intentan ensayar, ¿son más sencillas y más abarcativas?

 

Todos iban a equivocarse, ya que ellos no podían concebir ni un ámbito puramente inmanente ni uno puramente trascendente. Los panteístas iban a equivocarse ya que ellos remitían el movimiento unitario del mundo efectivo y presente a una unidad en el mundo; Buda iba a equivocarse puesto que del sentimiento efectivamente presente en el individuo de total responsabilidad por todas sus acciones deducía equivocadamente la total autonomía del individuo en el mundo; Kant iba a equivocarse porque en el ámbito puramente inmanente él pretendía tomar con una sola mano tanto a la libertad como a la necesidad.

Por el contrario, nosotros hemos situado la unidad simple del panteísmo en un ámbito trascendente ya perimido y hemos explicado el movimiento unitario del mundo a partir del hecho de esa unidad simple premundana, hemos combinado la autonomía a medias del individuo y el poder del azar sobre el mundo, que es totalmente independiente de él, dentro del ámbito trascendente, en la decisión unitaria de Dios de ingresar al no ser, y en la elección unitaria del medio para efectuar esa decisión. Finalmente hemos reunido a la libertad y a la necesidad no en el mundo, donde no hay lugar para la libertad, sino que en el medio de la brecha, que hemos recuperado por medio de nuestra razón, que separaba el ámbito trascendente ya desaparecido del ámbito inmanente.

No nos hemos fabricado con sofismas el ámbito trascendente ya desaparecido. En la analítica hemos comprobado con rigor lógico que éste ha existido, pero ya no más.

Y entonces se considera el consuelo, el convencimiento inamovible, la serena confianza que ha de emanar de la total autonomía del individuo fundamentada metafísicamente. Todo lo que afecta al hombre: carencias, miserias, pesares, preocupaciones, enfermedades, humillaciones, desprecio, cavilaciones, en resumen, las amarguras de la vida, no lo conduce hacia una Providencia no fundada, que considera su bienestar de una forma insondable, sino que soporta todas esas cosas porque él mismo, antes del mundo, ha elegido todo ello como mejor medio para cumplir su propósito, puesto que únicamente a través de ello puede ser redimido. Su esencia (daimón y espíritu) y el azar lo conducen a través del dolor y del placer, de la alegría y de la pena, de la dicha y de la desdicha, de la vida y de la muerte, confiadamente hacia la redención que él anhela.

Entonces para él incluso resulta posible el amor a sus enemigos, al igual que en el panteísmo, en el budismo y en el cristianismo; ya que la persona se esfuma ante sus hechos, que únicamente pueden manifestarse puesto que van de la mano del azar, ya que la víctima lo quiso antes del mundo.

De este modo la metafísica da a mi ética su última y más importante bendición.

 

27) El hombre tiene la tendencia natural de personificar el destino y de comprender místicamente a la nada absoluta que lo confronta desde las tumbas como el estado de la paz perpetua, como city of peace, como Nirvana: como una nueva Jerusalén.

 

Y Dios secará todas las lágrimas de vuestros ojos. Y ya nunca más habrá muerte, ni sufrimiento, ni clamor, ni dolor; ya que lo primero habrá pasado.

(Apocalipsis de Juan, 21, 4).

 

No se puede negar que la representación de un Dios Padre personal y amoroso se apropia profundamente del corazón humano, “la cosa más obstinada y desencantada”, en forma de un destino abstracto, y que la representación de un Reino de los Cielos, en el cual individuos esclarecidos y liberados de sus necesidades reposan plácidamente en una contemplación eterna despierta una nostalgia más poderosa que la nada absoluta. Lo importante sigue siendo que el hombre ha superado lo mundano por medio del saber. Si él deja este destino que ha reconocido tal como es, o si nuevamenta deja los acontecimientos en manos de un padre confiable; si deja intacta la meta reconocida del mundo como nada absoluta, o si lo transforma en un luminoso jardín de paz perpetua, es un asunto totalmente secundario. ¿Quién quisiera interrumpir el juego incente e inofensivo de la fantasía?

 

Una locura que me alegra

Bien vale una verdad que me aplasta contra el piso.

(Wieland).

 

Pero el sabio, a la nada absoluta, la mira firme y alegremente a los ojos.